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TEORÍAS DEL BARROCO Alejandro García Malpica Resumen Se ...

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No. 23, Año XII, Vol. XII, Julio Diciembre 2004<br />

<strong>TEORÍAS</strong> <strong>DEL</strong> <strong>BARROCO</strong><br />

<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

<strong>Resumen</strong><br />

<strong>Se</strong> trata por medio de un desplazamiento de perspectiva analizar el<br />

concepto de barroco y su resurgencia en la postmodernidad. Como Janus,<br />

el barroco depende de lo clásico para transgredirlo y he allí una de sus<br />

máscaras. Dicho recorrido como deriva interpretativa nos conduce hacer<br />

barroco en el barroco; no podemos fijarlo a una figura perenne, ni tampoco<br />

es suficiente ubicarlo en un período histórico como también es insuficiente<br />

convertirlo en un artificio o como un hecho natural.<br />

Palabras clave: barroco, postmodernidad.<br />

TEORIAS OF THE BAROQUE<br />

Summary<br />

It is by means of a perspective displacement to analyze the concept of<br />

Baroque and their resurgencia in the postmodernidad. As Janus, the<br />

Baroque depends on the classic thing to transgress it and there is one of<br />

its masks there. This journey as interpretive drift drives us to make<br />

Baroque in the Baroque, we cannot fix it to a perennial figure, neither<br />

neither it is enough to locate it in a historical period as well as it is insufficient<br />

to transform it into an artifice or as a natural fact.<br />

Words key: Baroque, postmodernidad<br />

Quisiera llamar la atención y la difidencia del destinatario de las<br />

Teorías del Barroco, acerca de las reducciones, simplificaciones,<br />

disyunciones y dilataciones que la temática nos suscita. Esta insinuación<br />

suspicaz y reactiva, donde relucen ciertos vestigios paranoides, tan sólo<br />

desea otorgarle al barroco y a sus nuevas manifestaciones, la expresión<br />

activa y dialógica que le han restado y le han detraído en los distintos<br />

ensayos de su definición. <strong>Se</strong> trata pues, de restituirle su polisemia,<br />

descargar la culpabilidad dromedaria de su significante en una unidad<br />

explosiva y simbiótica de lógicas que lo investigan, que a la vez se nutren<br />

unas de otras, se complementan, se concurren, se parasitan mutuamente,<br />

209


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

se oponen y se combaten a muerte. De manera que nuestra mirada<br />

activa es un desplazamiento de perspectivas, una evaluación de la<br />

transmutación de sus valores, una afirmación de la fuerza barroca que<br />

se mide contra la pesadez de quienes se han propuesto fijarla y hacerle<br />

perder su diálogo y su circulación, siempre desviante con las nuevas<br />

tendencias del arte.<br />

Las “razones” y las “sin razones” que han estudiado al barroco, las<br />

que lo han despreciado “como una de las variedades de lo feo” (Croce,<br />

1957:518), las que lo han reducido y verificado como objeto de ciencia en<br />

los espacios de la “infalibilidad” histórica y positiva, y la de los otros,<br />

quizá más poetas o filósofos, armados de las réplicas de los elán vitalistas<br />

(D’ Ors, 1983: 181) de la persistencia y evolución natural de los estilos y<br />

su fase de imaginación exuberante (Focillon, 1936), cada una de estas<br />

“razones”, vistas a través de sus rejillas, se han erigido como un episteme<br />

condicionador de su conocimiento o de su posibilidad, o muy bien, como<br />

diría Gerald Holton, como una themata iterativa que diseña sus<br />

configuraciones que han y darán lugar a sus formas. Pero, como miradas<br />

estos paradigmas nos han empobrecido, nos han ofuscado, nos han<br />

prejuiciado y petrificado la movilidad del barroco, han amordazado las<br />

voces de su ambigüedad, han desvanecido sus perfiles estéticos y se han<br />

borrado sus marcas diferenciales: a partir de sus virtudes veritativas,<br />

éstas miradas han generado muchos vicios para su interpretación<br />

polifónica, una binaridad simbólica, disyuntiva, un pensar dicotómico muy<br />

desgastado que no comprende la desterritorialización, la multiplicidad, la<br />

proliferación, la abertura y la impureza de la problemática, es decir, su<br />

no-disyunción; una lógica binaria, biunívoca que busca la unidad principal<br />

y pierde su fragmentariedad y pluralidad. La disyunción del clasicismo<br />

ha impuesto esta mirada donde las formas se encuentran compartidas,<br />

centralizadas, jerarquizadas unas con respecto a las otras y vienen a<br />

organizar la materia, encargándose cada una de estas miradas de una<br />

parte que cree ser la más importante, ya sea la visión histórica<br />

taxonomizadora e identificadora de los rostros (y no de las máscaras)<br />

barrocos en un espacio y en un tiempo o, ya sea la de las constantes que<br />

en contrapunto con la anterior, nos obliga a definir el barroco como la


Teorías del Barroco<br />

antítesis del clasicismo y no perciben que el barroco también parodia,<br />

cita, ruge y regaña al clasicismo, así como nos lo dicen los filósofos<br />

deseantes Gilles Deleuze y Félix Guattari: “jamás se ha podido trazar<br />

una frontera bien nítida entre el barroco y lo clásico. Todo el barroco<br />

gruñe en el fondo de lo clásico” (Deleuze y Guattari, 1980:417). Es el<br />

bramido del caos, la ubris turbulenta que rechaza la distinción, la separación<br />

y la armonía que construye sobre ella el artista clásico y cuya potencia<br />

destructora es la potencia creadora que vuelve a desintegrar a dike, la<br />

ley y el equilibrio. Esta binaridad modelada en el Historicismo vs. Eonismo,<br />

Clásico vs. Barroco, Armonía vs. Dispersión es una lógica pivotal donde<br />

la heterogeneidad y la multiplicidad de la expresión barroca no es<br />

capturada por la acentuación de uno de estos elementos y no explican ni<br />

su esplendor histórico, ni su contemporaneidad estética y menos aún, el<br />

nuevo diálogo que nos plantea con las vanguardias del presente. Por lo<br />

tanto, y como lo veremos, la palabra barroca, fruto del malentendido y de<br />

la elucidación de las tendencias en las Historias del Arte, oscila por una<br />

parte, entre un sentido de eternidad y totalidad que acompaña a todas las<br />

sociedades en su proceso de desgaste o de crisis y por la otra, oscila<br />

entre un sentido historicista, sociológico, delimitador riguroso de su campo<br />

cultural y limitador de su sobrevivencia y actualidad.<br />

No obstante, por asfixia se expele una tercera posición negadora<br />

de las otras dos, que de igual modo quiere desde su exilio respirar la<br />

corriente de aire interior que los paradigmas antes mencionados sofocan<br />

y es aquella construida a partir del poeta Paul Valéry (1942:35), cuando<br />

decía que “es imposible pensar seriamente con palabras como Clasicismo,<br />

Romanticismo, Humanismo, Realismo (…) –y podríamos adicionar,<br />

Barroco-. Uno no se embriaga ni se desaltera con etiquetas de botella”.<br />

Efectivamente, el barroco con todas sus reducciones e inflaciones,<br />

de la conversación a la polémica se pasa de uno a otro sentido, de lo total<br />

a lo residual, del confinamiento a lo extenso, del Todo a la Nada, mientras<br />

que una cuarta posición, que es la del perspectivismo Leibniziano y la de<br />

su comentarista neo-nietzscheano Gilles, Deleuze, ve en el barroco un<br />

rasgo que si muy bien ha existido en todas las artes, es lo propio del<br />

barroco, se trata del pliegue (le pli): “el no deja de hacer pliegues (plis).


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

Él no inventa la cosa: hay todos los pliegues venidos de Oriente, los<br />

pliegues griegos, romanos, góticos, clásicos… Pero el curva y recurva<br />

los pliegues, los conduce al infinito, pliegue sobre pliegue, pliegue según<br />

pliegue. El rasgo del Barroco es el pliegue que va al infinito” (Deleuze,<br />

1988: 5). Este llevar el pliegue hasta el infinito, hace de la materia un<br />

universo curvilíneo de pliegues, repliegues y despliegues, un movimiento<br />

en torbellino, en laberinto. De allí, para Leibniz, el objeto remite a una<br />

transformación del punto de vista del sujeto, puesto que este punto de<br />

vista o perspectiva, es el punto de vista sobre la variación. <strong>Se</strong> rompe la<br />

unidad del sujeto y por supuesto lo invariante del objeto se escinde también,<br />

el orden invariante pasa a ser una variedad más o una perspectiva entre<br />

otras perspectivas del sujeto. Tales pliegues de los objetos producen tantos<br />

puntos de vista. Lo único que hay en común es el de ser diferente. De<br />

esta manera leemos en la Monadología: “Así como una misma ciudad,<br />

mirada desde diferentes lugares, parece completamente distinta y está<br />

como multiplicada en sus perspectivas, ocurre de igual modo que, gracias<br />

a una multitud infinita de las sustancias simples, hay como tantos diferentes<br />

universos, que, sin embargo, no son sino las perspectivas de uno sólo<br />

según los diferentes puntos de vista de cada Monada” (Deleuze, 1988:57).<br />

El barroco, en materia de perspectiva no se trata de una variación<br />

de la verdad a partir del sujeto, sino la condición por la cual aparece al<br />

sujeto la verdad de una variación.<br />

Pero hay quienes piensan, como Christine Buci-Glucksmann (1986:<br />

73) que el perspectivismo barroco debe acentuar su locura de ver (folie<br />

du voir), ese “enigma” de la visibilidad alojado en un cuerpo videntevisible,<br />

donde se realiza el pasaje de lo visible hacia lo invisible, que según<br />

Merleau-Ponty (1964) es “una suerte de locura de la visión que permite<br />

que yo voy por ella al mismo mundo, y que, sin embargo, con toda<br />

evidencia, las partes de este mundo no coexisten sin mi” (1964:106).<br />

Dicha evidencia, permite la irrupción de una estética y de una “ontología”,<br />

el lugar del arte y el acceso al <strong>Se</strong>r, diferente a la metafísica de la<br />

representación y de la presencia contraria a la metafísica del Cogito<br />

(Merleau-Ponty, 1964: 181) y su identidad pensamiento-ser, la visión<br />

despoja, ausenta desapropia en infinidades de movimientos al sujeto, le


Teorías del Barroco<br />

otorga salidas fuera de sí. No se trata de ver el afuera, sino ser visto por<br />

él, “existir en él”, “ser seducido, captado, alienado por el fantasma”. En<br />

esta hipérbole o lo que Lacan denomina la fase del espejo, en este caso<br />

una privación, la visión se coloca como metavisión, como un mirar de la<br />

mirada, ya que en su primer desdoblamiento del cuerpo y del ser, aquí<br />

sentirse cuerpo es un verse imagen, con su pasaje fragmentario y parcial.<br />

Tal ontología de la visión, o ese enigma de la locura de ver, interpretada<br />

por Buci-Gluksmann, a partir de Merleau-Ponty y Lacan es un reencuentro<br />

en fuga o un placer de perderse en un laberinto donde se hallan los<br />

diversos aspectos del ser. Es, enraizar la locura de ver en una “suerte de<br />

leibnizianismo sin Leibniz”, porque el ver plural sometido a los puntos de<br />

vista de las mónadas, debe borrar de las perspectivas el arreglo de un<br />

Dios que haya dispuesto estos veres en una armonía pre-esteblecida. La<br />

ciudad de Leibniz con sus múltiples entradas y su pérdida de identidad<br />

hace del ser una intersección de las miradas. El ver en perspectiva hace<br />

del ser un sistema de múltiples entradas, de laberintos sin destino y en<br />

ausencia de Dios.<br />

Contraria a la filosofía platónica donde el arte representa el ser o el<br />

Bien o la belleza remite a las ideas, ahora la estética instaura una teoría<br />

de los efectos sensibles, donde lo visible no se agota en un alcance<br />

trascendental, sino es acercándose a lo invisible. De allí, el primer teorema<br />

de lo Barroco: “Ver no es más <strong>Se</strong>r”, “más uno ve, menos uno es, más<br />

uno es, menos uno ve”. El mirar, porque “nunca es objetivable”, “flota”<br />

como diría Lacan, en la falta de su lugar. El Barroco conduce a un “retiro<br />

del <strong>Se</strong>r” ya que la afirmación de este último para la mirada, se manifiesta<br />

en su “manera”, disfrazándose en mil artificios, enmascarado, disfrazado.<br />

Pero esta afirmación de simulacro del ser, que en su trasfondo no es<br />

nada más que su retiro; más allá del perspectivismo óptico se impone la<br />

Nada, traducido el deseo en ese juego de máscaras. Ella, a continuación<br />

sería la quinta posición sobre la definición del Barroco, la nuestra.<br />

Una quinta posición que abraza la del Deseo, pues ella le pide al<br />

Barroco lo que el Deseo es: que no tenga ninguna relación con la lógica<br />

binaria o con el inventario histórico, ningún lazo con los estantes y<br />

repertorios pesados del saber positivista, ni con las fijaciones de etiquetas,


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

ni con los deslindes contextuales, que el Barroco no esté del lado de las<br />

adquisiciones, de la propiedad privada de las ideas, ni de las<br />

territorializaciones del saber estético. El Barroco como el Deseo, a pesar<br />

de su consumo desde el siglo XVII, no está consumado, y por este hecho<br />

en tanto que producción del Deseo, por esta falta de, no conoce la Muerte,<br />

porque si no, se extinguiría, dejaría de proliferar su falta de realización<br />

final; por su persistencia, por su movilidad, sus máscaras, su politopía, su<br />

pancronía, se dificulta su definición. Al igual que el Deseo, difícil es<br />

definirlo, porque la substantivación del Barroco comienza justamente<br />

donde termina la obra: él se debate contra su propia plenitud; al repletar<br />

la falta comienza paradójicamente su horror pleni, pero no para expulsarlo,<br />

sino para seguir contagiándolo por medio de los desplazamientos, los<br />

crecimientos suplementarios de objetualidades parciales como captura<br />

fallida del objeto total; el Barroco se inicia allí, en ese espacio de silencio,<br />

cuando los significantes se han apagado y nos dejan una nada<br />

ensordecedora, la onomatopeya del Deseo, ese silencio de belleza que<br />

es la condición para hablar o escribir, o crear, densidad inagotable que<br />

nos impulsa a significar o figurar, allí, en esa desgarradura callada donde<br />

se nos dan las cosas para expresar; el barroco se lanza en ese silencio de<br />

penumbras cuando las máquinas terminan la edición, en ese lugar ausente<br />

de la obra que no aparece en la representación y que sin embargo la<br />

genera, -opacidad del silencio, todos esos espacios de invisibilidad<br />

profunda, de densidad inagotable que se encuentran después del marco,<br />

fuera de los límites, seducción de la ausencia, lugar de las desapariciones<br />

que fundamentan la representación y nos invita a insuflarlo. En el momento<br />

en que todos los espacios están saturados de repleciones, de ornamentos<br />

y profusiones, es cuando el barroco comienza, cuando el vacío está<br />

henchido de formas historiadas, es ese otro espacio de la falta, el otro<br />

lugar por colmar, en ese deseo de llenar con nuevos fantasmas, en el<br />

silencio del órgano castrado, en ese vacío esencial, es cuando el barroco<br />

se libera de la muerte creada por él mismo: su plenitud; cuando ha llenado<br />

el vacío que lo arrojó a nacer, -espejismo del Deseo, es el instante en que<br />

manifiesta su necesidad de vivir, y con su demasía y su horror vacui,<br />

empieza pues de nuevo a rendir su cuenta con la Nada, es decir, la Muerte,


Teorías del Barroco<br />

oquedad a vestir, a disfrazarla una vez más, a enmascararla, hasta poblarla<br />

de nuevos fantasmas para prolongar su goce, otra vez, hasta el límite de<br />

la Muerte y seguir deseante … El final de la obra, la amenaza del silencio,<br />

la violación de los intervalos han asimilado el Barroco al Deseo y lo han<br />

conminado a la posibilidad de un sin-límites: su nacimiento es la condición<br />

de su muerte y su muerte es la prolongación de su nacimiento.<br />

De esta vida sin límites, espacio de la falta de o en esa falla abierta<br />

o espacio del demasiado de por llenar, de estos sentidos valorizados,<br />

neutros, amplios o restringidos, deseantes e incurables, concurre el<br />

dialogismo barroco que se quiere restituir, esa unidad en estallido,<br />

contradictoria, simbiótica, que puede incluir además de esa Nada de una<br />

sexta definición, definición que nos planteaba Moret en los años 30 cuando<br />

los estudios sobre el barroco rompían las cercas de las artes plásticas y<br />

de la arquitectura para insertarse en la expresión literaria y especialmente<br />

en la poesía lírica alemana. Moret en su libro “El lirismo barroco en<br />

Alemania” nos advertía que “es legítimo trasponer al terreno literario la<br />

noción artística de barroco. Esas dos categorías ofrecen un paralelismo<br />

notable desde diversos puntos de vista: son igualmente indefinibles”.<br />

Así como es indefinible para algunos, también encontramos que la<br />

noción inunda la totalidad del arte. Es la posición del cineasta Federico<br />

Fellini cuando respondía a una entrevista: “Pero después de todo, ¿Qué<br />

es lo que no es Barroco en materia de arte?”.<br />

La crítica de arte y ciertos grupos de comunicadores sociales<br />

contemporáneos etiquetan de barroco a las personalidades y a los artistas<br />

de aspecto y expresión extravagante, sobre todo aquellos que asombran<br />

y desentonan al público. Con este esquema, cuyo decálogo y<br />

prescripciones reclaman la mesura, el orden, el buen sentido, se extiende<br />

la designación de barroco a las figuras y objetos más disímiles,<br />

identificables, tal vez, en el frutecer de la actriz brasileña Carmen Miranda,<br />

el film de vanguardia de Alain Resnais y de Alain Robbe-Grillet, L´année<br />

dernier á Marienbad, incluyendo el folklore kinésico y objetual de algunos<br />

pueblos, los platos de la cocina indostana: el nase-gorem, de Cachemira,<br />

el murghi-khorma, el couscous beréber, el mondongo venezolano y por


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

qué no, el batido “Superman”, bebida que ofrecen las areperas caraqueñas,<br />

una suerte de conmixtión insólita de jugos de frutas, yema de huevo, vino<br />

tinto, zanahoria y ojo de ganado; todo eso licuado. Podemos agregar los<br />

Carnavales de Rio de Janeiro, hasta los espectáculos de grupos de rock<br />

“barroco” como los presentados por la banda inglesa Pink Floyd cuando<br />

le daba “brillo a su diamante loco”. Desorden, mezcla, aleaciones, kitch,<br />

pavosidad, neorriquismo y los sueños de Gengis Khan se incorporan<br />

asimismo en esta quinola denominada por Eugenio D´Ors (1983:121-<br />

130), “barocchus vulgaris”, “barocchus officinalis” y el “barrochus<br />

posteabellicus”.<br />

Muchos estudiosos han extendido el barroco fuera de sus límites<br />

históricos y espaciales; más allá de la prolijidad diacrónica de Barockbegriff<br />

que se periodiza desde Heinrich Wölfflin a partir del año 1580 hasta<br />

1670, la propagación de la figura barroco no ha dejado de producir cierta<br />

nostalgia para algunos críticos franceses. Así lo percibimos en Pierre<br />

Charpentrat (1967:19). Para él ha sido “saludable” la inflación del término,<br />

pero no deja de denunciarla, pues el barroco lo reconoce como un arte y<br />

una investigación que ha tenido su “marcha triunfal” a través de los<br />

tiempos. Sin embargo, la noción por su expansión y por su fragmentariedad,<br />

ha dejado de ser propiedad privada de los profesionales de la definición.<br />

Como lo hemos exhibido en nuestro desplazamiento activo de perspectivas,<br />

el barroco ha sido desterritorializado y ya no pertenece solamente a los<br />

sabios. <strong>Se</strong> siente la añoranza de Charpentrat y en su plañido se ausculta<br />

su inquietud como un padre por el destino de la noción, cuando se<br />

pregunta: “¿Quizás pronto no vivirá, sino entre las manos de aquellos que<br />

reciben las palabras definidas o no?”. (1967:19)<br />

La transmutación de los valores se hace explícita en esta evaluación<br />

reveladora de la polifonía del barroco. Las razzias populares, la invasión<br />

de la industria cultural, introducen al barroco en los campos de fuerza de<br />

la cultura. Su imagen antropo-cosmológica se ha desacralizado. Los<br />

ángeles y las volutas ya no son más expresiones de la gloria, de aquellos<br />

palacios de artificios cuyas ilusiones celestiales los artistas construían<br />

con fiebre, atormentados por el Bauwurn, sordos ante los signos forajidos<br />

de la modernidad que luego los convertiría en adornos para el hogar. La


Teorías del Barroco<br />

intensidad del barroco que en otra época era compartida por la<br />

intelligentsia y por las élites aristocráticas capaces de respirar el ozono<br />

de los dioses, de entender su código estético, cognitivo, aquellos<br />

privilegiados de la sociedad que poseían el “don personal” y no sociológico<br />

de gozar ese imaginario monial que en el fondo era demonial, ese éxtasis,<br />

les ha sido arrebatado por los “bárbaros”, toda esa suerte de “beocios”,<br />

“filisteos”, “faranduleros”, “conserjes”, “periodistas”, etc. Lo “grandioso”<br />

del barroco se banaliza con el desarrollo de los mass-media y se le sustrae<br />

su fuerza desmesurada, se pacifica su contradicción, contradicción latente<br />

que los papas, los políticos, los ecleasiásticos de la época tridentina no<br />

notaban, porque el barroco se enmascaraba con oropeles y teatralidad.<br />

Las burguesías han visto en él un valor aristocrático que han reprimido<br />

y las burguesías tesaurizadoras una especie de demencia improductiva<br />

peligrosa de imitar. De esta manera, masificado por el aparentar la<br />

ostentación a través del consumismo objetual, el barroco en la modernidad<br />

se ha compartido en la pluralidad de las voces, se le codifica desde<br />

múltiples formas, desde la moda hasta la gloria y siendo sinónimo de<br />

ampuloso, él se adentra en el código denotado que pasó a ser de todos y<br />

por ser de todos es de nadie. Escritores que asumen la práctica barroca<br />

como <strong>Se</strong>vero Sarduy, logran incorporar en sus textos esta “degradación”<br />

que lamentan los puristas de la definición y la combina con otras<br />

semióticas, otros estratos, lingüísticos otorgándole vitalidad a lo que para<br />

los académicos es un horror, una vulgaridad o quizás un kitch. Cruzando<br />

distintos códigos, “cultivados” y “bárbaros”, “científicos” y “doxológicos”,<br />

“superior” y ¿kitch? y convirtiéndolos en riqueza dialógica, es decir,<br />

combinando esas relaciones de asociación y de oposición entre un número<br />

de semiótica en pugna por imponer su legitimidad o dominación, injertando<br />

en el espacio de un diálogo de diferentes texturas sociolingüísticas, Sarduy<br />

nos construye la apoteosis del artificio, tal como lo leemos en Cobra a<br />

través de su personaje homónimo que canta en las boites nocturnas,<br />

mambos en esperanto y sufre de delirios derrideanos. O bien, en su texto<br />

Maitreya, cuando cae la tarde y en ese inmenso silencio de los templos<br />

tibetanos, el buda reencarnado va durmiéndose y a lo lejos se escuchaban<br />

flautillas funerarias: “era la orquesta Aragón”. En cambio, la “Academia”


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

quisiera nuevamente apropiarse y rescatar al barroco, quisiera<br />

recobrárselo a la lengua doxológica empleada por los “bárbaros” que lo<br />

violenta con su homogeneidad, y su vulgaridad reducidas al neo-riquismo,<br />

al Xanadú Hollywoodense de las burguesías y al populismo consumista.<br />

Es el caso de Jean Rousset quien se despide lloroso y siente su impotencia<br />

para contener la “carnavalización” (empleo la noción de Bakhtine) referida<br />

anteriormente. El autor de La littérature francaise de l´age baroque<br />

(Rousset, 1953:312) se lamenta de las vicisitudes y las infidelidades por<br />

las que ha pasado el barroco en cuanto a su designación. ¡Él, quien lo<br />

había redescubierto y promocionado!; quien le había identificado sus<br />

marcas temáticas, en la máscara, en la nube, Circe y el Pavo Real, en el<br />

espejo, en la burbuja, en la inconstancia, en lo efímero y en Don Juan, no<br />

podía soportar semejante perfidia. Pero, precisamente, Rousset, el<br />

conocedor de sus características se había olvidado que el barroco es<br />

como Don Juan, pues lanza su esperma heterotópica en diversos lechos,<br />

en el sagrado de las damas, sin importarle el estatus social a quien se la<br />

derrama; se burla de las definiciones rígidas o monológicas; ¿Acaso el<br />

¿barroco? O ¿Don Juan? ¡no es inconstante, como Rousset lo describe!.<br />

El barroco como el seductor pone en cuestión la futilidad de las<br />

disyunciones sociales., las separaciones entre “cultos” y “bárbaros”, pues<br />

él es la expresión del Deseo y aparece en los distintos lugares sociales<br />

donde hablan los cuerpos, inclusive y como veremos más adelante, hasta<br />

en la parte femenina de Dios. El barroco como Don Juan inyecta la<br />

ambigüedad y el desorden, es decir, la pluralidad en un mundo dominado<br />

por el orden y la razón. Ya nos lo advertía Tirso de Molina, probablemente<br />

antes de 1625: “Guárdense todos de un hombre/que a las mujeres engaña/<br />

y es burlador de España”(versos 1485-89/1980:87). Así como Don Juan,<br />

errancia, fugas, multiplicidad, una panoplia de movimientos y torsiones<br />

expresan la polifonía nocional del barroco (1). Por su infidelidad (¿la de<br />

quién?, ¿la del barroco? o ¿la del deseo? ¿no será una batología de las<br />

que le gustaban a Roland Barthes?), por su felonía, Jean Rousset le da<br />

su “Adieu au baroque”: “ ¿Es necesario abandonar lo que se ha amado,<br />

quizá indiscretamente? <strong>Se</strong>ría abandonarse a sí mismo. No es justo ni<br />

elegante aparentar quemar lo que uno ha adorado, sobre todo, si uno


Teorías del Barroco<br />

continúa adorándolo en secreto. Pero, cómo no taparse la cara ante los<br />

desbordamientos suscitados estos últimos años en la prensa y en las<br />

revistas, y aun en los libros, por una palabra devenida mágica que parece<br />

haber roto todos los diques semánticos: lo que recibe demasiado sentido<br />

corre el riesgo de no tener ninguno” (Rousset, 1968:239).<br />

Otro de los autores que quisieran reparar las roturas de los “diques<br />

semánticos” por donde se rezuma el barroco, es Claude Gilbert Dubois<br />

(1973:256); para él, la noción ha envejecido y sufre la muerte por su<br />

utilización pancrónica, óbito causado por la moda y los abusos del lenguaje.<br />

Para Jeanyves Guérin la propagación de la noción barroco en un afuera<br />

polítopo y multitemporal genera delicados problemas teóricos e históricos<br />

“que deberían incitar a la circunspección y a la humildad, si no al rigor<br />

(2).<br />

Mimesis de Ariadna. En este recorrido de las afirmaciones en donde<br />

el barroco no se refrena y retoña sobre las mutilaciones juiciosas que se<br />

le han imputado, una novena posibilidad de accidente le proponen y es<br />

aquella que declara su crítica al Logocentrismo inconmovible, analizador<br />

de las cosas en términos de medida y de orden, de identidad y diferencia,<br />

pensamiento sedentario que habla a través de los discursos monológicos,<br />

apologéticos de la Univocidad de la Obra, en fin, univocidad auspiciada<br />

por la racionalidad positivista. A diferencia de este falologocentrismo y<br />

con el objetivo de descentrar dicha racionalidad impostora, surge la<br />

proposición del filósofo Jean-Marie Benoist la cual quiere ser un viaje y<br />

una diseminación de la noción de barroco, una errancia activa que lo<br />

saca de los anclajes identificados a su historia y a su geografía, un vuelo<br />

que trasciende la armadura inconsciente de la época que lo registra.<br />

Para ello, Benoist ve el desplazamiento barroco a través de la figura<br />

kantiana, es decir, que el “esquema de un concepto puro del entendimiento<br />

es algo que no puede ser puesto en ninguna imagen”(Benoist, 1983:13).<br />

La estética del barroco como formante articuladora de una variedad de<br />

expresiones, exhibe sus figuras, pero en ninguna una imagen empírica,<br />

ya que dichas figuras puras se reinvierten, se articulan más allá del situ<br />

de su origen. Son esquemas profundos cuyos movimientos tienen que


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

ver con el hecho de que “el inconsciente esté estructurado como un<br />

lenguaje” de acuerdo a la hipótesis de Jacques Lacan, es decir, que el<br />

mecanismo de las formaciones del inconsciente se asimila a los<br />

mecanismos del lenguaje de acuerdo con dos figuras fundamentales: la<br />

metáfora o condensación y la metonimia o deplazamiento. La falta-deser<br />

de la estética del barroco en su relación con el objeto (que le falta) se<br />

inscribe en el significante, pero en un significante parcial, metonímico<br />

que toma la parte por el todo. Hace un esfuerzo por colmar la falta<br />

conduciéndolo a un significante asociado, contiguo, complementario. Esta<br />

falta-de-ser que no aparece bajo la aparente libertad del movimiento de<br />

la obra, como formante, se expande más allá de los confines inconscientes<br />

de su época, sobrepasan el episteme que los configuró y los ordenó, pero<br />

sus huellas se hunden y se escapan para subvertirlo, discontinuarlo,<br />

introducen el desarreglo en lo que lo animaba: “Aquí los esquemas o<br />

formantes del barroco: rueda, deriva, desplazamiento a partir de una falta,<br />

etc., que no se dejan reducir a ninguna imagen empírica o sensible de<br />

ellas mismas, componen este alfabeto de “formas” que Bachelard había<br />

reconocido como arquetipos: ellos serán activos y formadores de<br />

conceptos, de reglas de espacio, a condición de que se les arranque del<br />

sitio de su surgimiento a fin de hacerlos escritura activa y programática<br />

de topoi (Benoist, 1983:14). La figura de Benoist, o lo que Foucault<br />

denomina el “doblete empírico trascendental”, alfabeto de formas no<br />

inédito que le sirve para proponer una estética del barroco, no logra<br />

definirla sino en tanto que heterogeneidades convergentes y adversas,<br />

pero que esconden el esquema profundo, del cual se percibe su gusto y<br />

permite una reflexión sobre sus condiciones de posibilidad o<br />

trascendentalidad. La figura colinda, por su base lacaniana, con la del<br />

Deseo. Ella nos ofrece un esquema que es una sujeción formante que<br />

deriva en un desarreglo tendido hacia los enigmas o la seducción por<br />

alcanzar esa falta o como diría Lacan “hacia el deseo de otra cosa” que<br />

no es sino la metonimia, las partes (Lacan, 1966:518), los fragmentos, el<br />

descentramiento.


Teorías del Barroco<br />

Por la misma constelación lacaniana, pero acentuando la región<br />

del exceso y de la alteridad para convertirlas en una razón otra, Christine<br />

Buci-Glucksmann construye una razón barroca (1984) en la modernidad,<br />

a partir de Baudelaire y Walter Benjamín y también de los grandes mitos<br />

femeninos como el de Salomé o el de Lulu. Siendo el término razón<br />

barroca algo desafiante para la entidad logocéntrica que nos ordena,<br />

algo provocador en la medida que se le confiere razón a lo que se ha<br />

estigmatizado como delirante y de falta de identidad se inscribe, pues, en<br />

una de las figuras más utilizadas en el barroco, como lo es el oxymoron,<br />

es decir, la conjunción de contrarios y de antónimos o estética de la<br />

alteridad o paradoja amorosa. La razón barroca no opera su conocimiento<br />

por identificación o por asimilación, sino en la neutralización del Otro.<br />

Para ella, toda alteridad verdadera no surge sino del fondo de lo nosintético,<br />

inasignable, desestabilizador del Yo-identidad. Por eso la relación<br />

erótica como lógica paralógica o paradoja amorosa sería este fondo<br />

moderno del barroco. La razón barroca es efracción, fractura de otra<br />

ética, la de la Ley que reúne a todos. De allí su recepción privilegiada de<br />

la alteridad, de la alteridad propia de lo femenino, la noche, la mujer, el<br />

sueño (3), de aquello excluido de lo simbólico, sin nombre (4), sin identidad,<br />

sin ser, excluido de lo “molar” (5) y de la lógica. Este femenino (“origen<br />

mismo de la alteridad”, según E. Levinas) es el del cuerpo y sus<br />

transfiguraciones, sus accidentes, “objeto mirada”, un femenino material<br />

que no es el del pudor o el de la maternidad.<br />

La razón barroca como oxymoron de Eros hace imposible fijar las<br />

apariencias en relación a una referencia substancial o identitaria. De<br />

donde su alejamiento del centro hacia el infinito, hacia la Alteridad, pues<br />

como distanciamiento de Eros, es el teatro seductor y tramposo de los<br />

cuerpos que se alejan de la historia para verla como una catástrofe<br />

(W.Benjamin), un gran desorden del mundo que el barroco estetizará.<br />

Alejamiento también de las figuras de la modernidad: CENTRO y<br />

TOTALIDAD, las cuales serán neutralizadas por la escritura de los<br />

oxymoron oponiéndoles su catástrofe intempestiva. Fragmentado, el<br />

barroco usará, desde luego, el testimonio de la alegoría cuya naturaleza<br />

etimológica de allos, el otro, jugará a decir otra cosa que la que quiere


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

decir o jugará la máscara de decir una cosa para hacer comprender otra.<br />

Ella nos mostrará que la lógica de los cuerpos, de la vida y de la muerte,<br />

del sentimiento, no coincide con los efectos identitarios del PODER, ni<br />

con los del CONCEPTO, es la catástrofe como puesta en escena del<br />

fragmento, de lo ingobernable.<br />

La razón barroca expresa una materialidad infinita, la de imagen y<br />

cuerpo y siguiendo a Lacan es la exhibición del cuerpo evocando el goce,<br />

pero es un goce otro, llamado femenino, no fálico (Lacan, 1975:67-71).<br />

Entre el goce de Dios y el de la mujer se declina la misma locura: La otra<br />

cara de la locura es el goce total, imperativo y continuo y aparece como<br />

mujer, como la parte femenina de Dios. Si en el hombre el goce es fálico,<br />

en la mujer el goce es del cuerpo. Por eso Lacan designa al barroco<br />

como “la regulación del alma por la scopia corporal” (1975:105), “todo<br />

es exhibición de cuerpos evocando al goce” (6). Pues si el cuerpo de<br />

Cristo no vale sino es por la incorporación oral a través de la comunión o<br />

la devoración de un cuerpo en una pulsión oral sublimada, es ésta<br />

exhibición del cuerpo que evoca el goce infinito.<br />

Una décima definición se diseña sobre el barroco y es la de Walter<br />

Benjamín. A partir de un primer escrito de 1916 que le sirvió de modelo<br />

como lo fue: “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje humano”<br />

(7). Benjamín radicaliza su investigación y tiende a alejarse de su relación<br />

con la estética romántica. En sus dos primeros escritos sobre el tema<br />

barroco de la misma fecha: “Trauerspiel und Tragödie” y “Die Bedeuntung<br />

der Sprache in Trauerspiel und Tragödie” (8), el autor se pregunta: ¿cómo<br />

el lenguaje de manera general se nutre del duelo y cómo puede ser<br />

expresión del arte? <strong>Se</strong> trata de un duelo sobre el mundo que después de<br />

la pérdida de sus nombres ha caído en la confusión de las significaciones<br />

abstractas y una solidaridad con una parte de la literatura alemana que<br />

por su culto al duelo la adosa a la lamentación hebraica. Con ello, quiere<br />

confrontar la tragedia y el drama barroco con dos ideas opuestas en la<br />

historia y la religión. La angustia sufrida por las religiones occidentales<br />

desde la Reforma introducirá una especificación del drama barroco frente<br />

a un mundo desencantado. La intertextualidad de su intención es retomada


Teorías del Barroco<br />

del concepto de secularización del sociólogo Max Weber, de<br />

espacialización de Henri Bergson y la mirada melancólica tal como fue<br />

grabada por Durero, un siglo antes del drama barroco (9).<br />

<strong>Se</strong> acentúa el concepto de origen como interpretación de la<br />

intensidad y autenticidad original, por la que una forma impone una idea<br />

en el mundo. Esta forma no siendo modelada por un genio soberano<br />

gravita en los escritores de la época. Dicha forma estética no es epigonal<br />

puesto que ella, no es una renovación de la tragedia griega. Para Benjamín<br />

la tragedia moderna está enlazada a un tiempo preciso de la historia, es<br />

una “profecía agonal”, en cambio, la tragedia griega está fundada en el<br />

mito. La “profecía agonal”, se enuncia por medio de la lucha muda de los<br />

protagonistas que desconocen el lenguaje del dios nuevo: El espectáculo<br />

del sufrimiento del héroe enseña a la comunidad el respeto y la gratitud<br />

hacia esta palabra, la cual por su muerte el héroe enseña a la comunidad<br />

el respeto y la gratitud hacia esta palabra, la cual por su muerte el héroe<br />

la ha hecho un don, una palabra que a cada nueva versión el poeta extrae<br />

de la fábula, se pone a brillar en otra parte como un don sin cesar, renovado.<br />

(Benjamín, 1970:115).<br />

El mundo de la era barroca es vacío, abandonado por Dios; es el<br />

producto de una secularización. El espíritu barroco para dar cuenta de la<br />

ausencia de la Gracia en la existencia terrestre, remite al estado del<br />

pecado original constitutivo de la criatura humana desde la expulsión del<br />

Paraíso. Contrariamente a lo que sucede en la tragedia donde el héroe<br />

se eleva por encima del estado de la criatura, el Barroco acepta el carácter<br />

ineluctable de este estado.<br />

Las figuras y las imágenes que propone el drama barroco las extrae<br />

del genio de La Melancolía de Durero. Una mirada melancólica sobre el<br />

mundo vacío de su substancia religiosa. En la melancolía él ve una revuelta<br />

de la vida misma contra su devaluación por una fe ascética como es la<br />

del protestantismo.<br />

Otra figura es la alegoría, siendo para Benjamín la esencia principal<br />

a salvar la cual debe diferenciarse con su polo oculto como es el símbolo.<br />

Su estudio sobre el barroco es la restitución del concepto estético de


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

alegoría, reprochando el carácter teológico de la noción de símbolo de<br />

los románticos. La alegoría para Benjamín no es un tropo o una figura de<br />

estilo que viene a reemplazar una idea por otra que le es análoga. Él ve<br />

en ella un concepto estético que abarca por su coherencia una visión del<br />

mundo. Desde el punto de vista teológico, la intención alegórica depende<br />

de la historia de la naturaleza, de la historia primitiva de la significación.<br />

En la teología de la historia, el nombre se degrada en signo. De allí, la<br />

ausencia arrasada por la tristeza, el duelo de Dios ausente que permite<br />

surgir las formas complementarias del símbolo y de la alegoría, definidas<br />

en función de la categoría del tiempo: “Aún cuando en el símbolo, por la<br />

sublimación del decline, el rostro transfigurado de la naturaleza se rebela<br />

furtivamente en la luz de la redención, en cambio, en la alegoría es la<br />

facies hippocratica de la historia que se ofrece a la mirada del espectador<br />

como un paisaje primitivo petrificado. La historia, en lo que ella siempre<br />

ha tenido de intempestivo, de doloroso, de falta, se inscribe en un rostro<br />

–no una calavera. La alegoría es destructiva, mientras que el símbolo<br />

eleva a una potencia superior a la bella apariencia. En la intuición alegórica<br />

“la imagen es fragmento de escritura sagrada. A partir que ella es tocada<br />

por la luz de la ciencia teológica su belleza simbóloca se volatiza. El falso<br />

semblante de la totalidad se disipa”.(Benjamin,1970:115).<br />

Llegamos a la décima primera definición. Es la del semiólogo italiano<br />

Omar Calabrese (1989) quien propone el término neobarroco para<br />

designar el fenómeno cultural de la postmodernidad, encontrando ésta<br />

última expresión equívoca y genérica a su vez. Sin tratar de imponerle<br />

una fidelidad a la noción neobarroco, Calabrese tan sólo pretende designar<br />

con ella la forma de un contenido, la representación de un surtido de<br />

hechos culturales que “por una forma interna específica (…) puede evocar<br />

el barroco” (1989:31). El autor no quiere sugerir malentendidos con el<br />

prefijo neo para inducir a creer en la idea de repetición o recurrencia del<br />

barroco como un eon en la actualidad, ni tampoco para hacer entender<br />

desde un punto de vista historicista una nueva etapa. Ni metahistórico ni<br />

histórico, con el enunciado neobarroco quiere designar una cierta<br />

morfología o ciertas formas del barroco que coexisten en la actualidad,<br />

pero con sus especificidades y diferencias; por lo tanto negará el principio


Teorías del Barroco<br />

de reversibilidad. No obstante, a pesar de no querer acentuar las<br />

dicotomías históricas y metahistóricas, estas últimas aparecen en el estudio<br />

bajo las formas de sistemas, “al analizar los fenómenos como textos,<br />

independientemente de la búsqueda de explicaciones extratextuales”<br />

(1989:37). No es preciso recordar que las búsquedas extratextuales son<br />

contenidos históricos. Asimismo, se inclina a lo metahistórico al identificar<br />

en los textos “las morfologías” subyacentes, articuladas en diversos niveles<br />

de abstracción (Loc. cit.) Como tercer paso de su método formal,<br />

Calabrese mantiene la separación cartesiana del sujeto y el objeto:<br />

“separar la identificación de las morfologías de la de los juicios de valor,<br />

de los que las morfologías están investidas por diversas culturas” (Ibid).<br />

Luego, a partir de este marco formal se observa que la historicidad de<br />

los objetos es una manifestación de superficie, variable en el tiempo, de<br />

un efecto morfológico. El efecto morfológico barroco se caracteriza por<br />

categorizaciones que “excitan” al desorden. Así sucesivamente, de la<br />

comparación del modelo barroco procederá a la búsqueda del neobarroco<br />

en las manifestaciones históricas y por tipificación de las formas tendientes<br />

a un ritmo dinámico, a la excentricidad, a la inestabilidad, la metamorfosis,<br />

las formas informes, el desorden, el caos, los laberintos, la complejidad,<br />

la disipación, la distorsión y la perversión. Es así como Calíbrese, tomando<br />

las figuras objetales de la actualidad nos vuelve a marcar la dicotomía<br />

Clásico (orden)-Barroco (desorden) en el intento de su definición del<br />

barroco.<br />

De todas estas razones que hemos desplazado, de pronto, surge<br />

una pregunta: ¿Tiene la noción de barroco, a pesar de sus diversidades, a<br />

pesar de sus errancias, alguna pertinencia? ¿Acaso existe un sentido de<br />

esta palabra Barroco que unificaría en ella acepciones tan diferentes?<br />

¿Existe un sentido del Barroco que, fugándose de la definición totalizante<br />

y eterna y evadiéndose de la definición residual e histórica entre las<br />

cuales oscila, testimoniaría sobre ambas? Por fin, ¿Qué es el barroco?<br />

Por lo que hemos visto en esta transmutación de valores, existen diversas<br />

economías de su noción, entre las cuales prevalecen, la histórica o<br />

reductiva, es decir, ahorrativa , que busca el retorno a las fuentes y a los<br />

contextos, y la otra más moderna que busca derrochar el término en


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

nuestra modernidad y postmodernidad y quiere hacer barroco con el<br />

barroco.<br />

Las respuestas que se han dado a estas preguntas son tan variadas<br />

y polémicas que desde los principios de la nominación del barroco no han<br />

dejado de causar errores y reflexiones que le han conferido su coloración<br />

polisémica y sus matices peyorativos. Si nos remontamos al primer<br />

diccionario de la lengua francesa en donde apareció el término por vez<br />

primera, en 1690 como es el de Furetière, barroco lo definía de esta<br />

manera: “Es un término de joyería que se aplica a las perlas que no son<br />

perfectamente redondas”.<br />

En portugués, barroco se emplea para designar la perla irregular,<br />

tal como lo dice <strong>García</strong> de Orta en los Coloquios dos Simples e drogas da<br />

Indias (10). “Huns barrocos mal afeiçoados e ñao redondos, e com aguas<br />

mortas” coloquios fechados en 1563. <strong>Se</strong> trataba pues, de esas perlas<br />

barrocas que los portugueses cultivaban y exportaban desde Broakti o<br />

Baroquia de las Indias.<br />

La palabra berrueco que equivale a barroco en castellano se usa<br />

también en el segundo tercio del siglo XVI, en el lenguaje de las joyerías.<br />

En el Tesoro de la lengua Castellana de Covarrubias (1611), barrueco<br />

designa a la perla irregular y berrueco denomina al peñón granítico, y de<br />

allí surge “berrocal, tierra áspera, y llena de berruecos que son peñascales<br />

levantados en alto: y de allí entre las pérolas ay unas mal proporcionadas<br />

y por la similitud le llaman berruecos”.<br />

Luego de estos nombres rocosos, nudosos, tumorales, quistosos y<br />

proliferantes, barroco pasó a ser una figura de silogismo. Tal vez Barroco<br />

proviene del nombre de un pintor alumno de los Carraci, Federico Barocci<br />

(1528-1612) discípulo quizás muy amanerado (Sarduy, 1972)<br />

Ya para 1711 comienzan sus matices despreciativos, pues Saint-<br />

Simon lo utilizó en sus Mémoires con un sentido de extraño y chocante.<br />

La misma definición que dio Furetière en su Dictionnaire Universel<br />

de 1690, fue recogida en el Dictionnaire de l´Académie Francaise en su<br />

primera edición de 1694: “Barroco, adjetivo. <strong>Se</strong> dice solamente de las


Teorías del Barroco<br />

perlas que tienen una redondez bastante imperfecta. Un collar de perlas<br />

barrocas”. En la edición de 1740 introducía el sentido figurado: “Barroco<br />

se dice también en lo figurado para lo irregular, bizarro, desigual. Un<br />

espíritu barroco, una expresión barroca”.<br />

En la Encyclopédie, en su suplemento de 1776, firmado por<br />

Rousseau dice: “Barroco, en música; una música barroca es aquella cuya<br />

armonía es confusa, cargada de modulaciones y disonancias, la entonación<br />

es difícil y el movimiento violento”.<br />

Las adjetivaciones peyorativas con respecto al barroco continúan<br />

profiriéndose en 1788. Quatremère de Quince, escribe en la Encyclopédie<br />

Méthodique: “Barroco, adjetivo. El barroco en arquitectura es matiz de<br />

bizarro y lo es en el refinamiento y en el abuso. Lo que la severidad es a<br />

la sabiduría del gusto, el barroco lo es a lo bizarro, es decir, es su<br />

superlativo. La idea de barroco entraña en sí la del ridículo llevado al<br />

exceso”.<br />

En el siglo XVIII, Francesco Milizia privilegiando a las artes clásicas<br />

retoma las expresiones de Quatremère de Quincy para definir al barroco<br />

en su Dizionario delle belle arti del disegno publicado en 1797: “Barocco<br />

é il superlativo del bizarro, l´ecceso del ridicolo”.<br />

En la Francia del siglo XVII hubo una propensión a bufonizar las<br />

palabras procedentes del español, se les asaltaba sus significados iniciales,<br />

se les vaciaba para imponerle uno despectivo. De esta manera, bizarro<br />

que significa en nuestra lengua “valiente, animoso, generoso y espléndido”<br />

pasó a ser en francés sinónimo de raro, extraño, divertido, anormal, barroco.<br />

El Dictionnaire de Littré, cuando se refiere al barroco dice, “que es de<br />

una bizarrería chocante”. De igual manera, el Dictionnaire Robert, que<br />

todos utilizamos actualmente, nos dice que el barroco es de una<br />

“irregularidad bizarra” y lo acompañan como sinónimos las palabras<br />

estrafalario, chocante, extraño, excéntrico, irregular.<br />

Ante este menosprecio, por supuesto, los antónimos son altamente<br />

valorizados y se escudan en el gran prestigio de la Civilización Occidental:<br />

“clásico, normal, regular”, todos ellos protegidos por la sobriedad, la


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

armonía, el “buen gusto”, la Razón. Dicho de otra manera, el barroco se<br />

contrapone a clásico, se contrapone a Razón. En tal noción, parece que<br />

no existe según la opinión abrogadora del clasicismo, “un equilibrio interior<br />

y profundo”, que el barroco no posee la serenidad del artista que busca<br />

la perfección acabada”, sino que él domina la desmesura, “la falta de<br />

reglas” y el “capricho”. Tiene razón Benito Pelegrín (1983:21) al afirmar<br />

que el barroco es atacado por la rabia y por los estragos del Cartesianismo.<br />

Descartes lo decía: “el buen sentido, es la cosa del mundo mejor<br />

compartida”. Ese “buen sentido”, esa sabiduría razonable, la media del<br />

consenso social, ese espíritu natural, denotado, compartido por todos,<br />

ese saber que clasifica a las mixturas confusas en términos de identidad<br />

y diferencia y que no acepta más los “trompe-l´oeil, de la ilusión cómica,<br />

del teatro que se desdobla y representa un teatro, del quid pro quo de los<br />

sueños y de las visiones” (Foucault, 1966:65), ejerce con su tranquilidad,<br />

su mesura, una violencia terrible con su sentido único, homogenizador,<br />

pues es la voz imperialista de la ortodoxia que se asume como la fuerza<br />

de lo mayoritario, de la oficialidad, del “aparato de captura”, del Estado,<br />

de la sintaxis, de la socialidad, de la familia, que reprime a todos los<br />

sentidos “prohibidos”, condena a lo insensato, a la locura, a la desviación<br />

y excluye a los desordenes renovadores que infringen las máquinas de<br />

guerra en el corazón mismo de lo clásico. La forma de lo clásico ha sido<br />

la mirada despectiva hacia lo barroco, forma como nos dice Pelegrín,<br />

que es conforme y quisiera ser uniforme.<br />

Reinado de la avaricia. Al menos Jacob Burckhardt fue uno de los<br />

primeros en escribir sobre el Barroco. En 1860, en su Cicerone (1953),<br />

lo condenaba como un arte inferior al del Renacimiento. Orientado en la<br />

teoría neoclásica y en su consecuente racionalismo este historiador vio,<br />

sin embargo, más allá del antinaturalismo y las torsiones, una derivación,<br />

un pasaje entre el Renacimiento y el Barroco. Pero es Heinrich Wölfflin<br />

el que irradia las nociones barrocas hasta extenderlas al campo de la<br />

literatura. Establece los contrastes del luminismo y el tenebrismo que<br />

serán las constantes barrocas. En su libro: Conceptos fundamentales en<br />

la Historia del Arte (1961), escrito en 1915, oponía dentro de sus antítesis<br />

el barroco al Renacimiento clásico, los veía como dos estilos diferentes.


Teorías del Barroco<br />

Contrapuso cinco pares de categorías para estas dos expresiones artísticas<br />

–según él- discontinuas: 1) Lineal y Pictórica, el artista del renacimiento<br />

busca la línea, el dibujo, mientras que el barroco busca el color, la disolución<br />

de la forma plástica, para hacerla movible, inaprensible y borrarles los<br />

límites para darle impresión de infinito. 2) Superficial y Profundo. 3)<br />

Forma cerrada y forma abierta. 4) Claridad y falta de Claridad. 5) Variedad<br />

y Unidad. Con la ruptura que nos proporciona Wölfflin entre Renacimiento<br />

y Barroco, se modelan y se marcan las disyunciones entre las tendencias<br />

continuistas y discontinuas de estos dos períodos estudiados por la Historia<br />

del Arte.<br />

Con estas pistas históricas, el trabajo de investigación sobre el<br />

barroco partió, como hemos visto, de Alemania, se trasladó a Italia y<br />

finalmente a Francia donde hasta fechas recientes no se había investigado<br />

por el peso y el prejuicio del clasicismo, dejando en claro, la excepción<br />

pionera de Marcel Reymond en 1912 cuando escribió su libro: De Michel-<br />

Ange à Tiepolo (1912), allí él demostraba que el pensamiento cristiano<br />

había tomado la dirección del arte en contra del Renacimiento, puesto<br />

que éste arte no era profundamente religioso. Reymond distinguía el arte<br />

severo de la Contrarreforma de la segunda mitad del siglo XVI del barroco<br />

romano del siglo XVII, propagación del primero, pero mucho más<br />

deslumbrante.<br />

En la Alemania de 1921, Werner Weisbach (1921) escribía una<br />

tesis donde afirmaba que el barroco había sido la expresión de una<br />

civilización católica, e introducía las primeras delimitaciones históricas,<br />

las primeras reducciones contextuales que vieron en el movimiento de la<br />

Contrarreforma de la Iglesia, en la expansión de la Compañía de Jesús y<br />

en la autoridad del Papado como las determinantes propicias para<br />

identificar el barroco como arte de la Contrarreforma. Esta obra se publicó<br />

en castellano (Weisbach, 1942) en 1948 bajo la traducción de E. Lafuente<br />

Ferrari, el cual se había apropiado de las tesis de Weisbach y las<br />

manifestaba en un estudio preliminar a la traducción. Allí ve en el barroco<br />

la reacción contra la creación pagana del Renacimiento que había ocultado<br />

el verdadero arte del Occidente Cristiano, el gótico.


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

En 1923, Benedetto Croce publicaba su Storia dell´eta barocca in<br />

Italia (1957); armado con el clasicismo y el purismo, su libro fue una<br />

reacción contra los historiadores alemanes con el propósito de<br />

demostrarles que el barroco era un arte contrarreformista, decadente y<br />

de mal gusto; un arte que no reflejaba en sus contorsiones los progresos<br />

de la ciencia, del derecho. Para Croce, el barroco ocultaba un período de<br />

plenitud intelectual y política basado en los impulsos del progreso y la<br />

razón.<br />

Para los autores franceses E. Préclin y Victor L. Tapié en su estudio,<br />

Le XVIIe siècle. Monarchies cantralisées publicado en 1943, asimilan<br />

el barroco con el Absolutismo. Para ambos autores el barroco es el arte<br />

de la época de crisis y de rebeliones sociales que coadyuvaron al<br />

fortalecimiento de la monarquía absoluta que restauró y legitimó los<br />

intereses señoriales y se apoyó en la propiedad de la tierra y en la<br />

revaloración de la propiedad agraria. En un libro posterior, publicado en<br />

1957, Victor Tapié (435) nos planteo la tesis según la cual, el barroco<br />

nacería del gusto y del placer que las gentes rurales encontraron en ver<br />

desplegarse con exuberante ostentación el lujo y la riqueza de los nobles.<br />

Esta tesis histórica es refutada con un argumento más modernista por el<br />

historiador José Antonio Maravall en su libro La cultura del barroco (1975).<br />

Para este autor español, las ciudades, la protesta contra el gobierno<br />

expresada por curas, pintores y gentes del pueblo inclina más la balanza<br />

hacia las urbes, hacia las sediciones contra la monarquía absoluta.<br />

Maravall identifica el barroco como un concepto histórico, “un concepto<br />

de época” y no un estilo que se supone se repite en la historia humana. El<br />

barroco comprende los tres primeros cuartos del siglo XVII, concentrando<br />

su intensidad entre el año 1605 a 1650. Es una época que se caracteriza<br />

por tener una economía en crisis, por trastornos monetarios, guerras<br />

económicas y una solidificación de la propiedad agraria señorial, lo cual<br />

produjo un empobrecimiento de las masas y la inestabilidad social,<br />

dominada por la imposición represiva de la Monarquía sobre una sociedad<br />

“masiva” que cunde en el anonimato y en la despersonalización que<br />

transita con un sistema anónimo y mecánico de producción.


Teorías del Barroco<br />

Maravall convierte a la cultura del barroco en una suerte de<br />

conductismo integrador que prepara “respuestas a planteamientos”<br />

(p.132). <strong>Se</strong>gún él, “el barroco no es sino el conjunto de medios culturales<br />

de muy variada clase, reunidos y articulados para operar adecuadamente<br />

con los hombres (…) a fin de acertar prácticamente a conducirlos y a<br />

mantenerlos integrados en el sistema social” (p.132).<br />

Dentro de la visión que ve una continuidad histórica entre el<br />

Renacimiento y el Barroco se encuentra la del historiador alemán Helmut<br />

Hatzfeld (1964); según él, la cultura italiana había penetrado en España<br />

causando una variación en el Renacimiento que se desarrollaba en ésta,<br />

formando así el barroco. España alterando el orden renacentista asumiría<br />

las formas barrocas de Italia y las expandiría en Francia, en la misma<br />

Italia, Inglaterra, Alemania y en los países protestantes. El barroco es un<br />

“Renacimiento Hispanizado”, el paganismo neoclásico sometido a la<br />

disciplina contrarreformista.<br />

En este balance de las tendencias historicistas que observan el<br />

barroco como un arte reaccionario, como una expresión de los valores<br />

contrarreformistas, o bien, que por su deseo de contextualizar el espacio<br />

y fijar el tiempo en fases o períodos de su acción cultural, o por su deseo<br />

de establecer la génesis ya sea en Italia en la opinión de Victor Tapié, o<br />

en España según Pierre Francastel y Watkin, o la necesidad de distinguir<br />

un barroco católico y uno protestante en la visión de Arnold Hauser, o<br />

establecer la continuidad entre el Renacimiento y el Barroco según<br />

Burckhardt, o su ruptura, según Wölfflin, en todos ellos se encuentra un<br />

deseo de rigor, de precisión que lo que hace es reducir y no complejizar<br />

el barroco. Al acentuar alguno de ellos la determinación de que el barroco<br />

servía a las monarquías absolutas y a la Iglesia Católica, al adjetivarlo<br />

reaccionario, irracional, para contraponerlo a lo subversivo de la Razón y<br />

por ese afán de demostrar los logros metódicos de la razón moderna,<br />

encontramos la paradoja del personaje de la novela de Alejo Carpentier<br />

en El siglo de las Luces (1970), Victor Hughes, cuando portaba las<br />

declaraciones de la Libertad y los Derechos del Hombre y a su lado, la<br />

gran Máquina, la guillotina. Es la misma Razón libertaria que reprobaba


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

a los cantantes castrados después de la Revolución Francesa, según nos<br />

narra Dominique Fernandez en su novela Porporino (1974), allí en el<br />

reino de Nápoles que era la metrópolis de la ópera en el siglo XVII. La<br />

anomalía de los cantantes castrados la adherían a las taras del Antiguo<br />

Régimen, las “relacionaban con las extravagancias de la clase ociosa,<br />

sus costumbres licenciosas o sofisticadas” (p.12). Encontramos que al<br />

institucionalizarse la Razón, ya sea en los despotismos iluminados, en la<br />

Ilustración, en el Positivismo, en el Estado, en el Liberalismo y en la<br />

Tecnocracia, vemos pues, como se convierten en ideologías<br />

centralizadoras y totalitarias y es allí donde el barroco por su desmesura<br />

y su irracionalidad se convierte en subversión. El orden antiguo y nuevo,<br />

las teologías positivistas no son sino una restauración de la fe, -y piensen<br />

en Comte, en el Progreso, bajo el ropaje de la cientificidad. Su discurso<br />

central, firme, económico, metódico, magistral, expulsa al pensamiento<br />

móvil, ambiguo, polifónico y parodiador del barroco, ese pensamiento<br />

que ha captado la complejidad de las determinaciones, porque su<br />

nomadismo, su velocidad, su heterodoxia abre las puertas al disentir, al<br />

goce, al gasto improductivo o lo que Jean Duvignaud denomina el<br />

“sacrificio inútil” que pone en discusión a las acciones rentables,<br />

ahorrativas y planificadoras de la razón (1980:104-127).<br />

Por fijar el radio de acción de una noción, se olvidan que el flujo<br />

barroco es inseparable de una ruptura entre dos sistemas de vida social<br />

que se suceden al unísono. Un sistema que inaugura el asombro y la<br />

incógnita pues uno fallece y emerge otro que para nosotros es desconocido.<br />

Las proliferaciones barrocas permiten al hombre perdido en esa nueva<br />

realidad poder vivirla. Extraña como “el ángel de la historia” (Benjamín)<br />

por su “terribilidad” (Rilke), la nueva realidad ha modificado los valores,<br />

le ha cerrado las esperanzas del otro tiempo, pero el barroco le propone<br />

una práctica imaginaria a esas expectativas, que permitirán dominar la<br />

fuga del mundo y afrontar esa catástrofe con lo fantástico.<br />

En contrapunto con el historicismo y el clasicismo que funda su<br />

“estructuración razonable”, en 1931 en Pontigny, para una de sus décadas<br />

que trataron sobre el barroco, los franceses invitaron al español Eugenio


Teorías del Barroco<br />

D´Ors y abrió en ese país un paréntesis sobre el tema. La tesis de D´Ors<br />

para entender el barroco parte de la idea neoplatónica y sobre todo la<br />

empleada por la Escuela de Alejandría del término eon. <strong>Se</strong>gún él, el<br />

barroco es una constante, un éon, algo real e indestructible, pero que<br />

cambia de apariencia según las vicisitudes históricas. Pues, el éon, lo<br />

permanente, se esconde, reaparece, se disimula en el curso de los siglos.<br />

El éon se inspira en los procedimientos de la naturaleza y es antagónico<br />

al éon clásico que se inspira en la cultura, sobre todo en el lenguaje<br />

eterno de la Roma Ideal. Con D´Ors (op. cit:63-136) el barroco extendía<br />

su noción a todas las épocas y a todos los lugares, se eternizaba con esta<br />

visión vitalista que busca humillar a la Razón y al Clasicismo. Este<br />

energetismo que quiere convertir al barroco en la reivindicación<br />

substancialista de un vitalismo ocultado por lo clásico ya no es sostenible.<br />

Como hemos visto al comienzo, el barroco es figura de la pulsión scópica,<br />

metamorfosis, máscaras, tropos, figuras, contiguidades de un flujo de<br />

significantes. Por otro lado, la disyunción, el binarismo, Barroco vs. Clásico<br />

reduce el desvío barroco a una regla de deconstrucción o de sumisión<br />

por oposición a lo clásico, una inclinación al orden.<br />

Las interpretaciones actuales del barroco tratan de salirse de la<br />

convencionalidad biunívoca del historicismo determinante (continuidad o<br />

discontinuidad con el Renacimiento y el Clasicismo; fijación de una génesis<br />

en 1580, un apogeo en el siglo XVII y una muerte en el siglo XVIII, un<br />

fijismo artístico efectuado en la arquitectura y peligrosamente extensible<br />

a la escultura y a la literatura; un arte de mal gusto; una descomposición<br />

del estilo clásico del Renacimiento) o de la constancia eónica (el barroco<br />

como eternidad histórica que se encuentra en distintos períodos no<br />

reducibles a la época de la Contrarreforma y observable a lo largo de<br />

Oriente y Occidente; noción extensible a todas las civilizaciones y a la<br />

naturaleza; un arte normal que, se opone a lo clásico) que tanto dominó a<br />

las investigaciones sobre el tema, a tal punto que se constituyeron en un<br />

paradigma para abordarlo, es decir, un conjunto de relaciones<br />

fundamentales de asociación y de oposición entre estas nociones<br />

dominantes que han querido apoderarse del campo de estudio sobre el<br />

barroco. A partir de la interpretación cosmológica sobre el barroco, hecha


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

por el escritor cubano <strong>Se</strong>vero Sarduy en su texto Barroco (1974), se<br />

desplaza a esta noción, hacia un nuevo campo en donde desaparece el<br />

centro único del trayecto que desde Copérnico se consideraba circular,<br />

para hacerse doble, cuando Kepler propone como figura de ese<br />

desplazamiento a la elipse. Sus antecedentes se encuentran en la<br />

revolución de Copérnico, en donde la Tierra no es más el centro del<br />

universo, pues el Sol reemplaza el geocentrismo de Ptolomeo y la tierra<br />

girará esta vez en torno a éste. Ahora bien, geocentrismo o heliocentrismo,<br />

la Tierra o el Sol por centro, este círculo rige el espacio de la metáfora.<br />

Por otro lado, se enlaza a una metafísica en la cual la Idea Platónica o<br />

Dios en el centro se construyen como los fundamentos de la Identidad, la<br />

Verdad, el Centro. La representación centrada de la metáfora se mantiene<br />

en el discurso de Galileo. Pero con Kepler se descubre que este círculo<br />

perfecto de los planetas no existe, se pasa del círculo a la elipse, no más<br />

giro circular ni uniforme. Este excentrismo se traduce en Sarduy como<br />

un paso de la metáfora a la metonimia. En la elipse no hay identidad<br />

absoluta, sino contigüidad, se da la parte por el todo, ella se inscribe en el<br />

lugar de la falta, en la sobrecarga ornamental, se desplaza la condensación,<br />

la sustitución que centralizaba y ahora se descentra, se divide<br />

desequilibrando las estructuras, en términos barrocos se corrompe la<br />

sintaxis. Sobre esta base, Sarduy construye el descentramiento del barroco,<br />

descentramiento que operó históricamente en el cambio de las sociedades.<br />

Hubo un descentramiento geográfico de Europa al descubrirse la<br />

América, el cual produjo un descentramiento antropológico al descubrirse<br />

también una nueva humanidad no prevista. Hubo un descentramiento<br />

religioso, pues Dios no será la figura única, sino una infinidad de<br />

convicciones e incertidumbres del cogito. Institucionalmente se observó<br />

un descentramiento del poderío de Roma. Descentramiento del Sujeto<br />

que lucha por la fe o por la duda y se sobrecarga con una máscara de<br />

vacío por llenar. Con el fin de la comunidad agraria, con el crecimiento<br />

de las ciudades el descentramiento barroco pone en cuestión la<br />

problemática subjetiva, teológica, existencial y antropológica, heredera<br />

de la Identidad Platónica y del <strong>Se</strong>r de Parménides, pues el barroco llama<br />

a la insularidad del sujeto, y no a la peninsularidad humanista, llama al


Teorías del Barroco<br />

desengaño y fractura a la convicción, llama a la fragmentación porque<br />

no puede apropiarse un objeto total, hay un deseo que le es desconocido<br />

y reclama una parcialidad que se suplementa hasta el infinito, llama a la<br />

deriva para evitar las tendencias identitarias, unificadoras y dogmáticas<br />

del centralismo.<br />

Desde sus inicios, la etimología del barroco estuvo condenada a la<br />

ambigüedad, a la confusión de sus significados. Conminado a hundirse<br />

en el fango, en el légamo del oxymoron, en la cazcarria del zeugma, en el<br />

barro de la paradoja, el itinerario barroco ha sido consecuente con la<br />

polifonía y el desorden de su génesis: excrecencia bivalva, tumor lítico,<br />

máscara y ridiculez. Antes que nada, su discordancia natal ha concordado<br />

con la economía del universo, es decir, la dispersión: perla desviada y<br />

perfuntoria, mimesis de Circe, aborto anhelado de molusco, rizo de piedra,<br />

voluta, gasto, torsión, estropicio de la forma, sinuosidad dialógica cuyos<br />

reencuentros estéticos y teóricos producen más destrucciones y<br />

dispersiones que organizaciones. Economía de la Vida: para construir<br />

una vida, una obra, cuántos gastos inútiles, cuántas energías dilapidadas<br />

para formar un núcleo de carbono, cuántas hemorragias dispersas, cuántos<br />

millones de espermatozoides (180 millones en la eyaculación del hombre)<br />

para que nazca un ser mortal. El pensamiento racionalista, ahorrativo<br />

que surgió de la economía capitalista y tesaurizadora, cuyos principios<br />

científicos sobrevaloran el orden, lo clásico, la Verdad, la Unidad y la<br />

Finalidad, impulsados por la noción de utilidad, de acción rentable, de<br />

ganancia se han olvidado de esta “parte maldita” que Bataille descubría<br />

en el gasto improductivo y que se confunde con el barroco, mientras que<br />

para el racionalismo es la decadencia. Sin embargo, la descentralización<br />

activa del barroco ha invertido el proceso que la rechaza, ha medido su<br />

fuerza activa contra la cantidad reactiva que la expulsa. <strong>Se</strong> trata en esta<br />

inversión de parodiar y evaluar la decadencia de la Verdad, manifestada<br />

en la caducidad de los paradigmas. <strong>Se</strong> trata de la declinación de la Unidad<br />

reflejada en la impugnación contra la Identidad de una cultura que se<br />

quiso ver siempre como Centro, decadencia del poder centralizador del<br />

Estado, decadencia de la Ley, ocaso de la Finalidad, decadencia de la<br />

temporalidad escatológica, orientada y finalizada. Una pregunta nos acosa


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

de pronto. ¿Cuál es la Finalidad del Universo? ¿Cuál es la finalidad de la<br />

Vida? Verdad, Unidad y Finalidad, modelo degradado que el barroco<br />

repulsa con su dialógica, oponiéndole la Ambigüedad, la Pluralidad, la<br />

Duda, con ello, haciendo estallar el corazón de la Modernidad.<br />

Hoy día, el barroco mina los fundamentos de nuestro tiempo. Impuro,<br />

ambiguo, bizarro y transversal, a lo largo de las teorías que lo han estudiado<br />

se ha forjado un rostro, una máscara dialógica donde gritan miles de<br />

voces por su definición. Nuestro desplazamiento de perspectiva, la<br />

evaluación múltiple de las fuerzas que lo definen, sus proliferaciones, no<br />

nos permiten si lo hemos, al menos, comprendido, hacer la conclusión,<br />

sino la exclusión, pues no fijaremos esas Verdades irresistibles que seducen<br />

al mundo y que le confieren una seguridad definitiva. Nuestra exclusión<br />

o ex-centricidad desea derramar flujos heracliteanos, fragmentos inasibles<br />

de lo real que irán a hundirse en el pantano de nuestro saber: barroco.<br />

Notas:<br />

(1) La misma polifonía la encontramos en Don Juan y así nos la describe<br />

Julia Kristeva: “A partir de una panoplia de amantes y esposas, él<br />

multiplica su universo, convirtiéndose en un politopo (…) tal como<br />

nos lo presentan sus errancias, sus fugas, sus permanencias también<br />

múltiples como indefinibles, él es una multiplicidad, una polifonía.<br />

Don Juan, es la armonización de lo múltiple”. Julia Kristeva, Histories<br />

d´amour, Paris: Denoël, Col “L´infini”, 1983. p. 189.<br />

(2) “ Errantes dans un archipel introuvable. Notes sur les résurgences<br />

baroques au Xxe siécle ” en Figures du Baroque de Jean-Marie<br />

Benoist (ed.), Paris :P.U.F. Col. “Croisées ”, 1983. p. 339.<br />

(3) Dice Nietzsche: “Para el Estado, la mujer es la noche, más<br />

exactamente el sueño: el hombre es la vigilia. Ella no hace<br />

aparentemente nada, siempre es igual, un retorno a la naturaleza<br />

sanadora. En ella se sueña la generación futura. ¿Por qué la<br />

civilización no ha devenido femenina? ¿A pesar de Helena? ¿A<br />

pesar de Dionisios?”. F. Nietzsche, “El nacimiento de la tragedia,<br />

fragmentos póstumos 1869-1872”, Paris: Gallimard, p. 268. Citado<br />

por C. Buci-Glucksmann, op. Cit., p. 163.


Teorías del Barroco<br />

(4) Escribe Otto Weininger: La mujer “fundamentalmente no tiene<br />

nombre”. “<strong>Se</strong>xo y carácter”, Paris: “L´age d´homme”, citado por<br />

C. Buci-Glucksmann, Ibidem, p. 146. “Namenlonse”, como la<br />

Kundry de Parsifal o la Lulu de Wedekind, consagrada a la<br />

multiplicación sin fin de sus nombres, modelados sobre el deseo de<br />

los hombres: Eva, Nelly, Bella, c.f. Otto Weininger y los comentarios<br />

de Buci-Glucksmann al respecto, Loc, cit.<br />

(5) “Hay un devenir-mujer, un devenir-niño, que no se asemeja a la<br />

mujer o el niño entidades molares bien distintas (aunque la mujer o<br />

el niño, pueden tener posiciones privilegiadas posibles, pero<br />

solamente posibles en función de tales devenires). Lo que aquí<br />

llamamos entidad molar, por ejemplo, es la mujer en tanto que ella<br />

está presa en una máquina dual que la opone al hombre, en tanto<br />

que ella está determinada por su forma, y provista de órganos y<br />

funciones y asignada como sujeto. Ahora bien, devenir-mujer no es<br />

imitar esta entidad, ni aún transformarse en ella (…) ni imitar ni<br />

tomar las formas femeninas, sino emitir partículas que entren en la<br />

relajación de movimiento y de reposo, o en la zona de vecinaje de<br />

una micro-femineidad, es decir producir en nosotros mismos, una<br />

mujer molecular (…) G. Deleuze y F. Guattari, op. cit. 337-338.<br />

(6) Veamos este pasaje de la transverberación de Santa Teresa: “Quiso<br />

el señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel<br />

cabe mi hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo<br />

ver sino de maravilla. Aunque muchas veces se me representan<br />

ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero.<br />

Esta visión quiso el <strong>Se</strong>ñor que la viese así. No era grande, sino<br />

pequeño, hermoso mucho, el rostro encendido que parecía de los<br />

ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan (…) Veíale en<br />

las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener<br />

un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas<br />

veces, y que me llegaba hasta la entrañas. Al sacarle, me parecía<br />

las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de<br />

Dios. Eran tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos;<br />

y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que


<strong>Alejandro</strong> <strong>García</strong> <strong>Malpica</strong><br />

no hay que desear que se quite, ni se contenta el alma con menos<br />

que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de<br />

participar el cuerpo algo, y aún harto. Es un requiebro tan suave<br />

entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a<br />

quien pensare que miento. Santa Teresa de Jesús, “Vida de Santa<br />

Teresa de Jesús, Obras completas, Madrid: Aguilar, Col. “Obras<br />

Eternas, 11ª. de., 1970, p.177.<br />

(7) Walter benjamín, “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje<br />

humano”, trad. Del alemán (Ubre Sprache überhaupt and ubre die<br />

Sprache des Menschen. 1916) por Roberto J. Vernego, Sobre el<br />

programa de la filosofía futura y otros ensayos (Illuminationen-<br />

Ausgewählte Schriften), Caracas: Monte Ávila , 1970,pp. 139-153.<br />

(8) Walter Benjamín, “Trauerspiel et tragédie” y “La Signification du<br />

langage dans le Trauerspiel et la tragédie ”, trad. Del alemán por<br />

Ph. Lacoue-Labarthe et J.L. Nancy, in Origine du drame baroque<br />

allemand, trad. Del al. (Ursprung des deutschen Trauerspiels. 1925)<br />

por Sybylle Muller y André Hirt.<br />

(9) El grabado de Durero, La melancolía, se encuentra en el Musée du<br />

Petit Palais. Paris.<br />

(10) Citado por Victor L. Tapié, Baroque et Classicisme, París: Le livre<br />

de Poche,<br />

Col. “Pluriel», s.f.<br />

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