Benedetti, Mario - El porvenir de mi pasado
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llevó su mano a la zona en conflicto. Lisa, completamente lisa. Qué<br />
contradicción, pensó Tomás con amargura: rostro hermoso, ojos<br />
expresivos, pechos turgentes, piernas bien torneadas. Y sin ombligo.<br />
Lentamente retiró la mano, confirmando ante sí <strong>mi</strong>smo que <strong>de</strong>l cuerpo<br />
femenino lo que más le atraía era el ombligo.<br />
Contempló a la mujer <strong>de</strong>snuda y la <strong>mi</strong>rada fue sobre todo <strong>de</strong> piedad.<br />
Sintió que se había puesto pálido y <strong>de</strong>sconcertado. <strong>El</strong>la, sin per<strong>de</strong>r la<br />
calma, dijo: «No seas bobo. No lo tomes así. Ya estoy acostumbrada. Es<br />
la cuarta vez que me ocurre. Te confieso que la única vez que llegué a<br />
algo fue con un señor que, casualmente, tampoco tenía ombligo».<br />
AH, LOS HIJOS<br />
A medida que se iba acercando al sueño, y sin que siquiera se lo hubiera<br />
propuesto, Raquel, viuda <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tres años, se <strong>de</strong>dicó a pensar en<br />
sus hijos. Primero jugueteó con los nombres. Vaciló entre pensarlos por<br />
or<strong>de</strong>n alfabético o por or<strong>de</strong>n cronológico. Al cabo <strong>de</strong>l segundo bostezo,<br />
se <strong>de</strong>cidió por el alfabeto.<br />
ANA. Exiliada voluntariamente en Nueva York, allí había estado el<br />
fatídico 11 <strong>de</strong> septiembre. Presente y ausente, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos y cerca,<br />
asistió al <strong>de</strong>rrumbe <strong>de</strong> la segunda torre gemela. Nunca tuvo los ojos tan<br />
abiertos.<br />
Nunca las manos le temblaron tanto. Nunca el corazón le envió tantos<br />
mensajes. Al día siguiente se enteró <strong>de</strong> que habían muerto cinco <strong>mi</strong>l;<br />
otros redujeron la cifra a tres <strong>mi</strong>l. Cuántos, ¿no? De pronto recordó que<br />
en Hiroshima murieron cien <strong>mi</strong>l y en Nagasaki ochenta <strong>mi</strong>l, pero hoy<br />
nadie hace enojosas comparaciones. Total, aquéllos eran japoneses. Parece<br />
que, pese a todo, y a todas las amenazas que circulan, Ana se<br />
quedará en Nueva York. Dice que la ciudad le gusta. Casi todos sus<br />
a<strong>mi</strong>gos <strong>mi</strong>litan en lo que podría llamarse Partido <strong>de</strong> la Abstención, sin<br />
duda el mayoritario. <strong>El</strong>la los anima a votar: No es que exista un<br />
candidato i<strong>de</strong>al, les dice, pero siempre hay uno que es menos peor que<br />
el otro. No le hacen caso. Hace mucho que se les <strong>de</strong>shilachó la<br />
confianza. Mejor es ir al baseball o escuchar discos antediluvianos <strong>de</strong><br />
Sinatra o <strong>de</strong> Louis Armstrong. Así y todo, se casó con un ingeniero<br />
abstencionista y vive relativamente feliz. Su trabajo en la ONU (lo ganó<br />
en concurso) le resulta estimulante. Es lindo juntarse en la cafetería con<br />
funcionarios o <strong>de</strong>legados franceses, ecuatorianos, napolitanos,<br />
australianos, chilenos, sudafricanos, etcétera. <strong>El</strong> único esperanto en que<br />
se entien<strong>de</strong>n es el inglés y se divierten bastante con aquel chapurreo en<br />
clave mayor, aquel idioma que nadie do<strong>mi</strong>na.<br />
CARLOS. Tal vez fue su favorito. Catorce años es poca vida. Nunca tuvo<br />
ánimos para reconstruir su final, para no ahogarse ella también en aquel<br />
naufragio absurdo. Que aprendiera a nadar, se lo dijo <strong>mi</strong>l veces. Y él<br />
siempre retrucaba: ¿Para qué? La vida, o más bien la muerte,<br />
<strong>de</strong>mostraron para qué. Como siempre que piensa en ese hijo, que sueña<br />
con él, la almohada se le empapa <strong>de</strong> llanto.<br />
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