Benedetti, Mario - El porvenir de mi pasado
Benedetti, Mario - El porvenir de mi pasado
Benedetti, Mario - El porvenir de mi pasado
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué tenes esa cara <strong>de</strong> loco?<br />
-¿Que qué me pasa? Usted, justamente usted, ¿no se imagina lo que me<br />
pasa?<br />
-Cálmate, muchacho.<br />
-No me voy a calmar. De ninguna manera. Hoy usted fue a tomar café al<br />
cuartito con la señorita Rodríguez, ¿sí o no?<br />
-Como todas las tar<strong>de</strong>s.<br />
-Pero hoy se olvidaron <strong>de</strong> pasar la llave y yo entré sin llamar. No sabía<br />
que ahí estaban uste<strong>de</strong>s, pero entré. Ni usted ni ella me vieron, estaban<br />
<strong>de</strong>masiado ocupados, pero yo sí los vi y se estaban besando. En la boca.<br />
Asquerosos.<br />
-Pero ¿<strong>de</strong> qué estás hablando?<br />
-De que usted y ella se chuponeaban. Inmundos.<br />
-No te lo per<strong>mi</strong>to. A ver si te portas con un poco <strong>de</strong> respeto. Tarado.<br />
-¿Usted le tenía mucho respeto cuando la besuqueaba?<br />
Re<strong>mi</strong>gio hizo un movi<strong>mi</strong>ento rápido y sacó un revólver <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong>l<br />
pantalón.<br />
Pegué un salto tratando <strong>de</strong> frenar aquella locura, pero él me volvió a<br />
gritar:<br />
-¡Vos no te muevas! ¡Vos sólo sos testigo! -con un pañuelo bastante<br />
sucio se secó el sudor <strong>de</strong> la frente.<br />
-¿Quieren que les diga una cosa? A la señorita Rodríguez ya la maté. Allá<br />
está muerta, en el cuartito. Por cochina. Andá a besarla ahora, jefe, ya<br />
que te gusta tanto. Andá a buscar el cadáver, todavía está calentito.<br />
-¡No inventes! -le grité ahora. La verdad es que yo no sabía qué hacer.<br />
-No invento. Está bien muerta. Y ahora -apuntó al jefe- te voy a matar a<br />
vos, <strong>de</strong>generado. Para que los velen juntos, como a Romeo y Julieta.<br />
<strong>El</strong> movi<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong>l jefe fue sorpresivo e instantáneo, como <strong>de</strong> un tipo<br />
habituado a enfrentar situaciones lí<strong>mi</strong>te. Era evi<strong>de</strong>nte que, <strong>mi</strong>entras el<br />
otro vociferaba, había ido abriendo <strong>de</strong> modo casi imperceptible la gaveta<br />
<strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha, y <strong>de</strong> pronto lo vi a él también empuñando un arma.<br />
Ese instante fue <strong>de</strong>cisivo. Los dos apretaron casi simultáneamente los<br />
gatillos, pero el jefe fue más rápido y sobre todo más certero. Re<strong>mi</strong>gio<br />
se <strong>de</strong>rrumbó. Tuve la impresión <strong>de</strong> que estaba muerto. Y sí, estaba. <strong>El</strong><br />
tiro <strong>de</strong> Re<strong>mi</strong>gio no había alcanzado a su <strong>de</strong>stinatario, pero había roto el<br />
cristal <strong>de</strong> una ventana.<br />
Con el arma todavía en la mano, el jefe respiró profundamente y luego<br />
se sentó. Estaba pálido. Parecía tener diez años más.<br />
Los disparos habían resonado en todo el edificio. La puerta volvió a<br />
abrirse bruscamente y esta vez sirvió <strong>de</strong> marco a un racimo <strong>de</strong> diez o<br />
doce rostros, con gran<strong>de</strong>s ojos abiertos y labios temblorosos. Y lo más<br />
inesperado: por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> todos ellos también apareció el rostro y sobre<br />
todo la voz <strong>de</strong> la señorita Rodríguez, preguntando entre sollozos: «¿Qué<br />
pasó?, ¡díganme qué pasó!, ¡por favor!, ¡por favor!, ¡díganme qué<br />
pasó!».<br />
Demoramos como seis meses en volver a la rutina. Pero volvimos. Los<br />
cambios fueron pocos pero importantes. <strong>El</strong> cuartito <strong>de</strong>l café fue<br />
clausurado y la señorita Rodríguez pidió traslado al Archivo General <strong>de</strong> la<br />
16