vocesvocesvoces @ gmail . com - Revista Voces - Blog
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Sigamos tomándolo <strong>com</strong>o ejemplo a usted<br />
—no piense en escaparse— y conjeturemos<br />
que, a pesar de su salario de 13 USD o de las<br />
exiguas ganancias de su cafetería privada, usted<br />
no quiere renunciar a expresarse en las<br />
redes sociales. Un amigo le hace llegar los pasos<br />
para conectar su móvil a Twitter, su hermano<br />
que vive en Costa Rica le promete que<br />
le recargará vía Internet su móvil para que<br />
pueda publicar a través de mensajes de<br />
textos… Y usted tiene tanto que decir, ha callado<br />
durante tanto tiempo... Una vez <strong>com</strong>enzado<br />
el exorcismo en 140 caracteres, enseguida<br />
Cubacel le da algunos regaños cortándole<br />
el servicio brevemente, empiezan a aparecer<br />
rostros nuevos en su barrio —detrás de las columnas<br />
y las escaleras—, sus amigos ya no llaman<br />
a su casa porque usted se ha vuelto un<br />
“ciber-guerrero” de esos que salen en la televisión<br />
nacional tecleando en una laptop<br />
mientras de la pantalla brota un helicóptero<br />
artillado. Respira profundo. Aferra el móvil a<br />
su mano y se pregunta si lo mismo le ocurrirá<br />
a twitteros que se pasan el día tecleando consignas.<br />
¿Será que ella también logra actualizar<br />
su estado desde un móvil que le costea algún<br />
pariente exiliado? ¿O por el contrario goza de<br />
uno de esos ordenadores conectados permanentemente<br />
a internet que no trastocan kilobytes<br />
transmitidos en los correspondientes<br />
pesos convertibles? Comienza a <strong>com</strong>prender<br />
entonces —o ya lo intuía— que todo el sistema<br />
está diseñado para que usted se sienta culpable<br />
de tener un móvil, se avergüence de mantener<br />
una cuenta de Twitter y, sobre todo,<br />
evite usar ésta para que su pequeña vocecita<br />
—singular y diferente— se haga oír en la aldea<br />
global. Su hermano de Costa Rica pasa a ser<br />
representado por la propaganda oficial <strong>com</strong>o<br />
un empleado de la CIA y varios lectores que a<br />
cada rato le recargan el teléfono son algo<br />
menos —sólo un poco menos— que Satán. Y<br />
usted está en medio de la sala, a punto de<br />
lanzar el celular por el balcón, de llamar a<br />
ETECSA y decirle que se metan el servicio por<br />
los entresijos de su cable coaxial, pero se<br />
aguanta. No va a dejarse atrapar en la mentalidad<br />
del opresor, no va a dejar que la mano<br />
que le extiende un alpiste menguado y húmedo,<br />
le haga creer que la jaula es preferible al<br />
arriesgado vuelo de la libertad.<br />
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