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—¿Dónde están? —preguntó Jacint.<br />
Aquel Bennett Jacint era un redomado obstruccionista, que siempre salía<br />
con objeciones cuando se trataba de tomar medidas de mejora. Más de una<br />
vez Jacint le había importunado con protestas. Había conseguido detener un<br />
proyecto de construcción, de modo que la carretera que conducía a los pozos<br />
seguía siendo un lodazal. Jon sonrió y señaló a lo lejos, hacia las cúpulas de<br />
los almacenes.<br />
—No hay tiempo.<br />
—Eso es problema tuyo.<br />
Bennett Jacint soltó una maldición y empezó a protestar, pero cambió de<br />
idea y se apresuró a desandar el camino. Jon se echó a reír. Muy bien. Que los<br />
Konstantin resolvieran el asunto.<br />
Llegó a lo alto de la colina y avanzó hacia el transbordador, cuya plateada<br />
silueta se alzaba en la explanada de hierba pisoteada, con la escotilla de carga<br />
abierta. Los nativos se afanaban a su alrededor, y había entre ellos algunos<br />
humanos enfundados en trajes amarillos. La pista que había seguido Jon se<br />
juntaba con el camino enfangado por donde se movían los nativos. Avanzó por<br />
el borde cubierto de hierba, renegando cuando un nativo cargado pasaba<br />
demasiado cerca de él, pero al menos tuvo la satisfacción de ver que habían<br />
limpiado el camino hasta la nave. Llegó al círculo de aterrizaje, saludó<br />
brevemente a un supervisor humano, subió por la rampa de carga y penetró en<br />
el oscuro interior de acero. Se quitó entonces el traje especial, manteniendo la<br />
máscara. Ordenó al jefe de un grupo de nativos que limpiaran toda la zona<br />
enfangada y se dirigió al ascensor, subió a lo alto de la nave y, por un corredor<br />
de acero brillante, entró en un pequeño compartimiento de pasajeros con<br />
asientos acolchados.<br />
Había allí dos trabajadores nativos, que parecieron inseguros al verle y se<br />
tocaron el uno al otro. Jon cerró el área de pasajeros y conectó el aire, de<br />
modo que pudo quitarse el respirador mientras los nativos tenían que ponerse<br />
los suyos. Se sentó frente a ellos, sin mirarles, en el compartimiento sin<br />
ventanas. El aire olía a nativo mojado, un olor que había soportado durante tres<br />
años, que debía soportar todo residente en Pell con un olfato lo bastante<br />
sensible, pero en la base de Downbelow era peor, porque allí se mezclaba con<br />
el polvo del grano y las destilerías, las plantas de empaquetado, el barro, el<br />
estiércol, el humo de las fábricas, las letrinas rezumantes, los sumideros con su<br />
capa de espuma, el moho del bosque que podía estropear el respirador y<br />
matarle, a uno si no llevaba repuesto... Y a todo esto había que añadir el<br />
manejo de los imbéciles trabajadores nativos con sus tabúes religiosos y sus<br />
excusas constantes. Jon estaba orgulloso de su labor, el aumento de la<br />
producción, la eficiencia que había acabado con la idea de que los nativos eran<br />
como eran y no podían adaptarse a programas y horarios. Podían, claro que sí,<br />
y habían llegado a establecer récords de producción.<br />
No le habían agradecido aquellos logros. La crisis llegó a la estación y la<br />
base de Downbelow, una crisis que se había venido arrastrando en las<br />
sesiones de planificación durante una década y que no por esperada dejó de<br />
ser repentina. Las fábricas dispondrían de los servicios adicionales que él<br />
había hecho posibles, por medio de trabajadores cuyos suministros y viviendas<br />
él había logrado, utilizando los fondos y el equipo de la Compañía Lukas.<br />
Durante aquella etapa, sólo enviaron a dos Konstantin para supervisar, sin<br />
un «gracias, señor Lukas», o un «bien hecho, Jon, gracias por dejar las oficinas