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LA ESTACIÓN DOWNBELOW

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—Nueve mil.<br />

Un murmullo de horror se extendió por la sala.<br />

—¡Silencio! —exclamó Angelo, pues las voces obstaculizaban la<br />

comunicación—. Tomamos nota, nueve mil. Esto rebasa nuestras capacidades<br />

de seguridad. Reúnase con nosotros en el consejo, capitán Sung. Han llegado<br />

refugiados de Russell en mercantes sin escolta y nos hemos visto obligados a<br />

aceptarlos. Por razones humanitarias es imposible rechazar esos ensamblajes.<br />

Le pedimos que informe al mando de la Flota sobre esta peligrosa situación.<br />

Necesitamos apoyo militar, ¿comprende, señor? Solicitamos que se persone<br />

aquí para evacuar consultas urgentes. Estamos dispuestos a cooperar, pero<br />

nos estamos aproximando a un punto en que la decisión es muy difícil.<br />

Apelamos al apoyo de la Flota. Repito: ¿vendrá aquí, señor?<br />

Hubo unos momentos de silencio. Los miembros del consejo se removieron<br />

en sus asientos, pues centelleaban las alarmas de aproximación de naves, y<br />

las pantallas eran un caos de destellos y borrones a causa de la celeridad con<br />

que se acercaba el transporte cuya imagen recogían.<br />

Finalmente llegó la respuesta.<br />

—Hay un último convoy, al mando de Kreshov, de Pan-Paris, que viaja en la<br />

nave Atlantic. Buena suerte, estación Pell.<br />

El contacto se interrumpió bruscamente. La pantalla ofrecía un puro destello,<br />

y el enorme carguero seguía adquiriendo una velocidad insensata en las<br />

proximidades de una estación.<br />

Era la primera vez que Jon veía a Angelo tan encolerizado. El murmullo en la<br />

sala del consejo era ensordecedor, y finalmente el micrófono volvió a<br />

establecer un silencio relativo. La nave Pacific salió disparada hacia su cenit,<br />

interrumpiendo momentáneamente la transmisión de imágenes. Cuando las<br />

pantallas funcionaron de nuevo, ya había pasado, para tomar un rumbo no<br />

autorizado, dejando como una estela los cargueros que avanzaban lentos e<br />

inexorables hacia la plataforma de ensamblaje. Se oyó una apagada llamada<br />

de seguridad para la sección de cuarentena.<br />

—Fuerzas de reserva —ordenó Angelo a uno de los jefes de sección a<br />

través del intercomunicador—. Convoque al personal fuera de servicio.<br />

Mantenga el orden ahí aunque tenga que disparar para hacerlo. Central, reúna<br />

tripulaciones para los transbordadores y dirija esos mercantes a las plataformas<br />

adecuadas. Establezca un cordón de elevadores cortos si es necesario.<br />

Al cabo de un momento se extinguieron las alarmas de colisión y no se oyó<br />

más que el informe continuo del lento avance de los cargueros hacia la<br />

estación.<br />

—Tenemos que conseguir más espacio para cuarentena —dijo Angelo,<br />

mirando a su alrededor—, y aunque lo siento mucho, vamos a tener que incluir<br />

esos dos niveles de la sección roja para ensanchar la cuarentena...<br />

inmediatamente.<br />

Un murmullo de pesar se elevó de las filas de asientos, y las pantallas<br />

reflejaron al instante la objeción de los delegados de la sección roja. Era una<br />

queja rutinaria, porque nadie más añadía su objeción a la pantalla, lo cual haría<br />

necesario proceder a una votación. Angelo ni se molestó en mirar el texto de la<br />

queja.<br />

—Está claro que no podemos desalojar a más residentes, ni tampoco perder<br />

los itinerarios del nivel superior necesarios para el sistema de transporte. Si no<br />

logramos apoyo de la Flota... debemos tomar otras medidas. Y, a una escala

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