La Violencia - Salta
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Leonardo Strejilevich<br />
tar determinada por tres ejes fundamentales: el sexo, la defensa<br />
contra los enemigos y la búsqueda de alimentos. Los<br />
instintos que regulan la vida social animal pasan en la sociedad<br />
humana a ser transformados en pulsiones, en estructuras<br />
modeladas por leyes de interrelación humana que dan origen<br />
y son el origen de la cultura. Tendemos a sentir como natural<br />
aquello que nos es dado por la estructura sociocultural a la<br />
que pertenecemos y nos inclinamos a dar por universales aquellos<br />
valores con los que nos desarrollamos.<br />
<strong>La</strong> violencia es destructiva, inhibitoria, inútil y dolorosa.<br />
Nadie duda del papel siniestro y abismal de la violencia en la<br />
existencia humana. Se la suele acusar de irracional, imprudente,<br />
viciosa, equivocada; puede ser innata y arrasadora, y<br />
se la oculta muchas veces hasta que explota tras un sinnúmero<br />
de máscaras que la ocultan; se recae en ella, una y otra vez.<br />
El violento, con su fuerza corrosiva, no se alimenta de las<br />
diferencias reales sino de lo que le devuelve su percepción subjetiva,<br />
en tanto y en cuanto sólo ve lo que confirma su compulsión<br />
por dañar. Cuando las comparaciones sociales no nos favorecen,<br />
se suele construir una imagen de sí en forma sesgada<br />
al servicio de la autoestima. El violento persigue destruir a su<br />
víctima en su capacidad creadora y de goce, pues no puede<br />
soportar que un otro posea algo y él no lo posea; intenta, entonces,<br />
denigrar y hasta destruir al otro para autoafirmarse<br />
en su narcisismo. Se establece una suerte de rencor del cual<br />
nace el deseo de venganza. Se procura destruir al objeto, «el<br />
impulso resentido no persigue destruir al objeto sino castigarlo»,<br />
nutriéndose del deseo de recuperar una realidad imposible<br />
en la ilusión de un tiempo circular (16) .<br />
El violento no puede asumir el tiempo de su pasado vivido<br />
como injusto y su presente permanece obturado por la memoria<br />
del rencor con sus frustraciones encriptadas, resignificadas<br />
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