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VE-03 JUNIO 2014

Cuentos, poesía, relatos, literatura, valencia

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VALENCIA ESCRIBE<br />

La revista<br />

Número 3 – Junio <strong>2014</strong>


© Eulalia Rubio<br />

©de los textos: Asun Ferri, Jorge Martínez, Lu Hoyos, Aldana Giménez, Elena<br />

Casero, Alejandro Ramos, María Olariaga, Alberto Casado, Noelia Baviera, Nicolás<br />

Jarque, Lucho Bruce, Luis A. Molina, David Rubio, Germán Repetto, Eva C. Franco,<br />

Concha García, Adrián García, Lucía Ouzumi, Rafa Sastre, Lidia Castro, Malén<br />

Carrillo, Amparo Hoyos, Meryross, Marisol Santiso, Caridad Blázquez, Eric Grants,<br />

Carmen Ferrer, Ricardo Mazzoccone, José Luis Sandin, Pilar Descalza<br />

Fotografía de la portada: My love for books – Stephanie Wein<br />

(http://500px.com/rabenkraehe)<br />

Colaboradoras (fotografías e imágenes):<br />

Eulalia Rubio (http://jardinesrioturia.blogspot.com.es/)<br />

Fuensanta Niñirola (http://lamiradadeariodante.blogspot.com.es/ y<br />

http://fninirola.blogspot.com.es/)<br />

Diseño y edición: Rafa Sastre - Envío de colaboraciones: revistave@hotmail.com<br />

Para ver y descargar esta revista en formato pdf (5.59 mb):<br />

http://www.mediafire.com/view/3ej5g7c9tb5sqt9/<strong>VE</strong>-<strong>JUNIO</strong>.pdf


Índice<br />

Regalos (Rafa Sastre) Pág. 1<br />

La tormenta (Asun Ferri) Pág. 3<br />

Mi querida hermana (Jorge Martínez) Pág. 5<br />

Un plan de pensiones sorprendente (Lu Hoyos) Pág. 9<br />

Voluntarios (Aldana Giménez) Pág. 13<br />

Lo terrible de las mañanas (Elena Casero) Pág. 15<br />

La pregunta (Alejandro Ramos) Pág. 17<br />

Volver por primavera (María Olariaga) Pág. 19<br />

El amor secreto de Francisco de Orellana (A. Casado) Pág. 23<br />

Doce (Noelia Baviera) Pág. 27<br />

Invitación a comer (Nicolás Jarque) Pág. 29<br />

Arrecifes (Lucho Bruce) Pág. 31<br />

La carta (Luis A. Molina) Pág. 33<br />

El regalo (David Rubio) Pág. 35<br />

Mi rubia (Germán Repetto) Pág. 39<br />

Un encuentro fugaz (Eva Franco) Pág. 41<br />

Adiós a lo auténtico (Concha García) Pág. 43<br />

El alma escindida – Parte II (Adrián García) Pág. 45<br />

Coraje y valentía (Lucía Ouzumi) Pág. 49<br />

El tío Ceba (Rafa Sastre) Pág. 51<br />

Amor de verano (Lidia Castro) Pág. 55<br />

Sueño reparador (Malén Carrillo) Pág. 57<br />

La modistilla (Amparo Hoyos) Pág. 59<br />

La cita (Meryross) Pág. 63<br />

El emigrante (Marisol Santiso) Pág. 65<br />

Zeta (Caridad Blázquez) Pág. 69<br />

¿Cómo estás hoy, princesa? (Eric Grants) Pág. 71<br />

Esperándote (Carmen Ferrer) Pág. 75<br />

Hombres sin rostro (Ricardo Mazzoccone) Pág. 77<br />

El espejo electrónico (José Luis Sandin) Pág. 83<br />

A tortas con la vida (Pilar Descalza) Pág. 85


El Asilo del Libro, Calle San Fernando (Valencia) - © Eulalia Rubio


Regalos<br />

“El regalo más grande es dar una parte de ti mismo”, dicen que<br />

dijo el filósofo y escritor Ralph Waldo Emerson (18<strong>03</strong>-1882). Si es así,<br />

estoy convencido de que tenía razón.<br />

Cualquiera que quiera acercarse y leernos, podrá encontrar aquí 30<br />

partes de otros tantos seres humanos dispersos por tres continentes, 30<br />

grandes regalos -en forma de cuento o poesía- brotados directamente<br />

de sus generosos corazones. Regalos sin marca, etiqueta, precinto,<br />

garantía ni fecha de caducidad. Regalos irrepetibles, imposibles de<br />

encontrar en ningún hipermercado o centro comercial. Regalos<br />

sorprendentes que invitan a imaginar, transportarse, enardecer, reír,<br />

reflexionar, amar, temer, estremecerse, llorar. Regalos que solo precisan<br />

la energía de la mente para funcionar durante minutos, horas, días,<br />

meses o años, tal vez durante vidas enteras… quién sabe. Regalos con<br />

alma surgidos de la amistad, un valioso sentimiento que gracias a este<br />

humilde medio sigue creciendo entre todos nosotros.<br />

Disfrutad de estos obsequios y sed felices. Volvemos en Julio.<br />

Rafa Sastre<br />

1


Carl Shamburger on Allis-Chalmers Tractor – Robert Yarnall (1938)<br />

2


La tormenta<br />

El frío se desvanecía, agotado por el vigoroso sol que relucía en lo<br />

alto, parecía como si una gruesa cortina hubiera sido descorrida en el<br />

firmamento, dejando filtrar de un día a otro, toda su energía. Los<br />

campos habían reverdecido, las abejas laboraban impertinentes, las<br />

mariposas trazaban piruetas, los pájaros afinaban sus trinos, las ranas<br />

croaban intermitentes, pequeñas píldoras de colores salpicaban la tierra<br />

seca y las hojas mustias se hundían entre nuevas marañas que brotaban<br />

punzantes. Aquel hombre dejó sus guantes, se quitó la gorra empapada,<br />

se secó el sudor con sus manos ásperas y miró alrededor. La sangre<br />

sentía que le hervía, en su corazón se había instalado un potente<br />

acelerador de partículas, caminaba receptivo, atento, los dientes<br />

apretados, los puños cerrados, oteando alrededor hacia las sombras de<br />

los árboles, donde estaban los compañeros.<br />

Era la hora del almuerzo, estaban todos sentados, algunos en el<br />

suelo, otros en los ribazos. En los campos lindantes los jornaleros<br />

seguían trabajando, el ruido de las máquinas de faenar invadía las pocas<br />

conversaciones, el estruendo de los tractores resonaba en su cráneo,<br />

como en una caja acústica; su rostro congestionado, rojo, los ojos<br />

entrecerrados, y la vena de su cuello, presagiaban la tormenta, el<br />

estallido seco de la violencia. El otro jornalero permanecía impávido<br />

mientras aquel se acercaba hacia él desafiante, paró en seco a su lado,<br />

recriminándole una afrenta pasada; se veían sus bocas abrirse como en<br />

una película muda, cuando… empezaron a empujarse, primero el que<br />

permanecía de pie propinó un fuerte empellón en el pecho al otro,<br />

luego, el que estaba sentado se levantó, incrédulo, y se irguió en actitud<br />

de defensa, esgrimiendo el bocadillo como única arma; intercambiaron<br />

más frases entrecortadas, lanzadas al aire entre una fina lluvia<br />

3


atomizada de saliva, les envolvía una capa transparente de energía<br />

incombustible, ni buena ni mala, simplemente habían formado un halo<br />

de rayos que estallaban, generados por la electricidad acumulada en las<br />

nubes de tormenta, que se presiente, se huele, se espera y se desea que<br />

explote en torrencial lluvia, con ímpetu ruidoso para dejar paso a la<br />

calma, anhelando aspirar el olor a tierra mojada, pequeños instantes de<br />

paz que nos hacen pensar que merece la pena estar aquí, aunque no<br />

sepamos muy bien, para qué, ni por qué.<br />

Se enzarzaron, en una desigual pelea, pues no había ánimo de ella<br />

en aquel que no soltaba su almuerzo por nada del mundo; todo fue muy<br />

rápido, los compañeros tardaron en reaccionar, sorprendidos,<br />

aletargados por el calor, una mujer clamó a gritos, pidiendo que los<br />

separaran, y a la vez, el remolino de sus cuerpos y sus brazos, trazaba<br />

círculos concéntricos en el aire, estrellas radiantes y líneas discontinúas,<br />

serpientes y lagartos con lenguas viperinas que salían por su boca.<br />

Finalmente, los separaron, atónitos, sin saber muy bien qué había<br />

pasado, ni qué lo había originado, formándose dos grupos, tan sólo por<br />

la precaución de que no volvieran a tocarse, cada hombre dio su<br />

explicación de lo ocurrido, alegando sus razones, volvieron poco a poco<br />

al trabajo, deshaciéndose los corrillos y al final de la jornada, cada uno<br />

en su casa se reía al contar lo acontecido, sobre todo recordando cómo<br />

uno de ellos no soltaba el bocadillo. Aquella noche llovió con furia, había<br />

llegado la primavera.<br />

Autora: Asun Ferri (Valencia)<br />

http://patadeelefanta.wordpress.com/<br />

4


Mi querida hermana<br />

© Fuensanta Niñirola<br />

Querida hermana: te fuiste muy lejos con tu esposo, no te veo<br />

desde hace muchos años. Yo me quedé en nuestra tierra, me casé y<br />

tengo dos hijos, pero no dejo de extrañarte, por eso te escribo, dejando<br />

a un lado la libreta de apuntes de mi actividad laboral, que, como sabes,<br />

es muy ardua y demandante; tengo que trabajar mucho, pues necesito<br />

un montón de dinero dado que no me deja en paz una horrible<br />

depresión que me tiene postrado y una dolencia que no han descifrado<br />

los médicos.<br />

La noche ha puesto sus reales en nuestra ciudad, hermanita, y para<br />

escribirte me he acercado mucho la vela, pues la oscuridad es profunda.<br />

5


Desde mi ventana veo la tormenta que estremece los árboles y los rayos<br />

que chicotean en los techos; pero, espera, han tocado a la puerta.<br />

Bueno, querida, ya se fue la visita, se trataba de un sujeto que me<br />

pidió un extraño trabajo. No quiso pasar, se quedó parado en la puerta,<br />

y desde allí me ordenó lo que ya te he contado, que tuve que aceptar a<br />

pesar de mi enfermedad, pues me anticipó una buena cantidad de<br />

dinero, que tanto necesito ahora para pagar mis deudas y para los<br />

médicos que me atienden, que no son más que unos ignorantes; ni<br />

siquiera escuchan lo que les digo, que mis males se deben a las pulgas y<br />

a las chinches. Ellos insisten en que mis males se derivan de las<br />

disfunciones de mis órganos internos. Pendejos, una y otra vez les digo<br />

que desde que tú y yo éramos niños, de sol a sol, día con día, con<br />

nuestro padre Leopoldo viajábamos a las principales ciudades de<br />

Europa. Que en las noches nos quedábamos en los mesones,<br />

¿recuerdas? Esos grandes corrales con pequeños e incómodos cuartitos<br />

alrededor, llenos de paja para darles de comer a las bestias. No se me<br />

olvida cómo te quejabas, o nos quejábamos, y las incomodidades que<br />

sufríamos recostados en aquellos montones de paja, hechos bolita y<br />

tiritando de frío; las pulgas y las chinches se daban gusto chupándonos la<br />

sangre.<br />

mía.<br />

En mis largas noches de insomnio evoco aquellos viajes, querida<br />

Cuanto antes tengo que empezar lo que me encargó el extraño<br />

individuo… ¡Qué inoportuno trabajo! Estoy enfermo y casi con un pie en<br />

un pozo del panteón, según me aseguran estos matasanos que se hacen<br />

llamar profesionistas de la medicina, ¿qué inspiración puede llegar a mi<br />

pluma para emprender la tarea que me han encomendado y pagado?<br />

Pero, espera… hago una pausa en la carta; escucho unos pasos en la<br />

escalera, te seguiré escribiendo después de que se larguen los<br />

6


desgraciados que seguramente vienen a sangrarme, como lo hacen<br />

desde hace meses. Lo que logran es debilitarme. No me dejan fuerzas ni<br />

para doblar las rodillas y ponerme a escribir cómodamente.<br />

Por fortuna ya se fueron los galenos, y puedo seguir con tu cartita,<br />

contándote que ya terminé la primera parte del encargo.<br />

Pero, espera, ahí está nuevamente el extraño sujeto que me pagó<br />

por anticipado el trabajo.<br />

Sigo escribiéndote porque ya lo atendí y se largó. Te diré que me<br />

cayó mal, pues me ordenó que me apresurara.<br />

-Es que estoy enfermo <br />

-Por eso mismo se necesita que usted se ponga a trabajar más<br />

deprisa.<br />

-No tengo fuerzas ni para tomar la pluma… <br />

-¿Qué le falta?<br />

-No he retocado la segunda parte. No he pulido el estilo, esto<br />

necesita tiempo.<br />

-Entrégueme lo que ha escrito… Con esas pachorras que se carga<br />

usted no terminaría ni en un año y el tiempo apremia.<br />

-Está bien <br />

El viento ha entrado a mi cuarto y debo hacer gran esfuerzo para<br />

cerrar la ventana. No puedo seguirte escribiendo porque tengo que<br />

aprovechar este momento en el que no me cuidan para ir a ver a mi niño<br />

que no deja de llorar pues también está enfermo también, y aunque me<br />

es difícil pararme, usaré las manos y los codos para arrastrarme hasta<br />

llegar a su cuarto; debe de sufrir intensamente y ha de estar asustado.<br />

7


Atentamente y con inmenso cariño, tu hermano que no te olvida,<br />

mi amada Anna Walbua Ignatia, o como me gustaba decirte: mi querida<br />

Nannerl.<br />

Posdata: Espero que a pesar de la distancia, te acuerdes de tu<br />

carnal, Joannes Crhistostomos Wolfgang Gottlich Mozart, o más corto,<br />

como ahora me llaman: Wolfgang Amadeus Mozart.<br />

Aprovecho que el viento no ha apagado la vela para informarte que<br />

escucho los pasos de mi esposa Constanze, que sube la escalera<br />

acompañada con los médicos; desgraciados, dicen que vienen a<br />

curarme, y lo único que hacen es desangrarme, matándome lentamente,<br />

y hoy, seguramente logran su objetivo cuando me saquen la última gota.<br />

Se dicen doctores en medicina, afirman que su método es excelente<br />

para curar a la gente, pero ni siquiera lavan las herramientas con las que<br />

me atormentan.<br />

Sé que no quedaré vivo después de que hoy se hayan ido. Por<br />

fortuna en la misa de Réquiem que le entregué al sujeto dejé trunca la<br />

“Lacrimosa”, y así será imposible que la orquesta sinfónica de mi querida<br />

Viena pueda ensayarla, siempre y cuando Xaver Süssmayr, mi alumno<br />

más aventajado, no se le ocurra terminar lo que he dejado inconcluso;<br />

porque si lo hace, la estrenarán en la misa de cuerpo presente que<br />

seguramente van a celebrarme antes de llevarme a enterrar en la fosa<br />

común del panteón.<br />

Autor: Jorge Martínez (Sahuayo de Morelos, México)<br />

8


Un plan de pensiones sorprendente<br />

© Fuensanta Niñirola<br />

Agustín Santacruz me sorprendió hondamente días después del<br />

entierro de la que durante treinta y cinco años fue su mujer. Se llamaba<br />

Crescencia González y era una mujer de fuerte carácter, ni guapa ni fea,<br />

ni alta ni baja, lo que más llamaba la atención en ella era su mirada. Su<br />

mirada era recelosa y penetrante, te sentías como pillado en falta<br />

cuando te atravesaba con sus grandes ojos oscuros de color incierto o<br />

quizá la incertidumbre venía de la dificultad por mi parte de sostener su<br />

mirada inquisitiva. Aunque ciertamente fueron contadas las ocasiones<br />

en que la vi.<br />

Agustín fue durante toda su vida de casado, más unos cinco años<br />

de noviazgo, representante de productos de hostelería. Su tenacidad y<br />

buen hacer le había hecho ir, poco a poco, aumentando el número de<br />

clientes, de manera que se sacaba un buen sueldo todos los meses.<br />

9


Nuestra amistad se fue fraguando con el tiempo en los ratos que<br />

compartíamos entre visita y visita comercial.<br />

Me lo encontré por la calle, como decía, unos días después del<br />

sepelio. Volví a darle mi más sincero pésame, a lo que él respondió con<br />

unos ojillos alegres dejándome un tanto perplejo. Le invité a tomar un<br />

café, sentí la necesidad de hallar una explicación a esa mirada suya,<br />

aunque él era un hombre de gran sentido del humor, siempre al tanto<br />

de los últimos chistes dispuesto a alegrarte el día, pero en esta ocasión<br />

me sorprendió su actitud.<br />

Una vez sentados a la mesa del casino y con una taza humeante en<br />

nuestras manos empezó su relato:<br />

-¡Maldita hija de la gran puta! –me dijo- aunque su madre fuera<br />

una santa. ¿Sabes lo que me ha hecho?<br />

-No, si no me lo cuentas –le conteste sin disimular mi gran<br />

curiosidad.<br />

-Tú sabes que mi mujer era rica.<br />

-Sí, sabía que había heredado varias propiedades de sus padres –le<br />

contesté.<br />

-Pues todo el tiempo que estuvimos casados me hacía entregarle<br />

todo el sueldo y ella me daba una pequeña cantidad a la semana para<br />

mis gastos, siempre he ido con estrecheces, mirando cada peseta, cada<br />

euro. Si te digo la verdad, sentí una gran liberación con esta muerte suya<br />

tan repentina, me ahogaba la vida con ella, así que no voy a hacer el<br />

papel de viudo compungido.<br />

-Es comprensible –afirmé- solo se habla de viudas alegres muy<br />

injustamente pero hay mujeres que deben dejar un buen descanso<br />

cuando se van.<br />

10


-Cierto, este es mi caso pero hay algo más.<br />

-Soy todo oídos –dije impacientándome.<br />

-Verás, a los pocos días de su muerte, decidí hacer limpieza en mi<br />

casa y dar a la parroquia todas sus pertenencias. Me agencié unas<br />

grandes cajas de cartón y procedí a empacarlo todo. Y ¿a que no sabes lo<br />

que me encontré?<br />

-No, desde luego, si no me lo dices.<br />

-En un cajón de su armario cerrado con llave, no te lo vas a creer.<br />

-Dímelo y te diré si me lo creo o no.<br />

-¡Qué fuerte tío! Me encontré 420 sobres, todos los salarios de mi<br />

vida de casado en sobres cerrados e intactos. Todo el dinero que había<br />

ganado en mi vida con ella. No daba crédito a lo que estaba viendo.<br />

-¡Joder, tío! No sé si compadecerte o alegrarme por ti.<br />

-Alégrate, alégrate porque lo peor ya ha pasado y ahora me<br />

encuentro todavía joven y con una pequeña fortuna a mi disposición<br />

además de su herencia. Soy rico y voy a disfrutar de la vida por todos los<br />

años de miseria que he vivido con ella.<br />

Me dejó asombrado el bueno de Agustín con semejante historia.<br />

Vivir para ver, me dije. Nos despedimos con un abrazo y seguí viéndolo<br />

cada vez más feliz y rejuvenecido. Volvió a encontrar el amor en una<br />

mujer madura y llena de dulzura y ahora, ya jubilado, creo que anda<br />

recorriendo el mundo con ella.<br />

Autora: Lu Hoyos (Valencia)<br />

http://inventariodelucrecia.blogspot.com.es/<br />

11


Shadow walk – Kiberu (http://500px.com/kiberu)<br />

12


Voluntarios<br />

Mira cómo pasa el tiempo,<br />

destiñendo los lamentos,<br />

que decidimos olvidar,<br />

para bien o para mal.<br />

Mira cómo hemos crecido,<br />

ya no usamos adhesivos,<br />

las lastimaduras de hoy,<br />

están en nuestro corazón.<br />

¿Viste cómo somos valientes?<br />

cumplimos metas a contracorriente,<br />

vamos perdiendo ingenuidad,<br />

sabiendo toda la verdad.<br />

Mira cómo cambia el cielo,<br />

mientras vamos aprendiendo,<br />

que damos giros inesperados,<br />

por pensamientos involuntarios.<br />

¡Mira cómo hemos cambiado!<br />

a pesar de que juramos no alterarnos,<br />

aquí estamos, andando el camino,<br />

aunque a veces nos sentimos perdidos.<br />

Autora: Aldana Giménez (Mendoza, Argentina)<br />

13


Óleo de Evelyn Carell (http://evelyncarell.artelista.com/)<br />

14


Lo terrible de las mañanas<br />

Cada mañana cuando me miro al espejo, antes de ponerme las<br />

gafas de lentes progresivos me veo como siempre, con cara de sueño y<br />

lleno de bostezos. Soy la misma persona que cada día se cepilla los<br />

dientes, se afeita y últimamente se unta la cara con crema anti arrugas,<br />

anti choque, anti estrés y anti bolsas. Todo por hacerle caso a mi mujer.<br />

Soy el mismo que hace filigranas con el pelo, con las entradas que<br />

se nos hacen a los hombres y que parecen moscódromos, eso dicen mis<br />

hijos. Sí, en efecto soy el mismo de todas las mañanas, el que estoy<br />

acostumbrado a ver y a quién nada pregunto para evitarme el<br />

desconcierto. Y sin decirle nada al que me mira desde el otro lado del<br />

espejo, salgo del cuarto de baño. Pero cuando después de desayunar<br />

entro al baño con las gafas puestas ¿qué me encuentro? Pues veo otra<br />

persona, seguramente la que realmente soy. Veo un rostro con las<br />

arrugas del escepticismo endurecidas bajo los ojos, el repliegue de la ira<br />

cotidiana sobre las cejas y los frunces de la piel bordeando la boca y el<br />

labio inferior con la amenaza de la desgana de callar tantas y tantas<br />

palabras a lo largo del día. Y siempre llego a la conclusión de que la<br />

persona que después de desayunar entra al baño y se mira al espejo es<br />

el otro que llevo dentro y que no quiero ver. Antes salía cabreado<br />

conmigo mismo preguntándome quién era en realidad, si el de delante o<br />

el de detrás del espejo. Sin embargo, después de meditarlo, llegué a la<br />

conclusión de que esta actitud no servía de nada. Así pues, hace unos<br />

meses hice un pacto con el otro y antes de marchar al trabajo nos<br />

saludamos, nos damos la mano, sonreímos con incierta confianza y hasta<br />

el día siguiente. La felicidad no es tan difícil de conseguir, ¿o sí?<br />

Autora: Elena Casero (Valencia)<br />

http://elenacasero.blogspot.com.es/<br />

15


© Eulalia Rubio<br />

16


La pregunta<br />

-¿Qué harías? -Me dijo desafiante.<br />

-Le diría que me encantas –Respondí.<br />

Por mi mente pasaban más de mil cosas, mi cerebro se aceleró y<br />

dejó de pensar en todo, no sentí mi respiración, ni el frío que se<br />

derramaba sobre mi espalda como balde de agua, tampoco sentí la<br />

noche que nos cobijaba, ni a las personas que nos rodeaban, las luces se<br />

extinguieron y comencé a ver en mi interior todo lo que ella me<br />

provocaba.<br />

En un acto de reacción, clavé la mirada en ella, lo que se me ocurría<br />

era atreverme a besarla frente a su padre cuando tuviera oportunidad y<br />

ver lo que en realidad pasaría, decirle lo que me dictaban las imágenes<br />

de alegría que mi cerebro acomodaba. Cosa que le dije cortamente<br />

cuando respondí, en realidad ella me encanta, pero eso no termina ahí,<br />

me gusta el juego de complicidad que tenemos frente a los demás, me<br />

gusta su risa, la forma en la que cierra los ojos al escuchar Don’t cry<br />

sintiendo la música, su forma risueña de ver todo cuando está feliz.<br />

Pero no sólo eso, me gusta incluso lo que ella desaprueba de sí<br />

misma, sus cortos pies que me parecen tan tiernos, su falta de tiempo<br />

para hacer todo lo que desea, la forma en la que la gente piensa<br />

erróneamente de ella, me gusta que desapruebe la responsabilidad que<br />

cae en sus hombros, y más que nada eso me gusta porque me dice que<br />

es auténtica, real y no busca ser perfecta, es ella misma.<br />

Me encanta cómo vuelve día mis noches, me gusta cómo -al igual<br />

que el café- me mantiene despierto a pesar del cansancio, cómo acalora<br />

mi frialdad y derrama ideas en mi cerebro, incluso sin saberlo. Me<br />

17


embriaga hasta sentir mariposas en la cabeza, alguna que otra vez,<br />

dependiendo del beso me hace sentir abejas asesinas.<br />

Después de todo lo que cavilé en ese instante me decidí que decirle<br />

a su padre: Señor su hija me encanta, me gusta tanto que yo, sujeto que<br />

no sabía de palabras, me he adentrado en el mar inmenso de sus ojos,<br />

me dediqué a sacar por la boca algunas prosas, en un ahogo de razón.<br />

Desde que la conozco, sufro de una metamorfosis, me estoy<br />

convirtiendo en poeta, y no soy el único que la sufro, pues ella se ha<br />

convertido en mi poesía.<br />

Autor: Manuel Alejandro Ramos Ayala (Naica, México)<br />

http://chatomusik.blogspot.mx<br />

18


Volver en primavera<br />

“…como las hojas, que se mueren en otoño y regresan sin memoria…”<br />

Best buds - Krista Pegg (http://500px.com/kpeggphotography)<br />

Cuando la vi, me quedé sorprendido y dudé que fuera ella. Hacía<br />

muchos años que no la veía y la imagen que yo retenía distaba mucho de<br />

la que tenía ahora frente a mí, no la conocía con esa juventud radiante y<br />

arrolladora. Pero sin duda era ella. La observaba cada día y pude<br />

descubrir su sonrisa, sus gestos y algunas mañas que tuvo desde<br />

siempre, como la de acomodarse el aro en la oreja constantemente.<br />

Cada vez que la tenía enfrente me preguntaba si podía ser verdad, y<br />

como dándole esperanzas a mi corazón atormentado, me decía que sí.<br />

Nunca pensé que esto pasara, si alguien lo hubiera contado me<br />

habría reído, por eso no se lo dije a nadie. Con que yo supiera quién era,<br />

19


astaba. Fue tan terrible cuando la perdí, que no podía creer que ahora<br />

estuviera tan cerca de mí. Jamás me recuperé realmente, creo que nadie<br />

en esta situación lo logra. Aunque tenía mis dudas, no creía que esto<br />

pudiera suceder. Hay muchos que sí lo creen, es más, lo pregonan y lo<br />

enseñan. Yo prefiero no decir nada para que no me llamen loco, con<br />

disfrutar su presencia me basta.<br />

Pero ahora me tengo que ir. Hace poco más de un mes me llegó la<br />

notificación de mi jubilación. Y aquí todo se acaba. Voy a disfrutar de los<br />

últimos años de mi vida, quién sabe si yo volveré en primavera. Me voy a<br />

ocupar de dejar señales para mi vuelta, marcas imborrables, como el<br />

amor, para que le dé una pista a mi regreso. Tal vez pueda volver pronto,<br />

o quizás lo haga en un lugar distante, tanto que las marcas que haya<br />

dejado no sirvan para nada, tal vez me quede suspendido en el tiempo y<br />

mi primavera florezca demasiado tarde.<br />

Recuerdo que cuando se fue me preguntaba si esta situación podía<br />

darse, si sería factible que estuviera en algún lugar, ya sea cerca o<br />

distante y le aseguré que si lo supiera la buscaría hasta donde fuera<br />

necesario, pero ¿cómo saberlo? La muerte es siempre un gran misterio.<br />

¡Qué hermoso sería que volviera a la familia de alguna forma! Tan<br />

sólo para tenerla cerca, aunque no le confesara la verdad, lo que había<br />

descubierto, sería bueno que estuviese otra vez entre nosotros. Pero es<br />

inútil, las hojas en primavera regresan sin memoria.<br />

Me miraba con curiosidad porque sabía que yo la estudiaba y logré<br />

que nuestra fría relación de trabajo fuera más amena y afectiva, pero<br />

ella no recordaba y yo no me atrevía a decirle lo que creía, me hubiera<br />

tildado de loco.<br />

Recogí mis cosas de a poco, fui llevándolas a casa día a día y hasta<br />

creo que se consternó con esta inminente partida.<br />

20


Hoy es el último día, tengo en el pecho un nudo muy grande que<br />

me ahoga; otra vez separarnos, ahora que la recuperé debo<br />

abandonarla, a mí me bastaba con verla, tanto la había amado, tanto<br />

sufrí cuando la perdí que no podía resignarme.<br />

Me dirigí hacia ella y le tendí la mano, que tomó levantándose de<br />

la silla, la puse frente a mí, le tomé el rostro con las manos y la besé en<br />

la frente con ternura.<br />

—Te amo, —le susurré— toda la vida te voy a amar…— y la dejé.<br />

Definitivamente. No le dije “mamá “, porque no lo hubiera entendido.<br />

María Olariaga (Río Cuarto, Argentina)<br />

21


Wild – Danny Goiri - http://500px.com/dannygoiri<br />

22


El amor secreto de Francisco de Orellana<br />

Pariente de Francisco Pizarro y, al igual que este, natural de Trujillo,<br />

Francisco de Orellana fue quien descubrió para occidente el río más<br />

caudaloso de la Tierra, llamado Amazonas, en honor a las legendarias<br />

guerreras.<br />

Un 24 de junio, día de San Juan, Orellana y los suyos fueron atacados<br />

por un grupo de amerindios encabezado por las míticas amazonas. Los<br />

españoles quedaron paralizados ante la belleza de aquellas altas y<br />

espigadas mujeres que disparaban sus arcos con destreza. Vestían una<br />

túnica corta que dejaba uno de sus pechos al descubierto, al objeto de<br />

facilitar el manejo del arma, y llevaban a la espalda una especie de carcaj<br />

donde guardaban las flechas.<br />

Ante la manifiesta superioridad de los indígenas, Francisco de<br />

Orellana hubo de rendirse, no sin antes haber presentado dura batalla,<br />

en la cual perdió a la mitad de sus hombres. Los sobrevivientes fueron<br />

maniatados y conducidos al reino de las amazonas, cuya reina, Conori,<br />

poseía una belleza cautivadora; tanto así, que el descubridor español se<br />

quedó mudo y paralizado al verla por primera vez. De metro ochenta de<br />

estatura, la mujer le sacaba una cabeza al aguerrido trujillano y, al<br />

parecer, carecía del pudor de que hacían gala las mujeres europeas,<br />

porque se presentó desnuda de cintura para arriba.<br />

A los barbudos colonizadores se les salían los ojos de sus órbitas al ver<br />

la perfección del cuerpo femenino, secundado perfectamente por los de<br />

las súbditas guerreras. El entorno era idílico, con casas de madera sobre<br />

las ramas de frondosos árboles y adornos de oro y piedras preciosas por<br />

doquier; era como si para los habitantes de aquel lugar aquella riqueza<br />

fuera algo usual. Y al parecer así era, puesto que en seguida se<br />

23


percataron de que las joyas que adornaban las orejas y cuellos de las<br />

amazonas estaban elaboradas con metales preciosos y estaban<br />

decoradas con espléndidas gemas.<br />

Más adelante supieron que la reina gobernaba con mano dura y que<br />

en aquel lugar perdido de la selva peruana no existía la democracia.<br />

Conori imponía su autoridad de forma absoluta y totalitaria, es más, el<br />

régimen instaurado era un claro matriarcado, donde los hombres eran<br />

meros sirvientes al servicio de las mujeres. Conori era soltera, y según<br />

puso de manifiesto en más de una ocasión, no necesitaba hombre<br />

alguno a su lado para gobernar a su pueblo. Las amazonas no tenían<br />

relaciones íntimas con los amerindios ni con los varones de otras tribus,<br />

eran de su preferencia los extranjeros, a quienes con frecuencia<br />

secuestraban.<br />

Los historiadores no se han hecho eco del romance vivido entre<br />

Conori y Francisco de Orellana, pero lo cierto es que surgió el amor a<br />

primera vista. Y no solo eso, sino que a partir del fortuito encuentro<br />

entre las amazonas y los soldados españoles se formaron varias parejas.<br />

El conquistador español se caracterizaba por la facilidad para los<br />

idiomas. Hablaba algunas de las lenguas nativas de la América<br />

colonizada y su talante conciliador lo hacían, a diferencia de los rudos e<br />

incultos Almagro y Pizarro, querido por los dominados. Tardó poco en<br />

aprender el dialecto hablado por las mujeres selváticas y los amerindios<br />

que las acompañaban, lo cual le permitió un rápido conocimiento de sus<br />

costumbres e inquietudes.<br />

Pasó largas jornadas en compañía de la reina, de quien quedó<br />

profundamente enamorado. Conori se valió de sus mejores armas:<br />

carácter desinhibido, poder de seducción y cierta picardía, para atrapar<br />

en sus redes al descubridor. Cosa parecida ocurrió con los hombres al<br />

mando de Orellana, quienes acabaron idiotizados por la belleza y<br />

24


artimañas de las amazonas. Pero ese amor espontáneo en realidad no<br />

era tal, sino que las mujeres utilizaban a los hombres para satisfacer sus<br />

necesidades y, si así lo decidían, procrear en aras al mantenimiento de la<br />

raza. Los hijos varones eran asesinados o convertidos en sirvientes, en<br />

tanto que las hembras eran educadas como guerreras.<br />

Los españoles se enteraron del interés desmesurado de las amazonas<br />

por ellos demasiado tarde, puesto que fueron muriendo<br />

progresivamente. Ellas, que eran muy hábiles a la hora de fingir, se<br />

inventaban mil y una excusas para justificar las muertes de los soldados:<br />

el ataque de un jaguar, la picadura de una serpiente, ahogamiento en la<br />

corriente traicionera del río, envenenamiento por comer frutas tóxicas…<br />

La mayoría de las veces las mujeres provocaban el encuentro del<br />

europeo con la fiera o serpiente en cuestión, lo inducían a que tomase<br />

un baño en el río mientras ellas se desnudaban en la orilla o le incitaban<br />

a probar frutas tóxicas para los europeos.<br />

Francisco de Orellana, ciego por el amor que sentía por la reina, no se<br />

enteró del fallecimiento de sus hombres, uno tras otro, hasta que ya<br />

estaban enterrados. Por supuesto Conari lo sedujo de tal manera que<br />

estuviese ocupado con ella y no se preocupase de los demás. Cuando el<br />

conquistador supo del engaño ―por mediación de unos de los<br />

amerindios con quien había trabado buena amistad―, ya era demasiado<br />

tarde para hacer algo por sus subordinados, mas aún estaba a tiempo de<br />

salvar su propia vida.<br />

La mayoría de los historiadores dicen que Orellana murió de<br />

enfermedad en la selva; otros aluden a que consiguió embarcar y<br />

recorrió el Amazonas hasta su desembocadura, continuando<br />

posteriormente su labor descubridora; mientras que unos pocos cuentan<br />

que, tras huir de las garras de Conari, se escondió en la selva durante un<br />

25


tiempo hasta que vio pasar un grupo de nativos y se unió a ellos, quienes<br />

lo condujeron a un lugar más seguro.<br />

Algunos mencionan que fruto de la relación habida entre Conari y el<br />

conquistador español nació una niña, la cual se convirtió años más tarde<br />

en la reina de todas las amazonas. Si es cierto o no, nunca lo sabremos,<br />

pero lo que sí es real es el paso de aquellos hombres por esas tierras<br />

consideradas salvajes, puesto que años más tarde comenzaron a arribar<br />

los misioneros para evangelizar a los pueblos aborígenes a quienes,<br />

mediante la fuerza de las armas y de la cruz, se impuso una religión y<br />

unas costumbres que no eran las suyas. Los misioneros no mencionan la<br />

presencia de las mujeres guerreras, quienes posiblemente abandonaron<br />

su reino y se refugiaron en tierras brasileñas; aunque la llegada de los<br />

portugueses produjo, casi seguro, su extinción definitiva.<br />

Es el lector quien libremente ha de decidir si Conari y sus amazonas<br />

son una leyenda o si existieron realmente. Sea como fuere, aún no sé de<br />

dónde sacó mi pariente del siglo XVI un extraño arco que fue pasando de<br />

generación a generación. Ahora lo tengo yo, flexible como recién<br />

fabricado y rodeado por un indudable halo de misterio.<br />

Autor: Alberto Casado Alonso (Trujillo, Perú)<br />

26


Doce<br />

Estudia el firmamento por si acaso en él encuentra las pistas que<br />

necesita. Las evidencias son escasas y bajo la única y tenue luz de la luna,<br />

se siente insignificante e idiota. El inspector Manzano le llamará en tres<br />

horas. Apura su cigarro, pese que aún le queda todo el paquete por<br />

fumar. Bebe un sorbo de su whisky, aunque los dos hielos ya han<br />

desaparecido. Las oscuras ojeras decoran un rostro amargado y su cara<br />

define la desesperación mejor que el diccionario de la R.A.E.<br />

Necesita resolver los doce casos abiertos que tiene sobre su mesa<br />

de despacho, doce asesinatos, que paradójicamente le están matando.<br />

Autora: Noelia Baviera (Valencia)<br />

50’s Man Window – Marsrox (http://500px.com/marsrox)<br />

27


© Fuensanta Niñirola<br />

28


Invitación a comer<br />

Un contacto de una conocida del pueblo las unió en una<br />

publicación de Internet. Dos comentarios después, Sara y Vanesa eran<br />

amigas del Facebook. Durante seis semanas compartieron fotos, vídeos,<br />

poesías, experiencias, secretos… Hasta que un fin de semana se les<br />

presentó la ocasión de encontrarse cara a cara. Fue en el piso de soltera<br />

de Vanesa a la que Sara acudió mintiendo a su marido por esa desgana<br />

de descubrir su intimidad. La primera impresión fue mágica. El azul de<br />

los ojos de Vanesa se clavaron en la sonrisa de Sara, las palabras del<br />

abecedario común aparecieron y la química hizo el resto. Sentadas en el<br />

sofá, recordaron sus conversaciones interminables, las madrugadas sin<br />

sueño, sus confidencias… y, a los pocos minutos, sus bocas ya no<br />

hablaban sino que saboreaban besos en la cama. Desnudas de<br />

vergüenza, ambas confesaron que era su primera vez, pero también que<br />

habían fantaseado nueve mil veces con experimentarlo. Sara entonces<br />

se dejó lamer sus orejas, sus labios, sus pezones… y en ese último puerto<br />

no permitió zarpar a esa lengua húmeda hasta que la excitación los<br />

endureció hasta doler. Después la humedad siguió recorriendo cada<br />

milímetro de Sara, cada rincón hasta perder el sentido cuando los dedos<br />

de Vanesa se introdujeron en su manantial de pasión y con maestría la<br />

condujo a placeres desconocidos. Recobrando el conocimiento, Sara se<br />

sorprendió al encontrarse atada de manos y pies, y con una mordaza en<br />

su boca. Quiso gritar, desatarse, volar, desaparecer… pero Vanesa ya<br />

lucía el traje de vampiresa y sus ojos azules se habían posado con ansia<br />

sobre su yugular.<br />

Autor: Nicolás Jarque (Albuixech, Valencia)<br />

http://escribenicolasjarque.blogspot.com/<br />

29


Untitled – Dwinhoffi (http://500px.com/dwinhoffi)<br />

30


Arrecifes<br />

Arrecifes, acantilados severos,<br />

ramalazos de borrascas y de sales,<br />

cielos moteados, atigrados,<br />

en furiosos tonos de sepia.<br />

¿Dónde quedan los puertos y los faros...?<br />

que te guíen con sus brazos de luces giratorias,<br />

que te marquen los bordes de las olas,<br />

que te lleven por fin a tierra firme;<br />

Al borde de taludes conocidos, amables, angelados...<br />

las sirenas ya no cantan sobre los pútridos navíos,<br />

que sostienen las almas de los olvidados,<br />

que los mecen, los sacuden, los espantan;<br />

Las olas implacables del turbión,<br />

los vientos acerados del olvido, que,<br />

montados sobre corceles de tormenta,<br />

se relamen arrancándole gemidos.<br />

La costa se divisa tan lejana,<br />

los faros se recuestan apagados,<br />

el sol se esconde tímido entre cirros,<br />

la nave va llevando condenados,<br />

zamarreados por pérfidos esbirros,<br />

que descreen de los Dioses, del Destino,<br />

que no saben que en la manga de algún puerto,<br />

seguro y por justicia, serán... si quieren los demonios,<br />

ser juzgados por ángeles caídos...<br />

Autor: Lucho Bruce (Mar del Plata – Argentina)<br />

31


© Eulalia Rubio<br />

32


La carta<br />

Tras la ventana, a lo lejos, el movimiento de las olas lo transportan,<br />

la suave melodía de un piano hace el resto. Hugo observa el mar a través<br />

del cristal. Sobre la mesa, una copa casi vacía y una carta que acaba de<br />

leer. Esta le trajo recuerdos, aquella mirada que siempre lo sometía, ella<br />

y su espíritu indomable. Nunca pudo sustraerse al hechizo de esos ojos<br />

penetrantes, que lo obligaban a bajar la mirada.<br />

Un día decidió decir “no”, fue lapidario, ella no lo podía creer, al<br />

rebelarse todo cambió. Ya no lo podía dominar, el fuego de su mirada la<br />

desarmó, se sintió desvalida, él ya no era un juguete para sus caprichos,<br />

tenía vida y decisiones propias<br />

En cada párrafo de esa carta notaba que ella trataba de intimidarlo<br />

con su soberbia, para ello se valía de su seducción, le recordaba<br />

momentos en que él íntimamente se postraba a sus pies, aceptaba que<br />

ella era “la reina” y el su más diligente esclavo.<br />

¿Cuánto tiempo vivió así? Ahora lo piensa y no lo puede creer, el<br />

piano ha cesado, en su lugar un saxo lo envuelve en una letanía. Añora<br />

su juventud, cuando era libre sin ataduras, deambulando por la vida sin<br />

rumbo ni prisa.<br />

Hasta el día en que la conoció, ella tenía un raro encanto, y mucha<br />

más experiencia, no tardó en dominarlo, le llevaba algunos años, pero<br />

eso a él no le importaba, bebía de su mano cual cachorro fiel. A causa de<br />

esa relación, fue perdiendo amigos que no la soportaban, ella no los<br />

compartía y evitaba que él lo hiciera. Así se fue quedando sólo.<br />

Volvió a releer la carta mientras se servía otra copa, aquel vino<br />

regalo de un compañero de la facultad, tenía un bouquet que le<br />

33


encantaba, dado que el proceso de maduración en la cuba de roble<br />

había sido largo; admiraba su color mientras mecía suavemente la copa,<br />

además lo paladeaba con unción.<br />

Entre líneas pudo advertir que ella se sentía sola, aunque no lo<br />

reconociera, a pesar de los reproches había un dejo de tristeza en sus<br />

palabras. Todavía habitaba aquella casona frente al Mediterráneo,<br />

donde la suave brisa los encontraba abrazados en las tardes de verano.<br />

Caminar por la playa era su mayor deleite, por eso al volver se instaló en<br />

una pequeña casa frente al mar, desde donde el amanecer lo despertaba<br />

con sus primeros rayos de sol.<br />

Dejó la carta sobre la mesa, acabó su copa y se recostó sobre la<br />

pana atigrada de su sillón favorito entrecerrando los ojos. Así estuvo un<br />

tiempo prolongado, la música había cesado, voces del exterior lo<br />

distrajeron, volvió a mirar a través del ventanal. El mar estaba calmo, el<br />

rojo crepuscular teñía las aguas.<br />

Se levantó del sillón y giró su cabeza hacia el espejo de la sala,<br />

observó su mirada y apreció la firmeza de la misma, ya nadie lo<br />

dominaría, el nunca más lo permitiría.<br />

Autor: Luis Alberto Molina (Rosario, Argentina)<br />

http://www.luismolin.blogspot.com.es/<br />

34


El regalo<br />

© Fuensanta Niñirola<br />

Termino de apañar las flores del centro de mesa y doy un paso atrás<br />

para contemplar la decoración. Estoy satisfecho. El mantel, en perfecta<br />

combinación con las velas y los pétalos de rosa; los cubiertos de plata, bien<br />

alineados junto a los platos de porcelana y las copas. Todo está en su sitio.<br />

Sin duda, ella se sorprenderá al ver hasta qué punto he cambiado.<br />

Miro el reloj de pared. Ya debe haber recibido mi regalo.<br />

Y pronto volverá a cenar en casa, otra vez.<br />

Me dirijo a la cocina. Compruebo que el secreto ibérico ya está en su<br />

punto y apago el horno. De primero, cenaremos mousse de foie y una<br />

ensalada de vieiras con frutas. Pero antes de sentarnos a la mesa,<br />

brindaremos con champán y fresas rellenas de gelatina de menta. Será mi<br />

35


manera de decirle que estoy dispuesto a darle, a partir de ahora, todos los<br />

matices con los que ella quiere pintar su vida.<br />

No, no puedo recriminarle que me dejara. Me lo merecía. Permití<br />

que la rutina y la apatía apagaran nuestro amor. Poco a poco, me convertí<br />

en un mero compañero de sofá. Ella me lo había avisado desde hacía<br />

tiempo, con sus enfados y reprimendas, con esas discusiones en las que yo<br />

agachaba la cabeza y callaba. Tuvo que pedirme el divorcio para que me<br />

diera cuenta de que no eran numeritos de una histérica, si no lamentos de<br />

desamor.<br />

Me pongo el delantal y comienzo a quitar el corazón de las fresas<br />

para rellenarlas con la gelatina. Después las caramelizaré con azúcar<br />

moreno.<br />

Lo último que me dijo, con esa forma de hablar tan literaria y tan<br />

suya, fue: “Eres un hombre de sustantivos y yo quiero adjetivos en mi<br />

vida”. Y ella los buscó en los brazos de otro hombre. Jamás me lo contó.<br />

Tuve que enterarme de mala manera hace apenas una semana, pero ni<br />

eso puedo recriminarle. Tendría que haberlo sospechado desde que sus<br />

reproches dieron paso a silencios condescendientes. Más o menos, cuando<br />

volvió a fumar. Al principio, eran un par de cigarrillos diarios a escondidas.<br />

Pero los últimos meses, hasta su mismo perfume olía a nicotina. Sé que<br />

debí preguntarle: “¿por qué has vuelto a fumar?” Pero nunca me atreví.<br />

Temía más el circo que pudiera montar, que saber de su inquietud o<br />

ansiedad.<br />

Termino de preparar las fresas y dejo el mandil sobre el espaldar de<br />

una silla. No puedo negar que, cuando me enteré de que tenía un amante,<br />

me dolió. Me dolió hasta darme cuenta de que no podía vivir sin ella.<br />

Pero todo eso ya es pasado. Junto con el regalo que le he enviado<br />

hoy, iba una carta de amor. Al leerla, habrá comprobado cuanto deseo<br />

comenzar de nuevo, desde esta misma noche.<br />

36


Salgo al comedor. Vierto un poco de perfume en mi mano y lo<br />

esparzo por la estancia con los dedos, después cojo el bote que contiene<br />

los pétalos de rosa y me dirijo al dormitorio.<br />

Mientras compongo un corazón con los pétalos, imagino el momento<br />

en el que ella se vuelva a acostar en esta cama. Será después de la cena.<br />

Primero, bailaremos despacito, muy pegados, al son de su canción<br />

favorita. Después recorreré su cuello con mis labios y arremangaré, poco a<br />

poco, su vestido. Notará mi miembro tan duro como la primera vez. La<br />

llevaré por el pasillo entre besos y chupetones. No esperaré a llegar a la<br />

cama para penetrarla. Jadeará, como nunca la haya hecho jadear su<br />

amante.<br />

De vuelta al salón, me sirvo un whisky y me siento en el sofá, a<br />

esperar su llegada. Cuando abra la puerta iré a su encuentro, en silencio, y<br />

le daré un beso en los labios. Después le pediré su abrigo y le ofreceré las<br />

fresas. Y jamás volveremos a mencionar a su amante.<br />

Eso es lo que pasará.<br />

Porque cuando haya quitado el envoltorio de mi regalo, y abierto la<br />

caja de cartón, habrá visto el corazón todavía sangrante del hombre por el<br />

que me dejó. Habrá sentido asco, es posible que hasta haya vomitado, y<br />

seguro que habrá llorado.<br />

Pero después de todo eso, tras leer mi carta, habrá comprendido por<br />

qué lo hice y la llama del amor que sintió por mí, habrá prendido de nuevo.<br />

Vendrá a la cena feliz, porque el hombre con el que se casó, aquel<br />

que estaba dispuesto a matar por ella, ha vuelto.<br />

Para siempre.<br />

Autor: David Rubio (Sant Adrià de Besòs, Barcelona)<br />

http://elreinorobado.blogspot.com.es/<br />

37


Untitled – mvb modelfotografie http://500px.com/mvb-modelfotografie<br />

38


Mi rubia<br />

Era una hija de perra, pero prendó mi corazón. La conocí hará dos<br />

años. Ella estaba en la entrada del salón, de pie frente a mí, desafiante,<br />

enseñando impúdicamente la mayor parte de unos bronceados senos<br />

que dejaba entrever tras una estudiada abertura en su ceñida chaqueta<br />

de piel que utilizaba como señuelo de mujer cara y especial. Sus<br />

húmedos labios los hacía acariciar con los bordes de un vaso de bourbon<br />

que parecía sorber de vez en vez, poco a poco, lenta y metódicamente,<br />

haciéndose sabedora de su dominio, dejando esperar al tiempo antes<br />

que rendir sus encantos. Mis voluptuosas miradas que recaían ansiosas<br />

en ese acto de sutil exhibicionismo eran sus ahijadas, sus mejores<br />

soldados en una hipotética guerra de crudas pasiones que recorrieran la<br />

figura escultural de un cuerpo ardiente de placer eternamente<br />

congelado. Dejaba caer en cascada una rubia cabellera por su negra<br />

vestimenta de cuero, haciéndola acompasar como ríos de oro surcando<br />

caudalosos por entre los pliegues formados alrededor de sus pechos. Ese<br />

día y los seis siguientes se mostró conmigo inquietante, silenciosa y,<br />

aunque intenté luchar contra aquella sinrazón mía, sus fijos ojos habían<br />

vencido mi resistencia y me di cuenta que habían tomado a traición mis<br />

oscuros deseos para siempre. Ahora sé que me escogió como víctima y<br />

no puedo vivir sin ella. Desde entonces paso todos los días por el<br />

minicine y busco inútilmente a mi chica “James Bond” de la entrada, hoy<br />

reemplazada por un feo y enorme póster que dobla mi altura y en pie<br />

consigue imitar al jurásico “Rex” del excelso Spielberg. ¡Malditos<br />

estrenos!<br />

Autor: Germán Repetto (Albalate de Zorita, Guadalajara)<br />

http://grepettoblog1949.wordpress.com<br />

39


Vase of flowers – Preston Dickinson (1889-1930)<br />

40


Un encuentro fugaz<br />

María observaba su cuerpo mutilado por la enfermedad. Esa<br />

noche cubrió con un paño el espejo de su cuarto, recogió la ropa del que<br />

un día fue su amado, cerró su cuarto y decidió no llorar más por lo que<br />

pasó. Él se había cansado de su larga lucha y con un frágil amor, fue más<br />

fácil partir que luchar con ella.<br />

Con su autoestima baja y su cabello recién comenzando a salir;<br />

rellenó su pecho y decidió aceptar la invitación de sus amigas de siempre<br />

que la esperaban en pequeño bar de la localidad. Allí, entre risas<br />

simuladas, un hombre desconocido le envió una hermosa flor. Sus<br />

amigas sonreían con picardía, por lo que ella pensó, era un detalle<br />

preparado para ayudarla a superar tanto dolor. Pensando que era mejor<br />

seguirles la corriente, no sólo aceptó la flor, también una seductora<br />

invitación que a las pocas horas llegó.<br />

Fue en una habitación de una posada ubicada por el malecón. Con<br />

las luces apagadas y las copas en sus manos, brindaron por la vida, por<br />

el encuentro, por el despertar de la pasión. Las manos dulces de aquel<br />

amante, acariciaron su cuerpo sin recelo, haciéndola sentir la diosa que<br />

un día fue. Sin palabras, entre el llanto silente que recorrió su alma,<br />

agradeció a la vida por ese presente que parecía amor. La noche<br />

cómplice se convirtió en eterna para dar tiempo a los amantes en<br />

fundirse en un solo ser. Al despertar y verlo dormido tan profundo, no se<br />

atrevió a preguntar lo acordado con sus amigas; así que decidió dejar<br />

algo de dinero junto a la cama y en silencio se marchó.<br />

A partir de ese día, algo cambió en ella; tal vez sus ganas de vivir y<br />

luchar por la reconstrucción de lo que un día fue su cuerpo. Sus amigas<br />

la observaban reluciente, cada día más hermosa; nunca imaginaron que<br />

41


aquella noche un desconocido la regresaría a la vida, por lo que muy<br />

animadas sin comentar lo sucedido, salieron una noche más. Habían<br />

pasado tres meses y aun así, buscaron el mismo bar. Se tomaron unos<br />

tragos, al rato llegó un mesonero con una nueva flor y un sobre cerrado.<br />

María miró a sus amigas, diciéndoles que ya no hacía falta otro presente<br />

igual; las amigas confundidas negaron su autoría, por lo que la mujer<br />

nerviosa abrió el sobre. Allí se encontraba el dinero que le había<br />

entregado al hombre desconocido y una nota que decía:<br />

-¡No te he podido olvidar!<br />

Según le contaron, aquel hombre cada viernes frecuentaba el bar,<br />

donde tantas veces había compartido con su amada esposa. Pero un día<br />

el cáncer le ganó la batalla, y sólo le quedó llorar y vivir de sus<br />

recuerdos; hasta esa noche, de un encuentro fugaz, donde conoció a una<br />

extraordinaria mujer llamada María.<br />

María, con sus ojos nublados escuchó el relato de sus amigas.<br />

Cerró la carta, volteó su rostro; y sus miradas se encontraron para<br />

siempre.<br />

Autora: Eva C. Franco (Isla de Margarita – Venezuela)<br />

NOTA: Relato galardonado con el Turpial de Oro en el Concurso<br />

Literario “Relatos de amor – <strong>2014</strong>” (Portal Literario SVAI)<br />

42


Adictos a lo auténtico<br />

Tanto visitante inesperado hace que el bar presente hoy un<br />

aspecto inusual. Acodado en la barra, el machote, sin poder contener<br />

las lágrimas, saca un pañuelo con disimulo. Allí, en un rincón, la chica<br />

guapa por fin disfruta de un baile a solas. La ejecutiva que hoy se ha<br />

dejado el pelo suelto, lleva falda larga y fuma marihuana. Y el aburrido<br />

solterón está rodeado de mujeres que no paran de reír sus ocurrencias.<br />

Mi elixir funciona, haré una fortuna. A la primera siempre invito yo.<br />

Autora: Concha García Ros (Cartagena, Murcia)<br />

http://nosvemosenkairos.blogspot.com.es/<br />

Jack’s Love – Maria QB (http://500px.com/MariaQB)<br />

43


Mai due esseri umani furono così fratelli e si vollero così bene – Adrian Florea<br />

(https://www.flickr.com/photos/addrien/)<br />

44


El alma escindida<br />

PARTE II<br />

Cuando le dijeron por qué estaba allí, no podía entenderlo. El vio<br />

como otra persona que era exactamente igual a él había cometido los<br />

asesinatos. Pero le dijeron que formaba parte de su mente, que eso no<br />

ocurrió. Que estaba enfermo y por eso lo tenían que recluir en la celda,<br />

porque era un peligro para la sociedad, que era un monstruo. No lo<br />

describieron así, pero fue lo primero que pensó, que sería más seguro<br />

para todos que estuviera aislado. Él se sentía así, no quería ver a nadie,<br />

porque tenía miedo de sí mismo, no sabía cómo reaccionaría, no podía<br />

controlarlo. Los primeros días no se levantó de la cama. Pero al cabo de<br />

una semana hizo un gran esfuerzo y miró por la ventana. Otra vez no, ahí<br />

estaba él, sentado en un banco, disfrutando de su libertad. Levantó la<br />

cabeza y le sonrió.<br />

-¡Socorro! ¡Es él otra vez, mi hermano gemelo se ríe de mí! -gritó<br />

con todas sus fuerzas.<br />

Oyó ruido por el pasillo y acto seguido entró uno de los doctores,<br />

junto con un guardia por estar considerado un paciente peligroso.<br />

-¿Qué te ocurre? ¿Qué has visto? -preguntó el médico.<br />

Mira por la ventana y lo verás, no estoy loco, es la persona de la<br />

que os hable, la que cometió los asesinatos –aseguró el adolescente.<br />

-No hay nadie, solo un viejo dando de comer a las palomas. Es tu<br />

mente, que te ha jugado una mala pasada. Te pondré un tranquilizante<br />

-convino el doctor.<br />

45


Esto se repitió en varias ocasiones, tantas que el doctor, al final, no<br />

se acercaba ni a la ventana; se limitaba a entrar, ponerle una inyección e<br />

irse. Pero llegó un día en el que dejó de verle. Los médicos le dijeron que<br />

seguramente era por el efecto de la medicación que estaba recibiendo.<br />

Esta le dejaba un poco mareado, con la boca seca y algo estreñido. Era<br />

un fastidio la verdad, pero si eso servía para evitar volverle a ver,<br />

merecía la pena.<br />

Pasó el tiempo, llevaba varios años sin aquellas visiones y le habían<br />

retirado los medicamentos para cerciorarse que realmente no era por lo<br />

que se estaba tomando. Todo había cambiado con la llegada del nuevo<br />

psiquiatra, tras el diagnóstico que hizo, ordenó que no se le dieran más<br />

pastillas, pues pensaba que su esquizofrenia era residual y no<br />

indiferenciada, como todos creían, y no presentaba síntomas de la<br />

enfermedad en aquel momento. Le anunciaron que le darían el alta si se<br />

mantenía así durante al menos medio año más.<br />

Tan solo le quedaba un mes y podría salir a la calle.<br />

Pasado el mes, se levantó como todas las mañanas, hoy era el día<br />

en que dejaría todo para siempre, se asomó a la ventanuca. En unas<br />

horas estaré allí con todos vosotros, pensó para sí mismo con el ánimo<br />

por las nubes, menos contigo. Pero… Otra vez no, allí estaba él, en su<br />

banco, a la hora que acostumbraba.<br />

-¡Otra vez no! ¡Tú no existes más! ¡Fuera de mi cabeza! ¡Sal<br />

inmediatamente! -gritó desesperado con toda la fuerza de sus<br />

pulmones.<br />

Escuchó varias pisadas en el pasillo y se abrió la puerta, entrando el<br />

médico y varios estudiantes que le acompañaban.<br />

-¿Qué te ocurre? Cuéntamelo -le pregunto afectuosamente el<br />

nuevo psiquiatra.<br />

46


-He vuelto a verle, en el banco de siempre, pensé que ya se había<br />

ido de mi cabeza, pero me equivoqué –contestó con lágrimas en los ojos.<br />

-¿Puedo asomarme a la ventana para ver si yo también estoy loco y<br />

lo veo? –dijo entre risas uno de los estudiantes.<br />

-No me gusta que te lo tomes a broma, es una persona como tú y<br />

como yo y merece un respeto, pero adelante, puedes –contestó el<br />

doctor.<br />

-Un momento, no puede ser. ¿Puede acercarse, doctor?- dijo el<br />

futuro médico asustado.<br />

Autor: Adrián García Raga (Valencia)<br />

http://unaestrellaenelcosmos.blogspot.com.es/<br />

47


My power is the danger – J. Jesús Cervantes (http://500px.com/JesusCervantes)<br />

48


Coraje y valentía<br />

Admiro la valentía y el coraje<br />

de aquel que ante nada se amilana,<br />

con todo lucha y por vencido nunca se declara,<br />

agotando todas las posibilidades.<br />

Todos los días lo intenta,<br />

aunque el mundo en su contra se ponga,<br />

y su razón lógica le diga: «No lo hagas»<br />

El que al amor<br />

y experiencias nuevas su corazón abre,<br />

y en su interior, la sonrisa clara mantiene,<br />

al pesimismo y tristeza, la puerta cierra.<br />

Conserva su alma de niño,<br />

no engaña ni miente,<br />

vulnerable se muestra.<br />

Sin resentimientos, alegre vive.<br />

Aunque mil tropiezos y golpes reciba,<br />

transparente, limpia y pura su alma ofrece.<br />

Sin temor ni prevención, sin dudas,<br />

con alegría y tesón, cada día comienza.<br />

Autora: Lucía Uozumi (Miyazaki, Japón)<br />

http://www.mishumildesopiniones.com/<br />

http://luciauozumi.com/<br />

49


© Fuensanta Niñirola<br />

50


El Tío Ceba<br />

Enjuto, alto y calvo, con un amable rostro, su piel está más que<br />

tostada por el sol mediterráneo. Sigue vistiendo a la vieja costumbre de<br />

la huerta, con blusón, faja y alpargatas de careta. Sus amigos dicen que<br />

hace las mejores paellas a leña de los alrededores y alaban sus<br />

habilidades en el truc y el dominó, que gusta jugar a diario en el Bar de<br />

la Sociedad Musical. Su nombre es Ramón Casanova, pero casi todos le<br />

llaman Ramonet o Tío Ceba. Tiene setenta y cinco años y es de los<br />

últimos labradores de Benimaclet, un popular y entrañable barrio al<br />

norte de Valencia, arrabal de origen musulmán y municipio<br />

independiente hasta finales del siglo XIX, cuando la capital lo engulló con<br />

sus administrativas fauces.<br />

El sobrenombre de Ceba (pronunciado seba, cebolla en lengua<br />

valenciana) es por el que siempre se ha conocido a la familia Casanova<br />

en el pueblo. De pequeño era Cebateta, hijo de Cebeta y nieto del Tío<br />

Ceba. A fuerza y medida de los inevitables mutis generacionales,<br />

Ramonet fue ascendiendo en la escala onomástica. Hace muchos años a<br />

su abuelo, que en algún momento llegó a ser teniente-alcalde pedáneo,<br />

el cura de Benimaclet le aseguró que en los libros parroquiales más<br />

antiguos, datados en los años 1600, ya había anotaciones de bodas,<br />

bautizos y entierros de sus antepasados.<br />

La historia familiar cuenta que, como él, todos sus ascendientes<br />

por línea paterna nacieron y vivieron en la misma alquería que hasta<br />

ahora sigue habitando y cuidando: una barraca humilde, a cuyo lado<br />

continúa creciendo un monumental olivo milenario, rodeada por una<br />

amplia huerta que es también de su propiedad.<br />

51


Ramonet Casanova contrajo nupcias a principio de los sesenta con<br />

Amparito Forment Pollereta (pollerita), apodada así por ser hija de un<br />

criador de aves local. En los primeros años de matrimonio Amparito<br />

sufrió una grave afección que la condenó a una esterilidad permanente.<br />

Desde que la Pollereta muriese, hace ya diez años, el perrillo Miliki es la<br />

única compañía de Ramón Casanova, último eslabón de la dinastía Ceba<br />

de Benimaclet.<br />

Ramonet, además de con las paellas, el truc y el dominó, siempre<br />

ha disfrutado dedicándose en cuerpo y alma a sus fértiles tierras,<br />

admiración de los agricultores vecinos. Pero también ha sufrido la<br />

creciente amenaza del urbanismo devorador, que acerca cada vez más<br />

los descomunales edificios y las amplias avenidas a su paraíso particular.<br />

En plena burbuja inmobiliaria declinó reiteradas y sensacionales ofertas<br />

por su propiedad. Presumidos y prepotentes constructores, adictos a los<br />

habanos y los descapotables, más que bien relacionados con el<br />

consistorio público, le presionaron durante meses hasta acabar todos<br />

convencidos de que el viejo Ceba está completamente majareta.<br />

Aquellos mercaderes del ladrillo, convencidos de que todo en esta vida,<br />

incluso los principios, se puede comprar o vender, por más empeño que<br />

pongan jamás comprenderán que para ese hombre sin<br />

responsabilidades familiares, su patrimonio, lo único que le hace feliz y<br />

da sentido a su vida, tiene el máximo valor pero ningún precio.<br />

Pero hace unas semanas Don Ramón Casanova Seguí recibió una<br />

notificación oficial a tenor de la cual su parcela y el contenido de la<br />

misma quedaban expropiados con la finalidad de construir otro Centro<br />

Comercial, uno más. Se le advertía también que la acequia que<br />

suministra el agua a sus campos quedará cegada hoy viernes a las ocho<br />

de la mañana y que en determinada fecha del mes próximo habrá de<br />

franquear la entrada a las primeras máquinas excavadoras.<br />

52


Son las siete y empieza a clarear. Portando un fardo en una mano y<br />

una caja de fruta en la otra, el Tío Ceba sale de la barraca y se dirige al<br />

olivo, a cuyos pies hay excavado un pequeño foso. En él deposita el<br />

bulto, o lo que es lo mismo, los restos de Miliki, al que acaba de degollar<br />

sin poder contener las lágrimas. Cubre y alisa la superficie de la pequeña<br />

tumba con unos puñados de tierra y del cajón extrae una soga que lanza<br />

al aire y hace pasar a través de una gruesa rama. Se sube al improvisado<br />

pedestal y anuda firmemente la cuerda en su cuello. Después, al tiempo<br />

que deja caer la base le propina una patada, alejándola unos metros. El<br />

cuerpo se balancea durante unos instantes y luego ya solo se oyen los<br />

cantos de los pájaros.<br />

----------------------------------<br />

P.S. Lo que ya nunca sabrá el bueno de Ramonet es que el pueblo<br />

se movilizará en masa tras su muerte para detener aquellas obras. Los<br />

tribunales reconocerán que el olivo milenario no se debe cortar,<br />

arrancar ni trasplantar, sino antes bien conservarlo siempre cuidado, en<br />

el mismo emplazamiento. En los terrenos de la antigua alquería se<br />

levantará el Parque del Tío Ceba, con una estatua del hombre y su perro<br />

a la sombra del viejo árbol.<br />

Autor: Rafa Sastre (Valencia)<br />

http://rafasastre.blogspot.com.es<br />

53


Dignified – Blue Muse Fine Art (http://500px.com/BlueMuseFineArt)<br />

54


Amor de verano<br />

Está atardeciendo… dejó flotar en el aire las palabras junto al<br />

humo dulce del tabaco de pipa que fumaba, primerizo. Se acurrucó más<br />

junto a ella sobre ese madero rústico donde tantos pescadores habían<br />

disfrutado de largos silencios de espera.<br />

Ella no contestó. Su mirada aceptó el acercamiento de los<br />

cuerpos. Tomó la mano del joven que ya amaba y la apoyó sobre su<br />

vientre virgen. Se besaron sin vergüenza mientras la sinfonía de las aves<br />

propietarias del río iba apagándose. Sus sexos iluminaron, encendidos, la<br />

noche joven.<br />

Todo pasó como el viento. La sedujo la primera semana, la tuvo<br />

en la siguiente y la dejó sin misericordia, sin himen y repleta, un mes<br />

después. Ella nunca volvió al muelle en el Tigre. Él se convirtió, de<br />

adulto, en un consumado fumador de pipa.<br />

Autora: Lidia Castro Hernando (Mar del Plata – Argentina)<br />

http://escritosdemiuniverso.blogspot.com<br />

55


Ocean - Moki (http://www.mioke.de/)<br />

56


Sueño reparador<br />

Se estremeció. No era consciente de que la madrugada entraba por<br />

la ventana abierta, y se arrebujó entre las sábanas de hilo con puntillas<br />

que su madre le había bordado. Se las llevó hasta la nariz. Le encantaba<br />

su tacto y su aroma, fresco y suave. La devolvía a las orillas de ese mar<br />

del que tan poco podía disfrutar. La espuma le curaba las heridas<br />

invisibles. Se sentía sirena y náufraga, pirata y aventurera capaz de<br />

cualquier hazaña. Sus sueños se poblaban de lances y grandes barcos de<br />

vela, mientras la ingravidez se adueñaba sin permiso de su cuerpo y las<br />

olas la acunaban. Todo era de color azul turquesa. Se iniciaba el verano.<br />

Autora: Malén Carrillo, “Maga” (Sóller, Mallorca)<br />

http://enredadaenlaspalabras.blogspot.com.es<br />

57


Portrait of two children – Public Record Office of Nothern Ireland<br />

58


La modistilla<br />

Sus padres la llamaban Amparín, aunque a ella no le gustaba ese<br />

nombre, prefería que la llamaran Amparo. Su juego preferido era el<br />

sambori 1 , siempre era la ganadora ya que, había perfeccionado el arte<br />

de pulir las piedras y hacerlas rodar hasta que se detuvieran siempre<br />

donde ella quería. Eran otros tiempos, apenas circulaban coches y los<br />

chiquillos se pasaban el día en la calle.<br />

Fue una lástima que la guerra truncara su infancia; el tenebroso<br />

sonido de los aviones hacía que viviera aterrorizada y en continua<br />

tensión. Las bombas caían, a veces, cerca de su casa, en el popular barrio<br />

de Ruzafa. Ella escuchaba el zumbido de los motores antes de que las<br />

sirenas emitiesen su aullido. Con su sobrino Vicentín en brazos, que<br />

apenas contaba dos años, salía disparada hacia el refugio, allí esperaban<br />

los dos en silencio hasta que terminara la macabra lluvia de proyectiles.<br />

La guerra duró tres largos años. Amparo tuvo que olvidar su deseo<br />

de seguir estudiando; su familia soportaba la falta de necesidades tan<br />

básicas como lo era el sustento diario. Tampoco sus vecinas y amigas<br />

pudieron asistir a la escuela. Sus padres, las mandaban a formarse en<br />

corte y confección, era la única forma de recibir una ayuda económica;<br />

con el tiempo, si algún hombre se fijaba en ellas, terminarían casándose.<br />

Era el único modo de conseguir independizarse del hogar. También<br />

existía la alternativa de ingresar en un convento o, si la vocación no era<br />

suficiente, se quedaban a vestir santos, se les aplicaba entonces el<br />

calificativo de solteronas, quedando al cuidado de sus padres durante el<br />

resto de sus vidas.<br />

1<br />

Sambori: en lengua valenciana., rayuela.<br />

59


Amparín fue una alumna disciplinada. Era ágil con la aguja y precisa<br />

con el pespunte. También adquirió gran soltura con la máquina de coser.<br />

Sus largos y delgados dedos se deslizaban por los tejidos más finos y<br />

blancos que su maestra sólo reservaba para ella: -“El traje de novia de<br />

Maruchi Prieto, que lo cosa Amparín. Nadie más lo debe tocar”-.<br />

En el tranvía, de vuelta a su casa, conoció a Paco. Procedía de un<br />

pueblo de Albacete y, por si fuera poco, trabajaba en una mercería<br />

cercana al mercado Central. Alto, moreno y guapo, era el tercero de<br />

siete hermanos. Venía de cumplir el Servicio Militar en Palma de<br />

Mallorca y la chispa del amor estalló. Su noviazgo duró tres años,<br />

transcurridos los cuales, él no quiso que Amparín continuara en el taller.<br />

La quería en casa, formando una familia, como debía de ser. Ella,<br />

enamorada, le obedeció y su deleite por la costura lo conservó cosiendo<br />

para los dos hijos que tuvieron. A ella le gustaba pasear por los<br />

escaparates donde se exhibía ropa infantil que jamás podría comprar<br />

con el sueldo de su marido y, al volver a casa, con cualquier retal de tela<br />

adquirido después de regatear un buen rato, confeccionaba pantalones<br />

para su hijo y preciosos vestidos para su niña. Las vecinas siempre<br />

giraban la cabeza al verlos salir de casa, tan limpios y tan guapos, con sus<br />

trajes nuevos:<br />

-Caray Amparín… ¿cómo lo haces?<br />

-Con las manos y mucha paciencia, doña Chari.<br />

Barrio de Ruzafa, Valencia 2012<br />

***********<br />

Ana teclea en su portátil. Está terminando el último trabajo que le<br />

queda para finalizar su máster. Se levanta para relajar la espalda y los<br />

brazos, prepara un café y se acerca a la mesilla de mármol que tiene<br />

60


junto a la ventana abierta. Las patas son de hierro fundido negras,<br />

forman volutas. Las une un travesaño del mismo material en el que se<br />

puede leer “SINGER”. Acaricia con sus dedos largos y delgados la foto<br />

enmarcada de su abuela, se sienta y reposa los pies en el pedal, los<br />

balancea arriba y abajo mientras recuerda el sonido que escuchaba de<br />

pequeña: “Tac-tac-taca-tac…” 2<br />

Autora: Amparo Hoyos (Valencia)<br />

Anuncio de Singer Manufacturing Company (Miami University Libraries)<br />

2<br />

Al quedar inutilizadas las antiguas máquinas de coser Singer, muchas<br />

personas utilizaban las patas, -de gran belleza- para convertirlas en<br />

mesas colocando encima un tablero de mármol.<br />

61


The lovers – Romana Grünfelder (http://500px.com/RomanaG)<br />

62


La cita<br />

Quiso el destino que ese día se conectaran al chat, la oferta en<br />

internet era mucho más amplia de lo que ellos se imaginaban, pero no<br />

tenían otra intención que la de pasar un rato en compañía. Ella cambió<br />

su nombre, no tenía importancia, quizás sólo hablarían un rato y nunca<br />

más; él fue transparente desde el primer momento, le contó su realidad,<br />

estaba sólo y se sentía sólo.<br />

Un diálogo sincero y profundo los fue acercando un poco más, ella<br />

descubrió que él no era un hombre como otros, la dulzura de sus<br />

palabras, el trato respetuoso y su total sinceridad, le generó sensaciones<br />

nuevas. Él se sintió atraído por tanta ternura y comprensión, sentían<br />

como si se conociesen desde siempre, y sucedió que durante meses se<br />

acariciaron el alma hasta casi el amanecer.<br />

Se necesitaban, ya no bastaba con verse a través del monitor o<br />

escuchar sus voces en el teléfono, entonces decidieron conocerse<br />

personalmente.<br />

La ilusión los mantuvo despiertos, ninguno de los dos pudo dormir,<br />

la ansiedad y las expectativas los superaban.<br />

Era una noche de marzo, pronto comenzaría el otoño, se habían<br />

citado en una esquina céntrica y aunque el mundo se oponga, ella<br />

rompió con sus ataduras y fue a su encuentro, a nadie le contaría esa<br />

locura.<br />

Los dos llegaron a la hora pactada, se miraron con los ojos del alma<br />

y simplemente se dijeron ¡hola! Pero sus corazones latían con<br />

intensidad, por fin estaban juntos. ¡Lo habían deseado tanto!<br />

63


Caminaron en silencio, buscando un sitio tranquilo y seguro. No sé<br />

cuánto tiempo pasaron mirándose en silencio, hasta que un dulce y<br />

cálido beso rompió el muro del pudor.<br />

Autora: Meryross (Rosario, Argentina)<br />

http://www.meryross-meryrosa.blogspot.com/<br />

64


El emigrante<br />

Era una tarde fría, lluviosa y gris, cuando el ferry emitió un grito<br />

ronco, anunciando así la llegada a su destino.<br />

Primitivo dejaba atrás una travesía triste, en la que se le habían<br />

mezclado en el rostro, las gotas del mar que había empujado el viento<br />

con sus lágrimas y en las que no supo distinguir las unas de las otras.<br />

Bajó por la pasarela indeciso. Nadie le esperaba, y sintió como le<br />

envolvía el frío de la soledad que implacable y sin ruido acompañaba sus<br />

pasos.<br />

Buscó perdido entre el tumulto de la gente, bultos y equipajes, la<br />

estación del tren. La vio de lejos. Un gran edificio marrón cuarteado por<br />

la sal del mar. Se dirigió hacia ella con paso vacilante, aferrando su<br />

maleta de cartón, en la que guardaba sus escasas pertenencias.<br />

La lúgubre estación, estaba tan llena como el puerto. Tímidamente<br />

se apostó delante de una ventanilla. Una cara pecosa se asomó por el<br />

sucio cristal. Primitivo le enseñó un papel donde llevaba escrita su nueva<br />

dirección. El hombre que escondía sus ojos azules tras unas gafas<br />

redondas, le arrebató de malas maneras el papel, y su voz cavernosa<br />

emitió un parloteo que Primitivo no entendió, se limitó a encogerse de<br />

hombros y negar con la cabeza impotente. El pelirrojo, de peor humor,<br />

le tendió un billete y le escribió el precio en un papel marrón, arrugado y<br />

grasiento, y le señaló con un dedo el andén donde debía esperar.<br />

Y esperó sin hacer nada, sin pensar en nada y del mismo modo<br />

subió en uno de los vagones que una vieja locomotora acarreaba tras de<br />

sí.<br />

65


A los cinco minutos el tren se puso en marcha con un chillido tan<br />

agudo como grotesco. Poco a poco fue cogiendo velocidad, persiguiendo<br />

los raíles que se perdían en la lejanía, y le arrastraba lejos del mar,<br />

haciéndole perder el sabor de su niñez y arrojándole a un mundo<br />

desconocido.<br />

Miró disimuladamente a sus compañeros de viaje. Sus manos<br />

encallecidas, sus miradas apáticas y sus cuerpos cansados les delataban<br />

como a curtidos trabajadores. Algunos, apoyados en la sucia y dura<br />

madera del vagón, dormitaban mecidos por el traqueteo. Una punzada<br />

le oprimió el corazón, porque tuvo la sensación de verse así mismo, con<br />

el paso del tiempo, reflejado en ellos.<br />

Cuando bajó del tren, le recibió la frialdad de una ciudad que<br />

empezaba a oscurecer, difuminando los edificios y dificultando su<br />

búsqueda.<br />

Vagaba perdido con su papel en la mano, enseñándoselo a la gente<br />

con la que se cruzaba, algunos le ignoraron, otros amablemente le<br />

señalaban con el dedo la dirección que debía seguir.<br />

Se encendieron las farolas que le iluminaron el laberinto de calles<br />

por las que andaba. Pasó primero por casas limpias y ordenadas, en las<br />

que se respiraba el aroma a madera que se desprendían de los árboles, y<br />

a medida que avanzaba a su destino, se fueron deteriorando,<br />

convirtiéndose en edificios sucios y desconchados, con olor a verduras<br />

cocidas que se escapaban de las cocinas del vecindario. Incluso se fijó en<br />

que los gatos en esa parte de la ciudad, estaban famélicos.<br />

Trabajó duro en una cantera, tragándose el polvo que se<br />

desprendía de las piedras y mezclándose con la sangre de sus pulmones.<br />

Y mientras pasaban los años, se le fue diluyendo en el viento, la imagen<br />

de su casa de adobe que se resguardaba a la sombra de una higuera, no<br />

66


volvió a ver el sol cuando se abrazaba en el mar, ni al cielo haciendo<br />

enrojecer de celos a las nubes.<br />

Trabajó sin descanso para nadie, sólo para sobrevivir a la sombra<br />

de una ciudad que no le vio nacer, pero si le vio padecer. Porque desde<br />

el momento en que puso los pies en aquella tierra que no conocía, le<br />

acompañó sin descanso una neblina grisácea que se le instaló en su<br />

corazón y no pudo desprenderse de ella.<br />

Autora: Marisol Santiso Soba (Madrid)<br />

Monument to the Emigrant, Cangas de Onís– Anne<br />

(https://www.flickr.com/photos/valeofglamorgan/)<br />

67


It comes from within – Kevin Eddy (https://www.flickr.com/photos/kevineddy/)<br />

68


Zeta<br />

Crucé el pasillo, bajé al sótano y maté a la prisionera. Sabía que<br />

después me arrepentiría, pero hay cosas que no podía tolerar, no,<br />

definitivamente no se puede invadir el sótano de alguien y esperar que<br />

no pase nada. Ya estaba harto de tanto discurso ecológico: -¡lo siento,<br />

reina, así son las cosas! No te voy a dejar que vivas en mi sótano<br />

fornicando sin parar. He intentado respetar tu forma de vida pero me<br />

resultas invasiva y sobre todo me parece abusiva la forma en la que<br />

explotas a la clase obrera, si ellos supieran la fuerza que tienen se<br />

sublevarían de inmediato y se te acabarían todos los privilegios. Ojalá<br />

hubiera podido hablar hormigo y explicárselo todo….<br />

Autora: Caridad Blázquez (Cartagena, Murcia)<br />

69


La cajita de luz para las fotos – Anie<br />

(https://www.flickr.com/photos/anieluthien/)<br />

70


¿Cómo estás hoy, princesa?<br />

Es un recorrido largo, difícil... La vida se puede convertir en esa<br />

clase de carrera que nunca quieres correr, ya sea porque no te gusta<br />

competir o peor aún, porque no te guste perder... Y en la vida se<br />

pierde... Y mucho...<br />

Existen días señalados, personas anónimas que, sin ellas saberlo, te<br />

lanzan un pequeño salvavidas al que te agarras con fuerza porque<br />

quizás, unas simples palabras acompañadas de unos delicados gestos en<br />

el momento oportuno, pueden relanzar tu simple y llana creencia de que<br />

existe la magia, y algún día, te puede tocar a ti...<br />

El jueves pasado, presencié una de las cosas más bonitas que<br />

recuerdo en estos últimos años. Quizás, ahora mismo, no sea la persona<br />

más indicada para hablar sobre algo así, pero me alegró tanto el corazón<br />

y me pareció tan sumamente precioso que por hoy, intentaré esquivar el<br />

mecanismo de defensa que se ha instaurado en todos y cada uno de mis<br />

sentidos...<br />

Una gran ventana abierta de par en par. El viento invadía la<br />

habitación sin vigilancia, merodeando por ella en un bucle, esperando a<br />

ser liberado en cuanto la puerta principal se abriera.<br />

Eran aproximadamente las 12:00 de la mañana. Esa habitación, en<br />

ese preciso instante, estaba ocupada por sus dos inquilinas. A mi<br />

derecha se encontraba Elvi, una mujer mayor que parecía luchar contra<br />

sí misma y a la vez, en mitad de la batalla, desear dormir<br />

profundamente. Sus manos se movían repetidamente de arriba abajo, y<br />

mientras generaba muecas con su boca, me miraba y se reía dulcemente<br />

71


cuando yo hacía deslizar la varilla contra el cristal para terminar de<br />

limpiar la primera capa de la ventana. Yo le sonreía, y aunque ella me<br />

hablaba finés y no la entendía, no paraba de sonreírle y ella parecía<br />

agradecérmelo. Reconozco que un sentimiento intenso de tristeza me<br />

invadía al mismo tiempo. Observarla tan indefensa, tan enferma,<br />

postrada en su cama sin ni siquiera poder moverse me retorcía el alma...<br />

Pero ella reía. Me saludaba feliz mientras me veía limpiar una ventana...<br />

Significa mucho ver eso.<br />

A mi izquierda se encontraba Mirkku. Otra señora mayor que,<br />

aunque parecía estar menos grave que Elvi, también estaba postrada en<br />

su cama, con sus dos manitas puestas en el pecho y sus dos preciosos<br />

ojos azules abiertos de par en par, observando como un tío como yo<br />

limpiaba su ventana, esa ventana que observa todos los días más tiempo<br />

del que quisiera pero que seguro, le resulta una escapatoria<br />

momentánea en ciertas ocasiones cuando su mente se vuelve lúcida...<br />

Yo seguía limpiando entre mis dos mujeres. He de decir que sin<br />

saber exactamente por qué, quise dejar aquella ventana más limpia que<br />

ninguna. Cuando el proceso iba por la mitad y solo me faltaba la parte<br />

superior (la más difícil) La puerta se abrió. El aire encontró su<br />

escapatoria y me lo hizo saber con una pequeña ráfaga que me acarició<br />

la cara y me hizo dar la vuelta para ver quién era. Resultó ser un<br />

viejecito. Vestía una camisa y un pantalón, ambos grises, acompañado<br />

por un cinturón blanco, y coronando el conjunto con un sombrero negro.<br />

Después de saludar cordialmente, se acercó a la cama de Mirkku. Yo<br />

estaba usando una silla como escalera para la parte de arriba, así que<br />

me apresuré a limpiar la parte exterior y le ofrecí la silla, gesto que<br />

agradeció muchísimo. Yo no había terminado de volver a la ventana para<br />

continuar mi trabajo cuando escuché que le decía a su mujer...<br />

- How are you today princess?<br />

72


Automáticamente me di la vuelta.<br />

Pude observar cómo, a la vez que le había dicho eso, le acariciaba<br />

la cara con una de sus manos mientras depositaba la otra en mitad de<br />

las dos manos pegadas al pecho de Mirkku. Él la miraba como si se le<br />

fuera la vida. Siguió hablándole durante unos minutos en los que, no sé<br />

por qué, no pude seguir trabajando. Se le notaba la voz cansada, y en<br />

uno de los momentos, esa voz pareció apagarse y pude escucharlo<br />

sollozar...<br />

Sinceramente, se me partió el alma. Pude ver lo solo que se podía<br />

encontrar. Me invadió una tristeza enorme. A los pocos segundos,<br />

mientras yo yacía de pie destrozado con el rulo de limpiar ventanas<br />

colgando de mi mano, entraron las enfermeras, y hablando<br />

alegremente, levantaron a Mirkku y la pusieron en una silla de ruedas, la<br />

sacaron al pasillo y le dieron los mandos de la silla a él, al que más tarde,<br />

limpiando otra ventana, vi por uno de los paseos de los alrededores<br />

llevando a Mirkku.<br />

Cuando terminé de limpiar aquella ventana, supe que había sido la<br />

ventana más especial que seguramente limpié en toda mi vida. Recogí el<br />

rulo, los trapos, la varilla y los dos cubos, el pequeño y el grande. Los<br />

dejé a un lado y salí de la habitación. Bajé dos plantas, me presenté en el<br />

jardín, busqué al jardinero y le dije...<br />

- Can I ask you something?<br />

- Sure.<br />

- Can I take this flower?<br />

- Of course, man.<br />

- Thank you so much.<br />

73


Volví a subir las dos plantas, entré de nuevo en la habitación, saqué<br />

mi equipo de limpieza de allí, lo dejé aparcado en una esquina donde no<br />

molestara, busqué en el traductor de mi Iphone como se decía<br />

aproximadamente "Esto es para ti" en finés... Cuando lo medio<br />

encontré, me fui a la cocina del personal, pedí un vaso con agua y metí la<br />

flor. Minutos más tarde, volví a entrar en la habitación, me acerqué a<br />

Elvi, que seguía en su cama. Le cogí la mano, y señalándole el vaso le<br />

dije...<br />

- Tämä on sinulle<br />

Y ella sonrió mucho. Se le iluminó la cara mientras me repetía<br />

gracias en finés...<br />

- Kiitos kiitos kiitos...<br />

Y es que no sabemos cómo acabarán nuestras vidas, pero tanto<br />

Mirkku como Elvi, compartían habitación en una residencia, y es curioso,<br />

quién le iba a decir a ellas que algún día, seguramente abandonarían<br />

este lugar en presencia de alguien que quizás no hubieran visto en toda<br />

su vida... Mirkku paseaba con su marido por los alrededores, y no sé si<br />

Elvi tiene o no familia que la visite... Pero ahora, al menos, tiene una flor,<br />

y cuando la mire, no sé si se acordará de mí o no... Pero seguro que se<br />

reirá.<br />

Autor: Eric Grants (Málaga)<br />

http://writtenrumors.com/inicio/<br />

74


Esperándote<br />

“Espérame”, me dijiste. Y yo, ilusionada, me senté en aquella<br />

terraza a esperarte. Con una sonrisa en los labios, impaciente por verte,<br />

pedí un café y me acomodé a ver pasar a la gente.<br />

Vi a quienes paseaban sin rumbo, sin prisa y pensé que qué gran<br />

suerte la suya, poder pasar el tiempo al capricho o al antojo de ir<br />

haciendo sobre la marcha.<br />

Después, fijé mis ojos en alguien que miraba el reloj y apretaba el<br />

paso en el instante en que en su cara se dibujaba una mueca de<br />

preocupación.<br />

Y entonces pensé que qué suerte la mía, por no tener en ese<br />

momento nada más que hacer que esperarte.<br />

Y así, viendo pasar rostros sin nombres e inventando historias<br />

sobre sus vidas, la taza se fue quedando vacía. Y yo, seguí esperándote.<br />

Se me ocurrió sacar el libro que llevaba en el bolso, pedir otro café<br />

y leer un poco, para matar el tiempo y la impaciencia de verte llegar.<br />

No recuerdo bien cuándo se marchó aquella pareja que estuvo<br />

comiéndose a besos sentada en la mesa de al lado, ni en qué momento<br />

empecé a escuchar el rumor de las persianas de los comercios al<br />

cerrarse.<br />

No recuerdo bien cuántos capítulos de aquella novela leí mientras<br />

en mi pecho se apagaba el ansia de verte, ni tampoco a qué hora<br />

empezaron a encenderse las farolas de la plaza.<br />

75


No recuerdo bien en qué momento me di cuenta de que el agua<br />

empapaba mi pelo y las páginas de aquella novela que leía incapaz de<br />

concentrarme.<br />

Lo único que recuerdo es mi reflejo dibujado en agua y lágrimas,<br />

como un puzzle, encima de la mesa de aquella terraza en la que me<br />

senté a esperarte.<br />

Autora: Carmen Ferrer (Barcelona)<br />

76


Hombres sin rostro<br />

El servicio había finalizado. Le pedí a Juana permiso para lavarme<br />

en su cuarto de baño. Sin mirarme siquiera susurró un sí, mientras se<br />

vestía en forma cansina, pesada. Con mis ropas bajo el brazo me<br />

encaminé hacia allí donde pude higienizarme un poco y vestirme.<br />

Al salir la veo cerca de la ventana con la mirada perdida y un<br />

cigarrillo consumiéndose entre sus dedos. Estaba a medio vestir.<br />

Comencé a caminar hacia la puerta de salida. Al abrir la miré<br />

nuevamente y seguía en la misma posición, parecía una estatua.<br />

Quise comunicarme aunque fuera un instante con ella. Sentí que lo<br />

necesitaba.<br />

-¿Juana? -le dije desde la puerta.<br />

No me respondió y me inquietó un poco, por lo que me acerqué a<br />

ella y le toqué el hombro.<br />

-¿Estás bien? -le pregunté.<br />

Se sobresaltó sobremanera.<br />

-¿Qué haces? no me toques más, el servicio está terminado,<br />

pagaste por una hora y una hora has tenido, así que vete de una vez por<br />

favor -me dijo sin mirarme a los ojos, como en toda la noche. Jamás<br />

llegaron a cruzarse nuestras miradas.<br />

-Discúlpame por favor, no quise asustarte, solo me preocupé por ti,<br />

nada más que eso, estabas tan tiesa, inmóvil…<br />

Y de pronto algo sucedió; me miró a los ojos; eran tristes,<br />

transmitían mucho dolor y una enorme soledad.<br />

77


Me sonrió. Parecía que estaba viendo un rostro luego de mucho<br />

tiempo, algo que resultó luego ser una verdad inexorable.<br />

-Vete por favor, todos vienen, me cogen y se van. Eso es todo,<br />

nadie se detiene a ver qué hago yo una vez terminado.<br />

-Yo sí, Juana -le respondí.<br />

-Pues no debes y espero no seas de esos boludos que se enamoran,<br />

¿no? No soy una mujer de las que un hombre se pueda llegar a<br />

enamorar.<br />

-¿Y por qué piensas que es así?<br />

-Está a la vista cariño, soy una puta, lo soy desde los dieciocho<br />

años. Dime a ver; ¿qué edad tengo?<br />

-Pienso que recién estás llegando a los treinta, Juana.<br />

Más que una sonrisa fue una mueca ordinaria.<br />

-Tengo veintidós y mi nombre es Carla… tú… ¿Ves? No sé tu<br />

nombre, estuviste dentro mío y no sé tu nombre ni el del anterior, ni del<br />

que vendrá después de ti y tampoco de todos los que estuvieron<br />

viniendo a mi cama durante los últimos cuatro años.<br />

-Augusto, mi nombre es Augusto -le dije y le extendí la mano.<br />

Esta vez me pareció que su sonrisa era franca, su cara había<br />

cambiado y su gesto agrio cedía a uno más cotidiano y común.<br />

Mantuvimos nuestras manos estrechadas mientras nos mirábamos a los<br />

ojos. Me di cuenta que había dejado de ser un hombre sin rostro para<br />

Carla. Nos interrumpió el golpe en la puerta. Era su nuevo cliente.<br />

-Ahora vete por favor que tengo que trabajar -me pidió con cierta<br />

amabilidad.<br />

78


-¿Cuánto te pagará? -le pregunté.<br />

-Lo mismo que me pagaste tú -me respondió.<br />

-Pues aquí tienes el dinero, despídelo y quédate conmigo por favor<br />

-le dije sacando los billetes de mi bolsillo.<br />

Me miró como si estuviera loco.<br />

A peering in a portrait – Alyssa L. Miller<br />

https://www.flickr.com/photos/alyssafilmmaker/<br />

-Es tu dinero, aguárdame un minuto -dijo mientras se dirigía a la<br />

puerta para decirle al cliente que regresara en una hora.<br />

79


Al volver, me invitó a tomar una copa en la cocina.<br />

Tomamos asiento y continuamos con la conversación. Carla<br />

comenzó a hablar.<br />

-Tenía quince años allá en mi pueblo y le contaba a todos que sería<br />

una importante abogada de la ciudad. La mejor. Estaba en tercer año de<br />

la secundaria y mi vida era perfecta. Hasta que un maldito accidente en<br />

la ruta mató a mis padres y arruinó mi vida y la de mis hermanos.<br />

Quedamos a cargo del despreciable de mi tío, hermano de mi madre,<br />

quien, a los pocos días, ya me había golpeado y violado. Lo hacía<br />

sistemáticamente todas las semanas, mis hermanos más pequeños<br />

también sufrían la violencia de esa escoria.<br />

Aguardé a cumplir los dieciocho años para abandonar esa casa con<br />

ellos. Al llegar a esta ciudad, vivimos en pensiones de mala muerte<br />

mientras nos duró el dinero que teníamos ahorrado. Al acabarse<br />

debíamos hacer algo; fue entonces que mis hermanos consiguieron<br />

trabajo en una obra en construcción y yo, sin estudios, sin habilidades y<br />

con un físico desarrollado e imponente, la palabra prostitución estaba<br />

escrita en mi frente.<br />

Comencé parando en una esquina, semidesnuda, ofreciendo mis<br />

servicios a quien los buscara. Esto duró casi un año hasta que una noche<br />

se detuvo un auto y bajó una mujer de unos sesenta años con muy<br />

buenas formas. Se acercó y me preguntó si quería trabajar para ella en<br />

un departamento. No lo dudé, con tal de alejarme de la calle y de sus<br />

vilezas, aceptaba cualquier ofrecimiento. Y aquí estoy Augusto.<br />

Recuerdo que la primera noche de trabajo me dijo algo que llevo<br />

grabado en mi cabeza: “Los hombres no deben tener rostro para ti, no<br />

tienen boca por lo que no pueden besarte ni hablarte, no tienen nariz<br />

para olerte, no tienen oídos para escucharte y lo más importante, no<br />

tienen ojos para mirarte por lo que nunca debes mirarlos a ellos. Y<br />

80


estarás bien. El día que mires a alguien a los ojos, tu vida cambiará.” Y<br />

en todo este tiempo todos los hombres que entraron aquí no tuvieron<br />

rostro para mí.<br />

-Hasta hoy -le dije.<br />

-Hasta hoy -me respondió y una sonrisa franca se le dibujó en el<br />

rostro.<br />

dijo.<br />

-Muchas gracias Augusto, le has dado algo de luz a mi vida -me<br />

Asombrado por estas palabras, me animé a preguntarle:<br />

-Pero tu vida cambiaría si mirabas a alguien a los ojos -le recordé.<br />

-Es mi decisión, ahora no quiero que cambie nada, ni quiero me<br />

pidas ni me ofrezcas nada. Pero gracias.<br />

Me acompañó hasta la puerta. Allí me despidió con un beso. Le<br />

dejé una tarjeta con mi número de celular.<br />

-Cuando quieras puedes llamarme -le dije.<br />

Me miró profundamente y noté humedad en sus ojos. Cerró la<br />

puerta. Algo me decía que pronto sabría de ella.<br />

Autor: Ricardo Mazzoccone (Buenos Aires, Argentina)<br />

http://ricardomazzoccone.blogspot.com<br />

81


Pixel Art – Matthew Benton (https://www.flickr.com/photos/z-two/)<br />

82


El espejo electrónico<br />

Tras ponerlo en funcionamiento, jugó algunos minutos con el<br />

retraso de movimiento de su imagen reflejo. Milésimas de segundos,<br />

pero lo notaba. Y así, hasta que vibró una de las esquinas de la pared<br />

blanca del fondo y la alta definición de su cara se convirtió en<br />

cuadraditos. "Pixelado", le puntualizó la persona de atención al cliente.<br />

Le dijo que no se preocupara, porque esto se debía a la calibración del<br />

dispositivo, y en poco tiempo dejaría de notarlo.<br />

En efecto, a la semana vio que más personas habían comprado un<br />

espejo como el suyo y todos iban muy contentos, por lo que dio por<br />

zanjado el asunto de la reclamación. Más que nunca estuvo de acuerdo<br />

en que, después de todo, el humano es un ser fragmentario.<br />

Autor: José Luis Sandin (Valencia)<br />

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¿Dónde están los anteriores números de VALENCIA ESCRIBE?<br />

Número 0 (Marzo <strong>2014</strong>):<br />

http://www.yumpu.com/es/document/view/23959053/valencia-escribe<br />

Número 1 (Abril <strong>2014</strong>):<br />

http://www.yumpu.com/es/document/view/24317623/valencia-escribe<br />

Número 2 (Mayo <strong>2014</strong>):<br />

http://www.yumpu.com/es/document/view/25<strong>03</strong>0771/valencia-escribe<br />

En el interior de cada una de las revistas encontraréis el enlace para<br />

poder descargarla en formato pdf<br />

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A tortas con la vida<br />

© Fuensanta Niñirola<br />

La vida está hecha de momentos buenos y malos y a ella le habían<br />

tocado siempre los momentos malos. Tuvo una infancia desastrosa, con<br />

un padre autoritario y una madre ausente. Luego, de mayor, se casó con<br />

su novio de toda la vida y cambió el padre por el marido autoritario;<br />

ahora ella era la ausente.<br />

Estaba decidida a que todo cambiara. Se había dicho un montón de<br />

veces a sí misma que no merecía la pena continuar así, que tenemos sólo<br />

una vida y la iba a malgastar viviendo en un limbo. Porque era eso lo que<br />

hacía. Para no darse cuenta de lo infeliz que era, se refugiaba en su<br />

mundo de fantasía imaginándose protagonista de novelas donde la<br />

heroína salvaba a los desvalidos y donde se enamoraba perdidamente<br />

de un caballero que no hacía otra cosa que colmarla de atenciones.<br />

85


Amanecía un día lluvioso, pero eso no le impidió llevar a cabo sus<br />

planes. Dejó su maleta en el recibidor de casa, preparó el desayuno y<br />

esperó a que su marido se levantara para darle la noticia de que se iba.<br />

Le vio aparecer por la puerta de la cocina, despeinado, bostezando<br />

y sin ni siquiera decirle un “Buenos días”. Intuyó que algo iba mal pero<br />

no pudo esquivar el primer guantazo. Todo giró de repente y ya no supo<br />

por donde le venían los golpes. Él no hacía más que golpearla y gritar<br />

diciéndole que nunca le dejaría marchar, que era suya, que era su mujer.<br />

La cocina se volvió negra y silenciosa. Ya no había golpes ni gritos.<br />

No sentía nada. Pensó que se había acabado todo, que estaba muerta<br />

pero no era así.<br />

Despertó en una habitación de hospital, magullada y con fractura<br />

de dos costillas. No estaba sola; a los pies de la cama, sentado en un<br />

sillón, estaba él. Debía haber pasado todo el tiempo con ella porque se<br />

le veía desastrado y ojeroso.<br />

Él se dio cuenta de que se había despertado y acercándose a la<br />

cabecera de la cama le pidió perdón un millón de veces. Se le veía<br />

arrepentido, pero ella sabía que eso duraría poco. Solo había sido<br />

violento con ella una vez y fue lo suficientemente brutal para haberla<br />

llevado directamente al hospital.<br />

No, no se creía su arrepentimiento. Seguía decidida a cambiar su<br />

vida y ahora con mucho más motivo.<br />

El día que le dieron el alta pidió al médico que no se lo dijeran a su<br />

marido y salió del hospital decidida a no volver con él. No iba a permitir<br />

que le golpeara más, ahora sería ella la que fuera a tortas con la vida.<br />

Autora: Pilar Descalza (Valencia)<br />

http://micuartosecret.blogspot.com.es/<br />

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© Eulalia Rubio<br />

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Visita nuestro blog: http://valenciaescribe.blogspot.com.es/<br />

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