la experiencia. Pero el curanderismo político sólo da resultados en épocas y en períodos en quepredomina la rutina. Una época de grandes virajes históricos ya no tolera las hazañas de loscuranderos. La experiencia no es suficiente entonces, ni siquiera cuando está inspirada por laintuición. Es preciso un método materialista que permita descubrir, tras las sombras chinescas de losprogramas y las consignas, el movimiento real de los cuerpos de la sociedad. La premisa real de unarevolución consiste en la incapacidad del régimen social existente para resolver los problemasfundamentales del desarrollo de un país. Pero ni aun así la revolución será posible si entre losdiversos componentes de la sociedad no aparece una nueva clase capaz de tomar las riendas de lanación para resolver los problemas planteados por la historia. Una revolución se abre caminocuando las tareas objetivas, producto de las contradicciones económicas y de clase, logranproyectarse en la conciencia de las masas humanas vivientes, la modifican y establecen una nuevarelación política de fuerzas; por su incapacidad manifiesta para librar al país del atolladero, lasclases dirigentes pierden fe en si mismas, los viejos partidos se descomponen, librarse una luchaencarnizada entre grupos y camarillas, todas las esperanzas se depositan en un milagro o untaumaturgo. Aquí reside una de las premisas políticas de la insurrección, fundamental, pero pasiva.Por su parte, la nueva conciencia política de la clase revolucionaria, principal premisa táctica de lainsurrección, se manifiesta en una colérica hostilidad hacia el orden constituido y en ladeterminación de empeñar los esfuerzos más heroicos, de sufrir inmolaciones dolorosísimas parasacar al país del marasmo en que se debate. Los dos campos protagónicos –el de los grandespropietarios y el de la clase obrera – no suman, si embargo, la totalidad de la nación. En medioestán las amplias capas de la pequeña burguesía, recorriendo la gama del prisma económico ypolítico. El descontento de las capas intermedias, su desilusión ante la política de la clase dirigente,su impaciencia y su rebeldía, su inclinación a sostener la iniciativa audazmente revolucionaria delproletariado, constituyen el tercer requisito político de la insurrección, pasivo en parte, ya quegracias a él se neutralizan las altas capas de la pequeña burguesía, pero también activo, en cuantoempuja a los sectores pobres a luchar directamente, codo con codo con los obreros. Es evidente queestas premisas se condicionan las unas a las otras: cuanta más resolución y firmeza muestre elproletariado, y mayores sean las posibilidades de arrastrar a las capas intermedias, tanto más aisladase sentirá la clase dominante, amyor será su desmoralización política. Por su parte, ladescomposición de los sectores dirigentes lleva agua al molino de la clase revolucionaria. Elproletariado sólo puede adquirir esa confianza en su poderío, indispensable para lanzarse a lainsurrección, cuando descubre ante sus ojos una clara perspectiva, cuando tiene la posibilidad deverificar activamente una relación de fuerzas que evoluciona a favor suyo y cuando se sabe dirigidopor una jefatura inteligente, firme y audaz. Esto nos conduce a la última condición, pero no lamenos importante para la conquista del poder: el partido revolucionario como vanguardiasolidariamente unida y templada de la clase... En general, como lo demuestra la Comuna de París,las revoluciones alemanas y austriaca de 1918, los soviets de Hungría y de Baviera, la revoluciónitaliana de 1919, la crisis alemana de 1923, la revolución china de los años 1925-27 y la revoluciónespañola de 1931, el eslabón más débil de la cadena de condiciones ha sido, hasta ahora, el partido:lo más difícil para la clase obrera consiste en crear una dirección revolucionaria que esté a la alturade sus tareas históricas. En lo países más viejos y más civilizados, hay fuerzas considerables quetrabajan para debilitar y desintegrar la vanguardia revolucionaria. Buena parte de esta tareacorresponde a la socialdemocracia y su lucha contra el ‘blanquismo’, denominación bajo la cual seengloba la esencia revolucionaria del pensamiento marxista».León Trotsky ob. cit.
80Instrumento y momento«El error en que se cae frecuentemente en el análisis histórico-político consiste en no saberencontrar la relación justa entre lo orgánico y lo ocasional. Se llega así a exponer comoinmediatamente activas causas que operan, en cambio, de una manera mediata o, por el contrario, aafirmar que las causas inmediatas son las únicas eficientes. En un caso se tiene un exceso de‘economicismo’ o de doctrinarismo pedante; en el otro, un exceso de ‘ideologismo’; en un caso sesobreestiman las causas mecánicas, en el otro se exalta el elemento voluntarista e individual. Ladistinción entre ‘movimientos’ y hechos orgánicos y de ‘coyuntura’ u ocasionales, debe ser aplicadaa todas las situaciones, no sólo a aquellas en donde se verifica un desarrollo regresivo o de crisisaguda, sino también a aquellas en donde tiene lugar un estancamiento de las fuerzas productivas. Elnexo dialéctico entre los dos órdenes de movimiento y en consecuencia de investigación, esdifícilmente establecido con exactitud; y si el error es grave en la historiografia, es aún más graveen el arte político, cuando no se trata de reconstruir la historia pasada sino de construir la presente yfutura».A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo
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