"Deformando Europa": la mesa redonda de los ... - Viento Sur

Racionalidad y barbarie
Auschwitz: la organización científica
de la muerte
Enzo Traverso
Los testigos del universo concentracionario nazi, tanto los supervivientes
anónimos como los escritores célebres como Primo Levi, han descrito a menudo
su experiencia utilizando la alegoría del infierno. Para referirse a lo indecible,
había que evocar una categoría a la vez no histórica y profundamente anclada en el
imaginario colectivo: un acontecimiento que transciende la vida terrestre, es decir
hasta entonces nunca vivido por la humanidad, pero cuyo horror aparecía así
representable a los ojos del mundo de la post-Shoah (nota: el nombre de shoah
designa al exterminio judío por los nazis). La imagen del infierno, que habita
nuestra cultura desde la Antigüedad, parecía ser la única capaz de transmitir el
sentido de una experiencia radicalmente nueva, la del "hombre deshumanizado"
(Jean Améry) y de la exterminación moderna. Asumido como referencia
paradigmática en la definición del mal absoluto, el Infierno de Dante ha sido
utilizado por los supervivientes de la Shoah a fin de superar los callejones sin
salida del lenguaje que no podía restituir mediante palabras la realidad de la
experiencia vivida. Los nazis, por su parte, eran perfectamente conscientes de la
singularidad de su empresa asesina, para la que habían forjado una definición tan
poderosa como la anterior: anus mundi (Arschloch der Welt).
Preguntándose sobre la relación existente entre los campos de exterminio y las
representaciones de la muerte que acompañan al mundo occidental a lo largo de su
historia, George Steiner ha presentado Auschwitz, Treblinka y Sobibor como los
lugares en los que, surgido de sus entrañas, el infierno se mostraba finalmente en
la superficie de la tierra. Expresión de la inmanencia del infierno, los campos de la
muerte habrían acabado así "un largo, un minucioso trabajo de la imaginación".
"En los campos —prosigue Steiner— floreció la obscenidad milenaria del miedo y
de la venganza, cultivada en el espíritu occidental por las doctrinas cristianas de la
condenación". Auschwitz, esa erupción infernal que rompe irremediablemente las
"simetrías de la civilización occidental", aparece entonces prefigurada por una
larga tradición pictórica que, desde la Edad Media hasta el siglo XVIII, hizo de la
representación del infierno una de sus principales obsesiones. Basta con pensar en
obras como El juicio final de Hieronimus Bosch o El triunfo de la muerte de
Bruegel. Estos cuadros nos muestran, en una atmósfera apocalíptica, el
espectáculo de la muerte en masa. Los paisajes no son campos de batalla, sino más
bien amplios espacios, territorios sin fronteras, en los que una multitud caótica y
aterrorizada es torturada por figuras monstruosas o engullida por máquinas de
muerte cuyo funcionamiento nos resulta misterioso. Como en toda representación
del infierno, el paisaje está marcado por la presencia del fuego. Es sin duda
teniendo presentes las imágenes de estos cuadros apocalípticos como, siguiendo el
camino trazado por Hobbes, Franz Neumann ha exhumado a Behemoth, el
"monstruo del caos" de la escatología judía, para resumir metafóricamente el
VIENTO SUR Número 22/Agosto 1995 105