Pablo: apóstol del corazón liberado - Editorial Clie
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120 <strong>Pablo</strong> y el Jesús histórico<br />
decir palabras bonitas. Si de verdad hablas en serio, pon manos a la obra:<br />
demuestra tu seriedad trabajando como nunca antes lo has hecho; si lo<br />
haces te ganarás nuestra aceptación. Pero tienes que dar pruebas. Esto no<br />
puede quedar como si no hubiese pasado nada.” Esta hubiera sido ya una<br />
propuesta generosa. Podría haber tenido efectos muy provechosos para<br />
el muchacho, y aun el hermano mayor hubiera estado satisfecho con tal<br />
tiempo de prueba. Pero ni Jesús ni <strong>Pablo</strong> conciben de este modo la gracia<br />
divina. Dios no pone a prueba durante un tiempo a los pecadores arrepentidos<br />
para ver cómo van las cosas, sino que les da una bienvenida sin<br />
reservas y les otorga todos los privilegios de hijos legítimos. Para Jesús y<br />
para <strong>Pablo</strong> la iniciativa siempre está en la gracia divina. Siempre es Dios<br />
quien otorga la reconciliación o la redención; los hombres sencillamente<br />
las reciben. “Hazme como uno de tus jornaleros” –dice el pródigo a su padre–,<br />
pero el padre habla de él en términos de: “este mi hijo”. Y <strong>Pablo</strong> dice<br />
lo mismo: “Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero<br />
de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:7).<br />
En la parábola de los trabajadores de la viña <strong>del</strong> Evangelio de Mateo<br />
(20:1-16), los trabajadores contratados en último lugar no discutieron<br />
con el patrón lo que iban a cobrar. Si un denario era la justa paga de un<br />
día de trabajo, los que solamente trabajaron una hora esperarían, con toda<br />
probabilidad, una pequeña fracción de este importe; habían aceptado la<br />
propuesta <strong>del</strong> patrón de darles “lo que sea justo” y llegado el momento<br />
recibieron un denario, como aquellos que habían trabajado todo el día. La<br />
gracia de Dios no es algo que se imparte según los méritos personales de<br />
cada uno. Tal como nos dice T. W. Manson, existía una moneda cuyo valor<br />
equivalía a la duodécima parte de un denario. Tal moneda “Se llamaba<br />
pondion. Sin embargo, cuando se trata <strong>del</strong> amor divino, no existe nada<br />
equivalente a su duodécima parte.” 17<br />
Esto está por completo en línea con la concepción que tenía <strong>Pablo</strong><br />
<strong>del</strong> Evangelio. Si la ley es el fundamento de la aceptación <strong>del</strong> hombre<br />
por parte de Dios, entonces los pormenores de los méritos y deméritos<br />
de cada uno tienen una relevancia primordial. Pero las grandes bendiciones<br />
<strong>del</strong> Evangelio llegaron a los convertidos gentiles de <strong>Pablo</strong> –como ellos<br />
sabían perfectamente–, no por las obras de la ley, sino como respuesta a<br />
17<br />
T. W. Manson, The Sayings of Jesus (Londres, 2ª ed., 1949), p. 220. No debería pasar<br />
desapercibido que en algunas partes <strong>del</strong> material particular de Mateo encontramos un acento muy<br />
diferente; acento que en opinión de algunos comentaristas, podría incluso apuntar a una línea antipaulina<br />
de Mateo, como por ejemplo la crítica que aparece en Mateo 5:19 de aquel que “quebrante<br />
uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres” (respecto a este punto véase<br />
la obra de T.W. Manson, The Sayings of Jesus, págs. 25, 154).