Giobany Arévalo > Gabriela Torres Olivares >Anuar Jalife - Literal
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Arte de la dedicatoria<br />
Adolfo Castañón<br />
46 LITERAL. LATIN AMERICAN VOICES FALL, 2009<br />
a José de la Colina<br />
En el puesto de periódicos, venden libros usados y, en algunos casos, dedicados por sus autores.<br />
Conociendo al autor que dedica y al dedicatario, he comprado algunos de esos libros para rescatar y<br />
salvar de la infamia las fi rmas de esos amigos.<br />
Esta circunstancia es incómoda para el/la que dedica el libro: “Con apasionada admiración<br />
Fulanita dedica esta novela a Zutanito”, o bien, dedicatoria en una edición privada, fuera de comercio:<br />
“Este libro raro y excepcional que contiene la correspondencia de mi padre Menganito y Perenganito<br />
Lascurain es para Peperengana Barandales que sin duda lo sabrá apreciar.” El asiduo a las librerías de<br />
viejo suele encontrar libros dedicados por amigos escritores a otros amigos. Esto me lleva a pensar<br />
que los grandes y pequeños escritores no suelen ser grandes lectores o, al menos, bibliófi los, o –lo<br />
mínimo– personas exentas de negligencia y en consecuencia escrupulosas en cuanto a la suerte de sus<br />
huellas…<br />
Hace algunos años, cenando con un querido maestro y amigo famoso por la brevedad de su<br />
estatura y la hondura de sus letras, me sucedió que me vanaglorié ante él y su esposa de que tenía en<br />
mi poder una plaquette donde se recogía su primer obra. Lo celebró y me preguntó si estaba dedicada<br />
a alguien. La respuesta fue afi rmativa: “Al Lic. Teóforo Hipotenusa”. Mi maestro exhaló un “No”<br />
estertóreo como si hubiese recibido una puñalada y se quedó mirando a su joven esposa de ojos color<br />
violeta implorando ayuda. Ella me explicó que precisamente la noche anterior habían estado cenando<br />
con el Lic. Hipotenusa quien había balandroneado ante la concurrencia que poseía “toda, toda” la<br />
obra completa de mi pequeño gran maestro. Por favor me pidió que volviera al día siguiente con el<br />
anacrónico folículo para enseñárselo a su esposo y maestro. Así lo hice. El magnánimo maestro, al ver<br />
el folletito cuya portada casi se caía pedazos, me dijo, en tono conciliador, que seguramente el Lic.<br />
Hipotenusa había sido objeto de un robo. Otro caso que viene a este cuento es del colega que vendió –a<br />
un librero especializado en compra de manuscritos y primeras ediciones – todos los libros y plaquettes<br />
que poseía de nuestro común y admirado maestro, el Poeta, Poet y Poète… ganador de todos los<br />
premios, galardones, tributos y nombramientos habidos y por haber en el planeta hispanoparlante,<br />
el elocuente Silvestre Carajo, quien, al enterarse de la hazaña de su admirador, se dedicó a sabotear y<br />
obstaculizar su carrera por los no escasos medios a su alcance, a costa de su propia creación…<br />
Estas experiencias me han llevado a concebir un libro singular: lo componen todas y cada una de<br />
las dedicatorias que me han brindado los autores de los libros de cuyas primeras páginas he tenido el<br />
cuidado de desprender esa primera página obsequiosa antes de llevar cada uno de esos volúmenes en<br />
cuestión a la biblioteca pública o de dejarlo “olvidado” subrepticiamente en una librería. De hecho,<br />
debo decir que esa obra singular, suntuosamente encuadernada en abullonada piel ha de tener varios<br />
tomos, en cuyo lomo se lee: “Arte de la dedicatoria… I… II… III…, etc.”<br />
Cada que me sorprendo en mí mismo, vanagloriándome de una línea que –según yo– no quedó<br />
tan mal, tomo para curarme en salud uno de esos tomos, lo acaricio y lo abro al azar en una de<br />
esas dedicatorias que mi falta de negligencia ha sabido conservar despojándola del documento que<br />
la provocaba. Confi eso que lo hago no sin algún remordimiento; confi eso que es precisamente ese<br />
género de rectifi cación lo que en parte me sustenta.