El telón de terciopelo - Grand Guignol Ediciones
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E L TELÓN DE TERCIOPELO<br />
ca que se <strong>de</strong>batía entre temores milenaristas, lejos ya <strong>de</strong> la estricta cronología<br />
<strong>de</strong>l milenio, y amenazas apocalípticas muy reales.<br />
<strong>El</strong> gesto <strong>de</strong> coger la cruz entre los <strong>de</strong>dos y alternativamente apretarla<br />
o acariciar con suavidad sus bor<strong>de</strong>s, se había convertido para el car<strong>de</strong>nal<br />
Sonseca en un a<strong>de</strong>mán estereotipado que se acompañaba <strong>de</strong> un<br />
cerrar los párpados en actitud <strong>de</strong> meditación y que se repetía cada vez<br />
con más frecuencia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su ascensión, cinco años antes, a la dignidad<br />
<strong>de</strong> arzobispo <strong>de</strong> Santiago <strong>de</strong> Compostela y, dadas las permanentes circunstancias,<br />
Primado <strong>de</strong> España.<br />
Unas circunstancias que seguramente ya no cambiarían nunca o al<br />
menos por muchas generaciones. Las mismas que habían convertido a<br />
Nueva York en el nuevo Vaticano, la catedral <strong>de</strong> San Patricio en el<br />
nuevo San Pedro, y aquel recinto <strong>de</strong> la universidad católica <strong>de</strong> Georgetown,<br />
a las afueras <strong>de</strong> Washington, en el lugar <strong>de</strong>stinado para la elección<br />
<strong>de</strong> un nuevo Papa tras la muerte <strong>de</strong>l anterior, Su Santidad<br />
Pío XIII, fallecido el día 1 <strong>de</strong> marzo en su resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> la avenida Madison<br />
con la calle 57, a muy corta distancia <strong>de</strong> la espalda <strong>de</strong> San Patricio<br />
y en pleno centro <strong>de</strong> Manhattan.<br />
Pío XIII había gobernado la Iglesia Católica durante casi diez años y<br />
era el tercer pontífice <strong>de</strong>l “<strong>de</strong>stierro” neoyorquino. Nacido en Hungría<br />
medio siglo antes <strong>de</strong>l comienzo <strong>de</strong> la Gran Crisis, Attile Tzor había<br />
sido arzobispo <strong>de</strong> Budapest, luego car<strong>de</strong>nal y sirvió más <strong>de</strong> una década<br />
en la Secretaría <strong>de</strong> Estado <strong>de</strong> su pre<strong>de</strong>cesor Clemente XV. Su vida no<br />
fue nunca fácil <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el año aciago en que tuvo que abandonar precipitadamente<br />
su se<strong>de</strong> episcopal cuando la marea musulmana llegó al<br />
Danubio como lo hiciera seis siglos antes. Se refugió en Viena, luego<br />
pasó a Italia, a Roma, don<strong>de</strong> León XIV, el último Papa romano <strong>de</strong> la<br />
nueva era, le confirmó en su puesto, si bien ahora como obispo in partibus<br />
infi<strong>de</strong>lium, “en tierra <strong>de</strong> infieles”. La vieja catedral <strong>de</strong> San Esteban<br />
en Pest, quedaba ya muy lejos; había sido durante centurias uno <strong>de</strong> los<br />
bastiones más orientales <strong>de</strong> la catolicidad; había sufrido intentos <strong>de</strong><br />
convertirla en museo o, simplemente, <strong>de</strong> <strong>de</strong>rribarla durante la dominación<br />
comunista que Hungría soportó más <strong>de</strong> cuatro décadas durante<br />
el siglo XX; y permaneció enhiesta mucho <strong>de</strong>spués, cuando la Europa<br />
<strong>de</strong> finales <strong>de</strong> aquel agitado siglo creyó vanidosa que se había<br />
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