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noviembre - LiahonaSud

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Nos acercamos a una casa a la quele hacía falta una mano de pintura;bajo uno de los focos de luz,Laurence se fijó en el número quetenía anotado y apuntó con el dedohacia la casa.—Esa es —afirmó. Respirandohondo, me dirigí a la puerta delfrente, con mi hermano junto a mí.De inmediato llamé, antes de queme faltara el valor. Sentía el corazónlatiéndome apresuradamente. Almomento, una mujer, que supusesería su madre, nos abrió la puerta.Parecía mayor de lo que la habíaimaginado y tenía aspecto decansada.—Buenas noches, señora —ledije—. ¿Está su hijo?—¿Para qué lo quieren? —preguntó con un tono de desconfianzaen la voz.—Él estuvo esta noche en nuestraiglesia, y no lo tratamos con amabilidad—le expliqué, tartamudeando—.Quiero pedirle disculpas einvitarlo a que vuelva.Se cruzó de brazos y nos miró defrente. En sus ojos pude ver la expresiónde indignación por el modo enque habíamos tratado a su hijo.Sin prestarme atención, se dirigióa Laurence, diciendo:—Gracias por haber venido, perono creo que él tenga interés envolver.Mientras la puerta se cerraba, mihermano hizo un último intento dereafirmar nuestro arrepentimiento.—Los muchachos cometieron unerror y sé que están muy arrepentidos.Los conozco bien. ¡Eso no volverá asuceder!Pero la puerta se cerró antes deque terminara, y, por segunda vezaquella noche, sentí como unapunzada por mis acciones.—¿Crees que volverá alguna vez?—le pregunté ansiosamente a mihermano.—Lo dudo —respondió Laurencellanamente.Hablamos muy poco en el restodel camino a casa. Yo había hechoalgo malo, y lo sabía; había sentidoun profundo remordimiento y hastahabía tratado de hacer restitución.Pero había fracasado. Me preguntépor qué, después de haber dado todoslos pasos que se me habían enseñado,el Señor no había reconocido miarrepentimiento y levantado el pesode mi culpa. Me sentía muy mal.Al fin, la respuesta me llegó desdeel corazón: No había hecho lo suficiente.Pero tuve demasiado temorde volver e intentarlo de nuevo; asíque nunca lo hice.Para mí, aquel hecho fue unfracaso completo, y todavía me avergüenzoprofundamente de ello. Sinembargo, en cierta extraña manera,aprendí una importante lección, unaque aún me hace sentir humilde yme recuerda lo que significa ser unverdadero discípulo de Jesucristo.El Salvador enseñó:"Yo soy el buenpastor; el buenpastor su vida dapor las ovejas."Mas el asalariado, y que no es elpastor, de quien no son propias lasovejas, ve venir al lobo y deja lasovejas y huye, y el lobo arrebata lasovejas y las dispersa."Así que el asalariado huye, porquees asalariado, y no le importan lasovejas" Ouan 10:11-13).Ya fuera que estuviera dispuesto aadmitirlo o no, yo no era pastor, sinoque había huido como el asalariado;no busqué lo perdido con bastanteesfuerzo para encontrarlo; despuésde un solo intento, había dejado almuchacho a merced de los lobos. Noestaba dispuesto a pagar el precio deser un verdadero pastor.En mi memoria, todavía veo aaquel muchachito y me preguntoqué habrá sido de él. Todavía sientoel peso de la responsabilidad de loque hice y de lo que no hice.Como todos los demás miembrosde la Iglesia, yo debo ser un pastor, ydebo hallar gozo en prestar servicio yen incluir a todos mis hermanos,sean quienes sean. DPude ver la expresión de indignaciónpor el modo en que habíamostratado a su hijo. "Gracias porhaber venido", dijo, "pero no creoque él tenga interés en volver".

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