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Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostum- brado a ...

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Burduna, <strong>Bentos</strong>. De madera y dura, filosa, la espada. La<br />

espada. Te buscaban, <strong>Bentos</strong>. Buscaban al negro de la ciudad<br />

al negro fugitivo en la selva que se seca el sudor contra un<br />

árbol traen lanzas.<br />

Traen la larga larga larga espada que llaman burduna y llaman<br />

sucurí y tiene la piel como de aceite y nada en el agua.<br />

Qué es eso, Don Tomás. Eso que cruza ahora.<br />

Una víbora, <strong>Bentos</strong>. La sucurí que es larga y nada y aprieta<br />

y es filosa y de madera dura y te buscan bailá.<br />

Bailo para que no <strong>me</strong> alcancen traen la espada las lanzas.<br />

Corría. Bailabas, Carneiro. Sudá ellos sudaban. Sudan y vos<br />

tenés dos años y hace dos años el negro de la ciudad corre por<br />

la selva. Corro perseguido por los tambores por los tambores<br />

por los tambores.<br />

Como ese que tengo en mi cuarto, <strong>Bentos</strong>.<br />

Qué ordenada tiene hoy la pieza, Don Tomás.<br />

Corré, <strong>Bentos</strong>. Bailá, Kincón. Bailá para que no te alcancen<br />

y traigan la larga espada que se llama burduna y la larga<br />

víbora que se llama sucurí. Bailá, bailá.<br />

Qué es el cáncer, Don Tomás.<br />

Quién es Adelina, Don Tomás.<br />

Cómo era el lugar donde <strong>me</strong> encontró de donde <strong>me</strong> trajo<br />

había gorilas había gorilas, Don Tomás.<br />

Bailá.<br />

1. Quizá fue él mismo, Carneiro, el que <strong>me</strong> <strong>acostum</strong>bró a<br />

su historia. No sé las tardes que pasé, en las veladas del Hotel<br />

Lombardo, hablándole a él y hablando a los demás de su<br />

propia vida. Por esas tardes pude sentir<strong>me</strong> contento, hasta<br />

capaz de no morir demasiado. Saber cosas, transmitirlas, era<br />

un modo de persistir. Sé que muchas cosas morirán cuando<br />

<strong>me</strong> muera, algo va a faltarle a este pueblo cuando <strong>me</strong> vaya.<br />

Falta poco; he resucitado mis viejos cuadernos. En los últimos<br />

—quiero decir los últimos cuadernos, no los últimos<br />

renglones— Kincón gana páginas, se emperra en aparecer<br />

por todos lados.<br />

Su historia, que mal le cuadra a la gastada pobreza de mis<br />

palabras, es difusa; de no haber sido testigo de muchas cosas,<br />

de no haber vivido en este pueblo (de donde él salió) yo mismo<br />

<strong>me</strong> hubiese visto envuelto en imprecisiones, en la cómoda<br />

simplificación de los más jóvenes, de los que han de quedar.<br />

<strong>Yo</strong>, que quedé, que sobreviví a Kincón —ese bruto que nunca<br />

supo (¿nunca supo?) que era de los pocos que se salvarían del<br />

olvido—, quizá pueda ser infiel, quizá pueda dejar<strong>me</strong> llevar<br />

por las ganas de adornar algo, o de juzgarlo. De todos modos,<br />

yo lo vi; y podré ser más exacto que los otros, los que hablan<br />

de él sin conocerlo, los que hablarán de él con los años, cuando<br />

no estemos nosotros para corregir (para desviar) la dirección<br />

de su provinciana mitología. Porque para él mismo, para<br />

Carneiro (quién sería capaz de elegir un nombre definitivo<br />

para nombrarlo, de qué modo secreto se lo traicionaría nombrándolo<br />

de una sola forma), yo fui el encargado de recordarle<br />

su historia.<br />

Confieso que no podría, sin <strong>me</strong>ntir, anotar cada una de las<br />

cosas que supe de Kincón en algunos viajes. He hablado con<br />

gente de Ranchos; esa época, la de Ranchos, fue siempre<br />

—para mí— la más oscura de su biografía. Esa época, ese<br />

pueblo —esa constelación de pueblos que se nombran cuando<br />

se nombra Ranchos, tendidos lerda<strong>me</strong>nte hacia el Brandsen<br />

donde empieza otro mundo, el mundo ruidoso y oxidado de<br />

los pueblos que se tienden vertiginosa<strong>me</strong>nte hacia la Capital—,<br />

nos iba a devolver a un Kincón distinto, crecido en todo<br />

lo que daba. Ahora comprendo que no fue <strong>me</strong>nos oscuro para<br />

la gente de Ranchos; ahora comprendo hasta qué punto pudo<br />

no haber sido clara nuestra idea del Negro, cuando estaba más<br />

cerca de nosotros, acá en Belgrano. Se <strong>me</strong> ha de perdonar<br />

(<strong>me</strong>jor dicho: he de perdonar<strong>me</strong> a mí mismo, porque quién,<br />

qué persona leerá alguna vez estas páginas) la rota cronología,<br />

las veces en que vuelva atrás, las lagunas que voltearán, a veces,<br />

toda la falsa armazón de mis palabras.<br />

Un tal Ganduglia dice que llegó (que vino) a Ranchos en<br />

1917, o 1916. Estas versiones difieren de las que aseguran que<br />

llegó entre el 20 y el 23, a la estación Alegre, y que recién<br />

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