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LA ESTACIÓN DOWNBELOW

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—No, señor, no está usted obligado, porque la Norway no está disponible<br />

para los pasajeros civiles, y no voy a admitir ninguno. En cuanto a la frontera, la<br />

frontera es el lugar, sea cuál sea, donde la flota se encuentra en cada<br />

momento, y eso no lo sabe nadie excepto las naves implicadas. No hay<br />

fronteras. Contrate a un carguero. Se produjo un denso silencio en la sala.<br />

—Capitana, me desagrada usar la expresión consejo de guerra.<br />

Ella exhaló una breve risa.<br />

—Si los señores de la Compañía quieren darse una vuelta por el escenario<br />

de la guerra, me siento tentada a llevarles. Tal vez les resultaría beneficioso.<br />

Quizá podrían ampliar su visión de la Madre Tierra, y quizá podríamos<br />

conseguir algunas naves más.<br />

—No está usted en condiciones de pedir nada, y no aceptamos sus<br />

peticiones. No estamos aquí para ver sólo lo que se decida que deberíamos<br />

ver. Lo veremos todo, capitana, tanto si le gusta como si no.<br />

Ella se llevó las manos a las caderas y los miró a todos.<br />

—¿Cuál es su nombre, señor?<br />

—Segust Ayres, segundo secretario del Consejo de Seguridad.<br />

—Segundo secretario. Bien, veamos de qué espacio disponemos. No se<br />

admite equipaje superior a una bolsa de mano. Sin duda comprenderán la<br />

necesidad de esta medida. No podemos aceptar nada superfluo. Irán ustedes<br />

donde vaya la Norway. No acepto órdenes de nadie más que de Mazian.<br />

—Solicitamos vivamente su cooperación, capitana —dijo otro.<br />

—Tendrán ustedes lo que les dé y ni un paso más.<br />

Hubo un silencio, un lento murmullo entre los reunidos. El rostro de Ayres<br />

enrojeció más, cada vez más disminuida la actitud digna que irritaba<br />

instintivamente a Signy.<br />

—Usted es una extensión de la Compañía, capitana, y ésta le da sus<br />

instrucciones. ¿Lo ha olvidado?<br />

—Tercera capitana de la Flota, señor Segundo Secretario, lo cual es un<br />

cargo militar, que usted no tiene. Pero si mantiene su propósito de venir, esté<br />

listo antes de una hora.<br />

—No, capitana —declaró Ayres con firmeza—. Seguiremos su sugerencia de<br />

tomar un carguero de transporte. Nos trajo aquí desde Sol. Irán donde les<br />

contratemos para que vayan.<br />

—No lo dudo, dentro de lo razonable. —Bien, el problema estaba resuelto.<br />

Calculó la consternación que aquello produciría a Mazian, en medio de ellos.<br />

Miró más allá de Ayres, a Angelo Konstantin, y añadió—: He terminado con mi<br />

servicio aquí, y me marcho. Cualquier mensaje que haya será transmitido.<br />

—Capitana...<br />

Angelo Konstantin abandonó la cabecera de la mesa y se le acercó con la<br />

mano tendida, lo cual era una cortesía fuera de lo corriente y muy extraña,<br />

teniendo en cuenta lo que ella les había hecho dejándoles la responsabilidad<br />

de los refugiados. Signy le estrechó la mano con firmeza y se enfrentó con la<br />

mirada inquieta del hombre. Ambos se conocían remotamente, pues se habían<br />

encontrado años atrás. Angelo Konstantin pertenecía a la sexta generación de<br />

los habitantes del Más Allá; el joven que había bajado para ayudarla en la<br />

plataforma pertenecía a la séptima. Los Konstantin habían construido Pell; eran<br />

científicos y mineros, constructores y arrendatarios. A pesar de todas sus<br />

diferencias, ella sentía una especie de vínculo con aquel hombre y los demás.<br />

Los mandos de la Flota eran hombres así, los mejores.

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