Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostum- brado a ...
Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostum- brado a ...
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daban, y la vista. Se acordó de Rodríguez, el de Ranchos. Me<br />
acuerdo de estas cosas inútiles, para acordar<strong>me</strong> de que no fui<br />
por nada, al final. Ranchos está a unas ocho leguas y ahora<br />
hay colectivo; llegué y, casi sin dar<strong>me</strong> cuenta, le conté a Rodríguez<br />
la historia de la manea. Apenas le nombré a Kincón,<br />
llamó al hermano; juntos, se acordaron con entusiasmo de él;<br />
también se acordaron del comisario Clavijo, que era de Belgrano,<br />
pero estaba en Ranchos, y había trabajado con Carneiro.<br />
Acepté los complicados lazos del destino; fui.<br />
Ahora evoco, apenas, la figura de Clavijo. Cuando nombré<br />
a Kincón en la comisaría de Ranchos fue un coro de vigilantes,<br />
un amontonado vocerío de anécdotas. Hablamos largo.<br />
Debo decir otra verdad: alguna vez colaboré, con una que otra<br />
décima, en El Imparcial de Belgrano y hasta en La Prensa de<br />
Buenos Aires. Alguna vez, también, pensé escribir un libro<br />
sobre <strong>Bentos</strong> <strong>Márquez</strong> Ses<strong>me</strong>ao. El tiempo, como diría el<br />
Dante, pudo más que mi voz; gasté las horas en buscar la manera<br />
en Tácito, en sus interminables Anales; demasiada riqueza,<br />
ya, para que a un pobre viejo de pueblo le fuera concedida,<br />
además, la gracia de escribir un libro.<br />
Al tiempo de ese viaje a Ranchos <strong>me</strong> llegó un sobre con<br />
algunas hojas; al pie de una de ellas, de la última, estaba el<br />
sello del comisario inspector Clavijo, su firma, una nota disculpándose<br />
porque “mi profesión no es el periodismo”. Quiero<br />
transcribir la pri<strong>me</strong>ra parte, que él llamó:<br />
1er. RELATO<br />
Al correr los años 1920 al 1923, más o <strong>me</strong>nos, llegó a la<br />
estación Alegre correspondiente al Partido de General Paz<br />
(Ranchos) un parroquiano de unos 35 años de edad; según sus<br />
manifestaciones, era oriundo del Brasil, este personaje tenía<br />
física<strong>me</strong>nte un parecido a los “chimpancés”, persona ésta de<br />
una estatura <strong>me</strong>diana, de <strong>me</strong>diano grosor, cutis negro, cabello<br />
mate, sus extremidades (piernas) eran curvas, teniendo un característico<br />
modo de caminar en virtud que al hacerlo lo hacía<br />
con un ligero balanceo, según sus manifestaciones su nombre<br />
y apellido era Marcos <strong>Bentos</strong> Ses<strong>me</strong>ao, pero por su característica<br />
personal lo llamaban “Quincón”, allá por el año 1923 en<br />
la estación Alegre mantuvo una discusión con un parroquiano<br />
de apellido Páez, en tales circunstancias, éste le disparó seis<br />
tiros de un revólver a su contrincante Ses<strong>me</strong>ao, con tan mala<br />
puntería que ninguno de los proyectiles dieron en el blanco,<br />
pero los mismos hicieron impacto sobre un galpón de cinc<br />
perteneciente a la estación ferroviaria cuyos orificios todavía<br />
existen, después de haber efectuado los disparos Páez, su contrincante<br />
en forma muy serena le efectuó un disparo de revólver<br />
de una distancia aproximada<strong>me</strong>nte de 40 m dando en el<br />
blanco y causándole la muerte en forma instantánea, dicho<br />
disparo lo hizo con tan buena puntería que el proyectil se le<br />
incrustó entre las cejas a Páez.<br />
—te volvimos a ver allá por el treinta, treintiuno, <strong>me</strong>jor dicho.<br />
Pasó por Villanueva, para el lado de Belgrano. Venía de<br />
Ranchos. Ya era cabo, ya te habían puesto las tiras, Carneiro.<br />
Me acuerdo bien de ese día, porque era el pri<strong>me</strong>ro del otoño.<br />
Era un otoño que venía despacio y las siestas quemaban, bajo<br />
el tinglado de la estación. En aquel tiempo la estación era<br />
todo: correo, hasta comisaría. El camino puro polvo y por ahí,<br />
por el polvo empezamos a verte. Mejor dicho vimos alzarse la<br />
tierra desde lejos, casi desde la curva de Ranchos, donde el<br />
camino cruza las vías. Un viento tan despacioso como el otoño,<br />
tan así de lerdo pero seguro, pasaba como al descuido; <strong>me</strong><br />
acuerdo bien, porque era la hora del tren. También <strong>me</strong> acuerdo<br />
de un olor a paja hú<strong>me</strong>da, a lluvia vieja en los charcos. Todos<br />
esos olores que la lluvia parece matar, cuando asienta la<br />
tierra y que, cuando el sol vuelve y llena la siesta, parece que<br />
resucitaran. Hablo de esos olores porque cuando Carneiro<br />
pasó todo lo que iba a quedar era un olor a nafta y a tierra, a<br />
motor recalentado y a aire recalentado. Era la hora del tren y<br />
mirábamos para el lado de Ranchos, porque ya le habían dado<br />
la salida. En ese tiempo nos íbamos a la estación, desde el<br />
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