150 aniversario de la ley hipotecaria - Foros del 150 aniversario de ...

Pero más importante que la
expresión es la técnica: una
técnica meditada, sopesada, contrastada,
hecha de diálogo sereno
entre expertos. ¿En qué se parece
el modo en que se redactó la ley
hipotecaria de 1861 al modo en
que se han redactado las reformas
de la vigente ley en los últimos
veinte años, siempre en enmiendas
introducidas con nocturnidad
en el momento más inesperado de
la tramitación parlamentaria? En
nada.
La ley hipotecaria trazó una
construcción de líneas rectas y
firmes. Alguna vez he aplicado
la definición que daba Vázquez
Díaz de su pintura a nuestro
sistema hipotecario: “geometría
humanizada”. Nuestro sistema
hipotecario –y la ley de 1861 que
lo creó– es una estructura de rigor
impecable en cuyo espíritu laten
las ideas de la confianza, de la
buena fe, del equilibrio entre el
interés del titular y el interés de
los terceros.
La idea, tan tradicional en esta
rama del derecho, de los “principios
hipotecarios”, no es ninguna
ocurrencia superficial. El sistema
hipotecario tiene unas sólidas
vigas que sostienen la construcción
en su conjunto, y esas vigas
son los principios. Si los principios
valen o no desde el punto de
vista didáctico, si todo el derecho
hipotecario puede exponerse o
no a través de los principios, esa
es otra cuestión. Pero los principios
han sostenido y sostienen el
armazón en su conjunto.
No sé si no resulta excesivamente
optimista seguir hablando
de ese asunto en presente. En
La ley hipotecaria trazó una construcción de
líneas rectas y firmes. Alguna vez he aplicado la
definición que daba Vázquez Díaz de su pintura
a nuestro sistema hipotecario: “geometría
humanizada”. Nuestro sistema hipotecario –y
la ley de 1861 que lo creó– es una estructura de
rigor impecable en cuyo espíritu laten las ideas de
la confianza, de la buena fe, del equilibrio entre el
interés del titular y el interés de los terceros
estos últimos tiempos los principios
hipotecarios se han erosionado,
se han quebrantado. La
construcción sólida y coherente
que erigieron los legisladores
de 1861 se ha convertido en una
torre de Pisa. Las líneas rectas
se han inclinado, y el trazo se ha
vuelto discontinuo, puntillista, de
manera que ahora no resulta fácil
ver con nitidez el perfil de las
figuras, de las instituciones, de
las soluciones.
La lozanía que conserva la longeva
ley hipotecaria de 1861 y la
celebración de su 150 cumpleaños
debe hacernos pensar: ¿por qué se
marchitan tan pronto las reformas
últimas y se mantienen tersos
los preceptos antiguos? ¿Por
qué en estos últimos tiempos se
han reformado varias veces unos
mismos artículos, y otros han perdurado
sin necesidad de variación
alguna?
Es curioso que de los señores
que redactaron la ley hipotecaria
de 1861 no conocemos casi a
ninguno. ¿Quién es don Pascual
Bayarry? ¿Quién es don Juan
González Acevedo? ¿Quién es
don José de Ibarra? ¿Quién es
don Manuel García Gayardo?
La ley hipotecaria de 1861 es
una ley casi anónima. Y sus
primeros años de aplicación,
tan decisivos para el arraigo
de un sistema exótico, están
también poblados de personajes
desconocidos. Nada nos dicen
los nombres de los primeros
letrados de la Dirección General
de los Registros. El único letrado
que conocemos, Bienvenido
Oliver, suspendió la primera
oposición, y sólo pudo incorporarse
a la Dirección cuando la
aplicación de la ley estaba ya
muy avanzada.
Son muchas las lecciones que
nos da este cumpleaños. Que el
sistema hipotecario es algo que
hay que retocar con serenidad
y no con precipitación. Que es
peligroso erosionar las vigas, porque
el edificio se resiente en un
conjunto. Que la labor anónima y
abnegada es más eficaz –al menos
en el ámbito jurídico– que la personalista
y aparente.
enero - Febrero de 2011 • 89