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Empresarialmente OCTUBRE 2012

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Durante el cautiverio las tres mujeres hablaron poco. Se lamentaban<br />

en silencio del inútil derramamiento de sangre. Temían<br />

por la vida de Aquiles. Filomena intentaba reprimir los<br />

sollozos que le inundaban la garganta cuando recordaba al<br />

hombre que tanta felicidad le había dado. El dolor era mayor<br />

al pensar que quizá el bebé que llevaba en el vientre nacería<br />

huérfano.<br />

El escondite<br />

Tras la salida de las mujeres de la familia Serdán, el Jefe Político<br />

Joaquín Pita recorrió con calma la vieja casa. Observó<br />

minuciosamente cada espacio, cada rincón, cada una de las<br />

habitaciones esperando encontrar el escondite donde se hallaba<br />

Serdán. Se detuvo frente al espejo hecho pedazos que<br />

distorsionaba su figura.<br />

Intentaba escuchar cualquier sonido extraño que delatara a<br />

su enemigo pero sólo percibía el murmullo de sus hombres<br />

comentando lo sucedido. Como aves de rapiña se apropiaron<br />

de cualquier objeto de valor que hubiera resistido el combate.<br />

El olor a pólvora aún llenaba el ambiente; decenas de papeles<br />

tapizaban el suelo. Después de varios minutos Joaquín Pita<br />

se retiró del lugar pero ordenó a un grupo de soldados que<br />

montaran guardia en “esta guarida de latrofacciosos”.<br />

Entre uno de esos soldados se encontraba Porfirio Pérez, incondicional<br />

de Pita. “Apuéstese usted en esta recámara --le<br />

dijo el Jefe Político antes de marcharse-- y no pestañee, mientras<br />

yo vigilo afuera con mis hombres. No creo que el pájaro<br />

haya volado todavía.” Pérez entró al cuarto que antaño había<br />

sido del matrimonio Serdán. Observó con igual interés, los<br />

destrozos causados por la batalla y esperó. Las horas transcurrieron.<br />

El silencio se había apoderado lentamente de la casa,<br />

el sangriento día comenzaba también a morir. El cansancio<br />

69<br />

comenzó a hacer mella en Pérez. Sentado en un catre, intentaba<br />

mantener los ojos abiertos, los sentidos agudos ante<br />

cualquier indicio, la pistola estaba lista en su mano para cualquier<br />

imprevisto, aunque para esas horas de la noche podía<br />

asegurar que se encontraba solo en la casa de los Serdán.<br />

Desde que terminó el combate, Aquiles se había refugiado en<br />

un compartimiento que se encontraba en la planta baja de la<br />

casa. Apenas y cabía pero era suficiente para pasar desapercibido.<br />

La madera del piso hacía imperceptible el lugar donde<br />

se encontraba el hueco.<br />

Sin embargo, con el paso de las horas, el cuerpo de Aquiles<br />

se fue entumiendo. Su escondite era demasiado frío y la<br />

baja temperatura del mes de noviembre calaba sus huesos.<br />

La paciencia no era virtud de Serdán. Lo había demostrado la<br />

noche en que convenció a sus partidarios de no esperar hasta<br />

el 20 de noviembre para iniciar la Revolución.<br />

Solitario en su refugio trataba de no pensar en nada para no<br />

caer preso de la angustia. Pero una tras otra, las escenas de<br />

la batalla se repetían en su mente. Imaginaba a Máximo desangrado,<br />

a Carmen presa, a su mujer embarazada en una fría<br />

mazmorra y por supuesto a su madre. Algún movimiento en<br />

la habitación interrumpía sus divagaciones. Entonces sostenía<br />

la respiración esperando que no lo encontraran.<br />

Involuntariamente le venía a la cabeza la imagen de su abuelo.<br />

Recordaba su historia, lo imaginaba parado orgulloso y<br />

recio frente al pelotón de fusilamiento. Comenzaba a pensar<br />

en el futuro de su esposa y de sus hijos. Ruidos al exterior de<br />

su escondite lo traían de vuelta a la realidad. Horas que parecían<br />

años. Casi había perdido el sentido del tiempo. Para su<br />

desgracia no podía imaginar siquiera la hora. Esperaba salir<br />

bien librado de aquel trance. Se dirigiría entonces a San Anto-<br />

|EMPRESARIALMENTE|

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