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Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostum- brado a ...

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las chozas, del callado marrón que se alarga en la tierra bajo los<br />

árboles. Por la noche salimos a pasear en la canoa con el doctor<br />

Barbosa y dos indios. Al frente iba uno de ellos con el arco y el<br />

arpón. El otro, atrás, remaba, lento, y la canoa iba en silencio,<br />

sin turbar a los peces. La luna, limpia, entera, caía en el agua y<br />

subía hacia los ojos, como una luz en un espejo; pero el indio<br />

abría apenas una línea en el agua con la punta de su flecha buscando<br />

una presa, y cuando queríamos darnos cuenta, sin un<br />

movimiento, una raya, un pintado, aleteaban clavados en el<br />

aire, pugnaban por sobrevivir aun después de que el brazo tenso<br />

del indio los hubiera alzado, brillantes, como un <strong>me</strong>tal tenso en<br />

el aire. Volvimos a las dos de la mañana y yo miré el botín que<br />

habíamos arrancado al río; con la luna, las aletas que aún se<br />

movían, los ojos extraños, hechos para otra luz, <strong>me</strong> hicieron<br />

acordar de tus sustos, alguna noche, Adelina, junto a la laguna<br />

en silencio. Me estre<strong>me</strong>cí; hay algo sombrío en todo esto, algo<br />

como cuando El Salado pasa barroso y uno sabe que en los matorrales<br />

que boyan vienen, desde muy arriba, animales que quizá<br />

nunca vimos, serpientes. Da miedo.<br />

Da miedo, miedo. Eso sí lo entiendo, que hay cosas que<br />

dan miedo. <strong>Yo</strong> <strong>me</strong> sé casi de <strong>me</strong>moria esas cosas que escribió<br />

Don Tomás. Claro que más las palabras que entender, porque<br />

Don Tomás era muy leído. Podría decir mil veces lo que él<br />

escribió sin errarle una palabra. Me lo sé tan de <strong>me</strong>moria<br />

como eso de cómo empieza a venir lo oscuro o cuántos <strong>me</strong>tros<br />

hay de la tranquerita que clausuré hasta la casa de Miranda y<br />

así calcular cuánto hay desde lo de Miranda al pueblo. El pueblo<br />

una vez se llamó El Salado pero yo llegué con Don Tomás<br />

cuando ya se llamaba Belgrano, pero por poco. Y en el puesto<br />

de Miranda todavía duran los palos de ese bichero de cuando<br />

los indios. Don Tomás decía que en algunos de los libros de la<br />

historia nombraban ese mirador y decían una distancia equis<br />

que estaba del lugar del Manantiales, donde antes había una<br />

balsa y ahora hay un puente que así se llama. Y entonces ahí<br />

<strong>me</strong> acuerdo que para ver si estaba bien le calculó pri<strong>me</strong>ro los<br />

cien <strong>me</strong>tros hasta la tranquerita y después las cuadras hasta el<br />

Manantiales. Don Tomás decía que lo bueno que tenía el<br />

campo era que no cambiaba, como decía su padre, el viejo<br />

Healy. Don Tomás decía porque era eterno, así siempre igual,<br />

como un hombre que no muriera y pudiera ver todas las cosas.<br />

Pero el viejo Healy, su padre, decía que uno podía acostarse a<br />

dormir por cincuenta años, que cuando volvía era lo mismo, lo<br />

único que el campo valía más. Que era <strong>me</strong>jor que los dólares y<br />

los negocios de maquinaria, aparte que no daba dolores de cabeza.<br />

Son cosas que yo sé más que Miranda, y una vez le tuve<br />

que decir que no hiciera fuego con los palos del mirador porque<br />

eran históricos. Histo, qué. Me dijo. Y yo lo miré sin decir<br />

nada, porque a veces es difícil tratar con estos peones o<br />

explicarles lo que uno entiende. Claro que él no estuvo con<br />

Don Tomás ni fue cabo de la policía, como uno. Aparte que<br />

uno también es extranjero, aunque no sea inglés. Así que él no<br />

sabe que desde su casa hasta la tranquera hay justo cien <strong>me</strong>tros.<br />

Ahora lo que no sé es si el corral está a lo mismo, pero<br />

más o <strong>me</strong>nos. Así empieza lo de los perros, con lo oscuro. Miranda<br />

va para el lado del corral y siempre pasa lo mismo.<br />

Cuando empieza a caminar echa sombra y la sombra va por<br />

los cardos y las espinas. Pero cuando se escucha el relincho del<br />

tobiano uno se da cuenta de que Miranda echó todo lo que<br />

podía de sombra, porque ya no se ve. Entonces largan los grillos<br />

y empieza el circo en los charcos. Hay como un tiempo<br />

corto de callarse que es cuando Miranda ya soltó el tobiano y<br />

se vuelve. Pero cuando Miranda le pone el alcohol al sol de<br />

noche y arrima el fósforo aparece la pri<strong>me</strong>ra lucecita y del otro<br />

lado, del pueblo, viene el pri<strong>me</strong>r ladrido, que siempre parece<br />

el mismo, de lo puntual. Es un ladrido solo y a veces como<br />

pelota que rebota y rebota hasta llegar a que yo lo escuche y<br />

otras no. Otras veces viene de golpe, como tiro de escopeta.<br />

Así de golpe y entrador que si no da miedo, por la costumbre,<br />

a lo <strong>me</strong>nos <strong>me</strong>te en el cuerpo algo raro, un frío. A mí <strong>me</strong> gustan<br />

los ruidos. Me gusta cómo empiezan a cruzar y a venir por<br />

el campo como mandados. Porque enseguida contesta el perro<br />

de Miranda y el del pueblo vuelve a contestar y el de Miranda<br />

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