Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostum- brado a ...
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vaina. De modo que el inglés Harrington, o Harrintong, nunca<br />
supe dónde hay que poner esa maldita g, no tuvo que decirle<br />
siquiera a su mujer (la madre de ella) que pasara la<br />
propiedad que había sido de su padre a nombre de él, que era<br />
su marido, que la había hecho llamarse para siempre Mariana<br />
Beatriz Dantas de Harrintong, porque ya era de él, porque ya<br />
había crecido a lo largo de esa tierra, ya había estirado el límite<br />
posible de La Barrancosa hasta co<strong>me</strong>rse a La Chumbeada,<br />
ya había recuperado definitiva<strong>me</strong>nte lo perdido aquella lejana<br />
mañana del negro. Acuerdensé de la historia: un mulato, en<br />
los campos de Dantas, en esos campos que eran casi tan grandes<br />
como los de El Negrete cuando El Negrete era del príncipe<br />
Jorge, de la Real Corona Inglesa. Un mulato trabajando de<br />
peón de patio. Y ése, Harrington, que llega desde Buenos Aires<br />
trayendo el <strong>me</strong>nsaje de un capitán de barco, porque era<br />
marinero, y se queda. Y que una noche, a los dos <strong>me</strong>ses, se<br />
despierta y encuentra al mulato espiando por la ventana de la<br />
hija de Dantas, a Mariana Beatriz, y, a estar con lo que cuentan,<br />
el negro saca un cuchillo y él se ve obligado a matarlo.<br />
Acuerdensé: el caudillo que sale y dice que le debe la vida de<br />
su hija, o el honor, o algo de eso, y que agarre un caballo y<br />
corra en dirección al río y al <strong>me</strong>diodía clave una estaca. Fijensé<br />
que recién amanecía. Pero Dantas sabe. Le dice que corra,<br />
pero hace las cosas al revés, le dice que corra en dirección al<br />
río y que todo el campo que quede desde la estaca hasta el río<br />
es de él. O sea lo que digo: que a cada pisada del caballo Harrington<br />
pierde terreno. Pero sabe que el viejo lo está probando.<br />
Entonces pide el caballo más ligero, y la franja va a ser<br />
corta, fue corta. Pero. Por eso digo recuperado lo perdido<br />
aquella mañana sudorosa en que corría, correría, <strong>me</strong> imagino,<br />
sin pensar en el negro muerto que había estado espiando a la<br />
que iba a ser su mujer, la mujer con la que final<strong>me</strong>nte se clavó<br />
a la tierra para engendrar esa muchacha que ya a los trece<br />
años, apenas subió al pri<strong>me</strong>r caballo, se mostró cruzando de<br />
un fustazo a Anselmi, porque le había rigoreado el animal. Y<br />
así arrancó el pri<strong>me</strong>r rumor (después el inglés se enloqueció,<br />
acuerdensé), mucho, mucho antes de que Don Tomás se fuera<br />
para volver y encontrarla casada con Oliveros, y nosotros supiésemos<br />
(pero eso debe haber sido después, mucho después)<br />
por qué compraban la <strong>me</strong>jor carne para ella cuando Don Tomás<br />
volvió, cuando ya se llamaba Adelina Beatriz Harrington<br />
Dantas de Oliveros. Y desde esos trece años, y en Buenos Aires,<br />
y en Brasil, y en la pieza donde se iba a pegar el tiro, él,<br />
Don Tomás, el de El Negrete, el hijo del duro inglés Healy<br />
que pri<strong>me</strong>ro fue administrador de la Corona en El Negrete y<br />
después dueño del Negrete, Don Tomás Healy hijo, el pintor,<br />
el que trajo a este negro de mierda, a Carneiro, el que te trajo,<br />
amó a esa mujer.<br />
Iulapití. Tacumá. Me sé bien de <strong>me</strong>moria todas esas cosas<br />
que escribió Don Tomás y que en la terminación o antes<br />
cuentan que <strong>me</strong> encontró. Claro que mucho no lo entiendo, y<br />
sé que para entenderlo hay que tener los años de instrucción<br />
que Don Tomás tuvo, sobre todo en colegios extranjeros. No<br />
<strong>me</strong> voy a poner a decir que lo entiendo, porque nunca fui<br />
hombre que quiera cagar más alto que el culo, como este Miranda<br />
que ya quiere ser patrón del Negrete y salir para el pueblo<br />
pasando por la tranquerita vieja que yo <strong>estoy</strong> en derecho<br />
de clausurar. En derecho y en deber, la verdá. Porque hacer<br />
respetar mi terreno es hacer respetar la <strong>me</strong>moria de Don Tomás<br />
y a eso <strong>estoy</strong> bien obligado. Para algo él <strong>me</strong> enseñó a leer<br />
y los signos y <strong>me</strong> dejó el diario ese del Brasil para que <strong>me</strong><br />
acordara de él y para que supiera que él siempre se acordó de<br />
mí. <strong>Yo</strong>, que supiera yo que él siempre se recordó de mí. Y eso<br />
es lo que hago cuando ya no <strong>me</strong> quedan ganas de fumar ni de<br />
los fósforos, que al final es un vicio jodido porque <strong>me</strong> vuelve<br />
en los sueños, que siempre ando soñando con hogueras y con<br />
fuego. Los sueños son lo más bravo por eso del recuerdo. Uno<br />
está acá, en el campito, aguantandosé lo de no salirle ya al<br />
Miranda ese, ahora que ya está como de más no salirle con esa<br />
noticia del diario, de Oliveros. Aguantándole de no salirle y<br />
esquivándole a lo que uno tanto anduvo y se sufrió. Sufrió,<br />
sufrir. Iba a decir que como un negro pero eso es sudar. Uno<br />
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