Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostum- brado a ...
Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostum- brado a ...
Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostum- brado a ...
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vuelve a contestar y el del pueblo vuelve a volver a contestar y<br />
de golpe hay como un redondel de ruidos que va a durar largo.<br />
Claro que al rato uno ni lo siente, de lo <strong>acostum</strong><strong>brado</strong>. Que<br />
eso es lo que tienen las cosas, tirando a viejo. Que si no se para<br />
la oreja no se escucha nada, de tanto que sabe uno escuchar lo<br />
mismo siempre, y así con todo. Con lo de escuchar y con lo de<br />
tomar y con lo de oler y con lo de mirar, que no hay una novedad<br />
así de chiquita ni nada nuevo ni nada. Algo de eso era lo<br />
que decía Don Tomás, creo, del campo. Pero a él le gustaba.<br />
Que era como una persona que nunca muere ni nunca morirá<br />
y ve todas las cosas todo el tiempo, el campo. Eso decía Don<br />
Tomás, <strong>me</strong> acuerdo bien. Me lo acuerdo tan de <strong>me</strong>moria<br />
como los ruidos y <strong>estoy</strong> <strong>acostum</strong><strong>brado</strong> a esas hojas del cuaderno<br />
de Don Tomás lo mismo que con los ruidos, que uno se<br />
<strong>acostum</strong>bra antes que el sol de noche de Miranda esté prendido<br />
del todo. Y cuando se prende el farol la casa de Miranda es<br />
como un agujero en el <strong>me</strong>dio del campo y dan ganas de tirar<br />
cosas. Palos y cosas, a embocar.<br />
Ese que está ahí, ese que usted ve a unos cien <strong>me</strong>tros, recortado<br />
contra la pared, borroso en la <strong>me</strong>dia luz del crepúsculo es<br />
el hombre que usted va a matar dentro de poco. Se llama <strong>Bentos</strong><br />
<strong>Márquez</strong> Ses<strong>me</strong>ao, o Marcos <strong>Bentos</strong> Ses<strong>me</strong>ao, y tiene setenta,<br />
tal vez ochenta años. Llegó al pueblo muchos años antes<br />
de que usted naciera; su nombre, ese nombre largo y solemne,<br />
se le fue perdiendo con el tiempo. Su historia, mucho más larga<br />
y mucho <strong>me</strong>nos solemne, quizás empiece a volver cuando usted<br />
le haya clavado la última puñalada. O tal vez después, cuando<br />
usted limpie su cuchillo en el pasto (no por indiferencia sino<br />
por miedo, por sacarse de encima las marcas del terror, la caliente<br />
sangre que verá bailotear durante más de <strong>me</strong>dia hora enfrente<br />
suyo, enloquecida en las venas, más fuerte que las venas<br />
que la contienen, más perdurable que la carne oscura cuya danza<br />
usted no va a poder olvidar, porque así como lo está viendo<br />
ahora quieto contra la pared lo va a ver dentro de poco hacer<br />
imposibles piruetas hasta agrandar este mismo crepúsculo, o el<br />
de mañana, o el amanecer de un día de éstos), y corra al pueblo,<br />
con los ojos agrandados del susto y esa rara alegría de quienes<br />
salen de la muerte, para contar que ha matado a Kincón.<br />
Está muerto. Hace un rato berreaba como los chanchos,<br />
por lo <strong>me</strong>nos antes de la siesta. Así de colorado como una<br />
brasa de tanto darle con ese ruido que era el único que le conocía.<br />
Se le ponían los ojos color de tierra de tanto chillar y<br />
hacerle fuerza al lloro que ya no le salía. La Felisa decía que<br />
era de capricho porque lo alzaran, pero ahora yo creo que el<br />
capricho era de ella, de la misma Felisa. Si no, cómo no darse<br />
cuenta de que se le iba a morir.<br />
<strong>Yo</strong> no sé si salía a mí o a quién salía, porque de tanto y<br />
tanto llorar desde que nació era puro colorado y difícil de saberle<br />
el color. Pero yo no hice más que levantar<strong>me</strong> de la siesta<br />
y ahí estaba, todo ya blanco en el patio. Así que nada más<br />
pude verlo y <strong>me</strong> vine al pueblo. Si estuviera Don Tomás bastaría<br />
con ir hasta el Negrete, pero ya hace tiempo que Don<br />
Tomás se pegó el tiro. Así que lo único que hice fue taparlo<br />
un poco y subirle sobre unas piedras el cuero donde estaba<br />
tirado, para que no le anduvieran por encima las hormigas. Ni<br />
le dije nada a la Felisa, porque para mí ya lo sabía, pero pensaba<br />
que no se le podía hacer. Así que <strong>me</strong> vine al pueblo.<br />
Hacía calor, y eso es jodido porque con esto del camino al<br />
ce<strong>me</strong>nterio ya han bajado todas las plantas y ni así de sombra,<br />
comisario, ni así de sombra. Andaba un poco y <strong>me</strong> paraba y<br />
andaba otro poco y <strong>me</strong> paraba y así. En el boliche de Archile<br />
<strong>me</strong> paré por unas copas pero no dije nada, total ellos en qué<br />
<strong>me</strong> podían ayudar, digo yo. Ellos no usan cajones a no ser los<br />
de cerveza, y ahí adentro no debe ser muy cómodo para nadie,<br />
por chico que se sea, con eso de que está lleno de cuadraditos<br />
de las botellas. Y ya que había llorado tanto, que descansara<br />
en paz. Eso pensé yo.<br />
Así que <strong>me</strong> tomé una o dos, y una sola vuelta al truco, que<br />
para truco andaba. Y <strong>me</strong> le animé otra vez al calor y <strong>me</strong> vine al<br />
pueblo. Ya llegando se hacía <strong>me</strong>jor, por la sombra de las casas,<br />
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