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queza de la naturaleza humana como fin en sí», se encuentrafuera del ámbito que Historia y conciencia de clase se proponeconsiderar. La explotación capitalista pierde este aspecto objetivamenterevolucionario y no se comprende el hecho de que «esíedesarrollo de las facultades del género hombre, aunque se logresobre todo a expensas de la mayoria de los individuos y de ciertasclases de hombres, acaba por romper este antagonismo y porcoincidir con el desarrollo del individuo, de modo que un gradomás alto de evolución de la individualidad sólo se alcanza al pre-icío de un proceso histórico en el cual los individuos son sacrificados»(Teorías sobre la plusvalía). De este modo, la presentacióntanto de las contradicciones del capitalismo como delrevolucionamiento del proletariado reciben involuntariamente elacento de un subjetivismo dominante.Se reduce así y se deforma también el concepto de praxis, que esfundamental para este libro. También en relación con este problemaquise partir de Marx y traté de liberar sus conceptos detodas las deformaciones burguesas tardías, para hacerlos aptos alas necesidades del gran salto revolucionario en el presente. Antetodo, en aquel tiempo no me cabía la menor duda de que eranecesario superar de forma radical el carácter meramente contemplativodel pensamiento burgués. Por consiguiente, la concepciónde la praxis revolucionaria de este libro es algo excesiva,lo que estaba de acuerdo con el utopísmo mesiánico del comunismode izquierda de entonces, pero no con la auténtica- teoríade Marx. Desde el punto de vista de aquel período histórico, escomprensible que, en la lucha contra las concepciones burguesasy oportunistas en el, interior del movimiento obrero —que exaltabaun conocimiento aislado de la praxis, presuntamente objetivopero separado efectivamente de cualquier praxis— es comprensibleque mi poiémica (justificada en gran medida) sedirigiera contra la exaltación y la sobrestimación de la contemplación.La crítica de Marx a Feuerbach reforzó aún más estaactitud mía. Sólo que no tuve en cuenta que sin una base en lapraxis real, en el trabajo como su forma originaria y su modelo,la exaltación del concepto de praxis se convierte necesariamente enla exaltación de una contemplación idealista.Asi quise distinguir de cualquier ^tanteo de opiniones» empirista(desde luego, esta expresión no estaba de moda entonces) lajusta y auténtica conciencia de clase del proletariado, confiriéndoleuna irrefutable objetividad práctica. Pero no me fue posiblellegar solo a la formulación de una conciencia de clase «.otorgada».Yo tenía en mente lo que Lenin afirma en ¿Qué hacer?cuando dice que, a diferencia de la conciencia tradeunionista quesurge espontáneamente, la conciencia de clase socialista es introducida«desde fiicra», «es decir, fuera de la lucha económica,de .'a esfera de las relaciones entre obreros ij patronos» (Lenin:Obras completas, ed. Política, La Habana 1963. tomo V, p. ^91).Asi pues, lo que para mi era una intención subjetiva, para Leninera, el /e,sultado ¡d^l análisis auténticamente marxista de un mo^>

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