Empresarialmente OCTUBRE 2012
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Descubiertos<br />
Aunque todo parecía marchar de acuerdo a lo planeado y la<br />
revolución en el país debía estallar el 20 de noviembre de<br />
1910. En Puebla, la situación tomó un camino diferente. Para<br />
mala fortuna de Aquiles Serdán y sus seguidores, el 16 de noviembre,<br />
la revolución en Puebla sufrió su primer revés. Muy<br />
temprano llegó uno de tantos colaboradores de Aquiles para<br />
informarle que el jefe de policía, Miguel Cabrera comenzaba<br />
una serie de cateos para tratar de encontrar las armas de los<br />
futuros rebeldes.<br />
Aquiles conocía bien al siniestro personaje. Era la mano derecha<br />
del gobernador Martínez y reconocido como un matón<br />
profesional. Cabrera había perseguido varias veces a Serdán y<br />
lo tenía bajo estricta vigilancia. En repetidas ocasiones cateó<br />
la casa de Santa Clara buscando un<br />
pretexto para encarcelarlo definitiva-<br />
mente. Si Aquiles era el símbolo del<br />
antirreelecionismo en Puebla, Cabrera<br />
era su némesis, la imagen viva de<br />
la dictadura.<br />
El 17 de noviembre, la familia Serdán<br />
recibió una nueva comunicación<br />
que puso los nervios de punta a todos<br />
sus integrantes: Cabrera preparaba<br />
otro cateo, pero esta vez en la<br />
casa de Aquiles Serdán en la casa de<br />
Santa Clara no. 4. Ya no había dudas,<br />
alguien había “soltado la sopa”, voluntaria<br />
o involuntariamente. Por la<br />
mañana, Cabrera había telegrafiado<br />
al gobernador Mucio Martínez para<br />
informarle que de acuerdo con unos<br />
documentos que llegaron a su poder,<br />
un movimiento armado debía estallar<br />
el 20 de noviembre en todo el país.<br />
El gobernador dejó los asuntos que<br />
atendía en Tehuacan y regresó de inmediato<br />
a la capital poblana. Al llegar,<br />
su primera orden fue tajante: Miguel<br />
Cabrera debía encabezar el cateo de<br />
la casa de los Serdán. Su deber era<br />
revisar cada centímetro cuadrado de<br />
la vieja construcción y no salir de ahí<br />
hasta que encontrara algo. Ya no había<br />
secretos. Aquiles y sus partidarios<br />
habían introducido armas y parque<br />
en los últimos días. La operación para<br />
atrapar a los sediciosos no podía fallar.<br />
Cabrera, gustoso, se dispuso a realizar el cateo.<br />
En la casa de Santa Clara privaba la inquietud. Aquiles reunió<br />
a sus más cercanos colaboradores, a los más confiables. Gente<br />
cuyo rastro se perdió con el torbellino de la revolución: Rosendo<br />
Contreras, Manuel Paz y Puente, Vicente Reyes, Clotilde<br />
Torres, Manuel Méndez, Miguel Patiño, Fausto Nieto, Manuel<br />
Velásquez, Juan Sánchez, Carlos Corona, Andrés Cano, Miguel<br />
Cruz, Francisco Sánchez, Epigmenio Martínez, Luis Teysser.<br />
Aquiles fue al grano. “¿Nos lanzamos mañana, aprovechando<br />
el cateo o aguardamos hasta el día 20?” Un largo y profundo<br />
silencio invadió la habitación donde se encontraban reunidos.<br />
El 17 de<br />
noviembre, la familia<br />
Serdán recibió una<br />
nueva comunicación<br />
que puso los nervios<br />
de punta a todos<br />
sus integrantes:<br />
Cabrera preparaba<br />
otro cateo, pero<br />
esta vez en la casa<br />
de Aquiles Serdán<br />
en la casa de Santa<br />
Clara no. 4. Ya no<br />
había dudas, alguien<br />
había “soltado la<br />
sopa”, voluntaria o<br />
involuntariamente<br />
65<br />
HISTÓRICAMENTE<br />
La mayoría opinó que lo prudente era esperar hasta la fecha<br />
programada. Aquiles pensaba lo contrario y señaló: “¡De una<br />
vez que sea!”, dejando en claro su postura. Los que le escucharon,<br />
reconocieron en aquella voz a su líder, a su caudillo y<br />
animados ante las difíciles circunstancias dijeron al unísono:<br />
-“¡Pues que sea!”. -“¡Pues mañana estalla la Revolución!” -concluyó<br />
Aquiles Serdán.<br />
Eran las primeras horas del 18 de noviembre y los maderistas<br />
encabezados por Serdán esperaban la presencia de Miguel<br />
Cabrera en cualquier momento. En la planta alta de la casa se<br />
preparaban bombas caseras. Cada hombre alistaba sus armas,<br />
engrasaban las pistolas, limpiaban las carabinas. A las 7:30,<br />
unos golpes en el portón acabaron con la tensa calma y larga<br />
espera. Aquiles ordenó al portero de la casa, de nombre Manuel,<br />
que abriera la puerta a los policías.<br />
Miguel Cabrera ingresó al zaguán<br />
empuñando su pistola. Se hacía acompañar<br />
por algunos soldados. Cuando<br />
volvió la vista hacia Aquiles Serdán,<br />
que llevaba en mano una carabina, no<br />
pudo ocultar su sorpresa. En su cara<br />
se dibujo el rostro de la muerte y la<br />
cobardía tomó forma en su semblante.<br />
Un tiro salió de la pistola de Cabrera<br />
pero no acertó en el blanco. Aquiles<br />
apretó el gatillo y la bala se impactó<br />
en el pecho del Jefe de Policía cayendo<br />
muerto en el acto. Mientras varios policías<br />
salían corriendo dos intentaron<br />
aprehender a Serdán, uno fue muerto<br />
casi inmediatamente por los disparos<br />
de maderistas que habían observado<br />
todo. El otro, el mayor Fregoso, segundo<br />
de Cabrera, se vio amenazado por<br />
el arma que cargaba con valentía Carmen.<br />
El oficial pidió que no le disparara.<br />
“Pues déme su pistola”, le respondió<br />
la hermana mayor de los Serdán<br />
sin dejar de apuntar.<br />
El cuerpo sin vida de Cabrera yacía en<br />
el patio de la casa. Varios hombres se<br />
acercaron y comenzaron a golpearlo,<br />
a patearlo y a injuriarlo por todos<br />
los actos perpetrados durante su vida.<br />
Carmen intervino, alejando a los que<br />
intentaban hacer jirones el cadáver del<br />
policía. Entre varios tomaron el cuerpo<br />
unánime de Cabrera y lo arrojaron<br />
a la calle. Los rebeldes sabían que en<br />
cuestión de minutos estarían rodeados<br />
por las fuerzas federales y el cuerpo de rurales. Había comenzado<br />
la revolución mexicana en Puebla, dos días antes de<br />
lo previsto.<br />
El asedio<br />
La noticia de la muerte de Cabrera corrió como reguero de<br />
pólvora. Al conocer la noticia de la muerte de su gatillero, el<br />
gobernador envió tropas a la calle de Santa Clara para combatir<br />
a los rebeldes. Aquiles ordenó a todos los hombres que se<br />
aprestaran a la defensa. Armaron barricadas y trincheras con<br />
lo que pudieron. Entre hombres y mujeres sumaban dieciséis<br />
personas las que habían iniciado la revolución. Aquiles sabía<br />
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