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LA ESTACIÓN DOWNBELOW

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y le hizo volverse. Un oficial provisto de una pizarra fue de uno en uno pidiendo<br />

el documento de identidad.<br />

—Los han robado —dijo Kressich—. Así es como ha empezado todo. Las<br />

bandas robaban los papeles y los quemaban.<br />

—Eso ya lo sabemos —dijo el oficial—. ¿Es usted el encargado? ¿Cuál es<br />

su nombre y su origen?<br />

—Vassily Kressich, de Russell.<br />

—¿Algunos de ustedes le conocen? Varios lo confirmaron.<br />

—Era consejero en la estación Russell —dijo un joven—. Yo servía allí, en el<br />

departamento de seguridad.<br />

—Nombre.<br />

El joven dijo su nombre. Niño Coledy. Kressich intentó recordarle y no pudo.<br />

Las preguntas se repitieron una y otra vez, se sucedió el interrogatorio de<br />

identificaciones y las identificaciones mutuas, que no eran más fidedignas que<br />

la palabra de quienes las daban. Un hombre con una cámara entró en el pasillo<br />

y los fotografió a todos allí, de pie, contra la pared. A su alrededor había un<br />

caos de conversaciones y discusiones.<br />

—Pueden irse —dijo el jefe de policía, y empezaron a salir; pero cuando<br />

Kressich se disponía a hacerlo, el oficial le cogió de un brazo—. Vassily<br />

Kressich. Daré su nombre al cuartel general.<br />

No estaba seguro de si eso sería bueno o malo. Cualquier cosa constituía<br />

una esperanza. Cualquier cosa era mejor que lo existente allí, en la<br />

cuarentena, con la estación atascada e incapaz de situarlos o dejarles irse.<br />

Salió a la plataforma y le estremeció la visión de los destrozos que habían<br />

causado allí, con los muertos tendidos aún sobre su propia sangre y montones<br />

de objetos combustibles todavía ardiendo, y los restantes muebles y<br />

pertenencias apilados para alimentar las hogueras. La policía de la estación<br />

estaba en todas partes, armados con rifles, no armas cortas. Kressich se quedó<br />

en las plataformas, cerca de la policía, temeroso de volver a los corredores a<br />

consecuencia de las bandas terroristas. Era imposible confiar en que la policía<br />

los hubiera dominado a todos. Eran demasiados.<br />

Finalmente la estación estableció un puesto de emergencia para servir<br />

comida y bebida cerca del límite de la sección, pues el agua había sido cortada<br />

durante la revuelta, las cocinas saqueadas y todo lo que se prestaba a ello convertido<br />

en armas. También habían destrozado el ordenador y no era posible<br />

informar sobre los daños. Existían pocas probabilidades de que ningún equipo<br />

de reparación quisiera entrar en la zona.<br />

Se sentó en la plataforma y comió lo que le dieron, en compañía de otros<br />

grupos de refugiados que no tenían más de lo que tenía él. La gente se miraba<br />

atemorizada.<br />

—No vamos a salir —oyó repetidamente—. Ahora nunca nos darán permiso<br />

para irnos.<br />

Más de una vez oyó murmullos de una especie diferente, vio hombres de los<br />

que sabía que habían formado parte de las bandas de alborotadores, que<br />

habían iniciado los disturbios en su dormitorio, y nadie los denunciaba. Nadie<br />

se atrevía. Eran demasiados.<br />

Había entre ellos personal de la Unión. Kressich estaba seguro de que<br />

aquellos eran los agitadores. Tales hombres eran los que más podrían temer<br />

de un estricto control de documentos. La guerra había llegado a Pell, estaba<br />

entre ellos, y ellos eran los estacionados, neutrales y con las manos vacías,

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