Les Thompson – La Santa Trinidad
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L a S a n t a T r i n i d a d / 89<br />
elementos humanos, ni emociones, ni reacciones, ni limitaciones<br />
humanas. Es algo entre dos que son Dios, cosa que<br />
tenemos que calificar bajo misterio. Lo único que podemos<br />
hacer es filtrar lo que se nos dice a través de nuestras<br />
experiencias humanas, y describirlas con palabras nuestras<br />
de todos los días —“amor”, “padre” e “hijo”.<br />
Sin embargo, al apreciar algo de lo que podría ser tal<br />
relación, comprendemos mejor por qué, a los doce años de<br />
edad, Jesús les dice a su madre María y a José: ¿Por qué me<br />
buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es<br />
necesario estar? (Lucas 2:49). Apreciamos igualmente esa voz<br />
en su bautismo que dijo: Este es mi Hijo amado, en quien<br />
tengo complacencia (Mateo 3:17). Entendemos que le sería<br />
natural a Jesús explicar: Todas las cosas me fueron entregadas<br />
por mi Padre, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre<br />
conoce alguno, sino el Hijo (Mateo 11:27) y hablar del reino<br />
especial que el Padre le ha asignado como Hijo (Lucas 22:29).<br />
También le encontramos sentido a las palabras del Evangelio<br />
de Juan donde se nos cuenta cómo Jesús echó a los comerciantes<br />
del templo con aquel reclamo tan propio: No<br />
hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado (Juan 2:16).<br />
Esa relación del Padre con el Hijo también explica cómo<br />
—en obediencia— el Hijo pudo abandonar la posición<br />
privilegiada al lado de su Padre, según Filipenses 2:6-8: El<br />
cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios<br />
como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,<br />
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y<br />
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,<br />
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.