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nunca hay manera de hacer<br />

razonables a los novelistas y<br />

menos a los directores de<br />

películas”, comentó para sí<br />

mismo el demonio babilónico.<br />

siempre para cubrir la<br />

incapacidad de quienes no<br />

quieren ver más allá de sí<br />

mismos), además de que lo<br />

consideran un delirio más de<br />

no se les comprendiera”,<br />

pensó el demonio con<br />

melancolía. Y entonces llegó<br />

el sol. A diferencia de lo que<br />

muchos mal informados<br />

piensan, los seres infernales<br />

no le temen a la luz del día.<br />

Todo lo contrario, es cuando el<br />

sol brilla intensamente cuando<br />

mejor pueden actuar.<br />

Para aguardar la llegada del<br />

sol, Pazuzu se metió al patio<br />

de la iglesia de la Palma. Al<br />

entrar se acordó de una<br />

venerable leyenda ocurrida<br />

hace mucho tiempo en ese<br />

sitio. Fue ahí donde se<br />

reunieron Hernán Cortés, el<br />

Cid Campeador y Don Quijote<br />

para embriagarse y burlarse<br />

del Cristo de las Lágrimas que<br />

se venera en dicha iglesia. A<br />

los diablos les fascina esa<br />

historia, una de las más<br />

ilustres del barrio de la Meche.<br />

Todos los borrachos y léperos<br />

la conocen de memoria y<br />

procuran divulgarla, pues<br />

consideran a tales personajes<br />

como sus ancestros. Los<br />

académicos no hacen caso del<br />

relato, que les parece<br />

imposible (“las fechas no<br />

concuerdan” es el pretexto de<br />

gente venida a menos. Pero a<br />

Pazuzu siempre le pareció de<br />

gran interés, por ser una<br />

leyenda divertida y llena de<br />

encanto. “Esos tres españoles<br />

eran más diablos que yo<br />

mismo. Fueron una fuerza en<br />

su tiempo. Es una lástima que<br />

Pazuzu recibió el amanecer<br />

con alegría. Y la calle se fue<br />

llenando de gente. Los<br />

puestos con mercancía se<br />

iban colocando. Los tamales y<br />

el atole aparecieron<br />

prodigiosamente por todos<br />

lados. Y por supuesto, ya las<br />

mercenarias del amor<br />

iniciaban sus benéficas<br />

labores. Hacía un poco de frío,<br />

así que todavía no dejaban ver<br />

ellas gran cosa de su carne.<br />

Algunas, bromistas, salieron<br />

disfrazadas de brujas. “¡Para<br />

chuparles mejor!”, comentaban<br />

maliciosas, riéndose con<br />

Y por supuesto, ya las mercenarias del amor iniciaban sus benéficas<br />

labores.<br />

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