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que ya estaban cerradas.<br />

Finalmente se detuvo ante un<br />

portal y sacó unas llaves que<br />

tintinearon en el silencio de la<br />

calle.<br />

La muchacha echó a correr<br />

hacia él. Si lo dejaba entrar, tal<br />

vez jamás volvería a tener la<br />

oportunidad de hablarle. Y<br />

hablarle era lo que más había<br />

deseado en la vida: poder<br />

hacerle preguntas sobre sus<br />

libros, sobre sí mismo,<br />

simplemente escuchar su voz...<br />

“Ojalá aguante hasta<br />

Pesach...” La noche está<br />

cayendo sobre su vivienda,<br />

pero no hay ninguna luz<br />

encendida en la habitación; la<br />

vela que tenía se acabó de<br />

consumir esta madrugada.<br />

Poco a poco la sombra va<br />

envolviendo los objetos. Tiene<br />

fiebre y los recuerdos de las<br />

fiestas judías se mezclan en<br />

su mente con los sueños o<br />

con imágenes que él cree que<br />

son recuerdos. Está<br />

temblando. Le parece que el<br />

ruido de sus huesos chocando<br />

entre sí es un anuncio de<br />

cómo será la muerte, cuando<br />

sobrevenga. Tuvo muchos<br />

conflictos con su identidad<br />

judía, quizá por ser demasiado<br />

crítico, o porque en el fondo la<br />

culpaba por no poder sentirse<br />

un verdadero escritor alemán.<br />

Pero disfrutaba tanto las<br />

fiestas de Pascua... Las<br />

muchachas judías, con sus<br />

canastas llenas de flores...<br />

—Dobrý večer —le dijo:<br />

“Buenas noches”. Era una de<br />

las pocas expresiones que<br />

conocía en checo. Estaba tan<br />

nerviosa que no se le ocurrió<br />

hablarle en alemán. Ella había<br />

leído en alemán todos sus<br />

libros.<br />

—Dobrý večer —le contestó<br />

el hombre. Su voz la<br />

desilusionó: era demasiado<br />

común. Una voz agradable, de<br />

joven que lleva una buena<br />

vida y está sano. Sin embargo,<br />

no perdió la esperanza.<br />

—Entschuldigung —continuó<br />

en alemán—, ¿es usted...?<br />

—No —la interrumpió el<br />

hombre, con una sonrisa—. Mi<br />

nombre es Jan Palach.<br />

—Perdón —la muchacha se<br />

sintió ridícula.<br />

—No se preocupe. No es<br />

usted la primera que me toma<br />

por un fantasma.<br />

—Perdón —repitió ella, roja<br />

de vergüenza.<br />

—Buenas noches —se<br />

despidió el hombre, aún<br />

sonriendo, y todavía la<br />

aleccionó como si fuera una<br />

niña, haciéndola sentir todavía<br />

peor:<br />

—Los fantasmas no existen,<br />

señorita. Los que sí existen y<br />

sí dan miedo son los tanques<br />

soviéticos. Cuídese.<br />

—Los fantasmas no existen, señorita. Los que sí existen<br />

y sí dan miedo son los tanques soviéticos. Cuídese.<br />

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