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Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostum- brado a ...

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por vos, Carneiro, que fue como si lo hubieras visto morir. A<br />

los quince años, acuerdensé (los que pueden, los que alcanzaron<br />

a que se los contara algún testigo presencial; quiero decir:<br />

algún testigo presencial de los acontecimientos que siguieron<br />

al acontecimiento): estaban jugando con el hijo de los Vivaut,<br />

con las armas y él apuntó y el seguro estaba corrido, o vaya a<br />

saber cómo fue, y el tiro vino, salió, le destrozó la cabeza al<br />

muchacho, al otro, que era más chico, creo, que ahora casi<br />

andaría por nuestra edad, nos llevaría unos años, es decir que<br />

ya habría muerto pero de viejo, por lo <strong>me</strong>nos. Unos años <strong>me</strong>nos<br />

de los que hubiese tenido ahora Don Tomás si ese tiro,<br />

como dije, no hubiese quedado colgando, esperándolo, tapado,<br />

en el porvenir. Marcándolo, esa bala, para toda la vida.<br />

Para la muerte, <strong>me</strong>jor dicho. Porque desde el mismo mo<strong>me</strong>nto<br />

en que vio el cuerpo del otro, desde el mismo mo<strong>me</strong>nto en<br />

que no quiso ver la cabeza del otro, empezó esa carrera que si<br />

esa vez no terminó en El Salado, en el fondo del río (porque<br />

estaban jugando en la orilla), fue de casualidad, nomás, porque<br />

el agua ya lo estaba tapando cuando llegaron los que habían<br />

oído el estruendo; así que el mismo tiro que había<br />

matado al otro, lo salvó. Pero lo esperó ahí, el tiro, hasta después<br />

de dos viajes al Brasil, hasta mucho después del casamiento<br />

de la mujer que lo amó y a la que al volver por pri<strong>me</strong>ra<br />

vez encontró convertida en la señora Adelina Beatriz Harrington<br />

Dantas de Oliveros, y hasta mucho después de la<br />

muerte de la mujer que lo amó. Lo amó, que lo diga el cáncer<br />

que la cambió en La Mujer que Daba Miedo Mirar, el Cáncer<br />

que la fue degradando hasta ese día en que, velados los espejos<br />

para no verse el pelo largo y desteñido (el pelo que en las raíces<br />

ya no era del color cenizarrojo, rojo acenizado, rojoceniza<br />

de la juventud), tapados los espejos para no verlo a él, a Don<br />

Tomás, el hombre que amaba y tenía el mismo nombre que su<br />

padre, ella murió nombrándolo a él, delante del médico que<br />

dijo que había muerto nombrando a su padre, a Don Tomás.<br />

Y ese día, el de su muerte, supimos por qué ellos compraban la<br />

<strong>me</strong>jor carne, cuando no mataban en la estancia; la carne más<br />

tierna, el lomo. Porque, según dijo el médico (y también dijo<br />

que no pudo convencerla nunca de su error), ella, la que amó<br />

al hombre que se fue al Brasil y que te trajo, se pasaba las horas<br />

tendida con ese trozo de carne fresca, sangrante, en el pecho;<br />

para que los microbios, los bichos, como ella decía (como<br />

el médico dice que ella decía), comieran esa carne y no su propio<br />

pecho, no el pecho que al final claudicó. Y así claudicó el<br />

hombre que se había apartado de ella porque había sido el pri<strong>me</strong>ro<br />

en saberlo, casi a los diecisiete años, y creía que él se lo<br />

había contagiado. Un cáncer imaginario que él nunca tuvo<br />

pero del que siempre huyó. Eso dicen; pero a lo <strong>me</strong>jor no huía<br />

de su culpa, de una culpa inventada; tal vez huía del horror de<br />

saber que amaba a alguien en cuyo cuerpo ya se cavaba la tumba,<br />

de afuera hacia adentro. Por eso, y tal vez por eso, se fue al<br />

Brasil, a sepultarse en el horror del Mato Grosso, del Alto<br />

Xingú. Por eso, y tal vez por eso te trajo, para recordar el horror<br />

de la selva y olvidarse del horror que amaba y crecía en la<br />

Barrancosa, a vos, Carneiro, te trajo, que muy lindo no sos.<br />

así que <strong>me</strong>jor <strong>me</strong> lo bendice mañana, eso le dije, comisario,<br />

y el negro está muerto y yo lo maté. El maizal puro fuego comisario<br />

el maizal el maizal las hojas del árbol donde el negro<br />

de la ciudad oye los tambores, <strong>Bentos</strong>, y te buscan, lo buscan,<br />

los buscaban las largas burdunas que nadan, la sucurí que es<br />

de madera dura y entra en la carne el fuego sobre el cuerpo<br />

en el maizal y ahí está todo largo a largo en el patio, comisario<br />

y el cura no <strong>me</strong> lo quiere bendecir, Don Tomás por eso bailo<br />

por eso bailo<br />

que baile el negro<br />

que baile el negro de la ciudad que ha violado a la hija<br />

de un jefe, <strong>Bentos</strong>, hay que correr, correr por el mato<br />

era la selva, Don Tomás<br />

el mato, <strong>Bentos</strong>.<br />

cómo eran los animales, Don Tomás, cómo era la selva.<br />

Así<br />

y el recuadro de la foto baila<br />

se quema<br />

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