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Lord Jim - Joseph Conrad - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>Joseph</strong> <strong>Conrad</strong> don<strong>de</strong> los libros son gratis<br />

se me pegaba a la espalda mojada. La brisa <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> barrió con impetuosidad<br />

la hilera <strong>de</strong> camas y los rígidos pliegues <strong>de</strong> las cortinas se<br />

agitaron, perpendiculares, repiqueteando en las barras <strong>de</strong> bronce; las<br />

colchas <strong>de</strong> las camas vacías revolotearon sin ruido cerca <strong>de</strong>l suelo<br />

<strong>de</strong>snudo, a todo lo largo <strong>de</strong> la fila y yo temblé hasta la médula. El suave<br />

viento <strong>de</strong> los trópicos jugaba en esa sala <strong>de</strong>snuda, tan yermo como<br />

un ventarrón <strong>de</strong> invierno en el viejo granero <strong>de</strong> mi casa.<br />

-No <strong>de</strong>je que empiece a gritar, señor -pidió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos la víctima,<br />

en un bramido afligido y furioso que llegó resonando entre las pare<strong>de</strong>s,<br />

como un tembloroso llamado en un túnel. La mano parecida a una<br />

garra me tironeó <strong>de</strong>l hombro; me lanzó una conocedora mirada <strong>de</strong><br />

reojo.<br />

-El barco estaba repleto <strong>de</strong> ellos ¿sabe?, y tuvimos que abandonarlo<br />

con el máximo sigilo -susurró con extrema rapi<strong>de</strong>z. Todos rosados.<br />

Todos rosados... gran<strong>de</strong>s como mastines, con un ojo en la parte<br />

superior <strong>de</strong> la cabeza y garras en torno <strong>de</strong> la espantosa boca. ¡Aj! ¡Aj! -<br />

Rápidas sacudidas <strong>de</strong> piernas magras y agitadas. Ale soltó el hombro y<br />

trató <strong>de</strong> aferrar algo en el aire. El cuerpo le tembló, tenso como una<br />

cuerda <strong>de</strong> arpa. Y mientras yo lo miraba, el horror espectral que tenía<br />

a<strong>de</strong>ntro le estalló a través <strong>de</strong> la mirada vidriosa. En un instante su rostro<br />

<strong>de</strong> viejo soldado, con sus perfiles nobles y serenos, se <strong>de</strong>scompuso<br />

ante mi vista con la corrupción <strong>de</strong> una taimada astucia, <strong>de</strong> una abominable<br />

cautela <strong>de</strong> un miedo <strong>de</strong>sesperado. Contuvo un grito.<br />

-¡Shhh! ¿Qué están haciendo ahí? -preguntó, señalando el suelo<br />

con una fantástica precaución <strong>de</strong> voz y a<strong>de</strong>manes, cuyo significado,<br />

transmitido a mi pensamiento en un relámpago cár<strong>de</strong>no, hizo que me<br />

sintiera enfermo ante mi inteligencia.<br />

-Duermen todos -contesté, mirándolo con atención. Era eso. Eso<br />

era lo que quería escuchar; esas eran las palabras exactas que lo tranquilizarían.<br />

Lanzó un largo suspiro.<br />

-¡Shhh! Silencio, cállese. Aquí soy un viejo caballo <strong>de</strong> diligencia.<br />

Conozco a esas bestias. Aplástele la cabeza a la primera que se asome.<br />

Son muchas, y no podrá nadar más <strong>de</strong> diez minutos. -Volvió a ja<strong>de</strong>ar.-<br />

¡Deprisa! -gritó <strong>de</strong> pronto, y siguió en un grito interrumpido-. Están<br />

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