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Lord Jim - Joseph Conrad - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>Joseph</strong> <strong>Conrad</strong> don<strong>de</strong> los libros son gratis<br />

do el comportamiento <strong>de</strong> los otros dos. Sus personas coincidían, más<br />

bien con la información que era <strong>de</strong> propiedad pública, y serían objeto<br />

<strong>de</strong> una investigación oficial.<br />

-Ese viejo pillastre loco <strong>de</strong> arriba me llamó sabueso -dijo el capitán<br />

<strong>de</strong>l Patna. No sé si me reconoció; creo que sí. Pero <strong>de</strong> todos modos<br />

nuestras miradas se cruzaron. Él miró con furia; yo sonreí. Sabueso era<br />

el epíteto más suave que me había llegado a través <strong>de</strong> la ventana<br />

abierta.<br />

-¿De veras? -dije por no sé qué extraña imposibilidad <strong>de</strong> mantener<br />

la lengua quieta. Él asintió, volvió a mor<strong>de</strong>rse el pulgar y me miró<br />

con hosco y apasionado <strong>de</strong>scaro.<br />

-¡Bah! El Pacífico es gran<strong>de</strong> amigo. Uste<strong>de</strong>s, los malditos ingleses,<br />

pue<strong>de</strong>n hacer lo que les parezca. Yo sé dón<strong>de</strong> hay lugar <strong>de</strong> sobra<br />

para un tipo como yo. Soy muy conocido en Apia, en Honolulú, en... -<br />

Se interrumpió, reflexivo, mientras sin esfuerzo alguno me imaginaba<br />

la clase <strong>de</strong> personas <strong>de</strong> las cuales tenía "conocimiendo" en esos lugares.<br />

No revelo un secreto si digo que yo mismo tengo no pocos "conocidos"<br />

por el estilo. Hay ocasiones en que un hombre <strong>de</strong>be actuar como<br />

si la vida fuese igualmente dulce en cualquier compañía. Yo conocí<br />

esas ocasiones, y lo que es más, no fingiré ahora poner cara larga por<br />

mi necesidad, porque muchas <strong>de</strong> esas malas compañías, por falta <strong>de</strong><br />

una... <strong>de</strong> una, ¿cómo diré?, postura moral, o por cualquier otra causa<br />

igualmente profunda, eran dos veces más instructivas y veinte veces<br />

más divertidas que el habitual y respetable ladrón <strong>de</strong>l comercio a quienes<br />

uste<strong>de</strong>s invitan a su mesa sin verda<strong>de</strong>ra necesidad; por costumbre,<br />

por cobardía, por afabilidad, por cien rastreras e ina<strong>de</strong>cuadas razones.<br />

-Uste<strong>de</strong>s, los ingleses, son todos unos pillastres -continuó mi patriótico<br />

australiano <strong>de</strong> Flensborg o Stettin, en verdad no recuerdo ahora<br />

qué <strong>de</strong>cente puertecito <strong>de</strong> las costas <strong>de</strong>l báltico fue mancillado por ser<br />

el nido <strong>de</strong> ese precioso pájaro-. ¿Qué son uste<strong>de</strong>s para gritar? ¿Eh?<br />

¡Dígame! No son mejores que otros, y ese viejo granuja hizo un alboroto<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio conmigo. -El cuerpo obeso le tembló sobre las piernas,<br />

que eran como un par <strong>de</strong> columnas; le tembló <strong>de</strong> la cabeza a los<br />

pies.- Eso es lo que siempre hacen uste<strong>de</strong>s los ingleses; hacen un mal-<br />

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