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| EMEEQUIS | 27 de ABRIL de 2009 52 El sonido más aterrador para los exploradores de cavernas es la ráfaga de viento que anuncia a una roca cayendo desde arriba de su cabeza. No importa si es chica o es grande, por la fuerza de gravedad cualquier piedra tiene una aceleración de 9.8 metros por segundo y puede provocar daños graves si golpea a un hombre o a una mujer que desciende con una cuerda. Varias veces, a lo largo de un mes de expedición, el sonido de una roca heló la sangre de los 13 espeleólogos que el pasado 26 de marzo impusieron un récord nacional al alcanzar una profundidad de mil 127 metros, en vertical, dentro de la cueva El Santito, en Puebla. La longitud es comparable a cinco edificios como la Torre Mayor de la Ciudad de México, puestos uno sobre otro. Ese rascacielos, con sus 230 metros de altura, es el edificio más alto de América Latina. “Escuchar a una roca que se acerca a toda velocidad es lo que más miedo nos provoca porque es algo sobre lo que no tenemos control”, cuenta Franco Attolini Smithers, espeleólogo mexicano que, junto a Gustavo Vela Turcott, planeó y dirigió este viaje de exploración. A ellos se unieron otros tres mexicanos, dos franceses, dos estadunidenses, dos australianos, un suizo y un español. “Cuando una piedra se desploma se oye una especie de silbido que se acerca; aunque no la miras, sientes cuando pasa a tu altura y después de unos segundos de silencio escuchas el estruendo al despedazarse contra el suelo. La mayoría de las veces ni las ves”, comenta en entrevista Attolini, experto en espéleo-buceo. Entre espeleólogos las cuevas se clasifican en profundas y largas. La más profunda del mundo mide 2 mil 191 metros y se localiza en la ex república soviética de Abkhazia. La más larga del planeta tiene 591 kilómetros de pasadizos y está ubicada en Mammoth Cave, Kentucky, Estados Unidos. México es el único país del continente americano con cuevas de más de mil metros de profundidad, pero hasta ahora sólo habían descendido a ellas espeleólogos de Estados Unidos, Bélgica y Australia. “Por cuestiones culturales no nos distinguimos por ser grandes exploradores de cuevas, a pesar de que muchos espeleólogos del mundo consideran a México como un paraíso para esta actividad”, cuenta Gustavo Vela Turcott, fotógrafo y autor del libro Un viaje al México profundo. Aunque espeleólogos y geólogos del país tienen registradas 7 mil cuevas en el territorio mexicano, también reconocen que hay un subregistro y que el número de entradas naturales al subsuelo podría llegar a 35 mil. “Irónicamente, hay 29 mexicanos que ya han llegado a la punta del Everest, que mide 8 mil 840 metros de altura, pero ninguna expedición mexicana había llegado a mil 127 metros de profundidad en nuestro propio país”, añade. Antes de este equipo, la expedición mexicana que había descendido a más profundidad era la que en 1994 organizó la Sociedad Mexicana de Exploraciones Subterráneas para investigar la cueva llamada Sótano El Berro, en Veracruz, con 838 metros de hondo. ViAje “A lA mexiCAnA” En la Sierra Negra de Puebla una “mulada” cuesta 80 pesos. Por ese precio, los exploradores de cuevas obtienen la ayuda de un animal de carga y su dueño, para subir entre 50 y 80 kilos de equipo hasta la boca de alguna grieta con potencial de ser conquistada. Así, con la ayuda de 18 mulas alquiladas en las comunidades de Ocotempa y Huizmaloc, los expedicionarios llegaron a la entrada de El Santito, una cueva que dos años antes había sido investigada hasta una profundidad de 527 metros pero que tenía más pasadizos. Originalmente los espeleólogos no sabían a qué profundidad llegarían, incluso pensaban que esta cueva se conectaba con otra llamada Akemabis, explorada por un equipo de Bélgica en 2008. “Nosotros conocíamos al grupo de Bélgica, con el que habíamos hecho algunos descensos en 2005. Con el paso del tiempo nos dimos cuenta de que habían dejado un poco de lado el estudio de esta zona y nos comentaron que la comunidad les había negado los permisos para ingresar a las cuevas. Decidimos consultar a los belgas para ver si podíamos continuar explorando la ruta que ellos habían iniciado y, después, empezamos a dialogar con la comunidad vecina”, narra Franco Attolini. El equipo que se integró para el descenso estuvo formado por los mexicanos Franco Attolini, Gustavo Vela, Karim Pacheco, Marcela Ramírez y David Tirado; los australianos Alan Warild y Greg Tunnock; los franceses Phil Bence y Flo Guillot; los estadunidenses Mike Frazier y Bev Shade, así como Simon Bunell, de Suiza, e Ignacio de Rafael Ramos, de España. El Santito se localiza en el municipio de Ajalpan, 25 kilómetros al sur de Tehuacán. Aunque se puede llegar en automóvil o autobús a la cabecera municipal, después es necesario caminar cerca de hora y media hasta llegar a la boca de la caverna, en la colindancia de dos comunidades: Ocotempa y Huizmaloc, en cada una de las cuales hay una inspectoría municipal.
FotograFia: gustavo vela turcott “Los preparativos empezaron desde noviembre de 2008, a través de cartas y llamadas telefónicas para tener el permiso de las autoridades e invitar a otros exploradores. Los mexicanos éramos los responsables de la planeación y de que se consiguieran las metas”, cuenta Vela Turcott. Entre risas, los líderes del descenso sostienen que la expedición se hizo “a la mexicana”, con una cooperación de entre cuatro mil y seis mil pesos por cada uno de los integrantes, con los cuales sobrevivieron un mes en la Sierra Negra. Con la cooperación o “vaca” compraron alimentos, alquilaron mulas y adquirieron el equipo necesario, que incluyó dos mil metros de cuerda, así como mosquetones y pilas, entre otros insumos. Parte del equipo había sido donado por la tienda de equipo para montaña Límite X. “La mayoría de los insumos los compramos en Tehuacán: las cargas de gas para las estufas portátiles, machetes, lonas y pilas, pero dejamos una derrama económica en las comunidades cercanas al alquilar las mulas y comprar alimentos”. La duración de la expedición fue de un mes, pero prácticamente todos los días los exploradores salían de la cueva y reposaban en el campamento base. Avanzaron paulatinamente, con brújula, cinta métrica y un aparato llamado clinómetro, que mide los grados de inclinación del terreno. Pendientes, Pozos y rePisAs El profesor alemán Otto Lidenbrock es un personaje ficticio, pero muy entrañable. Hijo de la imaginación del novelista francés Julio Verne protagoniza el libro Viaje al centro de la Tierra, en el que descubre un antiguo escrito nórdico que describe la ruta para llegar al centro del planeta. Lindenbrock pretende seguir la ruta hallada por antiguos expedicionarios, acompañado por su escéptico sobrino Axel y por el impasible guía islandés Hans. Una de las escenas más impactantes de la novela es cuando Axel se extravía, pierde sus lámparas y se golpea en la cabeza. Al despertar se sabe perdido en la más profunda negrura. La mención de este capítulo impacta a Gustavo Vela: | EMEEQUIS | 27 de ABRIL de 2009 53
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