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La Violencia - Salta

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Leonardo Strejilevich<br />

firmar Jesús. En el Nuevo Testamento leemos: «Vuelve tu espada<br />

a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada<br />

perecerán» (Mateo, 26:52). Buenas intenciones que lamentablemente<br />

iban a tener poco eco: Juan en su Apocalipsis<br />

desenfunda otra vez la espada y anuncia el exterminio de las<br />

naciones paganas (19:14-15): «Y los ejércitos del cielo, vestidos<br />

de lino blanco puro, le seguían sobre caballos blancos. De su<br />

boca sale una espada afilada para herir con ella a los paganos».<br />

En el año 300, Constantino, emperador de Roma, de regreso<br />

de una de sus campañas guerreras asegura haber visto<br />

una cruz brillante en el firmamento, dice que la cruz contenía<br />

estas palabras: In hoc signo vinces («Con este signo vencerás»).<br />

A partir de ese momento decreta que el cristianismo sea la<br />

religión oficial del imperio. Poco después numerosos cristianos<br />

integrarán las filas del ejército romano, sordos a las palabras<br />

que medio siglo antes pronunciara Orígenes, Padre de la<br />

Iglesia: «Nosotros los cristianos no podemos empuñar la espada<br />

y luchar en contra de nuestros semejantes, no debemos<br />

aprender el arte de la guerra, somos hechos hijos de paz mediante<br />

nuestro maestro Jesús». Con el sacro propósito de despejar<br />

dudas, el Segundo Concilio de Constantinopla, celebrado<br />

en el año 553, condena las obras de Orígenes y deja vía<br />

libre a las contiendas; incluso forja un término cercano a la<br />

paradoja: «guerras santas». <strong>La</strong>s célebres «cruzadas» son el<br />

ejemplo más lacerante al respecto.<br />

Basta recordar qué ocurrió con los habitantes de Troya<br />

luego de celebrar el regalo que los griegos les habían dejado en<br />

la puerta o lo que sucedió con los vecinos de Jericó cuando el<br />

ejército de Josué derribó las murallas y entraron a saco en la<br />

ciudad. En la era moderna las matanzas continúan, pero para<br />

el caso se ha creado un eufemismo: «daños colaterales». Así de<br />

simple, los miles de muertos civiles que entraña toda guerra<br />

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