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Empresarialmente OCTUBRE 2012

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la Penitenciaría caía en manos de los rebeldes. Las explosiones provocadas<br />

por las bombas caseras --señal para que otros grupos entraran<br />

en acción-- continuaban haciendo su labor de exterminio. Pero nadie<br />

llegaba en su auxilio. Sus horas estaban contadas.<br />

A las diez de la mañana, la casa había ya perdido todo rastro de su<br />

hermosura. La fachada parecía cedazo. Los muebles rotos, el magnífico<br />

espejo de una de las habitaciones había estallado en miles de pedazos.<br />

Parecía como si el combate se estuviera realizando dentro de la casa.<br />

Lejos habían quedado las tardes de comidas familiares, de alegrías y de<br />

ensueños. Pero no era momento de mirar a atrás. Nadie se acordaba ya<br />

de aquellos tiempos.<br />

Minutos más tarde, Aquiles le pidió a Carmen que subiera a la azotea<br />

para repartir más parque. Las municiones comenzaban a escasear. La<br />

valiente mujer subió cubierta con cananas y cinturones llenos de balas<br />

calibre 30-30. La resistencia comenzaba a ceder. Carmen intentó alentar<br />

a los combatientes, pasó por alto los cadáveres de algunos correligionarios<br />

que habían caído en los momentos iniciales del combate.<br />

Le tranquilizó ver a Máximo con el mismo ánimo dando órdenes. Una<br />

vez entregado el parque regresó a la planta alta de la casa para continuar<br />

con la defensa de su posición. No había dado el primer paso cuando<br />

sintió que una bala rozaba su cabello. Hasta entonces se dio cuenta<br />

de que le disparaban también a ella. Quiso voltear para ver de frente, a<br />

los ojos del hombre que le había disparado cuando sintió que una bala<br />

se incrustaba por la parte izquierda de su espalda y salía por la derecha.<br />

El golpe estuvo a punto de tirarla, pero se sobrepuso al instante. Después<br />

de mirar su vestido teñido con el profundo rojo de su sangre, logró<br />

voltear para ver al soldado que le había disparado. Levantó su carabina<br />

y le apuntó, estaba a punto de disparar pero en el último momento se<br />

arrepintió. “Esto no es por la Patria --contaría años después--, sino porque<br />

me pegaron y me duele”.<br />

Aquiles se impresionó al verla ensangrentada. Doña Carmen Alatriste,<br />

su madre comenzó a llorar y a gritar, pero logró controlarse. Tomó una<br />

sábana y la desgarró para improvisar una venda que tapara la herida<br />

de su hija. Aquiles trató de mantener la calma y sin dejar de disparar<br />

por la ventana, le preguntó si respiraba con dificultad a lo que Carmen<br />

respondió negativamente. “Entonces no es nada de importancia” respondió<br />

Aquiles como para tranquilizar a los presentes. Después de un<br />

respiro, Carmen se reincorporó a la batalla.<br />

Los gritos e improperios de las tropas federales se escuchaban cada vez<br />

más cerca. Había pasado una hora desde que Carmen resultó herida. A<br />

sabiendas que los rebeldes de la azotea estaban próximos a sucumbir<br />

por falta de pertrechos de guerra, decidió hacer una nueva incursión<br />

para reabastecerlos. La escena que sus ojos vieron era verdaderamente<br />

dantesca. Casi todos sus correligionarios yacían muertos.<br />

Desolada, levantó la cabeza hacia una cañería por la que había trepado<br />

Máximo que todavía con vida se encontraba acompañado por un señor<br />

de apellido Méndez, el cual estaba herido. Ambos seguían disparando.<br />

Con la fortuna en contra, el hermano menor cayó herido. Carmen le<br />

suplicó que bajara para atenderlo. Máximo no hizo caso, lo único que<br />

alcanzó a decir fue que podía seguir peleando, que necesitaba más<br />

parque.<br />

La altura en la que se encontraban los combatientes heridos hacía más<br />

difícil el reabastecimiento de municiones. Máximo le dijo a Carmen que<br />

buscara una canasta y una cuerda para hacerle llegar el parque. La hermana<br />

bajo rápidamente a buscar los utensilios necesarios. Cuando se<br />

disponía a realizar la operación, escuchó voces desconocidas. Eran los<br />

federales que finalmente se habían apoderado de la azotea de la casa<br />

de los Serdán. En ese momento un escalofrío recorrió su corazón, sin<br />

ver el cadáver sabía que su hermano Máximo había muerto.<br />

67<br />

Carmen.<br />

Maximo.<br />

|EMPRESARIALMENTE|

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