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Lord Jim - Joseph Conrad - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>Joseph</strong> <strong>Conrad</strong> don<strong>de</strong> los libros son gratis<br />

aguas orientales. Había perfumes en él, sugestiones <strong>de</strong> infinito reposo,<br />

el don <strong>de</strong> interminables sueños. <strong>Jim</strong> miraba todos los días sobre los<br />

matorrales <strong>de</strong> los jardines, más allá <strong>de</strong> los techos <strong>de</strong>l pueblo, por encima<br />

<strong>de</strong> las frondas <strong>de</strong> las palmeras que crecían en la costa, hacia el<br />

fon<strong>de</strong>a<strong>de</strong>ro que es una calzada <strong>de</strong>l Oriente; al fon<strong>de</strong>a<strong>de</strong>ro salpicado <strong>de</strong><br />

islotes enguirnaldados, iluminado por un sol festivo, con barcos como<br />

juguetes, con su brillante actividad semejante a un espectáculo <strong>de</strong> vacaciones,<br />

con la serenidad eterna <strong>de</strong>l cielo <strong>de</strong>l este y la sonriente paz<br />

<strong>de</strong>l mar <strong>de</strong>l este adueñado <strong>de</strong>l espacio hasta el horizonte.<br />

En cuanto pudo caminar sin bastón, bajó al pueblo para buscar alguna<br />

oportunidad <strong>de</strong> volver a su hogar. No existía ninguna por el momento,<br />

y mientras esperaba se vinculó, como cosa natural, con los<br />

hombres <strong>de</strong> su oficio que encontraba en el puerto. Eran <strong>de</strong> dos tipos.<br />

Algunos, muy pocos y a quienes se veía allí con muy escasa frecuencia,<br />

hacían una vida misteriosa, habían conservado una energía no<br />

<strong>de</strong>struida, con el temperamento <strong>de</strong> bucaneros y los ojos <strong>de</strong> soñadores.<br />

Parecían vivir en un loco laberinto <strong>de</strong> planes, esperanzas, peligros,<br />

empresas, más allá <strong>de</strong> la civilización, en los lugares oscuros <strong>de</strong>l mar; y<br />

su muerte era el único suceso <strong>de</strong> su fantástica existencia que parecía<br />

tener una razonable certidumbre <strong>de</strong> logro. La mayoría eran hombres<br />

que, como él, arrojados allí por algún acci<strong>de</strong>nte, se habían quedado<br />

como oficiales <strong>de</strong> los barcos <strong>de</strong>l país. Ahora sentían horror por el servicio<br />

<strong>de</strong> la patria, con sus condiciones más duras, su concepción más<br />

severa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber y los peligros <strong>de</strong> los océanos tormentosos. Se habían<br />

adaptado a la eterna paz <strong>de</strong>l cielo y al mar <strong>de</strong> Oriente. Amaban las<br />

travesías breves, las buenas sillas <strong>de</strong> cubierta, las gran<strong>de</strong>s tripulaciones<br />

nativas, y hacían una vida precariamente fácil, siempre al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>spido; servían a chinos, árabes, mestizos, y habrían servido al <strong>de</strong>monio<br />

si éste les hubiese facilitado las cosas. Hablaban sin <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong> las<br />

vueltas <strong>de</strong> la suerte; <strong>de</strong> cómo Fulano había conseguido el mando <strong>de</strong> un<br />

barco en la costa <strong>de</strong> China, trabajo <strong>de</strong>scansado; <strong>de</strong> cómo ese otro contaba<br />

con una vivienda cómoda en alguna parte <strong>de</strong>l Japón, y aquél hacia<br />

una vida regalada en la marina <strong>de</strong> Siam. Y en todo lo que <strong>de</strong>cían –en<br />

sus acciones, en su aspecto, en sus personas– se podía advertir el punto<br />

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