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VE-12 ABRIL 2015

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Número <strong>12</strong> – Abril <strong>2015</strong>


Velero en ocres – Evelyn Carell (Valencia)<br />

http://evelyncarell.artelista.com<br />

© Todos y cada uno de los derechos de las obras literarias, fotografías o<br />

ilustraciones publicadas en esta revista pertenecen en exclusiva a sus<br />

respectivos autores (aunque en algunos casos no se citen los nombres)<br />

Portada: Remember you are dreaming - Autor desconocido<br />

Imagen obtenida de http://rememberyouaredreaming.com/<br />

Diseño y edición: Rafa Sastre<br />

Colaboraciones: revistave@hotmail.com<br />

La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido.<br />

Jorge Luis Borges (1899-1986)<br />

Visita nuestro blog: http://valenciaescribe.blogspot.com.es/


Índice<br />

Gracias (Rafa Sastre) Pág. 1<br />

Los lirios del delfín (Eva Franco) Pág. 3<br />

De flor en flor (Susana Gisbert) Pág. 5<br />

Voy a morir esta noche (Pernando Gaztelu) Pág. 7<br />

Amants (María Luisa Pérez) Pág. 11<br />

Recuérdame (Macu Joan) Pág. 13<br />

El Cazador y la Bruja (Christine Carcosa) Pág. 15<br />

Nostalgias (Isabel Sifre) Pág. 19<br />

Silencio (Alicia Muñoz) Pág. 21<br />

El pelo (Matilde Lledó) Pág. 23<br />

Prismáticos (Adrián García) Pág. 25<br />

Fantasmas y siluetas (Héctor Vázquez) Pág. 27<br />

Trazo de carbonilla (Jorge Richter) Pág. 29<br />

Orden mundial (Lidia Castro) Pág. 31<br />

El regalo de la vida (Santiago Herrero) Pág. 33<br />

El columpio (Rosi Serrano) Pág. 35<br />

Remanso (Marga Alcalá) Pág. 37<br />

Tirso y Valeria (Isabel Muñoz) Pág. 39<br />

Día de los muertos (Luciano Doti) Pág. 43<br />

Errante (Concha García) Pág. 47<br />

Hay unas voces ahí fuera (Lu Hoyos) Pág. 49<br />

El gatillazo (Nicolás Jarque) Pág. 51<br />

Daniela (Manuel Navarro) Pág. 53<br />

Preludio a una historia (Marco Antonio Torres) Pág. 55<br />

Adela (David Rubio) Pág. 57<br />

Desde la libertad (Rafa Sastre) Pág. 61<br />

La princesa de San Petersburgo (Vicente Carreño) Pág. 63<br />

A punto de rendirme estoy (Marisol Santiso) Pág. 65<br />

Madrugada de flamenco (Fran Rubio) Pág. 67<br />

Al son de un vals (Pilar Descalza) Pág. 69


El lector (Luisa Berbel) Pág. 73<br />

Cachito (Luis Alberto Molina) Pág. 77<br />

Siete de la mañana (Pepe Sanchis) Pág. 81<br />

Quiero tanto a los vampiros (Javier Vayá) Pág. 83<br />

Diluvio (Aldana Michelle Giménez) Pág. 87<br />

La fiesta del fuego (Esther Moreno) Pág. 89<br />

Caos en la tierra (Amparo Andrés) Pág. 91<br />

Las musas van de fiesta (Amparo Hoyos) Pág. 93<br />

Impasible (José Luis Sandin) Pág. 97<br />

Malabarista (Asun Ferri) Pág. 99<br />

La cita (Marisa Martínez)<br />

Pág.101


Gracias<br />

Escribir la introducción de una revista en la cual unos amigos<br />

prestamos a otros nuestras inquietudes literarias es tarea cuanto<br />

menos baladí. Ahora mismo no se me ocurre decir otra cosa que no<br />

sea gracias. Por vuestra fidelidad, por vuestro ánimo, por vuestra<br />

confianza, por esos amables comentarios que a menudo instaláis en<br />

mi corazón; pero gracias, sobre todo, por vuestra amistad. Nunca<br />

habría imaginado que se pudieran forjar relaciones de afecto como<br />

las que tengo el privilegio de disfrutar gracias a una publicación tan<br />

sencilla como esta. Por eso, gracias a todos y cada uno de vosotros.<br />

En la revista de este mes nos complace recibir por vez primera<br />

los trabajos de Isabel Muñoz, Luciano Doti, Amparo Andrés, Marisa<br />

Martínez y del fotógrafo Miguel García, que esperamos hayan venido<br />

para quedarse.<br />

Para concluir, una frase sobre amistad, literatura y felicidad:<br />

«Deben buscarse los amigos como los buenos libros. No está la felicidad<br />

en que sean muchos ni muy curiosos, sino pocos, buenos y bien<br />

conocidos» (Mateo Alemán, 1547-1614)<br />

Y como jamás me cansaré de repetir, sed muy felices.<br />

Rafa Sastre<br />

1


Paradise – Jan Staes (Holanda) https://500px.com/janstaes<br />

2


Los lirios del delfín<br />

Sumergido en las aguas, un viejo delfín quedó atrapado entre<br />

redes ambulantes abandonadas en el mar. El cetáceo, al verse<br />

atrapado, trató de liberarse con la fuerza de su experiencia, pero por<br />

más que aleteaba, le fue imposible emerger.<br />

Cansado se intentarlo, se dejó hundir hasta lo más profundo del<br />

mismo mar que un día fue cómplice de su amada libertad. Allí, justo<br />

donde el silencio se viste de paz, y el dolor se diluye con el frío de sus<br />

profundidades, se dejó llevar por lo incierto, aceptando el lugar de su<br />

muerte.<br />

Sin embargo, un regalo de emociones matizaron con colores<br />

cálidos sus últimos momentos, mostrándole tres lirios de mar,<br />

desprendiéndose de entre las rocas.<br />

El primer lirio llegó a él con la fuerza de sus aleteos, y estaba<br />

formado por pétalos de querencias, de cada surco dibujado en la<br />

marejada que vivió.<br />

El segundo lirio, el que más parecía una estrella, pasó<br />

forcejeando entre los orificios de la red, para quedar abrazado a él.<br />

El tercer lirio, a diferencia de los otros, se desprendió hacia la<br />

superficie, donde asumió entregaría su último suspiro.<br />

Y así fue, porque emergió para renacer, dejando una red rota<br />

esparcida entre las rocas vestidas de sepulcro. En su trompa llevaba<br />

el lirio de sus querencias, y abrazado a una de sus aletas, el lirio que<br />

jamás renunció a él.<br />

Mientras, el tercer lirio terminó difuminándose con la luz del<br />

sol, mostrándole que rendirse jamás será una opción, si necesario es<br />

vivir.<br />

Eva C. Franco (Isla de Margarita, Venezuela)<br />

3


Tears of a flower – freaky208 http://freaky208.deviantart.com/<br />

4


De flor en flor<br />

La primera vez que vi a Julia pensé que jamás había visto una<br />

cara tan radiante. Su sonrisa abierta y sus ojos brillantes asomaban<br />

por detrás de la enorme y exquisita orquídea blanca que yo misma le<br />

había entregado, y hasta me pareció ver deslizarse por su mejilla una<br />

lágrima que no podía ser sino de alegría. Me dio las gracias con una<br />

risa nerviosa y me entregó una propina desmesurada para lo que era<br />

habitual. Era una mujer feliz.<br />

El suyo era el primero de los encargos que tenía para aquella<br />

mañana. Mi madre tenía un puesto de flores en el mercado, y yo la<br />

ayudaba haciendo el reparto un día tras otro. No era un mal trabajo.<br />

Aunque a veces era agobiante sortear el tráfico a bordo de una<br />

cochambrosa furgoneta que hacía ya mucho que vivió tiempos<br />

mejores, las caras de los destinatarios de mi mercancía,<br />

mayoritariamente mujeres, cuando la recibían, solía compensarme. Y<br />

a mí me gustaba imaginar las historias que se escondían detrás de<br />

aquellos ramos y centros de flores.<br />

Julia me llamó la atención desde el primer día. El brillo de sus<br />

ojos al recibir aquella flor exquisita hubiera sido capaz de iluminar<br />

una ciudad entera.<br />

No tardé demasiado en volverla a ver. Apenas habían pasado un<br />

par de meses desde aquel día volví a recibir el encargo de llevarle<br />

algo. Se trataba de un ramo de rosas rojas, veinticinco exactamente,<br />

tantas como años cumplía, según rezaba la tarjeta que ella misma<br />

abrió nerviosa ante mis ojos. Me alegré de volverla a ver. De nuevo<br />

sonreía, aunque me pareció advertir que sus ojos no brillaban de la<br />

misma manera que la primera vez. Pero pensé que quizás el tiempo<br />

transcurrido había deformado mi recuerdo.<br />

5


Poco a poco, los encargos destinados a Julia pasaron a ser una<br />

constante en mi trabajo. Con mucha más frecuencia que cualquier<br />

otro cliente que nunca hubiéramos tenido, el hombre que enviaba<br />

flores a Julia usaba nuestros servicios. Mi madre, que jamás<br />

participaba en las entregas, decía que debía estar muy enamorado, y<br />

así debía ser. Pero a mí había algo que no me encajaba. Nunca volví a<br />

ver aquella cara de alegría que ella tenía el primer día, y a cada<br />

entrega parecía apagarse más y más su mirada.<br />

Pese a todo, no empecé a sospechar lo que pasaba hasta<br />

transcurrido un tiempo. Al cabo de unos veinte días del día de su<br />

cumpleaños, fui de nuevo a llevarle un ramo. Esta vez se trataba de<br />

un bonito y alegre manojo primaveral, con lirios, claveles, margaritas<br />

y pequeñas flores de todos los colores. Sólo con verlas entraban<br />

ganas de reír. Pero Julia esa vez me abrió la puerta y sin apenas<br />

despegar los labios, tomó el regalo y susurró un simple “gracias”. Ni<br />

siquiera me dio propina alguna, ni creo que llegara a pensarlo. Sus<br />

ojos habían perdido el brillo casi por completo, aunque sus labios se<br />

esforzaban en esbozar una leve sonrisa.<br />

A ese encargo le siguió otro, y otro, y otro más. Preciosos<br />

tulipanes amarillos, centros de flores exóticas, primorosas violetas. Y<br />

la mujer que los recibía parecía ganar años cada vez. Y tenía una<br />

permanente mueca de asco que fingía ser una sonrisa sin lograrlo. En<br />

un par de meses, apenas recordaba aquella Julia de mi primera<br />

entrega.<br />

No tardó en llegar el día en que se confirmaran mis sospechas.<br />

Debía entregar un maravilloso ramo de rosas blancas de tallo largo a<br />

su nombre, pero en vez de a su casa, a la dirección de un hospital. Me<br />

maldije a mí misma. Sabía que ese día había de llegar, pero había<br />

mirado hacia otro lado. Y ahora Julia yacía en una clínica,<br />

seguramente con el cuerpo y el alma rotos.<br />

6


Habían transcurrido unos días cuando el siguiente encargo me<br />

dejó helada. El último pedido recibido a nombre de Julia era una<br />

corona de flores. No volvería a ver la mirada de Julia. Había podido<br />

hacer algo por ella, y no lo hice. Lloré de rabia y dolor y me maldije a<br />

mí misma.<br />

Nos dijeron que vendrían a recoger el pedido. Mi madre y yo nos<br />

sentamos a esperar sin pronunciar palabra, y, de pronto, nos<br />

quedamos boquiabiertas ante lo que vimos.<br />

Julia, en persona, apareció allí y, tras pagar la corona ante<br />

nuestra mirada atónita, dijo que iba a enterrar su vida anterior. Su<br />

vida con él. Para eso quería la corona de flores.<br />

No hemos vuelto a ver a Julia nunca más pero sé que ahora sus<br />

ojos brillarán de nuevo.<br />

(Relato ganador del Premio Literario Mujeres de Benetússer 2004)<br />

Susana Gisbert Grifo (Valencia)<br />

http://conmitogaymistacones.com/<br />

7


Waiting for summer – Aris Kamarotos (Grecia)<br />

http://ar-ka.deviantart.com/<br />

8


Voy a morir esta noche<br />

Voy a morir esta noche,<br />

quizá resucite al alba.<br />

Si hoy es un presente,<br />

¿El mañana se acaba?<br />

Voy a morir esta noche,<br />

y me da igual si no vuelvo,<br />

porque no es mi deseo,<br />

ni vuestro, ni del cielo.<br />

Voy a morir esta noche,<br />

estoy tentando a la suerte.<br />

Vos lloráis al oírme,<br />

pues no entendéis perderme.<br />

Me mata en silencio,<br />

me lleva al averno y al edén.<br />

Nadie sabe el oscuro secreto,<br />

de este gran misterio.<br />

Voy a morir esta noche,<br />

iré a un lupanar y a las tinieblas,<br />

soplaré sobre tus suspiros,<br />

y volveré para contaros un cuento.<br />

Voy a morir esta noche,<br />

y, ¿sabéis qué?<br />

Me muero por veros en sueños...<br />

Pernando Gaztelu (Iruña, Navarra)<br />

http://lokos-a-disfrutar.blogspot.com.es/<br />

9


Lovers – Laura Makabresku (Polonia)<br />

http://laura-makabresku.deviantart.com/<br />

10


Amants<br />

(sobre un poema de Vicent Andrés Estellés)<br />

Cómo puede el amor ser un tornado.<br />

Cómo añorar la tranquila armonía de dos cuerpos amándose.<br />

Cómo sobrevivir al tiempo y a los besos.<br />

Cómo ignorar las horas y los días y las eternidades<br />

y hasta entonces haber sobrevivido,<br />

sin amarte, sin sentirte, sin tenerte.<br />

Cómo el huracán puede apaciguar al ansia.<br />

Cómo estrecharte y no quererte.<br />

Cómo los amantes perpetúan el instante.<br />

Cómo el tenerte me asegura<br />

una eternidad, un mundo, un paraíso<br />

del que salir no quiero.<br />

María Luisa Pérez Rodríguez (Valencia)<br />

http://marialuisaperezr.blogspot.com.es/<br />

11


Remember me – Miranda (EUA) http://x-xlithiumx-x.deviantart.com/<br />

<strong>12</strong>


R3CUéRd4M3<br />

Te dejaré impresa mi alma en papel.<br />

Tatuaré cada palabra no pronunciada bajo tu piel.<br />

Ahuyentaré tus miedos, romperé tus cadenas. Abrazaré tus<br />

sueños, mutarán tus creencias.<br />

Idearé pensamientos que abrasen tu timidez.<br />

Enhebraré hilos que remienden tu vejez.<br />

Sorberé tu veneno, acallaré tu ausencia. Delinearé tu cuerpo, se<br />

quebrará tu firmeza.<br />

A cambio, sólo una PROmeSA.<br />

Mírame.<br />

Escúchame.<br />

Léeme.<br />

Recuérdame.<br />

Macu Joan (Carlet, Valencia)<br />

http://macujoan.blogspot.com.es/<br />

13


The Raven – Evelyn Murphy EUA)<br />

http://www.fotoblur.com/people/emurphy<br />

Imagen sugerida por la autora<br />

14


El Cazador y la Bruja<br />

La espera se estaba haciendo insoportable. Habían hablado<br />

varias veces por Facebook, bajo nombres falsos, por supuesto, pero<br />

Alana quería más. Se había cansado de jugar al escondite, como<br />

llevaba haciendo varios meses. Deseaba que la atraparan. Pero no<br />

cualquier poli de mierda, no. Tenía que ser él.<br />

Había oído hablar del Cazador un tiempo después de empezar<br />

su particular reinado del terror. A los periodistas les encantaban esas<br />

terminologías tan estúpidas. Cuanto más estúpido era el titular,<br />

mayor tirada. Borregos lanzándose a por el último ejemplar, señoras<br />

abriendo sus enormes bocazas en forma de “O” al leer algo<br />

mínimamente escandaloso, niños temblando de miedo al ver las<br />

morbosas fotos que acompañaban al artículo.<br />

Desde que empezó con los empollones universitarios, ella había<br />

sido literalmente la reina de las portadas. Se había encargado de que<br />

supieran que era obra de una mujer, oh sí. Las marcas de los<br />

mordiscos con su sutil huella de pintalabios de Dior. El perfume<br />

impregnado en sus ropas. Las perforaciones de sus tacones de aguja.<br />

Y siempre, siempre, un ejemplar de la revista Vogue a los pies del<br />

cadáver.<br />

Pensaba que la atraparían enseguida, pero pronto descubrió que<br />

los policías encargados del caso eran nefastos hasta un punto<br />

verdaderamente preocupante. Toda la ciudad cagada de miedo y<br />

ellos…Nadie entendía muy bien qué hacían exactamente. Alana<br />

compraba la Vogue en el súper más cercano al campus donde iba a<br />

efectuar el ataque minutos después. ¡Con sólo interrogar a la cajera<br />

tendrían pistas (no demasiadas) sobre su aspecto! Pero los días<br />

pasaban, y nadie llamaba a la puerta de Alana.<br />

15


Y entonces él estropeó su habitual portada en los periódicos<br />

locales. Un intruso en su reinado del terror. Se hacía llamar El<br />

Cazador de Brujas.<br />

La ira golpeó a Alana la primera vez que se topó con una<br />

portada robada. El Cazador había irrumpido en el periódico con una<br />

carta al editor. Se presentaba como un justiciero en un “mundo<br />

repleto de malas brujas”, y declaraba no tener piedad ninguna.<br />

Adjuntaba fotos, que el nauseabundo editor ni siquiera se había<br />

molestado en censurar. Se despedía con un rotundo “Te encontraré,<br />

reina de pacotilla”.<br />

Alana escribió una carta de respuesta minutos después de<br />

arrancarse varios mechones de su preciosa cabellera. La batalla del<br />

periódico duró unas dos semanas. Los ciudadanos, decididos a no<br />

asomar las narices fuera de sus domicilios, seguían la lucha de titanes<br />

desde la sombra. Las mujeres se posesionaban a favor de Alana,<br />

“defensora del feminismo en un mundo de asesinatos donde<br />

predominaba la masculinidad”. “Yo no justifico el asesinato”—<br />

afirmaba una señora de mediana edad—“pero ya está bien de que<br />

seamos nosotras las que tengamos miedo de salir a la calle. Ella ha<br />

cambiado las cosas en ese sentido. Ahora son los hombres los que están<br />

temblando en sus casas. Eso está bien, ¿sabe?”<br />

Los hombres se sentían identificados con el Cazador. Enviaban<br />

armas de diversa índole a los periódicos locales, para que éstos se los<br />

reenviaran al “hombre que iba a acabar con la maldita bruja”. La<br />

ciudad estaba atravesando una terrible crisis. En las casas no se<br />

hablaba de otra cosa. El hashtag #cazaralabruja era Trending Topic<br />

en Twitter. Todos los días había separaciones, eso en el mejor de los<br />

casos. En el peor, uno de ellos desaparecía sin dejar mayor rastro que<br />

diminutas gotas de sangre en el congelador. La creciente y adictiva<br />

violencia golpeó cada rincón de los impolutos hogares.<br />

16


Mientras tanto, Alana y el Cazador hablaban por Facebook. El<br />

tiempo corría en su contra. La víctima deseando ser atrapada, el<br />

cazador deseando introducirse en la madriguera y atrapar al molesto<br />

roedor.<br />

Harta del juego sin fin, Alana dio el primer paso y le proporcionó<br />

su dirección real. “Te estaré esperando”, escribió y se desconectó,<br />

satisfecha de haber sido la última en tener la palabra.<br />

Pasaron quince minutos. Alana estaba nerviosa, pensando en el<br />

ansiado encuentro, mientras contemplaba por la ventana (sin poner<br />

demasiado interés) las primeras peleas en las calles. La gente se había<br />

cansado de observar desde las sombras. Todos querían participar.<br />

Todos querían ser piezas de vital importancia en el enorme tablero.<br />

Se escucharon varias explosiones seguidas por desgarradores gritos.<br />

El Cazador estaba tardando demasiado.<br />

Por fin sonó el timbre. Visiblemente emocionada, Alana abrió la<br />

puerta sin más preámbulos. Él era demasiado alto y llevaba una<br />

máscara de lobo. Blandía un cuchillo de cazador en la mano<br />

izquierda. Se miraron durante varios segundos. Ella reaccionó<br />

primero y salió corriendo en dirección al dormitorio, pero el Cazador<br />

era más rápido y la atrapó, abalanzándose sobre ella y destrozando<br />

todo cuanto había a su paso. Forcejearon un rato hasta que ella le<br />

invitó tímidamente a un café, desde una nada ganadora posición de<br />

abajo. Él aceptó, tras meditarlo unos segundos. Ya tendría tiempo de<br />

matarla. Tan sólo unos metros más abajo, el mundo pareció haberse<br />

olvidado de ellos.<br />

Tomaron café hasta el amanecer, mientras la antaño pacífica y<br />

aburrida ciudad se engullía a sí misma y mostraba su verdadera<br />

naturaleza, convertida en caos.<br />

Christine Carcosa (Murcia)<br />

https://christinecarcosa.wordpress.com/<br />

17


Petite Fille – Amedeo Modigliani (1884-1920)<br />

Imagen sugerida por la autora<br />

18


Nostalgias<br />

Me hace falta tu olor, tu cercanía<br />

porque me son extraños<br />

el huerto y el aljibe,<br />

la casa y las adelfas del camino<br />

la luna que me acecha<br />

tras el visillo lila<br />

y el sol que entra a raudales por el patio.<br />

Me hace falta tu aliento y que tus brazos<br />

me agarren otra vez por la cintura<br />

porque me duermo al filo de la madrugada<br />

reviviendo<br />

pero a medida que amanece<br />

la luz se me hace turbia<br />

y me voy con las horas marchitando.<br />

(Del libro Boceto para una noche)<br />

Isabel Sifre Puig (Valencia)<br />

19


Silence – Michael McDevitt (EUA)<br />

http://youngchristianartist.deviantart.com/<br />

20


Silencio<br />

Silencio. No hay más que silencio,<br />

ni murmullos ni lamentos,<br />

solo silencio.<br />

Ni siquiera alaridos, titubeos,<br />

ni proyectos de frases, ni tanteos.<br />

Silencio muerto.<br />

El silencio todo lo perfora, lo hace lento.<br />

Quedas esperando la palabra dicha,<br />

el encuentro, la oportunidad, el beso.<br />

Nada se halla.<br />

Te golpea el silencio en las sienes:<br />

“no me dejes así, por favor, di algo”<br />

y lo no dicho es mucho y duele,<br />

más allá del reproche y los antiguos quereres.<br />

El silencio pone un punto<br />

y rara vez es seguido.<br />

Si ya no se desparrama el verbo,<br />

si no te sirve la explicación,<br />

ni el desahogo, ni el duelo,<br />

tan sólo habla el silencio.<br />

Y el silencio sentencia,<br />

acusa, mata inquietudes,<br />

impide acercamientos,<br />

destapa tristezas, cobardías,<br />

acuna vuelos.<br />

Alicia Muñoz Alabau (Valencia)<br />

https://www.facebook.com/PonerseAlas<br />

21


Mirror – Nikolaj Djatschenko (Alemania) http://nik159.deviantart.com/<br />

22


El pelo<br />

Aquel pelo rubio en la mitad de su pecho le tenía obsesionado.<br />

Era de un tacto sedoso que le evocaba algo amable que no conseguía<br />

recordar. Pero a la vez le producía una desazón que le aterraba. Él<br />

siempre había sido barbilampiño y sin vello. Eso era, precisamente, lo<br />

que le daba aquella expresión infantil. “Por ti no pasan los años<br />

chaval”, se decía cada mañana al mirarse al espejo. Y ahora aquel<br />

pelo, extraño y recalcitrante, estropeaba su inmaculada piel de<br />

impúber.<br />

Intentó arrancarlo de cuajo. Con la cuchilla, con pinzas, incluso<br />

con la tortura de la cera caliente. Todo era inútil. Volvía a aparecer<br />

de nuevo obstinado y provocador.<br />

Cuanto más tiraba de él, más largo se hacía. Se había convertido<br />

en un desafío acabar con aquel intruso. ¡Qué ridículo¡ pensaba, solo<br />

tengo que agarrarlo con fuerza y sacarlo de raíz, no puede ser tan<br />

largo. Pero, por algún motivo extraño, en cuanto aquel pelo<br />

comenzaba a crecer paraba de inmediato, atemorizado.<br />

Aquella mañana se despertó decidido. Iba a terminar de una vez<br />

por todas con aquella chifladura. Aferró con fuerza a su adversario y<br />

tiró de él dispuesto a llegar hasta el final.<br />

En la maraña de hilos del suelo, los grandes botones negros<br />

estaban humedecidos. En el último momento de conciencia recordó.<br />

Aquella dulce viejecita de sus sueños tejía con lana amarilla.<br />

Matilde Lledó Pérez (Madrid)<br />

23


Binoculars – Edgards (Letonia) http://edgars.deviantart.com/<br />

24


Prismáticos<br />

Con prismáticos en los ojos<br />

Solo puedo ver esbozos<br />

Confundidos en la lejanía<br />

Como pequeños trazos<br />

De un futuro de plastilina<br />

Cuando lo distante está a tu alcance<br />

Lo cercano parece alejarse<br />

Pues apenas te das cuenta<br />

Que todo se mueve tan deprisa<br />

Que cobra vida si no le miras<br />

Con prismáticos en mis ojos<br />

Siento que el momento se escapa<br />

Son demasiados puntos ciegos<br />

Para este mundo que te atrapa<br />

Si no te paras a pensar en él<br />

Quitarse los prismáticos de los ojos<br />

Y enfrentarse a todo<br />

Notar que la realidad te toca<br />

Como si quisiera decirte<br />

Ha llegado tu turno, toca decidirse<br />

Adrián García Raga (Valencia)<br />

http://unaestrellaenelcosmos.blogspot.com.es/<br />

25


Juan Luis López Anaya (Castell de Ferro, Granada)<br />

http://dididibujos.blogspot.com.es/<br />

26


Fantasmas y siluetas<br />

Foto de Danna Juárez Montemayor (aportada por el autor)<br />

Quiero perderme en la noche<br />

entre el calor de tus latidos,<br />

recostarme sobre tiernas hojas<br />

y hacerlas crujir con leves mordiscos.<br />

Quiero comerme al mundo<br />

empezando por tu boca,<br />

desnudarte hasta las raíces<br />

con mis labios mudos.<br />

27


Mirar por horas el espacio<br />

en esos ojos nocturnos,<br />

aferrado a tu carne fría<br />

como si proviniéramos del cincel.<br />

Rubén Vázquez Charolet (Puebla, México)<br />

http://dependientedeltiempo.wordpress.com/<br />

28


Trazo de carbonilla<br />

Sometimes lost – Gabrielle (EUA) http://gabbyd70.deviantart.com/<br />

La mano se desliza, sosteniendo entre los dedos un trozo de<br />

carbonilla, surgen trazos sobre el papel.<br />

Líneas curvas, líneas rectas que van perfilando un rostro. Aquel<br />

rostro del sentimiento brotado, ya transformado en carbón y papel.<br />

La copa de ron, junto al cuaderno de la vida, refleja la acción.<br />

Entre sorbo y sorbo, detalles y más detalles, en el reflejo del<br />

cristal se pierden.<br />

Mientras transmutan en brasas el carbón, papel, ron y pasión.<br />

Jorge Richter Vázquez (Valencia)<br />

29


Foto de Costică Acsinte (Rumanía)<br />

https://www.flickr.com/photos/costicaacsinte/<br />

30


Orden mundial<br />

—Marcela… ¡no encuentro la agenda! Estaba acá sobre el<br />

televisor y ahora no está. En esta casa debe haber un poltergeist…<br />

¿Puede ser que cada vez que necesito algo no lo encuentro donde lo<br />

dejé?<br />

—¡Calmate un poco! Vení, tomate un café que ya despaché a los<br />

chicos al colegio.<br />

—Sí, para vos todo se arregla con un café… a ver… decime cómo<br />

era el programa para hoy, si podés… y del fin de semana, hasta que<br />

encuentre la agenda.<br />

—Hoy los tuyos van con la mamá y yo me quedo con los míos y<br />

los nuestros. El domingo nos quedamos con los míos y los tuyos, y<br />

los nuestros se van con los abuelos…<br />

—Vos sos una computadora y yo un tipo simple y normal… A<br />

ver si entendí bien. ¿Los míos se van hoy? Me parece que yo tenía<br />

otra cosa en la maldita agenda.<br />

—Sí, lo arreglamos así con Elvira porque el sábado no podía.<br />

Tiene que llevar a los hijos de su marido a un cumpleaños. Pero la<br />

semana que viene me aseguró que todo vuelve a la rutina de siempre.<br />

—¡Ché, te olvidaste que la semana que viene nos vamos al<br />

campo los dos solos!… ¡Vos y yo!<br />

—No me olvidé. Sencillamente no va a poder ser… El<br />

benemérito padre de mis hijos planeó unas mini vacaciones de<br />

Semana Santa antes que nosotros. Nos ganó de mano… y encima… ¡no<br />

te pongas como loco, eh! tenemos que cuidarle los tres chicos.<br />

—¿Qué?<br />

—¿No soñaste siempre con una familia numerosa? El domingo<br />

de Pascua seremos nosotros dos más los cuatro tuyos, más los tres<br />

31


míos, más los dos nuestros, más los tres de Esteban. Sin contar que<br />

seguro caen tus viejos y mis hermanas con sus chicos… Respirá<br />

hondo y anotá todo para no hacer descalabros. ¿No estás contento, mi<br />

amor?<br />

—¡Muy contento! ¿No se me nota? Al menos tengo todo en la<br />

agenda. Espero que no se peleen porque salvo los míos, todos son<br />

unos lieros.<br />

Marcela se viste para ir a la oficina, mientras Daniel toma su café<br />

y lee los titulares del diario. Afuera, empieza el movimiento cotidiano<br />

en el barrio: los comerciantes suben las persianas de los negocios.<br />

Algunos vecinos se cruzan mientras pasean a los perros, su única<br />

familia. Daniel lee: “Un bebé es abandonado en el baño del hospital.”<br />

“Los Tribunales están atestados de parejas que esperan que se dicte<br />

sentencia de divorcio y régimen de visitas.” “Las Damas de<br />

Beneficencia dan el desayuno a decenas de huérfanos.” “En el país, la<br />

deserción escolar aumenta un 5%: los padres prefieren mandar a sus<br />

hijos menores a trabajar.” “La tasa de matrimonios disminuye un<br />

40% por año.” “En el centro de la ciudad, los sin techo acomodan sus<br />

pocas pertenencias en carritos de supermercado dejando paso a los<br />

que entran por donde ellos se cobijaron durante la noche (foto)” “En<br />

Europa, la familia tipo tiene sólo un hijo.” “En China, el gobierno<br />

premia monetariamente a las parejas que deciden no tener hijos. “La<br />

inflación mundial aumenta la brecha entre ricos con pocos hijos y<br />

pobres con familia numerosa.” “La UNESCO alerta sobre la<br />

disminución de alimentos en los países del tercer mundo. La<br />

deficiencia nutricional ha bajado el índice promedio de cociente<br />

intelectual en niños menores de diez años.” Daniel apoya el diario.<br />

—Decime… Marcela: ¿en qué luna de Valencia estábamos<br />

cuando decidimos casarnos y tener chicos?<br />

Lidia Castro Hernando (Mar del Plata, Argentina)<br />

http://escritosdemiuniverso.blogspot.com<br />

32


El regalo de la vida<br />

Imagen del autor (Santiago Herrero)<br />

La vida nos da vueltas,<br />

ave de vertiginoso vuelo;<br />

intentas ver qué forma tiene<br />

-te cantaron su promesamanteniendo<br />

tu mirada en ella,<br />

o intentándolo;<br />

girando a la vez que ella,<br />

o intentándolo;<br />

33


ápido, más rápido,<br />

girando tan deprisa<br />

sobre ti mismo,<br />

sin mover del sitio<br />

-carrusel desquiciado-;<br />

pero sólo consigues marearte<br />

y caer al suelo.<br />

Y al golpear con tus huesos<br />

sobre el duro frío,<br />

es entonces que viene el vómito<br />

y percibes lo real:<br />

que eres carne y que eres hueso,<br />

acervo de mierda y sangre,<br />

que la vida gira y gira<br />

y te da vueltas,<br />

pero tu culo<br />

-tuyopuedes<br />

sentirlo;<br />

porque, joder,<br />

debe haber algo más<br />

que seguir al pájaro.<br />

Santiago Herrero Gea (Valencia)<br />

www.alasombradelparnaso.blogspot.com.es<br />

34


El columpio<br />

Columpio – takemybones http://takemybones.deviantart.com/<br />

He asomado por la ventana y te he visto venir despacio, con ese<br />

andar de los que no tienen prisa por llegar, quizás porque tus ojos<br />

cansados han estado en todas partes.<br />

Apoyada en la ventana tuve la sensación de oír tu moto, girabas<br />

la última curva de la calle de las rocas, y allí estabas tú, dejabas la<br />

moto encendida y venías en mi rescate como el caballero que baja de<br />

su caballo para salvar a la dama, olías a sudor, gasolina y arcilla de la<br />

vieja cerámica, donde se cocían los azulejos y tus manos cada día y<br />

alguna que otra noche.<br />

35


Pero llegaba el domingo y aquellos olores cambiaban a pino y<br />

lavanda, cuando entre tú y mamá viajaba a Montserrat para pasar el<br />

día de descanso.<br />

Allí en un viejo pino estaba mi columpio, el que me habías<br />

construido para mi alegría y disgusto de mamá, pero allí estabas tú<br />

para que no me cayera, me fuiste dando empujones como en la vida<br />

misma, poco a poco fuiste soltándome y cada vez llegaba más alto,<br />

pero cuando estaba alcanzando las ramas, llegaron mis hermanos,<br />

compartí mi columpio con ellos y empezó una época en la que<br />

tratábamos a la felicidad de tú a tú.<br />

Pero tus raíces te abrazaron con la nostalgia del pasado y el<br />

columpio se giró hacia tierras castellanas, donde olí por primera vez<br />

el vino y la paja trillada, aunque tú seguiste oliendo a sudor.<br />

Por eso ahora, cierro los ojos y pienso que nos ha faltado tiempo<br />

para darte las gracias por empujar el columpio de mi vida, por tu<br />

sudor y abrazos, pues la vida en el fondo es como un columpio que va<br />

y viene.<br />

Ahora te toca subir a ti y empujar a mí.<br />

El día que te bajes subiré a mi hijo y le daré a él todo lo bueno<br />

que me diste, para que nuestros recuerdos se mezan en el viejo<br />

columpio eternamente, y tu recuerdo me acompañe cuando la vida<br />

me empuje demasiado fuerte, pues la vida es una puerta con muchos<br />

topes en los que tropezar.<br />

Por todo ello, “gracias papá, te quiero “<br />

Rosi Serrano Romero (Móstoles, Madrid)<br />

36


Remanso<br />

Estar ahí,<br />

como rabión en cauce estrecho,<br />

sorteando piedras del camino<br />

en vertiginosa pendiente.<br />

Deseando,<br />

por una vez,<br />

ser remanso,<br />

reflejo callado de luna.<br />

Y verte en la orilla,<br />

apaciblemente sentado,<br />

observar el agua<br />

tropezar con las rocas,<br />

las últimas hojas secas<br />

del invierno,<br />

y algún pájaro que distraído<br />

bebe a tu lado.<br />

Imagen aportada por la autora<br />

Marga Alcalá (Valencia)<br />

http://comolaspiedrasoelviento.blogspot.com.es/<br />

37


Passion – Ariel (EUA) http://arielroggow.deviantart.com/<br />

38


Tirso y Valeria<br />

El crepitar de los troncos en la magnífica chimenea resonaba,<br />

atrayente y casi hipnótico, inundando toda la estancia. Valeria<br />

prefirió sentarse sobre la tupida alfombra de lana en la que, además,<br />

se encontraban desperdigados algunos cómodos cojines. La visión del<br />

fuego la envolvió de tal manera que se permitió ignorar cualquier<br />

tipo de pensamiento. Sin embargo, apenas su mente comenzaba a<br />

desconectar cuando el sonido del descorche de una botella desde la<br />

cocina se encargaba de devolverla a la realidad. Aunque ésta tampoco<br />

estaba tan mal. Suspiró y sonrió de manera pícara. Encogió sus<br />

rodillas rodeándolas con los brazos y apoyó, cariñosa, su barbilla<br />

sobre ellas. ¡Ah, Tirso! La sonrisa se amplió. Hacía muy poco tiempo<br />

que salían juntos pero parecía que la relación estaba destinada a<br />

cuajar. En medio de citas informales o de inesperados encuentros, les<br />

había dado tiempo para susurrarse los secretos, para confesarse<br />

pasadas tribulaciones y, por supuesto para comenzar a amarse. De<br />

manera que, ambos, llevaban tiempo esperando lo que parecía que<br />

iba a ocurrir aquella noche. Tenían alquilado aquel acogedor refugio<br />

campestre por todo el fin de semana… Se dejarían llevar.<br />

Tirso se acercó con una copa de champagne en cada mano. Iba<br />

descalzo. La caldeada madera del piso invitaba a disfrutarla. Se había<br />

subido el bajo de los vaqueros hasta los tobillos y desabrochado algo<br />

la camisa que llevaba por fuera de los pantalones. Al tiempo que se<br />

sentaba junto a ella le alargó una de las copas. Saborearon, en silencio<br />

y frente al atrayente fuego, la elegante calidez del Moét Rosé<br />

Impérial. Tirso la había adquirido a propósito para esta ocasión,<br />

sabedor de que era la más apropiada para una noche especial. Y<br />

ambos esperaban que lo fuera.<br />

39


Acercó su mano para juguetear con el tirante del vestido que<br />

Valeria llevaba puesto. Con el dedo índice se lo dejaba caer y a<br />

continuación lo volvía a subir. Ella lo miró y volvió a sonreír,<br />

acercando su cara hasta el hombro para atrapar, de esa manera, la<br />

mano de Tirso. Fue entonces cuando sus miradas quedaron<br />

atrapadas. Los ojos azules de ella, grandes y ligeramente rasgados,<br />

honestos y valientes. Los verde oscuro de él, sombreados por tupidas<br />

pestañas, decididos y seguros. La mano de Tirso acarició el cuello<br />

femenino mientras se acercaban, lentamente, el uno al otro. Y en<br />

apenas un instante unos labios, perfilados y duros, se encontraron<br />

con otros que los esperaban, rojos y entreabiertos. Se fundieron en<br />

un beso suave al principio para, a medida que transcurrían los<br />

segundos transformarse en algo más ávido, con más necesidad. Las<br />

lenguas de ambos exploraron un terreno ya conocido aunque no por<br />

eso menos apetecible.<br />

Después del beso y mientras recuperaban el aliento, Tirso<br />

aprovechó para mordisquearle la pequeña y apetecible barbilla. Le<br />

hubiera gustado apretar el mordisco, el deseo lo consumía pero,<br />

controlándose, bajó por el suave cuello recreándose con pequeños y<br />

numerosos besitos.<br />

De esta manera alcanzó el canalillo de Valeria. Adoraba aquella<br />

unión de los generosos pechos de su chica. Estaba seguro que podría<br />

pasar horas enteras perdido entre ellos, besuqueándolos; y seguro<br />

también de que jamás se cansaría pero, en ese momento acuciaba<br />

otra necesidad. Encontró la cremallera del vestido en la espalda y la<br />

deslizó, suavemente, hacia abajo. Y, cuando la mano volvió a subir por<br />

el suave dorso femenino desabrochó, de un solo toque, el molesto<br />

sujetador.<br />

Ella sonrió escondiendo su cara entre los anchos hombros<br />

masculinos. Tirso parecía muy diestro en estos temas. Parecía que se<br />

desenvolvía bastante bien. Sin nervios, sin premura. Seguro del paso<br />

40


a seguir tras haber concluido el anterior. Dejaría para más adelante el<br />

preguntarle sobre el tema. No es que le molestara que hubiera estado<br />

con algunas chicas, pero le picaba un poco la curiosidad.<br />

Una mano rodeándole un pecho la devolvió al presente. Desde<br />

abajo, subiéndoselo hacia arriba y atrapando entre el pulgar y el<br />

índice el sensible pezón. Ella dejó escapar entonces tal ardiente<br />

suspiro que abrasó el cuello de Tirso allí dónde había incidido.<br />

Advirtiéndolo, se abalanzó sobre ella en un apasionado arrebato<br />

cayendo, los dos, sobre los estratégicamente bien dispuestos cojines.<br />

Besos, caricias y revolcones hacia ambos lados contribuyeron a<br />

deshacerse de las incómodas prendas de ropa.<br />

Durante un buen rato, en la penumbra de la estancia, dos<br />

cuerpos desnudos se perfilaban ante el sugestivo rojo-amarillento de<br />

la magnífica chimenea.<br />

Aquella noche comenzaba siendo muy especial…<br />

Isabel Muñoz Valenzuela (La Nucia – Alicante)<br />

41


Día de los muertos – Jon Robinson (EUA) http://jonc20.deviantart.com/<br />

42


Día de los muertos<br />

Esa noche, Leo fue al pub “Saint Andrew” por una cerveza. Era<br />

viernes, no buscaba una relación ocasional; pero tampoco la<br />

rechazaría en el supuesto caso de que se presentara esa oportunidad.<br />

Se sentó en un rincón de la barra y pidió su bebida. Sobre una<br />

pequeña tarima dos músicos, munidos de gaita y guitarra acústica,<br />

ambientaban el lugar impregnándolo con el dulce y melancólico<br />

ritmo de la música celta. Comenzó a beber la cerveza y se dejó llevar<br />

por la melodía. Entre trago y trago cayó en un sopor; así pasó casi<br />

una hora. Cuando recobró el sentido, se hallaba sentado aún en la<br />

barra de ese pub, obviamente; pero ahora una joven, de<br />

aproximadamente unos treinta años, ocupaba el asiento contiguo al<br />

suyo. Ambos estaban sentados acodados en la barra, de manera que<br />

sus brazos se tocaban uno al otro. Leo se dio cuenta de ello y miró a la<br />

joven, entonces hicieron contacto visual y ella lo saludó.<br />

—¡Hola!, me llamo Sara —dijo ella, con un acento foráneo.<br />

Luego Leo sabría que era mexicano.<br />

—Yo soy Leo, ¿cómo estás?<br />

Ahí fue que comenzaron la conversación en la cual se contaron<br />

sus vidas, o el resumen de ellas, para hablar con propiedad. Viuda<br />

ella, soltero él. Después él le propondría salir de allí, ella aceptaría,<br />

irían a un hotel...<br />

A la semana de eso, Sara tenía que regresar a México. Leo estaba<br />

dispuesto a seguirla a donde hiciera falta; así que, cuando ella le<br />

propuso acompañarla, él aceptó.<br />

Dejaron Buenos Aires en un vuelo de Copa Airlines. Una vez que<br />

el avión, tras el despegue, se estabilizó en el aire, Leo respiró<br />

profundo, se apoltronó en su butaca y se puso a pensar en lo<br />

43


sorprendente que es la vida. En una semana su vida había cambiado.<br />

Ya no era ese joven sin rumbo trajinando las calles de ”La Reina del<br />

Plata”; era ahora un hombre, que había decidido tomar las riendas de<br />

su vida en sus propias manos, y partía a México, con una mujer al<br />

lado, en busca de su destino.<br />

El otoño mexicano los recibió con un sol esplendido. El taxi, que<br />

los acercaba desde el aeropuerto al departamento de Sara, pasó por<br />

delante de un cementerio. Mucha gente se amuchaba en sus<br />

inmediaciones; varios portaban la imagen de una parca.<br />

—Es San La Muerte —le explicó Sara, cuando Leo quiso saber.<br />

Después le contó que ese día, 2 de Noviembre, los mexicanos<br />

celebran año tras año el “Día de los Muertos”, que suelen ir a comer<br />

sobre la tumba de sus seres queridos, en una suerte de picnic, y que<br />

ella había hecho eso mismo, sobre la última morada de su difunto<br />

esposo, hasta el año pasado; por lo que era éste el primer año que le<br />

fallaba.<br />

Una vez que estuvieron en el departamento, Leo decidió tomar<br />

una ducha. Ella le indicó dónde se encontraba el baño y le entregó<br />

algunos elementos de aseo, tales como jabón, champú, etc. Después,<br />

Leo comenzó a bañarse. Bajo la ducha, con el agua cayéndole encima,<br />

oyó la voz de Sara:<br />

—Voy hasta aquí cerca, a comprar unas pocas cosas que<br />

necesitamos para la cena.<br />

Luego escuchó el timbre. ¿Acaso Sara se había olvidado la llave?<br />

¿Podía estar ella de regreso tan rápido? Se cubrió atándose un toallón<br />

a la cintura y salió del baño para abrirle. Cuando abrió la puerta, la<br />

vio. No a Sara, sino a La Parca. Fue un instante antes de sentir el filo<br />

de la guadaña en su cuello.<br />

44


Sara regresó y encontró la puerta del departamento ligeramente<br />

entornada. La empujó y sintió que algo la estaba trabando; alguna<br />

cosa detrás de la puerta obstaculizaba la normal apertura de la<br />

misma. Entró de refilón por la pequeña abertura que había entre el<br />

marco y el borde de la puerta. Después miró en el piso para ver de<br />

qué se trataba; entonces dejó caer la bolsa con las provisiones, se<br />

llevó una de sus manos a la boca y comenzó a sollozar con un llanto<br />

estertóreo. Su respiración era agitada; esos espasmos aumentaron<br />

cuando creyó reconocer a San La Muerte dentro de su living.<br />

—Sara... —la llamó este ser mitológico.<br />

—¿Qué quieres de mí? —le preguntó ella, totalmente aturdida.<br />

—Vine por ti para que te reencuentres con tu esposo.<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque hoy no fuiste a su tumba, lo que no hiciste por las<br />

buenas lo harás por las malas. Ahora morirás para unirte a él.<br />

—Pero yo quería estar con Leo.<br />

—Él ya no puede ayudarte, como verás, ya me ocupé de él.<br />

—Él era inocente en esta historia<br />

—Él te hizo olvidar a tu esposo, por lo tanto no era inocente.<br />

Nadie en esta historia lo es.<br />

Tras oír eso, Sara se arrodilló frente a San La Muerte y comenzó<br />

a suplicar por su vida:<br />

—Por favor, perdóname.<br />

—Ahora pides por tu vida, luego de que olvidaste a tu esposo y<br />

tu cultura, dejando de lado la tradición de tu pueblo, el legado de tu<br />

sangre.<br />

—Perdóname.<br />

45


—No, tu alma le pertenece al difunto que te desposó por vez<br />

primera.<br />

Sara escuchó esta última sentencia aún de rodillas y con la<br />

cabeza gacha. Inmediatamente vio la sombra de la guadaña elevarse<br />

justo frente a ella. Después, la misma sombra bajando con fuerza y un<br />

dolor lacerante en su cuello.<br />

Luciano Doti (Buenos Aires, Argentina)<br />

http://letrasdehorror.blogspot.com/<br />

46


Errante<br />

Hace un año la encontré tumbada en la cuneta. No sé de dónde<br />

viene, ni cómo se llama.<br />

Me gusta verla despertar, despega los párpados y su luz verde<br />

divaga incapaz de posarse un instante. Inocente me abraza, a veces<br />

riendo, otras gritando. En ocasiones se muestra esquiva y desaparece,<br />

hasta volver con la prueba de su victoria.<br />

Hoy ha sido un mechón de pelo. Me lo muestra eufórica<br />

mientras me cuenta que la ha vuelto a vencer. La nueva calva afea su<br />

aspecto. Sin saber qué hacer la beso, esperando romper algún día el<br />

encantamiento.<br />

Concha García Ros (Cartagena, Murcia)<br />

http://nosvemosenkairos.blogspot.com.es/<br />

Eye am a green fairy – Irene Zeleskou (Grecia)<br />

http://ftourini.deviantart.com/<br />

47


Eulalia Rubio (Valencia) http://jardinesrioturia.blogspot.com.es/<br />

48


Hay unas voces ahí fuera<br />

Hay unas voces ahí fuera<br />

Que cantan himnos de marzo<br />

Mientras lustran los pasillos.<br />

Yo estoy sola,<br />

Entran azules de mar y cielo<br />

Por la ventana.<br />

Las tierras húmedas<br />

Del arrozal cercano<br />

Aún no verdean<br />

Al otro lado;<br />

Ese es regalo más tardío,<br />

Del verano,<br />

Cuando sus plantas<br />

Se yerguen frescas.<br />

Lu Hoyos (Valencia)<br />

http://inventariodelucrecia.blogspot.com.es/<br />

49


It Ends with a Bang!- Eugenia Loli (EUA) http://eugenialoli.tictail.com/<br />

50


El gatillazo<br />

Le chupa la oreja. Le manosea las tetas. Le encañona con su<br />

polla. Todo al mismo tiempo. Diana le susurra: «Métemela». Toni<br />

sonríe. Le introduce solo la punta, la saca. Repite proceso, alargando<br />

el castigo. Diana intenta apresarlo, aunque con sus manos atadas a la<br />

cama la cuestión se complica. De repente el llanto de Lucy se<br />

interpone entre los dos. Se detienen. La pequeña grita con desgarro.<br />

Toni pide perdón en nombre de su hija y se cubre. Sale al pasillo<br />

oscuro y la niña, como si ya lo viese, le reclama con más vehemencia.<br />

Toni, que preferiría perder un ojo al sufrimiento de su pequeña por<br />

nimio que sea, corre. «Mi cielo, ya llega papá». Pero no es cierto: A<br />

medida que avanza el pasillo se torna infinito, gélido, desapacible.<br />

Aturdido, se desespera. Escucha los lamentos de Lucy y a su corazón<br />

desbocado. Cae al suelo. Quiere levantarse, no puede. Gatea, se<br />

arrastra. La niña aumenta sus llantos y él su impotencia. Continúa.<br />

Por fin, después de superar una niebla plomiza, arriba a la habitación.<br />

Se incorpora. Al verlo, Lucy se lanza a sus brazos y, entre gimoteos,<br />

murmura: «Lo siento. Mamá me obligó». Sin tiempo para reaccionar,<br />

Diana clama auxilio y calla.<br />

Nicolás Jarque Alegre (Albuixech, Valencia)<br />

http://escribenicolasjarque.blogspot.com<br />

51


Red Umbrella – Taylan Kiraly (Turquía) https://500px.com/taylankirali<br />

52


Daniela<br />

Cuando llega Daniela ya estoy despierto. La oigo dejar las llaves<br />

en el plato de la cómoda, caminar hasta el baño, encender la luz.<br />

Tiene la piel oscura y los pechos grandes. Luego de cambiarse, abre la<br />

puerta de mi habitación, pregunta si he dormido bien, levanta la<br />

persiana con energía, enciende la radio y dice:<br />

—¡Hace un día estupendo!<br />

Lo dice siempre, aunque llueva o haga viento. Me besa, me<br />

desnuda y me lleva en brazos al cuarto de baño. Menos mal que peso<br />

poco. Me coloca con suavidad en la tina. Al principio sentía vergüenza<br />

de que me viera desnudo. Ahora no. Ahora deseo que vea mi cuerpo,<br />

incluso cuando se me pone dura, que es casi siempre, sobre todo,<br />

cuando pasa la esponja por ahí abajo. No puedo evitarlo. Me encanta<br />

que pase la esponja por todo mi cuerpo, pero cuando enjabona mis<br />

partes, me vuelvo loco. Sé que ella sabe que disfruto con eso. A veces<br />

lo hace mirándome a los ojos, como preguntando:<br />

—¿Te gusta así, cariño?<br />

Cuando termina, me seca con una toalla grande y pone<br />

desodorante en mis axilas. Me gusta sentir mi cuerpo limpio y oler<br />

bien. Después me viste, me coloca en la silla y ata mis pies con las<br />

correas de cuero. Las manos no me las ata. Las manos las puedo<br />

llevar sueltas, pero hago con ellas movimientos extraños, sin querer.<br />

Después de darme el desayuno y las medicinas, me lleva a la parada<br />

de la ruta. Cuando llega el autobús, Daniela me da un beso de<br />

despedida. A las nueve y media estoy en el Centro. Paso el día<br />

pensando en ella, pero soy incapaz de decirle que la quiero, que<br />

desearía acostarme con ella. Podría marcharse y no volvería a verla<br />

nunca.<br />

Manuel Navarro Seva (Madrid)<br />

http://manuelnavarroseva.blogspot.com.es/<br />

53


Knight Pray – Johnny Corcoran (Irlanda)<br />

https://500px.com/JohnnyCorcoran<br />

54


Preludio a una historia<br />

Soy el que es nadie, el que no fue una espada<br />

en la guerra. Soy eco, olvido, nada.<br />

Soy, de Jorge Luis Borges<br />

La fortaleza que debe conquistar está situada justo al otro lado del<br />

espeso bosque en el que han acampado. Sabedor de que al alba ya todo se<br />

habrá iniciado, le es imposible conciliar el sueño. Los exploradores le<br />

han suministrado la información necesaria: situación exacta, tipo y<br />

materiales de construcción, el momento justo del cambio de guardia. Es<br />

consciente de que su ejército supera en número de hombres, bestias y<br />

armas al del enemigo, pero la experiencia le dice que atacar no es igual<br />

que defender. Por eso pasea a la luz de la luna por el disperso<br />

campamento, entre los soldados dormidos y los centinelas, que se<br />

yerguen como torres cuando pasa a su lado como si fuese un espectro. En<br />

su tienda ha dejado preparada su armadura, su espada, su escudo. Sobre<br />

la mesa donde se despliega el mapa que marca el territorio a usurpar hay<br />

dos cartas. Una de ellas es de su rey, su soberano, su hermano. En ella le<br />

desea que los dioses le sean propicios para la dura batalla. La otra carta<br />

es de su mujer, su compañera. A través de ella le llega la noticia de la<br />

muerte de su hijo primogénito, fruto de unas fiebres que ningún<br />

preparado de hierbas ha podido vencer. Y si la naturaleza entera, piensa<br />

mientras llega a un claro del bosque, con sus miles de plantas, flores y<br />

semillas no ha podido combatir y derrotar una fiebre en un pequeño<br />

cuerpo, ¿por qué iba a poder mi poderoso ejército atravesar esas murallas<br />

y ese castillo y mi espada cercenar la cabeza que porta esa corona? Como<br />

si una fuerza lo atrajera hacia el mismo centro de la tierra, sus rodillas se<br />

hincan en el suelo, sus manos se sellan y de sus labios comienza a salir<br />

una plegaria. La luna, en lo alto, acaricia su figura.<br />

Marco Antonio Torres Mazón (Torrevieja, Alicante)<br />

http://itacadeshabitada.blogspot.com.es/<br />

55


Old days – Tracey Kackrix (Australia) http://tradan.deviantart.com/<br />

56


Adela<br />

—¡Adela!, ¡Adela! —vociferó Don Pedro al irrumpir entre las<br />

tiras de la cortina de boliches de la puerta.<br />

La mujer, de rodillas sobre las baldosas, escurrió el trapo<br />

húmedo en el cubo. Cualquier otra de aquel pueblo almeriense<br />

hubiera renegado al Santísimo por ser importunada mientras<br />

escuchaba “La intrusa” en ese nuevo ingenio que llamaban radio.<br />

Pero ella no. Nadie la vio jamás fruncir el ceño. Y eso que Dios parecía<br />

obsesionado en probar su fe, pues había enterrado a tres hijos y a su<br />

marido, quedándole una hija afectada de una extraña enfermedad<br />

que la postraba en la cama.<br />

—Don Pedro, ¿qué son esas urgencias?<br />

—¡Mira a quién traigo conmigo! —exclamó el anciano médico<br />

del pueblo.<br />

Tras él, apareció un hombre más joven, de atavío elegante, que<br />

se quitó respetuosamente el sombrero. La anciana dejó caer el trapo<br />

dentro del cubo, y secó sus manos en el delantal.<br />

—Es el Doctor Méndez. Ejerce las artes de Galeno en la ciudad.<br />

¡Una eminencia! Le conté lo de Pilar y quiere reconocerla.<br />

—Bendito sea nuestro Señor, que lo ha enviado.<br />

La habitación de Pilar permanecía en penumbra. Todo en ella<br />

era verde: paredes, mobiliario y hasta las sábanas. Un verde<br />

esmeralda, brillante, del que solo se libraba el crucifijo que presidía la<br />

cama y la tez pálida de su hija, que dormitaba encogida.<br />

Un fuerte olor agrio provocó un picor en la nariz de los médicos<br />

que, al unísono, se sonaron en sus pañuelos.<br />

—Pinté hace poco —se excusó Adela con apuro—. A Pilar<br />

siempre le gustó pasear por los prados y como ya no puede…<br />

57


—¡Lo ve doctor! ¡Un ejemplo de madre!<br />

El Doctor Méndez se acercó a la cama y sacó un estetoscopio de<br />

su maletín.<br />

—Con su permiso —dijo mientras descubría el pecho de la<br />

joven.<br />

—Ya verá como él sabrá descubrir su mal.<br />

—Dios le oiga, Don Pedro.<br />

De fondo, seguía el serial radiofónico. La hija del difunto<br />

terrateniente decía a su madre que marchaba a la ciudad, pero solo<br />

unos meses.<br />

—Pobre mujer, esa niña no respeta ni el luto —comentó Adela<br />

que guardaba un oído para la retransmisión.<br />

Cuando acabó de explorarla, el médico de la capital buscó una<br />

jeringuilla.<br />

—¿Qué va a hacer? —preguntó, alarmada, Adela.<br />

—Solo tomaré un poco de sangre.<br />

—Ay, eso no, que por una sangría murió mi abuelo.<br />

—Ya no se hacen esas carnicerías —la tranquilizó Don Pedro—.<br />

Ahora se puede analizar la sangre. ¡El progreso, querida mía!<br />

Tras aplicar un poco de alcohol, penetró la aguja en la vena del<br />

brazo.<br />

—Ya he terminado —concluyó el Doctor Méndez cerrando su<br />

maletín—. Le enviaré los resultados —dijo a Don Pedro.<br />

Un mes después, Don Pedro se presentó en casa de Adela, que se<br />

encontraba sacando el polvo a los muebles, mientras escuchaba como<br />

la viuda del terrateniente leía una carta de su hija diciéndole que no<br />

volvería al pueblo.<br />

58


—¡Ya tengo los análisis! ¡Sé qué consume a tu Pilar!<br />

—¿Será eso posible?<br />

—¡Arsénico! —dijo el médico mostrando el informe—. Ese es el<br />

veneno que la tiene mala.<br />

—¡Virgen santísima! ¿Cómo pudo…? —Adela se llevó la mano a<br />

la boca—. Por nuestro Señor, le juro que yo…<br />

—¿Qué tonterías dices? ¿Cómo va a ser culpa tuya? Anda,<br />

acompáñame a su dormitorio.<br />

Entraron en aquella habitación toda pintada de verde. Pilar<br />

levantó débilmente el brazo. Don Pedro, estornudó.<br />

—Todavía huele —dijo mientras tocaba la pared—. ¿Y de dónde<br />

sacas esta pintura?<br />

—El hijo del Arremangao. Trabaja en el puerto y la consigue<br />

barata. Me dice que este verde es el que luce en las casas de los<br />

nobles.<br />

—¿Guardas los botes?<br />

Bajaron al sótano. Una vez allí, el doctor se caló un monóculo y leyó<br />

la etiqueta de una de las latas.<br />

—¡Pintura del diablo! ¡Contiene arsénico!<br />

—¡Ay, Señor! ¡Yo he sido la causa de su mal!<br />

—¿Qué ibas a saber tú, alma de Dios? Vamos a sacarla de esa<br />

habitación.<br />

Después de acomodar a Pilar en el dormitorio de Adela, Don<br />

Pedro consoló a la madre que lloraba desconsolada.<br />

—¡Ánimo, Adela! Pronto sanará y todavía está en edad de<br />

casarse. ¡Eso es lo importante!<br />

El médico marchó. Adela cerró la puerta tras él y se apoyó<br />

contra ella.<br />

59


—¿Es verdad eso, madre? ¿Me pondré buena? —oyó decir a su<br />

hija—. ¡Podré ir a la ciudad como todos!<br />

La anciana calló.<br />

Pensó que le había parecido ver ratas en el sótano.<br />

Y en azufre.<br />

Y en que una buena cantidad bajo su cama, las alejaría de Pilar.<br />

David Rubio (Sant Adrià de Besòs, Barcelona)<br />

http://elreinorobado.blogspot.com.es/<br />

60


Desde la libertad<br />

Srta. Cecilia Garay Camino<br />

Calle Mayor, 18<br />

Santa Abulia<br />

Villa Decepción, 6 de Febrero de 1925<br />

Cecilia,<br />

Es un placer comunicarte que he tenido la increíble fortuna de<br />

encontrar en una librería de viejo el último vestigio material de<br />

nuestro desdichado amor, aquella novela romántica que hace muchos<br />

años te regalé y en la que, a través de una sincera dedicatoria, me<br />

declaraba tu eterno y fiel esclavo. Al prenderle fuego en el hogar, me<br />

he sentido completamente liberado de una promesa que solo tú<br />

impediste que se cumpliera.<br />

Mis mejores deseos, tanto para ti como para tu familia.<br />

Respetuosamente,<br />

Eulogio.<br />

Rafa Sastre (Valencia)<br />

http://rafasastre.blogspot.com<br />

61


Photomanipulations8 – Robert Jahns (aka Nois7) http://www.nois7.com/<br />

62


La princesa de San Petersburgo<br />

Se sentó en la acera del Boulevard Clichy, frente al Moulin<br />

Rouge, al pie de Montmartre. Dejó la cajita en el suelo y la abrió.<br />

Empezó a sonar un fragmento del Lago de los Cisnes al tiempo que<br />

una bailarina emergía de dentro girando como una peonza sobre sí<br />

misma. Irina cerró los ojos y soñó:<br />

Irina Polioskaya estaba más nerviosa que nunca aquel día. En el<br />

palco imperial del Teatro Mariinsky de San Petersburgo presidían la<br />

Gran Duquesa Olga Nicolaiedvna Romanov, la hija mayor del zar<br />

Nicolás II, y a su lado el príncipe Félix Yusupov, la mayor fortuna de<br />

Rusia, quien años después asesinaría en su palacio con la ayuda de<br />

otros nobles al monje Rasputín, al que culpaban de los males del país<br />

por tener hechizada a la zarina Alejandra. La Gran Duquesa, con un<br />

abanico de plumas de águila blanca en la mano, lucía deslumbrante<br />

un vestido en el que brillaban pequeños diamantes.<br />

Cuando se alzó el telón y sonaron las primeras notas<br />

compuestas por Tchaikovsky con coreografía de Marius Papite,<br />

maestro de baile del Ballet Imperial, Irina supo que esa era la gran<br />

noche de su vida. Anna Pavlova estuvo magnífica en el papel de<br />

Odette, la reina de los cisnes, enamoró a Sigfrido, interpretado<br />

magistralmente por Fedor Ramanikoff, y al público que abarrotaba el<br />

teatro. Irina formó parte del ballet, un cisne blanco poseído por la<br />

belleza de la música y seducida por el genio de la Pavlova. Se sintió en<br />

el cielo al ejecutar con tres compañeras la Danza de los Pequeños<br />

Cisnes en el segundo acto. Irina era hija de Dimitri Ostrov, un<br />

poderoso terrateniente, heredero de una familia prominente de San<br />

Petersburgo, y de la pianista Tamara Klaskina. Su madre le inculcó la<br />

pasión por la música y la metió a los doce años en la Escuela de<br />

Teatro Imperial, donde se forjó como bailarina al lado de Eugenia<br />

Sokolova.<br />

63


En el Mariinsky Irina sintió que se cumplían sus sueños. Agotada<br />

y obnubilada, todavía con el corazón palpitándole en el pecho,<br />

recogió la catarata de aplausos con la que premiaron la actuación<br />

agarrada de la mano de sus compañeras y a unos pasos de la Pavlova<br />

y de Ramanikoff. El príncipe Yusupov envió un emisario al camerino<br />

con una misiva para que los componentes del ballet asistieran a la<br />

recepción en su palacio, uno de los más lujos de San Petersburgo,<br />

situado en el malecón del Moika. Allí Irina conoció al príncipe<br />

Voronin, un noble ruso elegante y seductor, criado en Inglaterra. Se<br />

enamoró como una loca de él y vivió una historia apasionada. Fueron<br />

los mejores años de su vida.<br />

De aquel pasado destruido por el tiempo le quedaban los<br />

recuerdos y el regalo de la Gran Duquesa Olga, la cajita de música que<br />

llevaba una plaquita de plata con su nombre grabado en la tapa. Al<br />

abrirla emergía una bailarina y sonaba un fragmento del Lago de los<br />

Cisnes.<br />

El tintineo de unas monedas al caer en su platillo le hizo salir de<br />

su ensoñación y abandonar los salones dorados del príncipe Yusupov<br />

para volver a París. Irina cerró la cajita de música, la acarició y la<br />

guardó en su bolso, recogió las monedas del platillo y se levantó con<br />

dificultad.<br />

—Dicen que se llama Irina Polioskaya —le dijo a su<br />

acompañante el hombre que acababa de dejar caer unas monedas en<br />

el platillo—. La llaman la princesa de San Petersburgo, cuentan que<br />

fue una gran bailarina en la Rusia de los zares, después de la<br />

Revolución cayó en desgracia y pasó veinte años en el campo de<br />

concentración de Kolima en Siberia. Sobrevivió a aquel infierno, pero<br />

le rompieron las dos piernas y nunca volvió a bailar.<br />

—¡Pobre mujer!<br />

Irina se alejaba renqueante apoyada en sus dos muletas.<br />

Vicente Carreño (Leganés, Madrid)<br />

64


A punto de rendirme estoy<br />

Escapo dolorido en medio de la locura, huyendo de los gritos, las<br />

luces y el fuego. Vago a la luz de la media luna, que de vez en cuando<br />

se libera de las nubes negras que la tienen prisionera. Y me guía.<br />

Estoy aturdido, sediento, pero intuyo que no alcanzaré el río. No<br />

avanzo mucho. Mis pasos son torpes, debido al golpe brutal del que<br />

he sido objeto.<br />

Presiento que una sombra transparente, lenta y silenciosa<br />

planea por encima de mi cabeza, murmura sobre los árboles y a mi<br />

espalda, cuchichea con las acículas de los pinos silvestres, que las<br />

agita con tal virulencia que el viento me transmite el eco de sus<br />

lamentos y, me causa miedo. Un miedo que me transforma y nubla mi<br />

mente, me asfixia el pecho, repta bajo mi piel, me encoge el corazón y<br />

me produce un escalofrío que me recorre el cuerpo entero, por eso<br />

tiemblo.<br />

Nunca antes mi soledad me había parecido tan triste, angustiosa<br />

y desesperante.<br />

Me oculto entre los pliegues negros de una roca. Sospecho que<br />

esa sombra que me espía, anuncia el fin de mi agonía. Pero no quiero<br />

acabar como mis hermanos, que en el ocaso de una tarde de verano,<br />

cuando los últimos rayos del sol incendiaban el cielo sobre las copas<br />

de los árboles, les colgaron de las ramas de un sauce. Les arrancaron<br />

la piel y quedaron a merced del aire. Tampoco quiero el final que<br />

tuvo mi madre, cuando en una triste mañana de fina lluvia, la ataron<br />

con una cuerda y la inmovilizaron para que no escapara, la molieron<br />

a palos, la quitaron el pellejo y la dejaron tirada.<br />

Sólo quieren la piel y que no contenga ni gota de sangre.<br />

65


Ya los oigo. Intento levantarme. Se acercan. No puedo moverme.<br />

Me acechan. Debo enfrentarme a la muerte que ellos quieran darme.<br />

Me ven. Lloro. Les miro con los ojos húmedos de tristeza, con<br />

desconfianza, con timidez y hasta con cierto asombro. Parece como si<br />

mis ojos quisieran disculparse y pedir perdón, por tan solo existir y<br />

llamarme zorro.<br />

Marisol Santiso Soba (Madrid)<br />

66


Madrugada de flamenco<br />

Mural Cantaor Manuel Agujetas – Juan Carlos Toro (Jerez)<br />

En el autocar había muchos asientos vacíos. A decir verdad,<br />

solamente viajábamos en él cuatro personas. Pero el viejo que<br />

acababa de subir se sentó junto a mí.<br />

–Hola, me siento aquí y así vamos charlando durante el viaje –<br />

dijo el hombre.<br />

–Hola –dije yo.<br />

Afuera, la oscuridad lo envolvía todo. La noche venía con prisa,<br />

como un tren en viernes. Se escuchaba el viento arañando el lateral<br />

del autobús que arrancaba sonidos mitad metálicos, mitad humanos.<br />

67


El anciano me preguntó si me gustaba el flamenco. Le dije que<br />

no, y a pesar de ello comenzó a hablar de un tal Lagartijo y de un<br />

Nosequién de La Puebla. Yo intentaba no hacerle caso y miraba a<br />

través de la ventanilla como si pudiera ver otra cosa que no fuese el<br />

negro de la noche. Antes de diez minutos el viejo ya dormía.<br />

Estuvimos mucho tiempo detenidos por un accidente. Al<br />

parecer, un turismo y un camión se habían precipitado por un<br />

barranco. El abuelo no se enteró de nada, dormía. Al llegar a Ciudad<br />

Bruma lo moví para despertarle:<br />

–Eh, señor, que hemos llegado.<br />

Pero el viejo ya no despertó. El corazón, dijeron después.<br />

Cuando abrieron las tiendas fui a comprarme un disco de<br />

flamenco, de un tal Lagartijo. Esa mañana llovía sin ganas.<br />

Fran Rubio (Tavernes de la Valldigna, Valencia)<br />

68


Al son de un vals<br />

Imagen aportada por la autora<br />

Recomiendo su lectura mientras se está escuchando la música de un<br />

vals, como por ejemplo el que me inspiró a mí:<br />

La Belle et la Bête (Pierre Adenot)<br />

http://www.goear.com/listen/86f5f28/la-belle-et-bte-pierre-adenot<br />

Mientras él la guió hasta la pista de baile, ella notó un brillo en<br />

sus ojos. Ambos llevaban puestas máscaras pero se reconocieron con<br />

solo mirarse a los ojos.<br />

Llegaron a la pista de baile y ella lo miró al tiempo que esbozaba<br />

una sonrisa radiante.<br />

La música empezó a sonar. Compases de vals: uno, dos, tres.<br />

69


Mientras él la cogía una mano y deslizó la otra por su cintura,<br />

ella intentó relajarse cogiendo su mano y posando la otra en su<br />

hombro. Su contacto fue cálido pero a ella le recorrió un escalofrío.<br />

Entonces empezaron a moverse al compás de la música.<br />

Él la hacía girar y girar, moviéndose al unísono.<br />

Todo a su alrededor se congeló, solo existían ellos dos en el<br />

salón de baile.<br />

El vals era un baile demasiado íntimo, bajo la romántica y tenue<br />

luz que emanaban de las lámparas, el olor de las flores que formaban<br />

la decoración del salón y la música de violines y arpa.<br />

Uno, dos, tres, giros, vueltas, uno, dos, tres.<br />

No dejaban de mirarse. No había más parejas bailando en el<br />

salón, no había más ojos que los miraran. Solo existían ellos y la<br />

música.<br />

Acabó el baile y acabó la magia. Ella se soltó de sus brazos y se<br />

apresuró a salir al jardín por los ventanales que estaban abiertos. Él<br />

la siguió, pero no con la suficiente rapidez pues la perdió de vista.<br />

No volverían a verse más pero ambos recordarían ese vals.<br />

Pilar Descalza (Valencia)<br />

http://micuartosecret.blogspot.com.es/<br />

70


Miguel García Rodríguez (Valencia)<br />

71


The reader – Arca Devbil (Portugalete) https://500px.com/arkadevbil<br />

72


El lector<br />

Otra vez estaba él, delante de la cama encorvado como cada<br />

tarde, con un libro en la mano.<br />

Valentina se disponía a merendar en su cocina igual que todos<br />

los días al volver del trabajo y se sentaba junto a su espectacular<br />

mirador. Tenía una cocina amplia y luminosa. Era su lugar preferido<br />

de la casa y aunque disfrutaba de un estudio estupendo donde leer,<br />

escribir o hacer cualquier tipo de actividad, siempre acababa<br />

ubicándose en la cocina. Allí tenía todo lo necesario, una bonita mesa<br />

de madera de arce, espacio, luz y sobre todo un gran ventanal en<br />

forma de mirador sin cortinas.<br />

Debía ser su punto voager que le predisponía a estarse horas y<br />

horas observando todo lo que a través de ella pasaba. Desde hacía<br />

tiempo su ansiedad por llegar a las seis de la tarde y sentarse en ella a<br />

mirar, se hacía cada vez más obsesiva ya que había una escena que la<br />

tenía totalmente atrapada.<br />

Un tipo moreno y alto entrado en canas, con un toque atractivo<br />

pero dejado, entraba en la habitación del edificio de enfrente todas<br />

las tardes a las seis, se inclinaba para besar a alguien postrado en una<br />

cama que no alcanzaba a ver con claridad, luego parecía contarle<br />

alguna historia con mucha expresividad y finalmente cogía un libro<br />

de su mochila se sentaba junto a ella y se disponía a leerle. Y así<br />

estaba entre una y dos horas sin parar todas las tardes de lunes a<br />

viernes.<br />

Los fines de semana no le veía. Solían venir otras personas que<br />

se disponían alrededor de la cama y hablaban entre ellas y en<br />

ocasiones comían y bebían como si estuvieran celebrando algo. Se<br />

73


preguntaba qué poder tenía esa imagen para que ella no pudiera<br />

parar de observar. Sería el tipo atractivo, la escena, la curiosidad por<br />

saber quién estaba en la cama. Ninguno de esos motivos y todos a la<br />

vez. Se daba cuenta que la imagen hipnótica de alguien leyendo<br />

siempre le había transportado a otra dimensión.<br />

¡Qué fastidio!, alguien llamaba a la puerta, no podía seguir la<br />

escena.<br />

-Hola, buenas tardes, venimos a revisar la instalación del gas.<br />

-Sí, sí, disculpe, no lo recordaba. Pase, pase. Valentina le<br />

acompañó por toda la casa hasta terminar la revisión y volvió con<br />

desespero a la cocina. Cuál fue su sorpresa al ver que el tipo ya no<br />

estaba en la habitación. Se puso algo nerviosa maldiciendo al revisor<br />

del gas.<br />

Hasta el lunes no volvería a poder seguir con su espectáculo<br />

particular. Ella continuó con su rutina. Mientras, no paraba de pensar<br />

el tipo de relación que aquel sujeto tendría con la enferma, ¿sería su<br />

marido, su amante, tal vez una hija? No, esa mirada no era fraternal.<br />

De cualquier manera le leía a una mujer, de eso estaba segura. La<br />

enferma no podía leer. Probablemente había tenido algún trágico<br />

accidente que la mantenía postrada en la cama, quizá en coma.<br />

Esa noche Valentina por suerte tenía cosas que la ocuparían<br />

bastante, porque el fin de semana iba a ir a un taller de narrativa<br />

intensivo en el Rincón de Ademuz al que se había apuntado<br />

recientemente, organizado por el club de escritores de “Valencia<br />

Escribe”.<br />

Se levantó muy temprano para llegar con tiempo suficiente al<br />

albergue, los asistentes iban apareciendo y ella se iba haciendo su<br />

composición de lugar sobre los alumnos que como ella iban<br />

74


apareciendo. Le sorprendió que hubiera mayoría de hombres con una<br />

media de edad parecida a la suya y también lo numeroso del taller.<br />

-Hola, buenos días, me llamo Juan Madrid y voy a ser durante<br />

este fin de semana vuestro profesor de narrativa.<br />

-Espero que estemos todos cómodos y que este taller nos<br />

resulte lo más provechoso y creativo posible. Ha sido todo un éxito de<br />

convocatoria y vamos a trabajar con dinámica de grupos y a<br />

participar de forma activa.<br />

Valentina se quedó totalmente petrificada al ver a su profesor<br />

de narrativa, ¡Era él, su vecino, el lector! Juan Madrid era el hombre<br />

que todas las tardes leía de forma cariñosa frente a una mujer<br />

postrada en una cama. ¿Cómo podía estar allí? ¡Claro pensó, es fin de<br />

semana y su amada tiene otras visitas que la pueden atender<br />

mientras él trabaja!<br />

Juan inició el taller de manera afable y distendida, intentando<br />

romper el fuego y preguntando a sus alumnos ¿qué era para ellos la<br />

literatura? Los más atrevidos se lanzaron a hablar de la literatura<br />

como si fuera un ser personificado con rostro, cuerpo y sentimientos,<br />

otros daban definiciones de lo más académicas sobre lo que significa<br />

la literatura como acto de creación. Después de una decena de<br />

intervenciones, Valentina levantó la mano tímidamente y dio su<br />

particular visión de la literatura.<br />

-“Para mí, la literatura es imaginar que frente a la ventana de mi<br />

cocina hay un tipo atractivo que cada tarde, de lunes a viernes le lee a<br />

una mujer enferma postrada en una cama sospechando que<br />

seguramente ella será el amor de su vida, que tras un brutal<br />

accidente ha quedado en coma y él cada tarde le cuenta historias y le<br />

informa de su día a día y le dice cuánto la quiere y le ruega que no se<br />

marche, porque no puede vivir sin ella. Y se despide cada día,<br />

75


esperando que al siguiente se la encontrará despierta y recuperada<br />

de su gran sueño y nunca más tendrá que volver a leerle porque<br />

podrán hacerlo juntos, como tantas veces hacían cuando ella estaba<br />

bien”.<br />

Juan Madrid se sentó después de oír dicha definición y por un<br />

momento no supo qué decir. Empezó a tartamudear, le brillaban los<br />

ojos, se pasó la mano por su rizada cabellera, se volvió a levantar de<br />

la silla y con un leve acercamiento hacia ella y voz tenue le preguntó<br />

¿cómo ha dicho que se llamaba?<br />

- ¡Valentina, me llamo Valentina!<br />

Luisa Berbel Torrente (Valencia)<br />

76


Cachito<br />

Deambulaba sólo y triste por la calle, sus pocos años cargaban<br />

ya una pena. Nunca supo porque lo abandonó, dicen que era muy<br />

joven, que tuvo miedo. Lo trajo al mundo en secreto, soportó el dolor<br />

de parir, como no tuvo valor, le permitió vivir, y apenas envuelto en<br />

una toalla, lo abandonó en el portal del viejo templo.<br />

En el hospicio creció, sin caricias, sin un pecho que lo apañe,<br />

soportando sus miedos. Le pusieron un nombre, no sabe quien lo<br />

eligió, aunque hoy todos lo llaman Cachito.<br />

Ya la tarde noche va cubriendo de sombras la ciudad, desde que<br />

el sol se ocultó el frío implacable penetra los huesos, el hambre roe<br />

sus tripas, pero él no presta atención, busca, siempre busca.<br />

Se acerca a la mujer que luce su caro visón. — ¿Una moneda<br />

señora? Es para comer…<br />

Ella lo mira con desdén, e impasible continua su camino, la ve<br />

alejarse y masculla un insulto, tiene frío, busca refugio en un bar<br />

acercándose a las mesas para pedir una moneda, al verlo el mozo se<br />

acerca pidiéndole que se retire, que molesta a los clientes, quiere<br />

protestar pero es muy chico.<br />

Casi a los empujones lo lleva a la calle, entonces él se levanta,<br />

llama al mozo, pidiéndole que lo deje, este trata de explicar que los<br />

clientes se sienten incómodos, pero insiste, toma al niño y lo lleva a<br />

su mesa. El mozo está nervioso, desde la barra el patrón hace señas<br />

que lo deje.<br />

En la mesa ambos se miran en silencio, Cachito agradece con un<br />

encogimiento de hombros al extraño que le permitió quedarse, él<br />

pide una taza de reconfortante chocolate y algunas masas, que el<br />

muchacho devora con unción.<br />

— Soy Aldo— se presenta.<br />

— Me dicen Cachito, gracias por el chocolate.<br />

— ¿Dónde vives? ¿tienes familia?<br />

77


— No, estoy sólo, vivo por ahí…<br />

— ¿Cuántos años tienes?<br />

— Creo que siete, no sé.<br />

— ¿Y tus padres?<br />

— No sé.<br />

Desde la barra patrón y mozo observan la escena, se preguntan:<br />

¿Qué le pasa a este tipo? Para qué se complica con ese mocoso, vaya<br />

uno a saber de dónde es. Algunos clientes observan con disimulo,<br />

algunos avergonzados, otros indiferentes.<br />

El par de ojos negros y penetrantes del muchachito les hace<br />

desviar la mirada, sólo Aldo puede mantenerla, su rostro tranquilo y<br />

sonriente tranquiliza al niño.<br />

Carolina no sonríe, trabaja en esa casa hace ya mucho tiempo,<br />

recuerda cuando la señora, la encontró llorando, se acercó a<br />

preguntar que le ocurría, ella asustada no supo que decirle, sólo que<br />

estaba sola, que no tenía dónde ir, que no sabía qué hacer.<br />

Le ofreció trabajo y un lugar para dormir, aceptó, desde<br />

entonces vive allí, trabaja en silencio, nunca sonríe, el dolor la<br />

carcome por dentro, en sus veinticuatro años, no pudo conocer el<br />

amor.<br />

No puede olvidar aquella noche, estaba por cumplir sus diez y<br />

siete años, tuvo que huir de su hogar, no la perdonaban, se sentían<br />

humillados, la hija del pastor era una vulgar ramera, una pecadora<br />

que había mancillado el buen nombre de su familia. Vagó por varias<br />

ciudades buscando apoyo, alguien que la refugiara, pero sólo<br />

consiguió alguna limosna, le negaban el trabajo, claro, en su<br />

condición.<br />

Con la ayuda de otra marginal tuvo a su bebé, aceptó la idea de<br />

dejarlo en el templo, allí estaría más seguro. Volvió a huir, viviendo<br />

de la mendicidad, hasta que aquella tarde en que esa alma caritativa<br />

le ofreció un lugar decente, ya no recuerda cuanto tiempo pasó.<br />

78


Aldo disfrutó la charla, pero ya era noche, hacía frío, decidió<br />

volver a su hogar, Cachito lo miraba, sabía que volvería a quedar sólo.<br />

Le preguntó dónde pasaría la noche, el niño se encogió de hombros.<br />

— Hace mucho frío.<br />

— Lo sé.<br />

— ¿Dónde irás?<br />

— No sé.<br />

— Vamos —dijo tras pensarlo.<br />

— ¿Dónde?<br />

— Donde puedas dormir abrigado, allí tengo el auto.<br />

Viajaron en silencio, Cachito lo miraba de soslayo, él iba<br />

pensativo. Llegaron a una gran casa de frente cubierto de<br />

enredaderas.<br />

— Vamos —dijo Aldo, deteniendo el motor.<br />

— ¿Dónde estamos?<br />

— En mi casa, ven —el muchacho lo siguió temeroso, más aun<br />

cuando apareció tremendo perro y comenzó a saltar de alegría al ver<br />

a su amo.<br />

Al entrar la madre los recibió, preguntando por ese niño que lo<br />

acompañaba, Aldo le refirió que en una noche tan fría no podía<br />

dejarlo en la calle, mañana verían que hacer.<br />

La mujer saludó al muchacho acariciando su cabello, le llamó la<br />

atención sus rasgos y quedó pensativa.<br />

Carolina respondió al llamado de su patrona, le pedirían que<br />

prepare un baño y una cama para el pequeño, tras asentir se dirigió a<br />

donde se encontraba. Algo sucedió, ambos se miraron, ninguno<br />

imaginó por qué, se quedaron mirando, brotaron lágrimas<br />

silenciosas, Aldo y su madre quedaron atónitos, no cabía duda.<br />

La mañana amaneció cálida, el sol salió más temprano, Carolina<br />

y el muchacho sonreían…<br />

Luis Alberto Molina (Rosario, Argentina)<br />

http://www.luismolin.blogspot.com.es/<br />

79


Juan Luis López Anaya (Castell de Ferro, Granada)<br />

http://dididibujos.blogspot.com.es/<br />

80


Siete de la mañana<br />

No más desahucios – Selu Pérez (Sevilla)<br />

https://www.flickr.com/photos/seluperez/<br />

Siete de la mañana. Calle de la Victoria, número 89. Hay un<br />

extraño dispositivo policial frente a la casa. Situados de espaldas a<br />

ella, como protegiéndola, una docena de números de la Policía<br />

Nacional. Encarados a ellos, dos cabos y un sargento. A su lado, un<br />

funcionario de la Oficina Judicial da lectura a un documento:<br />

—“En cumplimiento de la Resolución 1776/2014 emitida por el<br />

Sr. Magistrado-Juez del Juzgado de Instrucción número 37 de esta<br />

ciudad, se ordena el desalojo de esta vivienda de forma inmediata. “<br />

Por favor, dejen trabajar a la Justicia.<br />

81


En el umbral, dos ancianos con batines de colores y dos jóvenes<br />

con chándales, sujetando a una niña que los mira, asustada.<br />

La niña se suelta y se mete entre las piernas de los Policías. En<br />

su mano, un osito de peluche que algún día fue blanco y negro. Si<br />

sitúa debajo del sargento y le ofrece el juguete. Desde su altura, el<br />

sargento la mira, sin mirar. La niña le dice:<br />

—Oye, tú… ¿tú también tienes una niña como yo? ¿Cómo se<br />

llama? ¿Qué está haciendo ahora?<br />

Tras un minuto de espeso silencio, el sargento le coge el osito. Y<br />

le contesta:<br />

—No. Yo tengo un niño, que se llama Tomás. Ahora estará<br />

durmiendo. Todavía no es hora de ir al colegio.<br />

La niña, ladeando su cabeza le replica:<br />

—Yo… yo también voy al cole. Y yo… yo también estaba<br />

durmiendo. Pero habéis venido vosotros y me habéis despertado.<br />

El sargento le devuelve el osito, se dirige a sus hombres y les<br />

ordena:<br />

—Vámonos. Dejemos dormir a la niña. Podemos volver otro día.<br />

Pepe Sanchis (Massalfassar, Valencia)<br />

82


Quiero tanto a los vampiros<br />

Vampire – Jason (EUA) http://djsin78.deviantart.com/<br />

Quiero tanto a los vampiros.<br />

Me fascina su delicada languidez, su elegancia. Son tan<br />

atractivos y extraños. Mamá se escandaliza cuando me oye, dice que<br />

esas cosas no son propias de una chica de mi edad, que debería<br />

interesarme por lo mismo que las demás niñas, los vestidos, los<br />

bailes, los chicos "normales". Papá se encoge de hombros y alega que<br />

son extravagancias de adolescente, ganas de llamar la atención y que<br />

ya se me pasará la tontería un día de estos.<br />

Pero ellos no me comprenden, no saben hasta qué punto quiero<br />

a los vampiros, cómo sufro cuando papá y los demás hombres del<br />

83


pueblo salen de caza, cuando escucho los gritos lejanos en el monte o<br />

veo arder las hogueras.<br />

Carlos tampoco me comprende, se burla de mí y me llama la<br />

novia de los monstruos delante de su estúpida pandilla. Carlos es un<br />

idiota y siempre me está fastidiando, mamá dice que es porque le<br />

gusto, pero a mí me da asco y vergüenza.<br />

Es injusto que con las pocas personas que quedaron en el<br />

pueblo después de la gran bomba me las tenga que ver con tipos<br />

como Carlos.<br />

El otro día fue horrible. Yo andaba paseando cerca del río y vi a<br />

Carlos y su pandilla que estaban riendo y alborotando más de lo<br />

normal. Al verme, Carlos y otros dos chicos se acercaron corriendo a<br />

mí y me obligaron a seguirlos hasta donde estaba el resto de la<br />

pandilla rodeando algo. Carlos me dijo que ahora iba a comprobar<br />

cómo eran en realidad esos bichos. Habían rodeado a un pobre<br />

vampiro joven que había caído en un cepo y no paraban de pincharlo<br />

con ramas y de tirarle piedras. El pobre emitía unos horribles<br />

gemidos de rabia, dolor, e impotencia. Yo grité para que lo dejaran en<br />

paz pero no me hicieron caso. Entonces Carlos ordenó a dos de sus<br />

amigos que me sujetaran y me obligaran a mirar. “Observa, acaba de<br />

comer, son como sanguijuelas. “ Dijo Carlos, y de pronto clavó una<br />

estaca en el corazón del pobre Vampiro y este estalló en una<br />

explosión de sangre que nos salpicó a todos. Carlos y su pandilla se<br />

echaron a reír y yo salí corriendo llorando e insultándolos.<br />

Quiero tanto a los vampiros.<br />

Me gusta acercarme hasta el zoo nocturno, colarme por un<br />

hueco de la valla evitando al zoquete del guarda y llegar hasta el<br />

inmenso recinto en el que los encierran. Dicen que allí están mejor y<br />

que el recinto imita su hábitat natural, con cuevas, sarcófagos,<br />

tétricos árboles poblados por murciélagos, ruinas, candelabros,<br />

telarañas, estatuas medio derruidas y hasta una especie de salón<br />

84


gótico en el que de vez en cuando bailan de forma decadente con un<br />

gramófono que emite canciones añejas y olvidadas.<br />

Pero yo me siento a observarlos y sé que están tristes, se nota<br />

en sus pálidas caras, en sus suspiros privados de libertad. Está<br />

prohibido darles de comer, los alimentan tres veces al día cuando<br />

abren la puerta del recinto y dejan entrar a unos cuántos presos que<br />

son inmediatamente devorados. Pero yo de vez en cuando les echo<br />

alguna golosina hasta el foso. Hoy les traigo algo muy especial. He<br />

quedado aquí con Carlos prometiéndole que le dejaría besarme. Sabía<br />

que no se podría negar a venir.<br />

Veo su cara de incredulidad cuándo cae al foso tras empujarlo,<br />

veo su terror al observar como brillan en la oscuridad decenas de<br />

ojos amarillos sedientos de sangre.<br />

Quizá un día me decida y les ayude a escapar para que acaben<br />

de una vez por todas con lo poco que queda de este asqueroso<br />

mundo.<br />

Y es que quiero tanto a los vampiros.<br />

Javier Vayá Albert (Valencia)<br />

http://actosinvisibles.blogspot.com.es/<br />

85


Ayer llovió – Ramiro Iriñiz (Uruguay)<br />

https://www.flickr.com/photos/focusmind/<br />

86


Diluvio<br />

Ni el agua tibia<br />

me ha calmado un poco<br />

ni estando en remojo<br />

puedo descansar.<br />

Veo las gotas de agua en mi piel<br />

y parece ser suficiente,<br />

pero luego escucho mi corazón<br />

que molesta, golpeando fuerte.<br />

Todo lo que tengo dentro de mí<br />

dispara para otro lado,<br />

entonces el agua toca mis hombros<br />

y me cubro con las dos manos…<br />

¿Sientes cómo se eriza mi piel?<br />

Imagina si estuvieras a mi lado…<br />

Sólo un roce, un beso tal vez.<br />

Seríamos mutuos esclavos.<br />

¿Sientes cómo me quemo de sed?<br />

Mientras mi cuello pide tu aliento,<br />

hasta que te desvaneces…<br />

No me resigno. Empezaré de nuevo.<br />

Aldana Michelle Giménez (Mendoza, Argentina)<br />

87


Nichols Canyon – David Hockney (Reino Unido)<br />

http://www.hockneypictures.com/current.php<br />

88


La fiesta del fuego<br />

La primavera se esconde en las alcantarillas.<br />

El aire denso está sucio.<br />

Días de fuego manchan las nubes.<br />

La lluvia limpia el terreno.<br />

Una ciudad vibra bajo los gritos de las gentes borrachas de vida.<br />

La mecha acciona un estridente sonido.<br />

El humo danza en el firmamento.<br />

Los cañones disparan a los cirros. Partiendo sus esponjosos cuerpos<br />

en mil fragmentos.<br />

Las calles se llenan de lunáticos que bailan bajo las ocultas estrellas.<br />

El cielo se pinta de colores por las noches. Brillantes formas invaden<br />

el lugar de los astros.<br />

Todo huele a pólvora.<br />

Todo explota a cada paso.<br />

Estallan las risas, las ávidas palmadas, los amores vespertinos, las<br />

últimas lágrimas…<br />

La primavera recupera su sitio, alejándose de las entrañas de una<br />

ciudad que la reclama más que al sol de la mañana.<br />

La fiesta del fuego se convierte en un vago recuerdo para unas y en<br />

un ansiado deseo para otros.<br />

Llegó a su fin, cubriendo las calles de cenizas y algunos corazones de<br />

tormento.<br />

Esther Moreno Morillas (Valencia)<br />

http://elcascabelalgato.blogspot.com.es/<br />

http://invisiblevoyeur.blogspot.com.es/<br />

89


Children of war – Mary (Irlanda) http://marymo1975.deviantart.com/<br />

90


Caos en la Tierra<br />

Los despojos de las doctrinas<br />

escupen gotas de muerte<br />

entre gritos de ultratumba;<br />

el destino tiembla apuntalado<br />

entre restos de huesos y ceniza<br />

canturreando su canción de cuna<br />

bajo cien alfileres de sangre<br />

sobre el tiempo extinto.<br />

El sentido de la vida es un barco hueco<br />

que los hombres llenan de quimeras,<br />

los mares, eternos llantos de la Tierra,<br />

se levantan enfurecidos<br />

olas que devoran humanidad<br />

bajo banderas inútiles<br />

alimentándose en la herida<br />

de un tiempo pagano:<br />

dioses e idolatrías hueras<br />

que el tiempo pronuncia en silencioso paso<br />

diluyéndose en el devenir de la existencia<br />

en el ayer, en el hoy, en el mañana.<br />

91


Futuro incierto y sombrío este nuestro<br />

donde la Tierra llora su caos<br />

sosteniendo su esperanza<br />

en el frágil hilo de la cordura.<br />

Amparo Andrés Machí (Valencia)<br />

http://stmarch.wordpress.com/<br />

92


Las musas van de fiesta<br />

Imagen aportada por la autora<br />

Afrodita organizaba una de sus múltiples y sonadas fiestas a las<br />

que siempre acudía la flor y nata del Olimpo. Nmemósine, diosa de la<br />

memoria, llamó a sus nueve hijas. No podían faltar, ya que poseían<br />

unas voces prodigiosas y el mejor repertorio de canciones para<br />

amenizar tan suntuoso acontecimiento.<br />

Reunidas en el salón, Nmemósine las contempló:<br />

estaban perfectamente vestidas y peinadas, lucían un magnífico<br />

aspecto pero, faltaba Calíope, como siempre.<br />

93


—Ha bajado un momento a la Tierra, está asesorando a un tal<br />

Homero, que se había quedado atascado mientras escribía, pero<br />

vuelve enseguida.<br />

—Talía, haz el favor de llamarla inmediatamente. No podemos<br />

llegar tarde.<br />

Calíope acudió rauda y veloz arreglándose el vestido y el<br />

peinado, se colocó al lado de sus hermanas y salieron de casa<br />

cantando y danzando. Eran unas chicas la mar de alegres, en eso<br />

habían salido a Zeus, su padre. Nmemósine era seria y estricta. Algo<br />

normal, ya que las había tenido que sacar adelante sin la ayuda de su<br />

omnipotente esposo, más ocupado en lanzar rayos y en zascandilear<br />

por toda Tesalia, que en atender sus obligaciones paternas.<br />

Cuando llegaron a la magnífica casa de Afrodita, las nueve<br />

jóvenes ocuparon educadamente el sitio que tenían especialmente<br />

reservado, un lugar grande como para cantar y bailar a sus anchas<br />

acompañadas por la mejor banda de toda la región.<br />

Afrodita hizo su aparición enfundada en un ajustado vestido<br />

azul que resaltaba sus formas ¡Era tan sexy! ¡Los diseñadores se<br />

peleaban por vestirla!<br />

Las hermanas iniciaron la fiesta con un tema pegadizo que<br />

provocó que los invitados se levantaran a bailar. En un palco,<br />

sentados, se encontraban los abuelos de las niñas, Urano y Hera que<br />

aplaudían y sonreían a sus nietas. ¡Estaban tan orgullosos de ellas!<br />

Apolo entró y acaparó todas las miradas, femeninas y<br />

masculinas. Su tez morena y sus broncíneos músculos se adivinaban<br />

bajo su camisa de seda natural. Enseguida reunió a un montón de<br />

gente a su lado, incluida la prensa del corazón, todos querían saber<br />

quién era su última conquista. Si era dios(a), semidiós(a) o si había<br />

subido al Olimpo con algún habitante de La Tierra. El se mostró<br />

discreto, nada proclive a hablar de su vida privada. Dijo que venía del<br />

94


Santuario de Delfos, allí se sentía a salvo de los paparazzi y podía<br />

consultar al Oráculo sus múltiples dudas sobre el futuro. Cuando se<br />

acercó a las nueve Musas, pícaramente guiñó un ojo a Talía, quien le<br />

respondió con el mismo gesto.<br />

Cuando empezó a amanecer, los asistentes ya se encontraban<br />

cansados de tanto bailar, comer y beber. Las Musas se encontraban<br />

afónicas y su madre las llamó al toque de retirada. Entre grandes<br />

besos y abrazos se despidieron con la intención de volver a reunirse<br />

en el próximo guateque que iba a celebrar Artemisa. Apolo, como un<br />

niño, continuó jugando al disco con un joven desconocido.<br />

Nnemósine y sus hijas caminaron despacio hacia El Museo, su<br />

confortable hogar junto a las fuentes del Parnaso…<br />

Amparo Hoyos (Valencia)<br />

95


Apocalypse – morphi1972 (Suiza) http://morphi1972.deviantart.com/<br />

96


Impasible<br />

El mundo se acaba, se resquebraja en finísimas partículas entre<br />

las que se cruzan nuestras miradas. Tus eternos ojos azules se<br />

compenetran con los verdejos míos, nuestros sexos son polvo que<br />

gira en un pequeño torbellino con eje en el fin del mundo.<br />

Me besas, te beso; y las caricias se traspasan hasta nuestras<br />

almas, nos tocamos como cuando arrastramos los pies por la parte<br />

seca de la playa, ¿recuerdas?, como cuando me preguntaste qué se<br />

sentiría si yo fuese la arena bajo tus pies. Ahora tienes la respuesta,<br />

ahora que caminas sobre mí, y cada paso tuyo es también mi pie, el<br />

mismo que mueve con su dedo gordo las válvulas de tu corazón y<br />

plasma un garabato con forma de tu voz.<br />

Me dibujas con tus sonidos. Cada punto mío vibra y choca con el<br />

punto contiguo tuyo, que es tú y yo, y sientes que te hablo con tus<br />

propias palabras dichas al viento que nos arrastra al fin, que nos<br />

convierte en mujer y hombre, con la diferencia de que estoy dentro<br />

de ti en movimiento perenne, te mueves en mi interior con la<br />

arenisca del desierto, calor que me excita, me enciende, te enciendo, y<br />

rojos al vivo danzamos, nos tomamos de las manos, regiones inciertas<br />

y movedizas que sabemos que están ahí para nosotros, el tú y el yo<br />

entremezclados como un solo ser, único, el ideal del que charlábamos<br />

en el parque, ¿recuerdas?, y ahora reconozco, reconoces a la felicidad<br />

como el chorro de finísimas partículas en que nos hemos convertido,<br />

cascada de emociones que se dispersa en el infinito del universo.<br />

El mundo se acaba. Nos expandimos más allá, incluso<br />

alcanzamos los confines prohibidos a la imaginación y a la fantasía.<br />

Vivimos en un punto y en todos los que llena, llenamos. Abres azul<br />

mirada que embelesa a mis ojos hoja de olivo en la mecánica cuántica<br />

con que te acaricio. Me besas, te beso en este infinito que nos toca<br />

97


vivir, en las caricias y la pasión que todo lo abarcan: universo nuestro<br />

sin estrellas, donde nuestros polvos juegan a redondear la felicidad,<br />

juegan a ser el hombre y la mujer en el acto sexual de chispas que<br />

producen las tierras de pedernal al rozarse, cuando se requiebran, se<br />

gimen, se ahogan, y se toman sus minutos de descanso también, los<br />

nuestros.<br />

Las flores tienen la dimensión de una hilera de puntos que se<br />

enrosca en sí misma infinidad de veces, en la que sus pétalos dan<br />

carnosidad a los labios de tu boca, y también a los de la mía que te<br />

busca: engranaje de flores que se sacude las gotas del rocío, despierta<br />

amanecer a nuestra señal, ciclos de vaivén en los que nos mecemos<br />

uno a otro, tu a mí, yo a ti, y creamos vuelos de aves, y se nos<br />

confunde, sin remedio, con nubes en las que un par de chiquillos<br />

creen adivinar a una mujer y a un hombre que se besan.<br />

Se acaba el mundo, ¿y qué más da?<br />

José Luis Sandin (Valencia)<br />

98


Malabarista<br />

Malabarista – Vitto (Perú) http://fotottiv.deviantart.com/<br />

Andando al paso que te marcan, arrastras tras de ti tus<br />

pensamientos, la agenda repleta de imprevistos y tu voz, queda, antes<br />

torrente, semeja grotesca… Podrías ser soprano sin acompañamiento<br />

de piano, podrías ser pintor de musas invisibles, podrías ser locuaz<br />

actor de blanco y negro, acróbata de circo sin tirantes, naufrago en un<br />

mar de botellas al final de un evento, poeta con la ropa imperfecta… y<br />

todo eso eres cuando concentras la atención en lo que amas, tus<br />

juegos malabares en un parque, o en la rayada alfombra de cebra<br />

donde esperamos, con la mirada perdida en un mago, a que cambie el<br />

semáforo del rojo al verde, mientras pasa la vida en desvaído<br />

ambarino.<br />

Asun Ferri (Valencia)<br />

http://patadeelefanta.wordpress.com/<br />

99


Foto aportada por la autora<br />

100


La cita<br />

Se encontraron en el hotel al que acudían cada semana. Le<br />

prometió que esa noche seria única, distinta a todas las demás. Al<br />

llegar a la habitación, él se preparó siguiendo el ritual acostumbrado<br />

en tanto ella pasaba al baño. Cuando estuvo lista, le dijo que cerrara<br />

los ojos, que le tenía preparada una sorpresa. Se sentó sobre él y<br />

empezó a acariciarle con suavidad hasta conseguir excitarle. Mientras<br />

abría su boca jadeante, le introdujo el cañón de la pistola y disparó.<br />

Se incorporó tranquilamente, llamó a la policía y esperó impasible<br />

contemplando su obra. Fue en este preciso momento, después de dos<br />

años con él, cuando consiguió tener su único orgasmo.<br />

Marisa Martínez Arce (Valencia)<br />

101


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Número 4 (Julio/Agosto 2014)<br />

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http://www.yumpu.com/es/document/view/27009334/valencia-escribe<br />

Número 6 (Octubre 2014)<br />

https://www.yumpu.com/es/document/view/27265105/valencia-escribe<br />

Número 7 (Noviembre 2014)<br />

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Número 9 (Enero <strong>2015</strong>)<br />

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Número 10 (Febrero <strong>2015</strong>)<br />

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Número 11 (Marzo <strong>2015</strong>)<br />

https://www.yumpu.com/es/document/view/37267896/numero-11-marzo-<br />

<strong>2015</strong><br />

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