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4.1.5._Cabanne_-_Conversaciones_con_Marcel_Duchamp

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Pierre <strong>Cabanne</strong> C o n v e r s a c i o n e s c o n M a r c e l D u c h a m p 5positivo en el que aparece una distinta actitud del creador en el centro mismo del hecho en brutoque es la obra, imbuida a partir de ese momento de resplandecientes poderes. Si, tal como pretende<strong>Duchamp</strong>, la palabra «arte» proviene del sánscrito y significa «hacer», todo resulta claro a partirde ese momento.Sus actos y sus lecciones han propuesto, y finalmente determinado, una higiene moral que hatomado resueltamente a <strong>con</strong>trapelo el <strong>con</strong>ocimiento cultural y plástico de cuatro siglos dehumanismo. Han destruido la comodidad intelectual de una época en la que los museos siguensiendo <strong>con</strong>siderados como centros de la cultura y los «maestros» como semidioses llamadosPicasso, Matisse o Rouault. <strong>Marcel</strong> <strong>Duchamp</strong> se ha puesto de nuevo el sombrero de mago que elviejo M. Degas deploraba haber perdido: «Ahora mis secretos corren por las calles» decía esteúltimo tristemente. Gracias al hijo rebelde de un notario normando vemos esos secretos cogidos enla trampa de la inteligencia, la lucidez y el humor. Pero <strong>Duchamp</strong> se ha sentado encima delsombrero.<strong>Marcel</strong> <strong>Duchamp</strong> habla <strong>con</strong> una voz reposada, tranquila, sin gritos; su memoria es prodigiosa,las palabras que utiliza no se deben a un automatismo o a un hábito, como sucede cuando seresponde por enésima vez a la misma pregunta, sino que se deben a una elección; no debe olvidarseque ha escrito Conditions d'un langage: Recherche des Mots premiers. Una sola preguntaprovocó en él una viva reacción: la penúltima, en la que le dije si creía en Dios. Como se veráutiliza frecuentemente la palabra «cosa» para nombrar sus propias creaciones y «hacer» paraevocar sus actos creadores. Las expresiones «juego» y «es divertido», «Quise divertirme»,aparecen a menudo; son los hitos irónicos de la demostración de su no-actividad.<strong>Marcel</strong> <strong>Duchamp</strong> lleva siempre una camisa de color rosa <strong>con</strong> finas rayas verdes, fuma<strong>con</strong>tinuamente puros habanos (unos diez al día), sale poco, no ve a muchos amigos y no asiste ni aexposiciones ni museos. Los numerosos jóvenes que re<strong>con</strong>ocen su influencia van poco a verle y élno se interesa mucho en su extraordinaria posteridad. «Soy un prototipo, dice. Cada generacióntiene uno». A todo lo que ocurre a su alrededor le opone la inquebrantable serenidad de sudespreocupación. Afirma: «No hay solución porque no hay problema». I<strong>con</strong>oclasta, lo esprimordialmente de sí mismo, jugador, va hasta el límite del azar. Cuando Le Gran Verre, que lehabía costado ocho años de trabajo, se rompió, no lo reparó en el sentido físico de la expresión; al<strong>con</strong>trario, admitió <strong>con</strong> una visible satisfacción esos signos del destino, que no poseía antes delaccidente, y los incorporó a su obra.<strong>Marcel</strong> <strong>Duchamp</strong> es uno de los hombres más célebres de América; desde 1913, cuandoaparecieron por primera vez sus obras en el Armory Show, se admite que es el primer y másinventivo revelador de este tiempo, que está repleto de una especie humana a la que él se declaraextraño: los artistas. <strong>Duchamp</strong>, investigador, es el Frenhofer del siglo XX, pero no se le hanquemado sus obras, como le ocurrió al personaje de Balzac: las ha abandonado para que siganviviendo por sí mismas su propia existencia mientras él seguía, impenetrable, su carrera de padredesnaturalizado <strong>con</strong>, tal como escribía hace ya cincuenta años Apollinaire, «una fuerza que resultadifícil imaginarse».Aureolado a uno y otro lado del Atlántico por la totalmente nueva y deslumbrante gloria que lehan dado sus hijos, nietos, sobrinos y primos, de Rauschenberg a Jim Dine, de Oldenburg aRosenquist, <strong>Duchamp</strong> es <strong>con</strong>siderado en Francia más bien como un mito. Yo le observabaatentamente en la inauguración del Cheval majeur de <strong>Duchamp</strong>-Villon, en casa de Louis Carré; suescasa estatura, su dulce palabra, su aspecto ligeramente ficticio, su forma de «deslizarse» entrelos asistentes <strong>con</strong> una humildad molesta, <strong>con</strong>fieren a su persona una especie de difuminación.Tiene más el aspecto de existir en otra parte que de estar allí donde se encuentra. A su mododes<strong>con</strong>fía del «mirador».Mientras realizábamos estas entrevistas me dijo «Esto es algo que cae por su propio peso».Efectivamente, no hay nada que aparezca más como algo natural, transparente y claro como lavida, la obra y la persona de <strong>Marcel</strong> <strong>Duchamp</strong>.

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