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LA ESTACIÓN DOWNBELOW

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—Vamos a tener que entrar —musitó Signy, medio mareada sólo de<br />

pensarlo.<br />

Di estaba organizando a quienes podían tenerse en pie, uno a uno,<br />

haciéndoles pasar a un cobertizo, bajo la vigilancia de hombres armados, en<br />

donde se les desnudaba y cacheaba exhaustivamente para enviarles a<br />

continuación directamente a las oficinas de inmigración o al puesto de socorro.<br />

Aquel grupo no llevaba equipaje alguno, ni documentos que sirviesen de nada.<br />

—Necesitamos una brigada de seguridad equipada adecuadamente para<br />

lugares contaminados —dijo Signy al joven Konstantin—. Y camillas.<br />

Acótennos también una zona donde podamos desprendernos de los muertos.<br />

Es todo lo que podemos hacer por ellos. Identifíquenlos lo mejor que puedan:<br />

huellas dactilares, fotografías... lo que sea. Todo cuerpo que quede sin<br />

identificar puede ser una amenaza para su seguridad en el futuro.<br />

Konstantin tenía mal aspecto. Aquello era demasiado. Pero las tropas de la<br />

capitana Mallory no tenían mejor aspecto que él. En cuanto a ella, trataba de<br />

olvidarse del estómago.<br />

Varias personas se abrían paso a través de los vomitorios del tubo de<br />

acceso. Estaban tan débiles que apenas podían bajar por la rampa. No eran<br />

más que un puñado, un pequeño puñado de supervivientes.<br />

La Lila, otra de las naves llena de refugiados moribundos se estaba<br />

aproximando a la plataforma de atraque en medio del pánico de su tripulación,<br />

desafiando todo tipo de órdenes y haciendo caso omiso de las amenazas de<br />

las naves de reconocimiento. Signy oyó la voz de Graff informando de todo y<br />

pulsó el micrófono de su transmisor.<br />

—Deshágase de ellos. Emplee cualquier medio, si es necesario. Estamos al<br />

copo. Tráigame uno de esos trajes.<br />

Entre los presuntos muertos aún encontraron con vida otros setenta y ocho<br />

refugiados que estaban, literalmente, entre cadáveres en descomposición.<br />

Cuando consiguieron deshacerse de los muertos, el riesgo de epidemias<br />

quedaría conjurado. Signy, pasó el control de descontaminación, se quitó el<br />

traje y se quedó sentada sobre la fría plataforma luchando por contener sus<br />

náuseas. Un empleado de protección civil escogió realmente un mal momento<br />

para ofrecerle un bocadillo, que ella rechazó optando por tomar una taza del<br />

brebaje local que servían a modo de café y contuvo la respiración al ver pasar<br />

frente a ella al último superviviente de la Hansford que pasaba el control oficial.<br />

El lugar apestaba a causa de la nube antiséptica que lo impregnaba todo.<br />

Los pasillos estaban sembrados de cadáveres y de sangre. Las compuertas<br />

de emergencia de la Hansford se desencajaron durante un incendio y varias<br />

salieron proyectadas con tal violencia, a causa de la presión, que alcanzaron a<br />

algunos tripulantes partiéndolos literalmente por la mitad. Con el pánico que<br />

cundió se produjeron muchas fracturas: en los brazos, en las piernas, en las<br />

costillas. Todo estaba bañado de orines, de sangre y de vómitos. Había restos<br />

humanos esparcidos por todas partes. Y al tener que vivir en compartimentos<br />

estancos no tuvieron más remedio que respirar todo aquello. Los<br />

supervivientes recurrieron al oxígeno de reserva, lo que también pudo ser la<br />

causa de que muriesen más. Casi todos los que lograron salvar la vida, aunque<br />

se hallaban también en compartimentos estancos, dispusieron de un aire<br />

menos contaminado que el de las bodegas donde se hacinaba la mayoría.

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