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Dialéktica 19.pmd

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El estado gestor que el capital requirió desde mediados de los ’70<br />

hasta finales de los ’90 expresa el desfondamiento del zócalo sobre el<br />

que descansaba el sistema de partidos: con el otrora estado de bienestar<br />

eran ostensibles las mediaciones entre las protestas del trabajo y las<br />

pretensiones del capital, pero hoy el estado ha perdido casi toda su<br />

capacidad para asumir compromisos merced al avance inexorable de<br />

los flujos financieros internacionales. Durante los últimos quince años,<br />

por lo menos, el estado nos advierte que no debemos perturbar «el<br />

humor de los mercados», como si los mercados fueran los dioses<br />

caprichosos de la mitología griega. Ante semejante impotencia estatal,<br />

las protestas colectivas fueron ensayando e inventando formas de lucha<br />

que permitieran colocar en propias manos la posible respuesta a<br />

problemas comunes: al demarcar un problema en su particularidad<br />

inmediata, el piquete como interrupción del espacio de la circulación<br />

económica y la asamblea como interrupción del tiempo de la<br />

representación política mostraron tal efectividad que hoy son prácticas<br />

habituales en cualquier protesta social. Claro que tal efectividad halla<br />

límites macizos cuando ignora o niega un vínculo anti-capitalista y<br />

anti-estatalista entre las luchas. Pero no caben dudas de que asistimos<br />

a un nuevo ciclo de enfrentamientos entre el capital y el trabajo en el que<br />

la fisonomía del estado cobrará una nueva figura, necesariamente<br />

adecuada a esta etapa del capitalismo y, por lo tanto, distinta de las<br />

precedentes. Las sucesivas transformaciones del estado son<br />

irreversibles, de manera que tanto las aspiraciones de la izquierda que<br />

exige «control del estado» y «redistribución de la riqueza» como las<br />

añoranzas populistas por el «fifty-fifty» (50% del PBI para la mayoría<br />

explotada y 50% para la minoría explotadora) son mistificaciones<br />

alucinadas por el peso de la veneración supersticiosa del pasado.<br />

Entonces, si no hay vuelta atrás de la forma estado tal como la<br />

conocíamos, asimismo no hay vuelta atrás del sistema de partidos tal<br />

como lo conocíamos. Al desmembramiento en facciones que carecen<br />

de toda distinción ideológica y política acompaña un cambio en la<br />

retórica de la mayoría de los candidatos que expresa cabalmente que<br />

el flujo social de las protestas colectivas resulta inapresable por la<br />

tradicional forma partidaria de representación. Un ejemplo muy<br />

ilustrativo de esto nos lo ofrece Mauricio Macri, quien luego de la primera<br />

en el que se mueven. Muchos no conocen Buenos Aires. Ninguno se sentó a debatir<br />

frente a una cámara de televisión» (Clarín, 1/5/97). Pero esto sólo podemos reconocerlo<br />

ahora, sobre el hecho consumado del verano 2001/2, cuando el búho de Minerva alzó<br />

su vuelo.<br />

11 dialéktica<br />

EDITORIAL

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