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de la puerta y un último tenía<br />
un mirar intermitente como el<br />
de un celador cuidando a un<br />
recluso mientras vigila que no<br />
venga nadie más.<br />
— ¿Y qué es todo esto?—,<br />
le pregunté a Raymundo.<br />
— Nada— contestó —. Te<br />
lavaron el cerebro. Si no te<br />
cuidas te va a ir peor; cada<br />
que sacan a uno se<br />
encabronan otros.<br />
— ¿A quiénes? ¿Por qué?<br />
— A los que trabajan para<br />
mi abuelito — dijo un poco<br />
nervioso—. No pedirán<br />
permiso para atormentarte.<br />
Desistí de huir de la casa<br />
por el cansancio, eran las dos<br />
de la mañana. Me tiré en mi<br />
cama y el tercio de miradas<br />
me pareció producto de mi<br />
imaginación por el desvelo.<br />
Raymundo empezó a fumar<br />
otra vez frente al espejo. Su<br />
mirada denotó preocupación.<br />
Yo, mientras, dormí.<br />
Al despertar, Raymundo me<br />
miraba recargado en el marco<br />
de la puerta. Su cabeza se<br />
posaba en su hombro derecho<br />
como si fuera muy pesada<br />
para su cuello, no dejaba de<br />
temblar. Intenté pararme a<br />
preguntar qué hacía, pero me<br />
di cuenta que estaba desnudo.<br />
Traté de levantarme otra vez<br />
para buscar ropa y vestirme;<br />
pero mi cuerpo no<br />
reaccionaba, sólo podía mover<br />
mis ojos. El aire hacía un<br />
camino lento desde mi nariz a<br />
mis pulmones. Mis gritos se<br />
ahogaban al salir de mi boca.<br />
Raymundo sonrió con una<br />
fuerza desmedida, parecía<br />
que la piel de sus mejillas<br />
cubriría sus ojos. Se acercaba<br />
tambaleante como un ebrio,<br />
pero sin quitar su mirada ni su<br />
sonrisa de mí. Al llegar al<br />
borde de la cama acercó sus<br />
ojos a los míos.<br />
— Quisuis-je? — preguntó<br />
arrastrado su lengua envuelta<br />
en saliva. No pude<br />
responderle.<br />
— Quisuis-je?— volvió a<br />
preguntar, ahora, imitando la<br />
voz de un anciano a punto de<br />
romper en llanto. —Te daré<br />
una pista—, dijo mientras sus<br />
ojos se ponían en blanco—.<br />
Soy lo que nunca podrás<br />
conocer. El creador de tu<br />
desesperanza, y el culpable<br />
de todo lo que no ves. La<br />
gente me ama, y yo sólo les<br />
ofrezco una pequeñísima<br />
parte de mi felicidad…Quisuisje?<br />
— Raymundo, por favor.<br />
Termina esto ¿quieres? —, le<br />
dije.<br />
— Mal, mal, mal—,<br />
respondió cambiando sus<br />
expresiones faciales rápidamente.<br />
— ¿Quién eres? —, pregunté.<br />
Él comenzó a danzar, se<br />
llevó las manos a la barriga,<br />
pecho y ojos como si actuara<br />
las cosas. Brincaba mientras<br />
se movía de un lado a otro.<br />
— Mr. Nobody—, respondió<br />
con sadismo. —Extrañé jugar<br />
contigo, Julio — prosiguió—.<br />
Ni creas que me asustarías<br />
cuando supe que te querías<br />
volver a la iglesia, pero la<br />
mayoría no duran más de tres<br />
meses —, decía mientras<br />
giraba la cabeza de un lado a<br />
otro, como si buscara algo—.<br />
Debo confesar – continuó—<br />
que ahí no está Dios. Fui muy<br />
paciente para acomodar tu<br />
destino, y así jugar contigo,<br />
por una última vez.<br />
— ¡Raymundo, ya por favor!<br />
¡Ayúdame!—, grité desesperado<br />
hasta que por fin pude<br />
moverme.<br />
Corrí hasta el baño y me<br />
encerré. Humedecí mi rostro y<br />
tomé una toalla para cubrirme.<br />
Dejé la llave abierta para<br />
poder beber agua. Me miraba<br />
en el espejo y no podía<br />
reconocerme. Mi reflejo se<br />
movía a su voluntad, estaba<br />
tranquilo y su aspecto inquiría<br />
mi desesperación. A pesar de<br />
todavía sentirme paralizado,<br />
comencé a temblar. Mi reflejo<br />
se acercaba a verme como si<br />
yo fuera un animal de circo.<br />
Abrí la puerta del baño y rompí<br />
en llanto.<br />
— ¡Raymundo, no puedo<br />
más! —, gemí desconsolado y<br />
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