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3 Denis Diderot: “La paradoja <strong>del</strong><br />

comediante”.<br />

4 …El personaje no existe verdaderamente<br />

en el texto, no<br />

se realiza más que sobre el<br />

escenario, pero igualmente<br />

es preciso partir <strong>del</strong> potencial<br />

textual y activarlo para llegar<br />

a la escena. Jean –Pierre Ryngaert:<br />

“Introducción al análisis<br />

teatral” – Pág. 110.<br />

interior. Stanislavski, más allá de la etapa en la que lo situemos<br />

como investigador, director, actor o pedagogo, generó palancas<br />

para la construcción <strong>del</strong> actor, entendiendo que el escenario era<br />

un campo de fuerzas generado por el contexto de la obra, en la<br />

que el actor, es cercado con información acotada y movilizadora,<br />

para que se relacione vivamente con todo lo que ingresa a ese<br />

universo ficcional.<br />

El camino <strong>del</strong> actor hacia la identificación con el personaje<br />

en la etapa realista nunca borra el límite entre ambos. Para<br />

el maestro ruso, el actor siempre debe ser consciente de la<br />

perspectiva <strong>del</strong> personaje. La conexión de este axioma con<br />

la paradoja de Diderot es absoluta, introduciendo una de las<br />

mayores complejidades <strong>del</strong> oficio: ser rigurosos y anteponer un<br />

pensamiento científico en un lenguaje donde lo emotivo y lo<br />

físico se confunden paso a paso. Diderot, propone que el camino<br />

<strong>del</strong> actor hacia la búsqueda <strong>del</strong> personaje se vaya abriendo<br />

desde la luz de la razón: emociones que emanen <strong>del</strong> cerebro<br />

y no <strong>del</strong> corazón. 3 Este enunciado, más cercano a la reflexión<br />

filosófica que a la pedagogía <strong>del</strong> actor, toma cuerpo dos siglos<br />

más tarde en El trabajo <strong>del</strong> actor sobre sí mismo. Solo que a<br />

las puertas <strong>del</strong> siglo XX, el nacimiento de la figura <strong>del</strong> director<br />

cambiaba nuevamente el paradigma teatral. La obra, puesta<br />

en acto <strong>del</strong> texto dramático, se transformaba en una totalidad<br />

compleja donde nada estaba librado al azar. En el siglo de la<br />

tecnología, la magia <strong>del</strong> efecto –o más exactamente el efecto de<br />

la magia– es extraditada de las tablas por acciones repetibles.<br />

La obsesión <strong>del</strong> hombre por dominar la naturaleza y erradicar<br />

lo oscuro, colocan al personaje al margen de la pasión <strong>del</strong><br />

actor. Los desbordes pasionales e irrepetibles a lo largo de las<br />

funciones, el dibujo general <strong>del</strong> personaje, el cliché, serán los<br />

puntos a superar para el teatro moderno. La relación actor personaje<br />

se vincula, apoyada en un precario equilibrio dependiente<br />

de innumerables factores que le darán unidad y coherencia sin<br />

salir de una lógica mayor –la de la escena y en general de la<br />

obra en su conjunto– con la cual no puede desentonar.<br />

El personaje de teatro, entendido en un sentido moderno, no<br />

solo se constituye por la voluntad de corporizar esa entidad<br />

ficcional creada por el autor, sino por la disposición de recursos<br />

expresivos, físicos, energéticos, psicológicos y emotivos de un<br />

profesional preparado y enfocado exclusivamente en su función.<br />

En este sentido, el personaje no solo nace <strong>del</strong> deseo de actuar,<br />

sino <strong>del</strong> despliegue de un conjunto de conocimientos técnicos<br />

que el actor pone en juego en su composición. Esta palabra, muy<br />

vinculada a la música, nos acerca a uno de los puntos nodales<br />

<strong>del</strong> arte <strong>del</strong> actor, desarrollado por muchos de los maestros<br />

directores <strong>del</strong> siglo XX, si no por la mayoría de ellos, donde<br />

la actuación se constituye por un acto de conciencia. Es decir<br />

que el actor, lejos de confiar en sus recursos expresivos, los<br />

riega, los fructifica, los trabaja al punto de tener la capacidad<br />

de echar mano de ellos a voluntad. Así el actor se encuentra<br />

en un terreno donde la libertad expresiva se ve acompañada<br />

por su disciplina. Recursos de trabajo y libertad o regla y espontaneidad,<br />

se transforman en un binomio fundamental, en<br />

una conjunción necesaria para el trabajo <strong>del</strong> actor en la era de<br />

los maestros directores. Así estos dos términos que parecen<br />

contradecirse se trasforman en una cupla dinámica que protege<br />

al actor para construir con libertad creativa, pero sobre el carril<br />

<strong>del</strong> autoconocimiento.<br />

Tendiendo un puente con el último concepto, en música, lo que<br />

se entiende por composición está sujeto a un estricto catálogo<br />

normativo que regula otros elementos de ese lenguaje como la<br />

armonía, el contrapunto, la melodía, la fuga, el ritmo, el modo<br />

de asociación de las partes de una obra, sin olvidarse, contradictoriamente,<br />

de la libertad creativa <strong>del</strong> músico. Es decir que<br />

el arte de componer música requiere, además <strong>del</strong> genio libre y<br />

<strong>del</strong> espíritu reformista <strong>del</strong> artista, de toda una serie de pautas<br />

científicas que deben tenerse en cuenta tanto para adherir como<br />

para transgredir. La composición <strong>del</strong> personaje no es ajena a<br />

este principio <strong>del</strong> lenguaje musical, lo que nos permite afirmar,<br />

junto a Jean-Pierre Ryngaert, 4 que el personaje no está acabado<br />

en el texto dramático. Necesita <strong>del</strong> actor, que hará de él su doble<br />

y que completará la primera información trazada por el dramaturgo<br />

a través de un proceso lento de construcción- composición.<br />

En este sentido, la sola identificación <strong>del</strong> actor con el personaje<br />

no basta, pues se estaría reduciendo su construcción a un principio<br />

esencialista que lleva a la humanización <strong>del</strong> personaje. El<br />

actor, como el músico, manipula materiales, maneja los tiempos<br />

internos, los ritmos, los tonos, acerca las partes y las une con<br />

precisas transiciones, decide los modos de desplazamiento, la<br />

correspondencia o la distancia entre gesto, movimiento, texto<br />

y acción. Todo esto, sin olvidar nunca los aspectos interiores<br />

–racionales y emotivos– que darán fundamento y coherencia<br />

al personaje visto como una totalidad.<br />

Meyerhold, uno de los reformadores más relevantes de principios<br />

<strong>del</strong> siglo XX, liga de un modo contundente la música al arte<br />

<strong>del</strong> actor. Para él la música es una asignatura pendiente en las<br />

8 CUADERNOS DE PICADERO

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