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ser un don de Dios, y que me recuerda unas palabras de
la Imitacibn de Cristo, que con una conslancia consoladora
me han sostenido, fue guod est in te, et Deus ade~it óo%m aolu?~lati
lum, lie podido continuar la tarea con nuevo alieuto. No
habré correspoudido de mucho á la misi6n que muy vulunlariamcute
me impuse uu día, pero estad seguros de que airte
rni niisrno, me parece haber currespondido á la intensidad del
cariño que profeso al Santo, porque creo no haber perdonado
diligencia ni fatiga, para que, cuando menos, los materiales
que coinponen el pedeslal sean dignos del monuinenlo que se
ha de levantar un dia..He recogido sillares de todos los puntos
donde he podido encontrarlos; he procurado pulirlos, los
he clasificado para que otra maiio inás experta levante y concluya
la obra con toda la grandiosidad posible en nuestra
misma época, la cual á pesar de sus defectos, porque al fin y
a1 cabo se compone como todas de hijos de Adán, no es la
menor de sus buenas cualidades, la de hacer justicia á los verdaderamente
grandes hombres que nos precedieron. Que grandefué
San Ramón como habéis vislo, en un siglo en que se
destacan aqucllas tres grandes figuras de Sanlo I)omingo, el
debalador de la herejía, San Francisco de Asís, el desposado
enainoradamenle con la pobreza, y Grcgorio IX, el continuador
de la obra do IIildebrando, de carácter taq cntero, que
supo unir la suavidad á la firmeza contra Federico 11, quien
no se creía podcroso sino cuando humillaba á los Papas: siglo
en que la sociedad se iba organizando entre otros medios, por
el de la codificación, los poderes civiles coacentraban su autoridad,
en que la primacia dc la Santa Sede progresaba con
lenlilud muy priidenle y calculada: que por su posición especial
entre los poderosos y el pueblo, leuía que lemerlo todo de
aclu8110s, al paso que éste, por instinto, la ~niraba corno su
defensora natural y que, por medio de un c6dig.o cuya confccci6n
obedecía á las inismas causas que el civil, viudicaba
los dereclios de la Iglesia universal, é imprimia á siis procedimientos
la regulada lramilacióri que, sin duda alguna, es
garanlia de acierto y de justicia. Y el alma de lodo era Rarnbri
de Periyafort, quc á maravilla, conocía las necesidades de s'u
tiempo y aun las de los tiempos que liahian de venir, con su
código iiimortal, sobre cuyas páginas han encanecido cstudiando
los más renombrados comentarislas, y han calcado