Benedetti, Mario - El porvenir de mi pasado
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<strong>de</strong>spertó y advirtió que <strong>mi</strong> cuerpo se estremecía. Pero yo no estaba<br />
llorando, simplemente estaba atrapado en una crisis <strong>de</strong> bostezos,<br />
suspiros y estornudos. Al fin pu<strong>de</strong> <strong>mi</strong>rarla con auténtica tristeza y<br />
balbuceé: «Es horrible pero ya no te quiero. Y lo peor es que quiero a<br />
otra. Sé que no te mereces este abandono, pero qué voy a hacer».<br />
PASOS DEL HOMBRE<br />
<strong>El</strong> hombre ca<strong>mi</strong>naba por el sueño, pero no por el propio. Ca<strong>mi</strong>naba por<br />
el sueño <strong>de</strong> los otros.<br />
Pongamos que <strong>de</strong> una infancia cualquiera le llegaran unos ojos azules y<br />
una sonrisa <strong>de</strong> burla prematura. ¿Por qué? ¿Para quién? ¿Des<strong>de</strong> dón<strong>de</strong>?<br />
Imposible saberlo, ni siquiera imaginarlo.<br />
O pongamos que en una playa poco menos que <strong>de</strong>sierta, un hombre y<br />
una mujer, <strong>de</strong>snudos como el cielo, hacían un amor que era exclusivo. <strong>El</strong><br />
hombre intuyó que algún día. Pero <strong>mi</strong>entras tanto contempló el agua,<br />
que <strong>de</strong> a ratos quedaba casi inmóvil. Sabía que era salada. Lo sentía en<br />
los labios, en la lengua, en la garganta. Y que estaba viva, porque los<br />
peces saltaban, para aleluya y bacanal <strong>de</strong> las gaviotas.<br />
Nunca pensó que lo traicionaran. Y ocurrió sin embargo. Sintió que el<br />
corazón o el hígado o el estómago se le habían encogido. Se quedó con<br />
la infa<strong>mi</strong>a en la mano vacía, como si el tiempo lo <strong>de</strong>sconociera, más aún,<br />
como si el tiempo lo cegara.<br />
Por suerte el amor borró las traiciones, llenó los días y organizó el<br />
disfrute. Decidió entonces ca<strong>mi</strong>nar por ese sueño ajeno, que <strong>de</strong> tan<br />
ajeno se le volvió propio. Y se encontró con que el paisaje había<br />
cambiado, que en el alma le habían nacido lucernas, claraboyas, y que<br />
las rebanadas <strong>de</strong> soledad ya no le herían.<br />
Recordó el alerta <strong>de</strong> Cernuda: «¿Adon<strong>de</strong> va el amor cuando se olvida?».<br />
Y presintió que acaso se insertara en un sueño, vaya a saber cuál.<br />
Después <strong>de</strong> todo, los amores olvidados son pesadillas dulces.<br />
Así, hora tras hora, día tras día, los pasos <strong>de</strong>l hombre lo fueron<br />
acercando a la armonía final <strong>de</strong> la memoria. <strong>El</strong> espejo le <strong>de</strong>volvió canas<br />
y arrugas, ceño y ojeras, ojos grises <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconcierto, pero también un<br />
halo <strong>de</strong> esperanza. Y bueno, <strong>de</strong>cidió afiliarse a ese fulgor mínimo y con<br />
él se abrió paso en la maleza, convencido <strong>de</strong> que ahí nomás empezaba el<br />
futuro. Y así era.<br />
SOÑAR EN VOZ ALTA<br />
Luciano no se encontraba muy a menudo con su padre. A la madre, en<br />
cambio, la veía más frecuentemente, pero más por sentido <strong>de</strong><br />
responsabilidad que por cariño. Como cualquier hijo <strong>de</strong> padres<br />
divorciados, Luciano se sentía un poco huérfano. No bien pudo se<br />
in<strong>de</strong>pendizó, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un noviazgo normal y no muy dilatado se<br />
había casado con Cecilia.<br />
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