Les Thompson – La Santa Trinidad
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/ D r. L e s T h o m p s o n<br />
entero, creando pánico en todos los soldados judíos. Cuando<br />
el presumido valentón se ofrece para el duelo cuyo resultado<br />
decidiría la batalla, nadie se atreve a aventurarse ante<br />
tan formidable guerrero.<br />
Es en uno de esos momentos en que Goliat riega su<br />
terror que aparece David. Es apenas un muchacho. No tiene<br />
aspecto de héroe. No tiene edad para ser soldado. No tiene<br />
barba todavía, ni apenas suficiente musculatura para usar<br />
armadura. Ha llegado para llevar a tres de sus hermanos<br />
mayores unos panes y unos quesos de parte de su padre.<br />
Pero esa misión es interrumpida por el sonar de las trompetas<br />
filisteas anunciando al temible paladín que desafía al<br />
ejército de Israel. David se acerca para ver el espectáculo.<br />
Escuchando las bravatas de Goliat y observando la reacción<br />
de los soldados, el joven no puede creer aquello. ¿No era<br />
Jehová el poderoso guardián de los israelitas? Estaba seguro<br />
que el más insignificativo israelita con Jehová a su lado<br />
fácilmente podría vencer a diez gigantes.<br />
En su mente Goliat no era ni más ni menos que una de<br />
las fieras que él había matado. Si de la misma boca de un<br />
león había rescatado a una oveja, y de las garras de un<br />
poderoso oso había librado a una herida ovejita, ¿qué sería<br />
de un gigante filisteo incircunciso? ¿No era a Dios que el<br />
gigante había desafiado? El que debiera estar temblando era<br />
Goliat. Sin pensarlo dos veces, David se ofrece para pelear<br />
contra él.<br />
Lo llevan ante el rey. Saúl, incrédulo, oye a David repetir<br />
su deseo de pelear contra el gigante, y le oye hablar confiadamente<br />
de la victoria. Asombrado ante la valentía y<br />
confianza del muchacho, Saúl —ya entre la espada y la<br />
pared— determina aceptar la oferta, pase lo que pase. Nos<br />
imaginamos que por la mente del rey pasó como una