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Proceso-1998

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JUSTICIAres o enemigos encubiertos. Les pedí que se identificaran y meenseñaron una credencial. Me jaloneaban. Eran monólogos autoritarios,en el tono de un tú despreciativo:“‘Identifícate, identifícate’. ‘Bájate, acompáñanos’. ‘Identifícate’.‘A ver, a ver, déjame verla bien’. Tuve ante la cara, casi pegadas,las credenciales, una, dos, tres. Me sentí un poquito mejor. A lo mejorhasta eran policías y, de serlo, por lo pronto no me matarían.”–¿Eran policías?–Era la PGR. En el trayecto, uno sacó un oficio al tiempo queme preguntaba: “¿Usted es Sandra Ávila Beltrán?”. “Sí”. Tuve entrelas manos una hoja que llevaba mi nombre y escuché: “Es unaorden de presentación con fines de extradición”. Me calmé unpoco. Había una causa: mi detención. En fin, no era la fatalidaddel secuestro o el crimen o lo que fuera.“Enseguida, me preguntaron por Juan Diego. Respondí que deél, nada sabía. Me amenazaron. Me llevaron supuestamente a lasoficinas de la SIEDO. Después me entero de que no es la SIEDO laque me detiene sino la Policía Federal Preventiva (PFP). Vuelve laangustia: los policías también secuestran y matan.“En la SIEDO me ofrecieron comida, evitaron los separos y metuvieron en las oficinas. Cuando ya me iban a sacar para trasladarmeaquí, a Santa Martha, en la noche, como a las 11:30, me dicuenta de que también tenían a Juan Diego.”–¿Cómo se da cuenta?–Cuando me van sacando, alcanzo a ver que a Juan Diego leestán tomando fotos.–¿Y hablan ustedes?–No.–¿Cómo siguen las horas?–No me toman declaración. Me hacen muchas preguntas,me toman varias fotografías. Y me muestran otras. Señalando aun sujeto, preguntan: “¿Lo conoces?”. Se trata de una fotografíadonde estamos él, mi esposo y yo. Contesto que no. “¿Cómo sellama?”, insisten. “No sé”. “Sí sabes. ¿Cómo se llama? Dinos cómose llama”. “No sé su nombre”. Siguen insistiendo, cuatro o cincoveces. Entonces, uno me dice: “Es el Mayo Zambada”. A lo querespondo: “Entonces para qué me estás preguntando, si tú sabes.Han de ser hasta amigos”. Y nada más se me quedan mirando, asícomo con rabia, con ganas de muchas cosas. Les dije: “A ustedeses a quienes debían detener, no a mí. Ustedes son los que protegena la delincuencia”. “¿Nos has visto alguna vez?”. “Sí –les dije–,a todos ustedes, en fiestas siempre, aquí no entra nada ni nadie sino es por ustedes”.Me mostraron varias fotografías de mi esposo, mías, de otraspersonas. Unas fotos de mi boda con gente que de veras asistió,pero que yo no conozco o no recuerdo. “¿Éste quién es?”. “Puesno sé, invitados de mi esposo”. Imagínense, eran fotos de hace20 años. Esas mismas personas habrán cambiado. Al Mayo Zambadano lo reconocería después de 20 años de haber conversadocon él. “La foto puede ser una prueba, pero por ahora es un indicioserio. Aténgase”, escuchaba.–¿Qué sigue, señora? –le pregunto.–Me trajeron aquí, a Santa Martha. Me internaron a la medianoche. Me sentía helada. Estábamos a finales de septiembre. Yotraía un abrigo de mink por el frío de la mañana, era un abrigocorto. Me lo quitaron.–¿Reclamó el abrigo?–Sí, pero no me lo devolvieron. Son unos rateros. Aquí memetieron en una celda, sola, y no me dieron ni una cobija parataparme. Pasé toda la noche tiritando, agachada, metiendo micabeza entre las piernas para calentarme un poquito. Me echabanlas luces y me gritaban: “Duérmete”. Callada, nada más losmiraba y volvía a agachar la cabeza y al rato venían y me echabanlas luces.“Pensé que se trataba de un proceso, y que éste tarde o tempranotendría que suceder. Sería mejor aclararlo todo y demostrarla verdad. Mis amigas me platicarían, entre otras cosas, quetambién se decía que alguien me quería matar.”Reuters“El gobierno no podrá probar que soy delincuente porque no lo soy”<strong>1998</strong> / 15 DE FEBRERO DE 2015 39

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