Les Thompson – La Santa Trinidad
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L a S a n t a T r i n i d a d / 21<br />
Desesperadamente demandaban a su dios que les<br />
respondiera. Sabían que si no había respuesta de Baal, eso<br />
indicaría no sólo la impotencia de ese dios, peor aun, efectivamente<br />
declararía su inexistencia. Ningún seguidor de<br />
Baal quería tal veredicto. A Baal habían sacrificado tesoros;<br />
a Baal habían sacrificado sus propios hijos; a Baal habían<br />
comprometido sus vidas y dedicado su devoción. Espantoso<br />
sería ahora descubrir su inexistencia al haberlo intercambiado<br />
por Jehová. Ese era el momento crítico. Al llegar la<br />
hora del sacrificio, cuando supuestamente Baal tenía que<br />
actuar, el pueblo esperaba con ansiedad. El silencio era<br />
sepulcral. Todos los ojos estaban pegados a la leña debajo<br />
del sacrificio. Tenía que encenderse. ¡Baal lo haría! Pero llegó<br />
la hora y pasó y, como dice el texto, no hubo ninguna voz, ni<br />
quien respondiese ni escuchase.<br />
El momento es gracioso y a la vez patético. ¿Quién no se<br />
ríe imaginándose a los profetas de Baal totalmente frustrados<br />
por su incapacidad para lograr respuesta de su dios? A la vez<br />
es patético porque ante quienes ocurre todo ese evento en<br />
el Monte Carmelo son los mismísimos cuya historia estaba<br />
repleta de las incomparables demostraciones del<br />
omnipotente Dios de Israel. ¿Cómo es posible que los hijos<br />
de Abraham, Isaac y Jacob le dieran las espaldas a Jehová<br />
para adorar a Baal? Y ahora, ante todos, la evidencia es<br />
abrumadora: Baal no podía oír. Baal no podía actuar. Baal<br />
no era dios. Sólo existía en la imaginación de sus seguidores.<br />
<strong>La</strong> prueba del profeta Elías<br />
Pero, ¡entonces le toca a Elías probar al Dios de Israel!<br />
Interesantes son sus preparativos. Cada uno apunta al gran