Benedetti, Mario - El porvenir de mi pasado
Benedetti, Mario - El porvenir de mi pasado
Benedetti, Mario - El porvenir de mi pasado
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
e imaginativo.<br />
Por otra parte, la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Ezequiel no sólo consistía en<br />
reunirse periódicamente con sus a<strong>mi</strong>gos <strong>de</strong> siempre, sino también, y<br />
sobre todo, en disfrutar <strong>de</strong> su soledad. Había cuatro o cinco cafés, <strong>de</strong><br />
clásico prestigio, en los cuales, sin que nadie lo supiera (ni siquiera<br />
Albertina, que por lo general a esas horas ensayaba), se refugiaba en<br />
alguna mesa <strong>de</strong> un rincón, y allí leía y sobre todo meditaba: sobre un<br />
caótico mundo a ajustar, sobre el Dios que seguramente no existía,<br />
sobre la vaga posibilidad <strong>de</strong> tener un hijo, y varios etcéteras <strong>de</strong> menor<br />
cuantía. La catástrofe sobrevino precisamente en uno <strong>de</strong> esos retiros,<br />
una húmeda tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> niebla.<br />
Estaba leyendo, con renovado interés, a Günter Grass, pero al dar vuelta<br />
una página <strong>de</strong> <strong>El</strong> tambor <strong>de</strong> hojalata, <strong>mi</strong>ró distraídamente hacia la calle<br />
¿y qué vio? Nada menos que a la <strong>mi</strong>smísima Albertina que ca<strong>mi</strong>naba<br />
tiernamente abrazada con un tipo alto, apuesto, <strong>de</strong> bigote, que por<br />
cierto no figuraba en su riguroso fichero <strong>de</strong> actores. Frente <strong>mi</strong>smo a la<br />
<strong>mi</strong>rada <strong>de</strong> Ezequiel, pero sin verlo, el abrazo se hizo más estrecho y él<br />
pudo comprobar la expresión alegre y hasta conmovida <strong>de</strong> su mujer.<br />
Ezequiel cerró el libro <strong>de</strong> un rudo golpe, pagó la consu<strong>mi</strong>ción y allí<br />
<strong>mi</strong>smo supo lo que iba a hacer. Cualquier cosa menos cornudo. No tenía<br />
vocación <strong>de</strong> asesino, en consecuencia no los iba a matar. Pero podía<br />
matarse él. Eso sí, matarse él. Repasó mentalmente su viejo repertorio<br />
<strong>de</strong> suicidios, que nunca había creído utilizar. Pero ahora sí. Decidió que<br />
lo mejor (final sin sufri<strong>mi</strong>ento) era el tiro en la sien. Tomó un taxi<br />
porque <strong>de</strong> pronto se sintió invadido por una extraña urgencia. En veinte<br />
<strong>mi</strong>nutos estuvo en su casa. Ya en su estudio, abrió el cajón <strong>de</strong> la<br />
<strong>de</strong>recha don<strong>de</strong> estaba el invicto revólver. Lo cargó cuidadosamente.<br />
Luego pensó que <strong>de</strong>bía escribirle unas líneas a Albertina para explicarle<br />
su <strong>de</strong>cisión. Y también para que sufriera un poco, qué jo<strong>de</strong>r. Porque<br />
estaba seguro <strong>de</strong> que iba a sufrir. Merecidamente. Dobló el papel, lo<br />
metió en un sobre, en cuyo exterior escribió: Para Albertina. Luego<br />
empuñó el arma.<br />
Fue en ese penúltimo instante que sonó la voz alegre <strong>de</strong> su mujer:<br />
«¡Ezequiel! ¡Ezequiel! Llegó Rubén, <strong>mi</strong> hermano menor. Sin avisarme.<br />
¿Qué te parece? Hace cinco años que no lo veía, lo <strong>de</strong>jé como un<br />
adolescente y <strong>mi</strong>ra ahora qué hombre. Aquí está». Y ahí estaba.<br />
Precisamente el hombre con el que ella había <strong>pasado</strong> abrazada frente al<br />
café.<br />
Ezequiel escondió rápidamente el sobre en un tomo <strong>de</strong> ensayos y <strong>de</strong>jó<br />
caer el revólver en su gaveta <strong>de</strong> siempre. Después ya no pudo<br />
contenerse, y ante el estupor <strong>de</strong> los dos hermanos, rompió a llorar con<br />
<strong>de</strong>sconsuelo.<br />
CUARTETO<br />
Marcela tuvo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre, tres enamorados: Felipe, Ambrosio y<br />
Gustavo. Increíblemente, el profundo vínculo que unía a los tres<br />
24