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Cuando estaba bien, dedicaba<br />
las noches a escribir. Llegaba<br />
del trabajo diurno con esa<br />
alegría mínima que fue todo lo<br />
que pudo conocer; en la<br />
oficina observaba el reloj y se<br />
apresuraba a salir temprano,<br />
como un esposo impaciente<br />
por llegar a refugiarse en la<br />
cama de su mujer. Así llegaba<br />
él por las noches y se sentaba<br />
ante un montón de hojas en<br />
blanco, algunas sueltas, otras<br />
encuadernadas. Cuántas<br />
cosas soñaba en aquel<br />
entonces, y todo lo recordaba<br />
y lo escribía. Por un momento<br />
eso parecía bastar. No era<br />
necesario más, ni el don de la<br />
gracia ni la gracia que habría<br />
significado tener una<br />
compañera. Milena, Felice,<br />
Julia... Con Felice por lo<br />
menos fue sincero: le advirtió<br />
lo que sería para ella vivir con<br />
un hombre encadenado a una<br />
obra literaria. Pero esa obra<br />
era el informe que Dios le<br />
había encargado preparar; se<br />
lo exigiría terminado cuando lo<br />
llamara. No podía hacerla a un<br />
lado; en términos estrictos, no<br />
podía hacerla a un lado,<br />
aunque tuviera que renunciar<br />
a todas las bendiciones de la<br />
tierra.<br />
¿Y si le hablaba? ¿Y si se<br />
acercaba a él y lo tocaba en<br />
un brazo o en un hombro, sólo<br />
para ver si se trataba o no de<br />
un fantasma? ¿No sucedería<br />
que su mano atravesara el<br />
cuerpo de él sin sentir nada,<br />
como se atraviesa una figura<br />
formada por la niebla o el<br />
humo? Pero primero quería<br />
observarlo, participar de su<br />
vida aunque fuera unos<br />
minutos. ¿No estaría soñando?<br />
Antes de llegar al puente, el<br />
hombre dejó la margen del río<br />
y tomó por una callejuela<br />
perpendicular, internándose<br />
en la Ciudad Vieja. No<br />
pasaban coches por ahí, sólo<br />
algunos transeúntes que<br />
buscaban una taberna. Las<br />
farolas emitían una luz<br />
ambarina que profundizaba las<br />
sombras y hacía ver como<br />
mojados los adoquines. De<br />
una de las ventanas altas salía<br />
una melancólica música de<br />
piano.<br />
Dio vuelta en una esquina y<br />
siguió por una calle<br />
serpenteante para luego entrar<br />
por un zaguán.<br />
…siguió por una calle<br />
serpenteante para luego<br />
entrar por un zaguán.<br />
La muchacha, que no lo<br />
perdía de vista, se encontró en<br />
un pasaje de comercios<br />
pequeños —galerías de<br />
marionetas y tiendas de armas<br />
medievales— que luego se<br />
dividió en dos y se fue<br />
volviendo un laberinto. Pero el<br />
hombre conocía bien los<br />
escondrijos de Praga. Salió a<br />
otra calle, tan angosta que<br />
debió pegarse a la pared<br />
cuando vio que venía un<br />
carruaje de paseos turísticos<br />
con dos caballos. “Děkuji”, le<br />
dijo el cochero, embozado en<br />
un capote negro: “gracias”. El<br />
sonido de los cascos y las<br />
ruedas sobre el adoquín se<br />
perdió al fondo de la calle.<br />
Lo más terrible de las<br />
hemorragias es que no se<br />
anuncian. Sobrevienen de<br />
repente, incontenibles, al<br />
menor golpe de tos. Es<br />
necesario precipitarse en<br />
seguida sobre algún recipiente<br />
que alcance a contener toda<br />
esa sangre. Una sangre viva,<br />
intensamente roja, como la<br />
que brota de una herida de<br />
arma. Parece limpia, sin<br />
turbiedad alguna, sin veneno,<br />
sin malas intenciones. Pero<br />
junto con ella se va yendo la<br />
vida, el color de la piel, la<br />
sustancia de la carne, la luz de<br />
los ojos...<br />
El hombre se detuvo en una<br />
večerka, una tienda de<br />
comestibles, y entró. La<br />
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