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Una corriente rasposa lo<br />
obligó a levantarse. Fue a<br />
orinar, al salir del baño vio<br />
abierta la ventana de la<br />
estancia, fue a cerrarla y al<br />
pasar por el espejo sintió un<br />
rozón, un soplo, un escalofrío<br />
errante, filoso. Como se<br />
percibió de reojo, como era de<br />
madrugada, como estaba<br />
medio dormido aún, tomó el<br />
sobresalto como algo<br />
incomprensible, simplemente<br />
no estaba acostumbrado a<br />
tener una doble realidad de<br />
ese tamaño en casa. Cerró la<br />
ventana. De regreso, al pasar<br />
por el espejo no sucedió nada;<br />
respiró hondo ante sí mismo.<br />
“Qué extraño un espejo tan<br />
grande”. Le dio frío y corriendo<br />
se fue a meter a la camita,<br />
donde la fortuna se llamaba<br />
Osbelia y estaba en su cama<br />
de cuarentón solo. Durmió a<br />
pierna suelta. Las siguientes<br />
noches, ya sin ella en el lecho,<br />
ya no durmió igual, sin saber<br />
qué sucedía todo comenzó a<br />
ser distinto. Atribuyó visiones y<br />
sueños a la ausente mujer que<br />
se metió tan dentro de su vida,<br />
y tan rápidamente; ya no<br />
podía estar sin ella. La<br />
madrugada del miércoles puso<br />
en su facebook: “estas horas<br />
adictas a murmullos y raros<br />
personajes lo comprueban”.<br />
Ese día, a la hora del<br />
cafecito el Manotas lo abordó<br />
con descaro: Oye mi Jimmy,<br />
hazme un paro, socio,<br />
préstame tu casa hoy, mano,<br />
fíjate que la de compras, la<br />
nueva güey, la Lily, es<br />
bien chida, ¡y ya me dijo que<br />
órale, va!, pero que tiene que<br />
ser bien discreta la cosa, mi<br />
Jimmy, y pus tu leonera está<br />
que ni mandada a hacer, ya<br />
ves que yo… la gorda y los<br />
niños pues… ¿cómo la ves?,<br />
¡oh!, ¿ya ves, no te digo, mi<br />
Jimmy?, ¿te me vas a poner<br />
rejego?… ¿pos qué no para<br />
eso son los amigos? Y él se<br />
sostuvo: No. A la hora de la<br />
comida entre todos lo<br />
convencieron con otro argumento<br />
histórico: echándole la<br />
culpa. Que su cuate no<br />
anotara un gol: culpable, de no<br />
jalar parejo: culpable, culpable.<br />
Y dijo que sí con una<br />
condición: que le dejaran<br />
llegar a su casa antes de<br />
medianoche. El Manotas le<br />
juró con toda propiedad:<br />
¡Hermano, si quieres llega<br />
once y media!, a esa hora<br />
aquella ya se habrá cansado<br />
de pedir esquina. Y pasó lo de<br />
siempre, le creyó, aunque ya<br />
sabía que al final tendría que<br />
tumbar la puerta de su casa a<br />
golpes, hasta que le abrieran y<br />
acabara acostado en el sofá<br />
de la sala.<br />
Otro día perdido; no tanto<br />
por prestar la casa desde las<br />
seis, era estar otra vez sin<br />
Osbelia; cada hora se<br />
prendaba más, más, ahora le<br />
urgía estar con ella. Comenzó<br />
a llover antes de la hora de<br />
salir; el aguacero iba y venía,<br />
matizaba su intensidad, duró<br />
bastante. Raro en enero. Sin<br />
35<br />
idea clara de qué hacer se<br />
dirigió a la plaza, vio<br />
aparadores, zapatos, casas a<br />
escala, ofertas y ofertas, y sin<br />
mojarse; recaló en el cine. A<br />
los veinte minutos ya miraba<br />
su reloj, aquello era un churro<br />
por más súper producción que<br />
tuviera; se la chutó a<br />
sabiendas que no tener nada<br />
qué hacer. Iban a dar las<br />
nueve cuando acabó la<br />
película. Otra vez a recorrer la<br />
plaza, pensó en revisar su<br />
muro, en cenar, ¿pero qué,<br />
dónde? ¿Tengo hambre? Y<br />
como ya nada quedaba por<br />
hacer se puso a ver libros en<br />
exhibición. Minutos más tarde<br />
sonó su celular; era el<br />
Manotas, se le hizo raro<br />
(nomás falta que me salgan<br />
con que se van a quedar una<br />
semana); y contestó. La voz al<br />
otro lado no era su compañero,<br />
era una mujer (¿cómo dijo el<br />
Manotas que se llamaba,<br />
cómo?), que le pedía ir a su<br />
casa de inmediato. Y lo<br />
repetía insólitamente: Veeen,<br />
Ayúuuudanos… Ráaaapi…<br />
doooo.<br />
¿Qué pasó, dime qué pasó,<br />
dónde está Leopoldo? –dijo<br />
Jaime con ansiedad. Le crecía<br />
porque la mujer no hablaba<br />
con fluidez, parecía que<br />
respirar la ponía en aprietos.<br />
Tras insistir y no obtener otra<br />
respuesta, ya alarmado colgó,<br />
fue por el auto y salió de la<br />
plaza con rapidez; se sentía<br />
extrañado, iba molesto,<br />
titubeante, decidido. En su