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de hecho, cuando más atrás mencionaba las limitaciones del<br />
ingeniero-investigador me refería particularmente a que este<br />
no tiene siquiera el tiempo para dedicarse al caso de la<br />
desaparición de Helena Salgado, como tampoco los<br />
rudimentos ni la práctica para ejercer una tarea circunstancial.<br />
Tiene empero, a falta de tiempo, el temple para hacerlo, y un<br />
temerario valor cívico a cambio de una placa oficial. Por<br />
fidelidad a su modesta y limitada verdad personal, no es gratuito<br />
que su desempeño sea muchas veces humorístico<br />
—recordemos el “sigilo” con el que Ibáñez y “el Burro”<br />
penetran en la casa de campo del senador Ovalle—. Además, la<br />
manera en que se desdobla en detective a merced de sus ratos<br />
libres metaforiza la diaria realidad del escritor en México,<br />
convertido en tal a merced del tiempo que le hurta a esas otras<br />
actividades que cumple para poder vivir. Por ello es que Reyes<br />
Ibáñez cobra ante la tribu burocrática a la que pertenece la<br />
dimensión del héroe que sale al mundo para hacer la justicia<br />
entre los hombres —como el escritor sale del mundo y se<br />
interna en el suyo propio, creado por su industrioso magín.<br />
Si bien no es mi propósito prodigar detalles que al<br />
cabo neutralicen la emoción que implica la lectura de este libro,<br />
la búsqueda de Helena Salgado llevará al ingeniero-detective<br />
hacia el empresario Javier Pastrana, y de allí al descubrimiento<br />
de una red de manejos turbios para apoderarse de tierras<br />
ejidales, uno de cuyos primeros saldos es el asesinato del<br />
presidente del Comisariado ejidal. Los crímenes posteriores<br />
apuntarán, ante nuestro pasmo, hacia una realidad que rebasa<br />
toda la sordidez posible, toda la inhumanidad de que es capaz el<br />
hombre.<br />
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